Las guerras del opio

Dan Daly

11-12-2010

Antecedentes

Desde el comienzo de sus relaciones con el mundo occidental, China contempló éstas con desconfianza y siempre desde un plano de superioridad moral y cultural. Las primeras y muy limitadas relaciones estables de China con Occidente proceden de mediados del siglo XVI, cuando Portugal obtuvo el arriendo de un enclave naval en Macao. China siempre quiso mantenerse al margen del mundo de los “bárbaros” occidentales, de manera que nunca mantuvo embajadas, consulados o acuerdos comerciales. En el caso concreto de Gran Bretaña, ésta siempre consideró a China como una fuente natural de salida de sus productos comerciales, en especial los provenientes de India, pero la primera visita de los británicos en 1637 acabó con el bombardeo naval de Cantón, lo que no facilitó posteriores relaciones amistosas entre ambos países. A comienzos del siglo XVIII se permitió el proselitismo por parte de algunos misioneros católicos, pero pronto el cristianismo se consideró una religión perversa y a principios del XIX el cristianismo casi había desaparecido en China y los misioneros estaban casi todos confinados en Cantón.

No obstante, las relaciones comerciales existieron y progresaron, si bien lentamente. Desde el siglo XVII Cantón era el único puerto comercial abierto al comercio exterior y sólo algunos meses al año. El comercio chino era básicamente de exportación: productos “exóticos” como té, seda o porcelanas. Los chinos hacían pagar sus mercancías en plata, lo que, unido a las escasas importaciones por los altos aranceles y la hostilidad oficial, daba buenos beneficios al erario público. La nación que más comerciaba con China era Gran Bretaña. La Compañía de las Indias Orientales (una empresa monopolística que canalizaba el comercio británico en Asia) había iniciado sus negocios en China en 1699, y tanto a ésta como a diversos empresarios británicos les resultaba intolerable que unos “bárbaros” paganos impusieran al Imperio Británico unas limitaciones comerciales que les resultaban muy poco ventajosas.

El “lobby” comercial británico en China presionaba al Gobierno y al Parlamento para que forzara a los chinos a una política de puertas abiertas y comercio libre. A finales del XVIII los británicos solicitaron una rebaja de los aranceles chinos a la importación, además de la apertura al comercio exterior de los puertos de Tientsin, Ningbo y Dinghai. Pero en 1816 la embajada británica encabezada por lord Amherst ni siquiera fue recibida por el emperador chino, lo que no es extraño pues ya ocho años antes una flota británica bombardeó el fuerte de Yumen (cerca de Cantón) como forma de presión ante los chinos.

Entonces los británicos decidieron penetrar el mercado chino de manera más sutil pero más efectiva: con opio. El opio procedía de India, concretamente de Bengala y Malwa, y se procesaba en factorías de la Compañía en sitios como Calcuta o Bombay. La Compañía tenía el monopolio del opio en Asia, los comerciantes británicos compraban el opio a la Compañía y sus socios chinos lo distribuían por el interior del país. También los comerciantes norteamericanos traficaban con opio, pero lo tenían que comprar en Turquía o Persia. El opio no era nuevo en China, pero hasta entonces no se había producido una entrada y un consumo tan masivos. En 1796 las autoridades chinas prohibieron el tráfico y el consuno, pero no se hizo gran cosa por llevar a la práctica la medida, sobre todo por los grandes beneficios que conseguían no pocos funcionarios corruptos. Al principio la adicción afectó a algunos funcionarios y comerciantes, pero pronto ésta se extendió a todas las capas de la sociedad. Hacia 1835 los adictos ya se contaban por millones y el efecto sobre la economía nacional fue desastroso: sólo en 1839 había salido del país en pago por la droga una fortuna tal que doblaba la renta del Estado. La salida masiva de plata por el pago de la droga ocasionó su revaluación, lo que significó la devaluación de la moneda circulante en el interior del país. Además, como gran parte de los impuestos dentro del país se pagaban en plata, esto significaba en la práctica que el chino normal y corriente tenía que pagar cada vez más por sus impuestos.

El efecto social fue demoledor, pues no sólo la ya abundante corrupción de funcionarios y aduaneros se disparó, sino que la adicción arruinó a millares de personas por gastar todos sus bienes en pagarse la adicción, además de matar a no pocos adictos.

En 1821 las autoridades imperiales decidieron hacer algo. Expulsaron de Cantón a los traficantes, pero el negocio continuó desde buques fondeados cerca de la costa. Desde éstos la droga era transportada a puertos secundarios como Fuyian o Guangdong.

En 1834 el Parlamento Británico suprimió el monopolio de la Compañía de las Indias en su comercio con China, debido a las presiones de numerosos empresarios, y lo declaró abierto. William John Napier fue encargado de supervisar el comercio británico en Cantón, aunque su verdadera misión era la de presionar a los chinos para conseguir más concesiones. Napier fracasó en su misión, no sin antes haber bombardeado (otra vez) el fuerte de Yumen. Los sucesores de Napier fueron menos agresivos, pero siguieron favoreciendo a los traficantes de opio.

Para entonces, entre los dirigentes chinos habían surgido dos grupos: uno era partidario de la legalización del tráfico de opio y otros de su prohibición total. Los primeros argumentaban que debía de legalizarse y prohibirse el pago en plata, cobrando un elevado impuesto. El emperador Daoguang no acababa de tomar una decisión y sólo lo hizo en diciembre de 1838 tras leer un informe de Lin Zexu, gobernador de la provincia de Hubei. En el informe, Lin indicaba que de seguir así las cosas en unos años el ejército sería inoperante, pues no abría plata para financiarlo y la cantidad de soldados adictos sería tan grande que no podrían combatir. El emperador encargó a Lin acabar con el tráfico de opio de inmediato.

Tras llegar a Cantón, el 18 de marzo de 1839 Lin exigió a chinos y extranjeros la entrega de todo el opio que tuvieran almacenado. Charles Elliot, superintendente británico, se negó y ordenó a sus buques de guerra que estuvieran listos para actuar, pero los británicos tuvieron que ceder ante la superioridad de las fuerzas chinas. En los días siguientes más de cinco millones de libras en opio fueron quemadas y se detuvo a unos 1600 traficantes chinos. Lin llegó a enviar una carta a la Reina Victoria exponiendo la situación y solicitando el final del tráfico de la droga, pero no obtuvo respuesta. En los meses siguientes se sucedieron todo tipo de incidentes entre británicos y chinos, que culminaron el 3 de noviembre cuando dos fragatas inglesas y varios buques chinos entablaron combate en Chuanbi. Cuando en enero de 1840 el emperador cerró definitivamente Cantón a los británicos, la guerra no se hizo esperar.

Dan Daly

11-12-2010

Primera guerra

Los británicos conocían perfectamente las defensas costeras chinas, además de haber acumulado durante años numerosa información sobre el país y sus recursos. En Londres, no todos apoyaban el comercio del opio ni sus consecuencias bélicas: William Gladstone denunció en el Parlamento tanto el cultivo y el procesado de la droga en India como su introducción en China. Sin embargo, como en Gran bretaña el opio sólo se empleaba con fines medicinales y el número de adictos era ínfimo, la opinión pública no percibía el asunto en términos morales sino comerciales y “por la prosperidad del Imperio”. En febrero de 1840 el primer ministro Palmerston (completamente partidario del “lobby” de los comerciantes y traficantes) nombró al almirante George Elliot como plenipotenciario para tratar con los chinos. Elliot se puso al frente de una flota de 36 buques, 20 de ellos para transportar a la fuerza de invasión de 4000 hombres procedentes de India al mando del coronel George Burell, y el 2 de julio desembarcó en la isla de Zhejiang, tomando la ciudad de Dinghai, que convirtieron en su base. Esta zona estaba al norte de Cantón y fue una sorpresa para los chinos que la invasión comenzara por allí. Al mes siguiente, los británicos mandaron a Pekín lo que en la práctica era un ultimátum: exigían la legalización del comercio del opio, la apertura de puertos al comercio exterior y el pago de una indemnización por las mercancías destruidas. La corte se dividió entre los partidarios de resistir y los que querían pactar. Al final se impusieron éstos. El cortesano Quishan llegó a Cantón el 29 de noviembre como enviado del emperador y se reunió con Elliot, pero las conversaciones no avanzaban a la velocidad requerida por los británicos así que éstos decidieron tomar por la fuerza varios fuertes. Quishan acabó cediendo y así se firmó el Tratado de Chuanbi, en la que China aceptaba casi todas las pretensiones británicas.

Pero cuando el emperador Daoguang se enteró de lo firmado rechazó el tratado, arrestó a Quishan y le declaró la guerra a Gran Bretaña. Para los chinos era una auténtica conmoción tener que rendirse casi sin disparar un tiro ante unos “bárbaros” extranjeros, una humillación inadmisible. Elliot no perdió el tiempo. El 25 de febrero se tomó el fuerte de Yumen y a principios de marzo los británicos rodeaban Cantón. La noche del 21 de mayo, parte del ejército de 17000 hombres que el emperador había mandado atacaron a los británicos y fracasaron. El bombardeo naval y posterior contraataque británico derrotó a los chinos. Los enviados imperiales decidieron claudicar y reconocer el tratado firmado, además de una indemnización adicional. Pero en Londres no estuvieron de acuerdo. Elliot fue considerado demasiado “blando” con los chinos y en agosto llegó su sucesor, Henry Pottinger, decidido a intervenir a gran escala. Pottinger exigió más compensaciones y no esperó la contestación china: a finales de agosto saqueó el puerto de Xiamen, y costeando hacia el norte fue tomando Dinghai, Zhenhai y Ningbo. China había perdido así el control sobre su costa central.

El emperador encargó al príncipe Yijing la destrucción del enemigo, pero el ejército chino era absolutamente inútil frente al británico. Se trataba de un ejército muy primitivo, armado en gran parte con lanzas y arcos y flechas, incapaz de sostener una guerra contra un ejército moderno. Además su marcha hacia el enemigo fue lentísima, incluso hicieron un alto de un mes entero. Yijing se negó a movilizar a las milicias locales o a formar guerrillas campesinas y el 10 de marzo de 1842 y tras dividir a su ejército en tres columnas ordenó un ataque simultáneo contra las ciudades ocupadas. La ofensiva china fue un desastre. Entonces el emperador se decidió a presentar una capitulación en toda regla pero Pottinger se negó a aceptarla. Tras recibir refuerzos avanzó por el río Yangzi-jiang y el 16 de julio entró en Shanghai y saqueó la ciudad, y el 6 de agosto llegó a Nankín que era el objetivo que Pottinger se había programado. La fuerza expedicionaria tampoco podía avanzar mucho más, pues al desgaste propio de la campaña había que sumar el elevado número de bajas por enfermedad. Pottinger solicitó un plenipotenciario imperial para negociar. La atemorizada delegación que llegó a Nankín encabezada por el noble Quijing aceptó casi todas las pretensiones de los invasores, y de este modo el 29 de agosto de 1842 se firmaba el Tratado de Nankín que ponía fin a la guerra.

El tratado (ampliado un año después por otro más detallado) resultaba humillante: Hong Kong era entregado en arriendo a los británicos, se pagaría una indemnización de 21 millones de dólares (6 al Gobierno Británico, 12 por gastos de guerra y 3 a determinados comerciantes ingleses), los puertos de Cantón, Xiamen, Fuzhou, Ningbo y Shanghai se abrirían al comercio exterior, los británicos eran libres para comerciar y residir en estos puertos, los aranceles aduaneros se reducían al 5% (antes llegaban al 70%) y los súbditos británicos tenían inmunidad frente a las autoridades o tribunales chinos.

Otras potencias no tardaron en sumarse al reparto del botín. Viendo la debilidad china, Francia y Estados Unidos amenazaron con una intervención militar para defender a sus comerciantes y misioneros, y como consecuencia de estas presiones en 1844 se firmaron sendos tratados completamente ventajosos para los occidentales, que convertían a China en la práctica en un protectorado.

Dan Daly

11-12-2010

Segunda guerra

En 1850 subió al trono chino Xianfeng, una de sus primeras medidas fue expulsar de la corte a los conciliadores y llenarla de funcionarios y ministros antioccidentales, pues el propio emperador lo era. La crisis económica que azotaba Gran Bretaña hizo que muchos empresarios presionaran a su gobierno para que la penetración británica en China aumentase, y en 1854 los británicos solicitaron una revisión del Tratado de Nankín. Los chinos se negaron. Dos años después, franceses y norteamericanos intentaron lo mismo con sus tratados y recibieron igual respuesta.

El 8 de octubre de 1856 un buque contrabandista británico, el “Arrow”, fue detenido cerca de Cantón por una patrullera china, la tripulación fue detenida y el pabellón británico rasgado por el comandante chino (la realidad es que la verdadera nacionalidad del buque nunca estuvo clara). El gobernador Ye Mingzhen tuvo que liberar a los detenidos ante la exigencia del cónsul inglés, pero cuando se pidió un castigo para el comandante chino, el gobernador se negó y volvió a arrestar a los contrabandistas.

Los británicos ya tenían un incidente para usar la fuerza de nuevo.

Pocos días después aparecieron en Cantón varios buques de guerra procedentes de Hong Kong, y tras bombardear la ciudad desembarcaron una fuerza de 5000 hombres. En la refriega callejera que siguió fueron incendiadas varias propiedades británicas y francesas. Los franceses aprovecharon este incidente y el asesinato de un misionero francés para aliarse con los británicos. Otra guerra acababa de empezar.

A finales de 1857, una flota franco-británica llegó a Hong Kong, encabezada por el almirante Seymour y teniendo como jefes de las fuerzas terrestres al británico Elgin y al francés Gros. Tras bombardear Cantón, la fuerza de invasión desembarcó. La guarnición china de la ciudad sólo resistió dos días. Después, la flota franco-británica puso rumbo norte. El emperador envió una delegación para negociar, pues aunque odiara a los europeos el grueso de sus fuerzas estaba ocupada luchando contra los taiping (https://mundosgm.com/smf/index.php/topic,5886.0.html ). Pero los invasores se negaron a cualquier negociación y avanzaron hacia Tientsin.

En Pekín cundió el pánico. El emperador y la corte huyeron de la ciudad. Una delegación fue enviada a Tientsin a negociar y allí se encontraron con que no sólo tendrían que hacerlo con franceses y británicos, sino también con los cónsules ruso y americano, Putiatin y Reed, que habían aparecido allí como “mediadores”. El resultado de los tratados firmados es que China abrió al comercio exterior diez puertos más, los extranjeros tenían libre tránsito por el país, se abrirían embajadas extranjeras en Pekín y se pagaría una indemnización a Francia y Gran Bretaña. Pero en noviembre los aliados exigieron la apertura de nuevas negociaciones en Shanghai y esta vez consiguieron lo que los comerciantes de opio llevaban buscando desde hacía años: la legalización del comercio de opio en China, que hasta entonces era oficialmente ilegal; además, las aduanas chinas quedaron bajo “supervisión” extranjera, con lo que China perdió así la seguridad de sus fronteras.

Pero dos años más tarde, el emperador seguía sin ratificar los tratados firmados. La reacción franco-británica no se hizo esperar: en junio de 1860 le declararon la guerra a China. Una gran flota partió de Hong Kong con 11000 soldados británicos al mando del general Grant a los que se unieron 6700 franceses bajo el mando de Cousin-Montauban. En el verano de 1860 desembarcaron cerca de Taku y se dirigieron a Pekín. Tras entrar en Tientsin el 3 de agosto, los invasores decidieron esta vez hacerse con la capital imperial. Las batallas decisivas fueron el 18 de septiembre en Zhangjiawan y el 21 en Palikao, donde la caballería mongola, la principal fuerza de los chinos, fue aniquilada después de varias cargas contra las tropas invasoras. Franceses y británicos entraron en Pekín el 6 de octubre y la ciudad fue saqueada y parcialmente incendiada en venganza por la captura y asesinato por parte china de una delegación británica el mes anterior. El emperador decidió entonces capitular. Los tratados firmados en Pekín no sólo ratificaban los anteriores sino que añadían una enorme indemnización y que la península de Kowloon, frente a Hong Kong, fuera cedida a Gran Bretaña. Al año siguiente, los rusos pasaron a los chinos su factura por la “mediación” en el conflicto: la anexión de 400.000 km cuadrados al norte del río Amur.

Dan Daly

11-12-2010

Consecuencias

El calvario chino no acabó aquí. Hasta finales de siglo, los chinos tuvieron que firmar numerosos tratados desiguales con europeos, japoneses y norteamericanos, que convertían a China en un terreno de explotación para estas naciones. La plata siguió saliendo del país empobreciendo cada vez más a las clases populares y originando una migración de millares de trabajadores chinos hacia Norteamérica y las colonias de las grandes potencias europeas.

Y el tráfico de opio continuó engordando las fortunas de los grandes traficantes británicos, mientras el Imperio Chino, el antes autodenominado “Imperio del Centro” por pensar los chinos que era el centro del mundo, se hundía cada vez más hasta colapsarse definitivamente en vísperas de la Gran Guerra.

Dan Daly

11-12-2010

Fuentes principales:

“Las guerras del opio”, Cuadernos de Historia 16.

Wikipedia

http://www.sacu.org/opium2.html

josmar

11-12-2010

Triste historia, que muestra la forma de actuar de algunas naciones "civilizadas".....

Buen aporte Dan Daly....

gilfi

13-12-2010

Buen artìculo la verdad me ha enseñado mas sobre ese tema que conocia de manera tangencial....

saludos

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