El 21 de febrero de 1916, el 5.0 Ejército alemán inició con una salva de 2.000 cañonazos sobre un frente de sólo 10 km de anchura el ataque a la fortaleza de Verdún. Los franceses bajo el general Pétain respondieron al fuego con sus pesadísimos cañones de plaza. El fuego graneado retumba casi sin interrupción sobre el campo de batalla.
Verdún está protegido por un anillo de fortines de roca, hormigón y hierro, encamados en forma de estrellas en los altos y las lomas del paisaje de colinas. El retumbante trueno de los cañones es tan potente, que el viento del oeste lo lleva como un rumor constante muy profundamente dentro de Alemania. Una increíble tormenta de acero, ecrasita y rutilantes rayos pesa sobre el campo de combate.
La guerra de posiciones en Francia alcanza una culminación que supera todo lo jamás visto.
Medio millón de soldados se lanzan unos en contra de otros bajo el infernal fuego de artillería y se combate con ametralladoras, lanzaminas, fusiles, lanzallamas, bayonetas y granadas de mano. Colinas y campos se han convertido en un espectral paisaje lunar. Hace tiempo que se han aplanado todas las trincheras, se han destrozado las barreras de espinos. Los «gris campo» y los «azul horizonte» están tendidos, enfrentados, en embudos inundados y combaten por cada palmo de tierra. Los heridos se ahogan en el barro revuelto y sobre el cruel escenario se abate la nube negra y azul de los constantes impactos, los surtidores de fango y humo.
El estallido de los obuses en explosión supera el tableteo de las ametralladoras y las explosiones de las granadas de mano. Del silbante cielo caen granadas tan poderosas que, por ejemplo, en el fortín de Douaumont toda una compañía de franceses formados para el ataque queda enterrada por una sola explosión, de modo que las bayonetas que sobresalen del suelo en filas e hileras se convierten en monumento funerario de los caídos aún erguidos. El fortín de Vaux ya no es más que una estrella reconocible por un plano de hormigón cuyo contorno trazan sus fosos medio cegados.
En este infierno desgarrado por decenas de miles de embudos respiran, combaten, duermen y mueren hombres, que, sólo distinguibles ya por el color de sus uniformes y por sus diferentes lenguas, todos cubiertos de barro, con los ojos hundidos y medio locos, han sido reducidos a material para los partes de guerra. La lluvia cae a ríos, deshace trincheras, inunda embudos, ablanda uniformes. Cada segundo de Verdún significa días para los soldados que viven en este infierno; cada hora es una eternidad. Pero la tormenta sobre la fortaleza, que comenzó en febrero, dura semanas y meses hasta que finalmente se ahoga en barro y sangre el 3 de julio, y todo en vano: la fortaleza no ha caído, los frentes vuelven a incrustarse en el terreno.
Fuente:pequeño fragmento editorialbitacora