Operación Foxley

Nonsei

08-03-2010

En junio de 1944 un coronel francés se puso en contacto con la delegación del SOE en Argel afirmando tener información de vital importancia. Según decía, Hitler estaba en esos momentos alojado en una mansión próxima a Perpiñán, en el suroeste de Francia. El coronel propuso lanzar un ataque aéreo o ejecutar una operación de comandos para acabar con él. El SOE de Argel envió la información a Londres, con carácter urgentísimo, añadiendo que provenía de una fuente fiable y sugiriendo el bombardeo inmediato de la villa. Aunque lo cierto es que la información no pareció tan fiable al SOE en Londres como a sus agentes en Argel (de hecho el plan fue rechazado), cuando la cuestión llegó a Londres obligó al SOE y al gobierno británico a plantearse seriamente las posibilidades y las consecuencias de poner en marcha una operación con el objetivo de asesinar a Hitler.

En una reunión celebrada el 28 de junio de 1944 el jefe del SOE, el general Colin Gubbins, encargó un estudio que tratase de la posibilidad de preparación y las mejores opciones para llevar a cabo un atentado contra Hitler. El general Gubbins dijo a sus hombres: “En algún momento del futuro próximo, de cualquier forma, Hitler desaparecerá de escena, incluso aunque no seamos nosotros los agentes directos de su eliminación; podemos al menos preparar tal acción para promover su desaparición, pues esa será la mejor contribución para una situación más favorable para los aliados”. Había nacido la Operación Foxley.

A pesar de las muchas reticencias iniciales, la idea fue ganando apoyos, tanto desde el punto de vista de los militares, como desde el de los políticos. El general Hastings Ismay, secretario del Gabinete de Guerra, dijo a Churchill que los jefes de Estado Mayor eran unánimes en cuanto a la idea de que “desde el punto de vista estrictamente militar, sería casi una ventaja que Hitler continuase controlando la estrategia militar, teniendo en cuenta los errores que ha cometido, pero, desde un punto de vista más amplio, cuanto más rápidamente sea apartado mejor”. Uno de los mayores defensores de la operación fue el Vicemariscal del Aire A. P. Ritchie, consejero de aeronáutica del SOE, con el que se reunía una vez por semana. Decía que Hitler estaba considerado un superhombre por la mayoría de la población alemana. Como afirmaba Ritchie: “Eliminen a Hitler y nada quedará”. A nivel político también el ministro de Asuntos Exteriores, sir Anthony Eden, aprobó la idea. Asimismo, el SOE también obtuvo el visto bueno del jefe del MI-6, sir Stewart Menzies, que aceptó colaborar con la información que tuviesen sobre Hitler. Parte fundamental del plan tenía que ser la obtención de la mayor cantidad posible de información sobre el paradero y los hábitos del Führer.

El estudio fue completado en noviembre de 1944, firmado por un agente desconocido identificado únicamente como LB/X. Incluía gran cantidad de información recopilada sobre cuestiones como la apariencia física de Hitler, sus hábitos y aficiones, las medidas de seguridad en el Berghof o en el tren especial del Führer. En el informe hay descripciones detalladas de sus hábitos, como: “Hitler se acuesta tarde. Nunca se levanta antes de las 9 o las 10 (…) Come a las 16 horas (sólo vegetales) (…) A la 1 o 1,30 cena, comiendo lo mismo que comió por la tarde (…) A las 3 o las 4, o más tarde, se va a dormir”. Hay que decir que esos rutinas diarias han sido confirmados más tarde por muchos historiadores, lo que nos indica el buen trabajo de los informadores del MI-6. También se daban detalles sobre las patrullas de vigilancia y planos de las dependencias privadas de Hitler y de su tren especial. Se dice que el principal informante fue un oficial alemán capturado en Normandía, que había pertenecido a la guardia personal de Hitler.

En el informe se detallaban varios métodos posibles para el asesinato. Al principio se pensó utilizar armas químicas o bacteriológicas. Se estudió también la posibilidad de utilizar veneno. En los documentos de la Operación Foxley se menciona una sustancia mortal no identificada que podía ser utilizada porque tenía la ventaja de su acción retardada. En uno de los documentos se explica que “Hitler, de acuerdo con informaciones fidedignas, está enviciado con el té. Siempre lo toma con leche. Como lo primero que echa en la taza es la leche, es poco probable que la opalescencia del té (a causa del veneno) fuese notada, cuando éste fuese vertido en la taza”. Un oficial del SOE llegó a sugerir que se podía hipnotizar a Rudolf Hess y mandarlo de regreso a Alemania para que fuese él quien hiciese el trabajo. Finalmente concluía con la sugerencia de las dos líneas de actuación con más probabilidades de éxito. La primera de ellas consistiría en atentar contra Hitler cuando éste estuviese trasladándose en su tren especial, bien mediante un ataque con explosivos o un sabotaje que lo hiciese descarrilar, o bien envenenando su suministro de agua. El problema era que los viajes del tren del Führer se programaban de forma muy irregular, no había ningún tipo de rutina que les sirviese para preparar el ataque, y no había forma de saber cuándo iba a pasar por un determinado tramo. Incluso las estaciones por las que iba a pasar eran informadas con poco tiempo de antelación. La última opción, y la mejor, consistiría en infiltrar un francotirador en Berghof, la residencia de Hitler cerca de Berchtesgaden, en los Alpes Bávaros. Aunque las medidas de seguridad en Berghof eran muy estrictas, un tirador podría aprovechar las características del terreno, muy montañoso y boscoso. Además se sabía que había habitualmente un número importante de trabajadores extranjeros en la zona, lo que facilitaría los movimientos de los agentes enviados.

Por lo que se sabía de las rutinas de Hitler, éste acostumbraba a dar largos paseos fuera del recinto protegido, solo o en compañía de un grupo reducido de gente de confianza. Todas las tardes hacía a pie el camino que iba desde su residencia hasta el “Mooslahnerkopf”, una casita de té situada a un kilómetro y medio. Allí tomaba una manzanilla y un trozo de tarta de manzana, y se quedaba un rato durmiendo. Luego pedía que le fuesen a buscar en coche para regresar. Para un francotirador era una oportunidad perfecta, con su objetivo al aire libre, probablemente solo, y alejado de las medidas de seguridad más fuertes, que se centraban en vigilar el complejo del Berghof. Se pensó en un equipo de dos tiradores armados con fusiles con balas explosivas. Otra posibilidad era que el segundo de ellos estuviese armado con un lanzagranadas para, en el caso de que fallase su compañero, atacar al coche de Hitler en su regreso al Berghof. Los asesinos llevarían uniformes de las tropas de montaña alemanas y estarían armados con fusiles Mauser con mira telescópica y granadas para autoprotección.

La operación Foxley quedó en su fase de estudio, aunque se llegó a contactar con un posible candidato a asesino, un capitán llamado Edmund Bennett, agregado militar en la embajada de Washington. Pero eso ocurrió ya en marzo de 1945, hasta entonces en el expediente de la operación Foxley no aparecen más nombres de agentes seleccionados para ella, no llegó a iniciarse la fase de preparación operativa, ni el entrenamiento ni la preparación logística. El primer problema que habría tenido era la falta de información reciente sobre la vida de Hitler y sus medidas de seguridad. Después del atentado del 20 de julio de 1944 la seguridad del Führer se había reforzado enormemente. De hecho, aunque el SOE hubiese logrado infiltrar a un francotirador en el Berghof, la misión habría sido un fracaso, porque Hitler nunca volvió a Berchtesgaden desde que salió de allí por última vez el 14 de julio de 1944.

No se conocen los motivos por los que el SOE pensó en el capitán Bennett para la misión. En el expediente hay un curioso intercambio de mensajes entre un agente del SOE en Nueva York y sus superiores en Londres. El 16 de marzo de 1945 el SOE envió un telegrama a su agente con instrucciones de sondear al capitán Bennett para saber si estaría dispuesto a participar en la operación. La respuesta del agente fue: “El, lejos de acobardarse con mis indicaciones sobre las posibles dificultades de la misión, se mostró aún más entusiasmado. Dice que le gustaría conseguir un empleo clandestino permanente, y sería feliz de poder vivir en Alemania una vez que la guerra acabase”. La respuesta le llegó en un telegrama fechado el 26 de marzo: “En las presentes circunstancias, no vemos una buena razón para solicitar la asistencia de ese funcionario. Podemos volver al asunto más tarde”. Finalmente el 6 de abril el general Gobbins zanjó el tema: “Este tipo de operación no está siendo considerado en este momento”.

Además de las evidentes dificultades técnicas y logísticas que entrañaba una operación de esa naturaleza, había otra cuestión que frenaba los preparativos de la operación Foxley: ¿Realmente era una ventaja acabar con Hitler? Aparte de las cuestiones éticas, y de las reticencias a que el gobierno británico se viese implicado en el asesinato de un jefe de estado, había otras consideraciones, como qué ocurriría después, quién tomaría el poder en Alemania, si no se convertiría a Hitler en un mártir, o si no sería preferible que terminase la guerra con vida para poder recibir su castigo. Y había otro argumento, posiblemente el más convincente de todos, que el teniente coronel Thornley (comandante de la Sección X, la sección alemana de SOE) expresó con estas palabras:

“Como estratega, Hitler ha sido una grandísima ayuda al esfuerzo de guerra británico... Su utilidad para nosotros ha sido equivalente a un  número casi ilimitado de agentes del SOE de primera clase estratégicamente situados dentro de Alemania... Sigue estando en una posición que le permite desestimar las operaciones militares más sólidas y, de ese modo, ayudar enormemente a la causa de los aliados”.

En noviembre de 1944, fecha de la finalización del estudio, estas consideraciones seguían siendo motivo de discusión en los ámbitos de decisión militares y políticos. Pero con el paso de los meses y las derrotas alemanas en todos los frentes la Operación Foxley se veía cada vez menos necesaria, y el proyecto acabó definitivamente descartado y olvidado. En julio de 1998 el expediente de la Operación Foxley, un documento de 122 páginas, fue desclasificado por el Departamento de Registros Públicos de Gran Bretaña. Fue entonces cuando el mundo conoció el plan británico para asesinar a Hitler, que había permanecido en secreto durante medio siglo.

*Roger Moorhouse: Matar a Hitler

http://www.portalperfeicao.hpg.com.br/2guerra6.htm

http://www.elmundoenguerra.com/?tag=matar*

josmar

08-03-2010

Un hallazgo interesante....Me han parecido muy lúcidas, las opiniones de los opositores al plan. Ciertamente, les beneficiaba su existencia...

Nonsei

08-03-2010

Sí. Hitler era mucho más valioso para los aliados tomando decisiones que muerto. Además, si alguno de los servicios secretos aliados mataba a Hitler se iba a producir un vacío de poder muy peligroso. No habría sido como la Operación Valkiria, un golpe de estado. Simplemente se habría descabezado el régimen. Y con todos los altos cargos nazis tan implicados en él, no se iba a desmoronar todo porque les faltase su lider. Iban a resistirse en el poder hasta el final.

Hace años en otro tema posteé un artículo de prensa que hablaba de la operación Foxley. Tiene algunos errores de bulto:

https://mundosgm.com/smf/index.php/topic,2153.0.html

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