Margarete Buber-Neumann y sus Dos Infiernos

Zhukov

28-11-2008

Origen

Margarete Buber-Neumann es tal vez una de las víctimas más representativas del totalitarismo del siglo XX, pues fue testigo del horror de la persecución de la NKVD, de las cárceles estalinistas, de los campos de concentración de Siberia y del campo alemán de Ravensbrück.

Fueron en total ocho largos años los que esta mujer pasó en campos de concentración tanto soviético como nazi.

Margarete (1901-1989) nació en el corazón de Prusia, en una familia de burgueses conservadores y monárquicos.

A los 21 años se fue a Berlín donde se hizo comunista. En 1928 ya se había transformado en una revolucionaria profesional.

Se casó con Rafael Buber, compañero de militancia e hijo del filósofo alemán Martin Buber, con quien tuvo dos hijas.

Tiempo después el matrimonio naufragó. [color=red]“Al entrar al partido uno debía renunciar a su vida privada”[/color], escribió Margarete, y ese renunciamiento no fue ajeno a la separación.

Buber se había alejado del partido, lo que para ella hacía imposible la vida en común.

Margarete

Durante dos años vivió sola con las hijas hasta que la justicia le quitó la tenencia de las niñas y se la dio a su suegra.

Heinz Neumann

A fines de los años veinte se enamoró de Heinz Neumann y, aunque no se casaron, ella añadió el apellido de su compañero al suyo.

Heinz era un joven y destacado militante comunista: espartaquista en 1919, diputado del Reichstag, agente del Komintern en China, hombre de confianza de Stalin y dirigente junto a Ernst Thaelmann del Partido Comunista Alemán en los años que precedieron al ascenso del nacionalsocialismo.

En 1930 el nazismo se recortaba como el mayor peligro en la vida del país. En Moscú, Heinz Neumann alzó su casi solitaria voz para discrepar con la Internacional Comunista ,dijo que la socialdemocracia no era el enemigo principal de la clase obrera, que la amenaza real era el fascismo y propuso la formación de un frente único con los socialdemócratas.

Cuando volvió a Berlín, con amargura, le confió a Margarete que antes de partir Stalin le había dicho: [color=red]“¿No cree usted que si los nacionalsocialistas se hacen con el poder en Alemania estarán tan ocupados con el mundo occidental que aquí nosotros podremos edificar tranquilamente el socialismo?”. [/color] 

Un año después, aunque los hechos le habían dado la razón, Heinz fue destituido de su cargo en el partido.

La pareja partió a Suiza, donde vivieron sin documentos y aislados de la vida partidaria hasta que, por azar, Heinz fue arrestado por la policía. Hitler pidió su extradición, pero el gobierno suizo se negó a entregarlo y lo escoltó a Le Havre donde se embarcó en un navío ruso.

Moscú se ofrecía a darle refugio: había comenzado a estrecharse el cerco que lo llevaría a la muerte.

Moscu

Margarete y Heinz se instalaron en el hotel Lux, sede del Komintern y sitio de alojamiento para los militantes extranjeros.

Eran políticamente sospechosos; estaban sometidos a vigilancia permanente y asistían en silencio a las grandes purgas que empezaron en 1936.

Todos los días algún antiguo compañero era detenido, ejecutado o deportado.

Durante dos años, la Comisión Internacional de Control citó a Heinz para que hiciera un acto público de contrición y se responsabilizara por su conducta “fraccionalista”.

A fines de 1936, Dimitrov, secretario general del Komintern, lo convocó para trasmitirle un mensaje del camarada Stalin: el partido le tendía una mano y le daba la posibilidad de volver a ser un auténtico bolchevique.

*Como prueba de la reconversión tenía que escribir un libro sobre el VII Congreso del Komintern, admitiendo sus errores políticos y confirmando la justeza de la política oficial.

Neumann no escribió el libro .*

El secuestro de Heinz

Heinz Neumann, el marido de Margarete, fue detenido la noche del 27 al 28 de abril de 1937 en la habitación del Lux, el hotel en el que residían en Moscú.

Así refiere su mujer su detención.

[color=red]"Era aproximadamente la una de la madrugada cuando golpearon violentamente la puerta de nuestra habitación. Salté de la cama y encendí la luz. Los golpes se repetían en la puerta:

—Heinz, por el amor de Dios, ¡despiértate!

Sonrió y se volvió del otro lado.

Temblaba al abrir la puerta. En el umbral había tres agentes de la policía soviética, con el director del Lux. Sus órdenes no llegaban a mi cerebro; sólo retumbaban en mi oído y me dolían como martillazos. Me falló la voz.

Nuestra habitación fue poseída por el crujido de las botas. Rodearon el lecho del delincuente, apaciblemente dormido. Pero la voz de “¡Neumann, levántese!” le hizo despertar sobresaltado.

—¿Tiene usted armas?

Su cara conservó durante unos segundos aquella expresión de horror casi infantil, para adquirir enseguida una palidez mortal, una vez decidido a luchar por la vida:

—¡Protesto contra esta detención!

—Le queda mucho tiempo para protestar.

La irónica respuesta provenía del natschalnik del grupo. Las gafas sin montura que llevaba le hacían parecer un intelectual.

“¡Vístase!”, ordenó a continuación. Se acercó después a la ventana u corrió cuidadosamente las cortinas. El director del hotel, Gurewitsch, se sentó en una butaca con las piernas extendidas mientras los otros tres comenzaban el registro de la habitación. [/color]

Después de la detención Margarete pasó a ser la mujer de un “enemigo del pueblo”. Le retiraron los documentos, perdió el trabajo de traductora y la confinaron a un ala del hotel Lux donde ahora el gobierno amontonaba a los familiares de los caídos en desgracia.

Durante meses estuvo vagando de una prisión a otra, investigando sobre el destino de Heinz junto con centenares de esposas y madres desesperadas, que no entendían para nada lo que estaba ocurriendo.

50 años después Margarete supo la verdad: Heinz Neumann fue condenado a muerte y fusilado en noviembre de 1937. El cuerpo nunca apareció.

En junio de 1938 llegó su turno. Fue arrestada y la enviaron a la prisión de Butirki.

Dice Margarete que el hacinamiento y los interrogatorios nocturnos no fueron lo peor de esa prisión moscovita; para ella lo más duro era ver cómo la mayoría de las prisioneras rusas rivalizaban en devoción y fidelidad al partido.

Fue acusada de organización contrarrevolucionaria y agitación contra el Estado soviético. El juicio, que no tuvo abogado ni derecho de apelación, duró apenas unos minutos.

Días después, una sentencia firmada por Lavrenti Beria  la condenó a cinco años en un campo de trabajo y reeducación.

El Infierno Sovietico

Kazajstán fue, desde la época zarista, sitio de castigo y confinamiento; bajo el estalinismo las deportaciones al centro de la estepa rusa se hicieron masivas.

Por sus gulags pasaron 800 mil alemanes, 600 mil ucranianos, 100 mil polacos y otros miles de disidentes rusos.

A principios de 1939 Margarete ingresó con el número 174.475 al campo de Karaganda, a 2.500 quilómetros de Moscú.

Rodeado por desierto y montañas, 50 km separaban cada uno de los cinco sectores que formaban el inmenso gulag de Karaganda.

La primera imagen que Margarete tuvo del campo fue la de una multitud de seres agónicos, con la cara hundida y los ojos anormalmente grandes, sin dientes, vestidos con uniformes grises y raídos.

El hambre era lo más penoso de Karaganda. La alimentación estaba organizada según un sistema jerárquico en el que la siempre magra ración de pan y sopa se distribuía en proporción a la cantidad y calidad del trabajo de los prisioneros. Menos podían trabajar, menos comida recibían.

Si Margarete no siguió el destino de muerte reservado a la mayoría de los detenidos fue gracias a la complicidad de un médico que, al verla agotada por la fiebre y delirando, le firmó un certificado que decía: “No apta para trabajos pesados”.

El Intercambio

A principios de 1940, el comandante del campo le anunció que sería trasladada.

Al cabo de un largo viaje volvió a encontrarse en la prisión de Butirki en Moscú, donde estuvo un mes.

[color=red]“Siempre vuelvo a ver un arco de madera clavado en medio de la estepa, a buena distancia de las chozas. Ningún camino conduce al arco, ninguna barrera lo flanquea, ni a la izquierda ni a la derecha. Simplemente un gran arco rematado por grandes letras de madera donde se lee: ¡Viva el XX aniversario de la revolución de octubre!”.[/color]

En febrero, 28 hombres y dos mujeres fueron llevados por oficiales del NKVD a la ciudad de Brest-Litovsk.

Todos los prisioneros habían sido comunistas.

La mayoría eran alemanes y austríacos; algunos, además, judíos.

Venían de Moscú y, antes, de lejanos gulags.

Una de las dos mujeres era Margarete.

Los agruparon a la entrada del puente que cruza el río Bug.

Por el uniforme oscuro y el paso firme, los detenidos reconocieron en el hombre que se acercaba a un oficial de las SS.

El militar alemán saludó con cortesía al oficial soviético a cargo de la operación.

Revisaron con prolijidad los nombres de los detenidos: los entregaban a Hitler.

A fines de 1938 la Unión Soviética había cambiado su política exterior, moderando la hostilidad hacia Alemania. Stalin seguía atacando a los países capitalistas, pero en los discursos omitía cualquier referencia al nacionalsocialismo. El acercamiento desembocó en la firma de un pacto de no agresión.

Como prueba de amistad y colaboración, Stalin entregó a Alemania a más de mil emigrados políticos: la mayoría murieron en los campos de concentración nazis.

El Infierno Nazi

El 2 de agosto de 1940 Margarete y otras 50 prisioneras subieron a un tren que partía con destino a Ravensbrück .

A la dureza de las condiciones de Ravensbrück, Margarete sumaba una privación especial, la que le imponían sus compañeras de cautiverio.

Las militantes comunistas alemanas y checas la consideraban una traidora enemiga de la Unión Soviética a la que había que aislar.

[color=red]“Tantos años pasados en cautiverio me dieron la posibilidad de conocer al ser humano ‘desnudo’. Es muy duro mirarse a uno mismo; y cuando me pregunto cómo logré sobrevivir a siete años de campo de concentración, de dónde saqué fuerzas, no puedo más que responderme: tanto en Siberia como en Ravensbrück, sobreviví porque tuve a mi favor ciertas condiciones.

Era fuerte física y psíquicamente; siempre supe guardar un cierto respeto hacia mí misma; siempre encontré personas para las que yo era necesaria; siempre tuve la suerte de compartir la felicidad de la amistad, de las relaciones humanas”.[/color]

Amistad

La amistad en Ravensbrück tuvo un nombre: Milena Jesenská, periodista checa, amiga y traductora de Franz Kafka.

Desde la primera hora, se hicieron íntimas, se sostuvieron y se ayudaron a sobrevivir.

Milena

Milena arriesgaba su vida para salvar la de otras mujeres y sobre todo desobedeció el ultimátum de las comunistas que la obligaron a elegir entre la comunidad checa del campo y la “trotskista” Buber-Neuman.

Las dos sellaron un pacto: si sobrevivían, escribirían un libro, “La era de los campos de concentración”, en el que analizarían el modelo soviético y el alemán.

En 1942 la empresa Siemens hizo levantar allí grandes y modernas fábricas donde trabajaban miles de mujeres. A partir de ese año también aumentó el número de detenidas y empeoraron la alimentación y las condiciones de vida.

El sitio se convirtió en campo de muerte.

Seguramente el hecho de que Margarete hablara ruso y supiera escribir a máquina la ayudó a sobrevivir. Ello le permitió trabajar como secretaria e intérprete del director de la “filial Ravensbrück” de Siemens.

El trabajo se organizaba en el campo como en las fábricas que empleaban a obreros libres. En iluminados talleres, miles de silenciosas prisioneras enhebraban, ajustaban y embalaban las piezas que serían utilizadas en el armado de teléfonos automáticos.

Cuando levantaban la vista, tras las amplias ventanas podían ver a otros miles de silenciosos prisioneros construyendo nuevas fábricas.

En una ficha se registraba la productividad de cada una de las obreras; si no alcanzaban lo exigido, los capataces llamaban a las guardias SS, que llegaban taconeando, abofeteaban a la “perezosa”, la mandaban al sector de disciplina y hacían un informe que marcaba su destino inmediato.

Al fin de la semana un prolijo cálculo de rendimiento permitía fijar cuánto habían “ganado”. Pero jamás ninguna recibía su salario: Siemens entregaba el dinero a las autoridades del Lager.

Los últimos días de Ravensbrück

El invierno de 1944 fue el peor para las detenidas. La muerte de Milena, en mayo, hundió a Margarete en la desesperación. En junio supo que las fuerzas aliadas habían desembarcado en Normandía.

Con el avance del Ejército Rojo, los alemanes decidieron evacuar Auschwitz. Si hasta ese momento las de Ravensbrück creían que habían vivido lo peor, al ver llegar a las sobrevivientes de aquel campo, en el trato con esas mujeres famélicas y embrutecidas que habían perdido todo rastro de humanidad, comprendieron que el pozo podía ser mucho más hondo.

Aunque los rusos estaban casi sobre el Oder, las autoridades del campo actuaban como si aquello fuera a durar toda la vida.

El complejo industrial de Ravensbrück construía nuevas usinas y las detenidas seguían cosiendo uniformes de invierno para la temporada 1945-1946. El asesinato se hizo masivo.

En abril de ese año los rusos casi llegaban a las puertas de Ravensbrück. Margarete fue liberada junto a otras detenidas y escapó así de un nuevo cautiverio.

[color=red]“Con el ánimo encogido, nos encaramamos por la estrecha vereda y vimos una fila de soldados, separados por distancias uniformes. Sin meditarlo, marchamos hasta la formación. El temor a la proximidad de los rusos nos hacía intrépidas y decididas.

Eran soldados americanos. Me dirigí a uno de cara rubicunda y simpática, y en un mal inglés le rogué que nos permitiera el paso. Le conté que habíamos estado cinco años en el campo de concentración de Ravensbrück, que yo había estado antes detenida en Siberia y que si llegaban los rusos me esperaba otra vez la misma suerte. Miró nuestras cruces pintadas, hizo un signo de aprobación con la cabeza, movió la mano y dijo:

-Okay.

Completamente turbadas y un poco incrédulas, seguimos adelante, pero después de unos veinte pasos nos gritó:

-Stop! Wait a moment!

Pensamos que nos haría volver atrás. Vimos cómo desaparecía en el interior de una casa. «Ahora preguntará a sus superiores y nos prohibirán el paso», pensamos. Pero transcurridos unos minutos, salió de la puerta del patio un coche tirado por dos caballos. Vimos en el pescante a nuestro amable americano. Condujo hasta nosotras el coche, dio un salto a tierra y, sonriendo, dijo:

-Suban ustedes, ya han andado bastante; desde ahora irán sobre ruedas.”[/color]

Durante dos meses erró por una Alemania en ruinas. El paisaje era el mismo en todos lados: caminos reventados, puentes rotos, restos de construcciones con las vigas retorcidas. La multitud deambulaba por calles destrozadas, sin casas. Hombres y mujeres que volvían en busca de un hijo, de un hermano, de lo que hubiera quedado de la familia.

Memoria

Después de siete años de cárcel y campo de concentración, Margarete se reencontró con la madre. Supo que el padre, muerto durante la guerra, la había desheredado y que sus dos hijas vivían en Jerusalén y admiraban a la Unión Soviética, el país que había derrotado al nazismo.

Partió a Estocolmo, donde un millonario sueco le consiguió una casa y un trabajo como oficinista.

[color=red]“Las dictaduras de Hitler y Stalin mostraron que la industria moderna puede sacar el mejor partido del empleo de esclavos (...). Los campos de concentración rusos, como los de Alemania, fueron puestos en marcha para aislar a los enemigos del Estado; no es menos cierto que los dos sistemas, fundados sobre el mismo desprecio del individuo, terminaron por obtener recursos, en situaciones críticas, de la explotación del esclavo”. [/color]

Su benefactor se indignó porque consideró que el libro era una obra de propaganda antisoviética.

Margarete perdió la casa y el trabajo y volvió a Alemania, donde viviría hasta su muerte.

Margarete dedicó el resto de su vida a denunciar el comunismo soviético.

En 1957 publicó De Potsdam a Moscú. Etapas de un extravío, libro autobiográfico sobre su militancia comunista; luego siguieron La revolución mundial (1967) y La clandestinidad comunista (1970) en los que historiaba las actividades del Komintern; La llama apagada (1976) y finalmente un último libro autobiográfico, Libertad, de nuevo eres mía (1978) que relata los años que siguieron a la liberación.

Margarete murió en Fráncfort tres días antes de la caída del muro de Berlín.

Su recuerdo nos trae a personas concretas, seres humanos de diversa condición, que desde su sufrimiento nos recuerdan lo que fue una parte del siglo XX.

Fuentes: Virginia Martínez, La pasión de Margarete Buber-Neumann

                Margarete Buber-Neumann, Prisionera de Stalin y Hitler. Un mundo en la oscuridad,  Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2005.

                Buber-Neumann, Margarete. 1990a [1957]. Von Potsdam nach              Moskau: Stationen eines Irrweges. Frankfurt am Main/Berlin.

TITUS20050

28-11-2008

Zhukov que articulo formidable, es muy dramatico su lectura revela lo que mucha gente sufrio durante la guerra,y es algo que me toca profundamente por mi propia experiencia, realmente te felicito

josmar

28-11-2008

Una dura y compleja biografia, narrada con mucha agilidad, Zhukov. Enhorabuena...

Balthasar Woll

29-11-2008

Muy bueno Zhukov, se lee del "tirón", felicidades  .

Saludos

Zhukov

30-11-2008

Muchas gracias compañeros,me alegro que les guste,una historia interesante.

Kurt Meyer

30-11-2008

Pués si Zhukov, como siempre, un grán trabajo. 

Saludos

Fug

04-12-2008

Pues si que se lee del tiron, engancha rapido,  gracias Zhukov.

m1 garand

09-01-2009

Magnífico trabajo,resulta curioso pensar en como sobrevivió esta mujer en lugares donde la gente moría todos los días.

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