La Iglesia Católica en la SGM

Zhukov

10-10-2007

Los Papas,El Nazismo y El Fascismo.

Ésta es la historia de los difíciles acuerdos entre Hitler y la Santa Sede, de una encíclica perdida que podría haber cambiado la historia del mundo y de la muerte poco clara del Papa que, demasiado tarde, quiso plantarle cara al mal que se había instalado en Alemania.

Pío XI

Su nombre de nacimiento era Achille Damiano Ambrogio Ratti. Era hijo de los consortes Francesco Ratti, directivo de la industria sedera, y Teresa Galli.

El 6 de febrero de 1922, en el cónclave que siguió a la muerte de Benedicto XV, resultó elegido papa. Era un hombre de estudio, de una cultura excepcional y además estaba muy bragado en los asuntos de la curia romana, pero su experiencia pastoral y cardenalicia se limitaba a unos pocos meses.

Fue coronado tres días después de su elección por el cardenal Gaetano Bisleti, protodiácono de S. Agata in Suburra. La ceremonia tuvo lugar en la explanada de la Basílica de San Pedro.

Desde la autoproclamación de la "cautividad" de la Iglesia Católica por el beato Pío IX en 1870, era ésta la primera coronación pública de un papa. Sus predecesores habían sido coronados en ceremonias restringidas, ya sea en la Basílica de San Pedro o en la más exclusiva Capilla Sixtina (caso éste último de León XIII, san Pío X y Benedicto XV).

Su papado se caracterizó por el reconocimiento del estado italiano por parte de la Iglesia, que venía desde la ocupación de los Estados Pontificios por el reino de Italia en 1870.

[color=red]Pío XI firmó con el gobierno italiano de Benito Mussolini y el rey Víctor Manuel III el Tratado de Letrán (febrero de 1929), que dio nacimiento al estado independiente y soberano de la Ciudad del Vaticano.[/color]

Este acuerdo, que ponía fin al estado de cosas vigente desde 1870, había sido buscado por ambas partes, y a ambas convenía. Para Mussolini, que buscaba un acercamiento a los católicos, cuya posición ante el Fascismo había sido bastante fría.

Para la Iglesia, el obtener el reconocimiento de derecho de su estado, que aunque reducido a una mínima expresión territorial, colocaba a éste dentro del concierto de las naciones del mundo, con capacidad de establecer relaciones diplomáticas.

[color=red]En Italia, el partido católico del dirigente político Luigi Sturzo, llamado Partido Popular, y opositor al fascismo, había sido disuelto poco antes. Pío XI animó a los católicos italianos en las elecciones de marzo de 1929 a que votaran a los fascistas, y calificó a Benito Mussolini como un hombre enviado a nosotros por la Providencia. También Pío XI bendijo personalmente las tropas italianas que partían para la conquista de Abisinia.[/color]

PÍO XI, Eugenio Pacelli y El Tercer Reich

Al igual que buena parte de los políticos europeos de la época, Pío XI quiso pactar con Hitler, apaciguar a la bestia.

Las relaciones entre el movimiento nazi y la Iglesia no habían empezado con buen pie. El marcado sentido pagano del que estaba teñida buena parte de la ideología hitleriana no podía ser visto con buenos ojos por los jerarcas de la Iglesia alemana.

Según la teoría nazi, dado que el cristianismo tenía sus raíces en el Antiguo Testamento, quien estaba contra los judíos debía estar igualmente contra la Iglesia católica. Los nazis invocaban «la indispensable arma del espíritu de la sangre y de la tierra contra la peste hebrea y el cristianismo».

En una viñeta publicada en el periódico Der Stürmer, perteneciente a uno de los órganos del partido nazi en 1934, un judío, ante la imagen de Cristo en la cruz, dice: «... Le hemos matado, le hemos ridiculizado, pero somos defendidos todavía por su Iglesia...».

En otra viñeta del mismo periódico publicada en 1939, un sacerdote católico es presentado mientras estrecha dos grandes manos: una con la estrella judía y la otra con la hoz y el martillo.

[color=red]No obstante, esta hostilidad era mutua. Prueba de ello es lo publicado en su día en Der Gerade Weg (El Camino Recto), el semanario católico de mayor circulación en Alemania: «Nacionalsocialismo significa enemistad con las naciones vecinas, despotismo en los asuntos internos, guerra civil, guerra internacional.

Nacionalsocialismo significa mentiras, odio, fratricidio y miseria desencadenada. Adolf Hitler predica la ley de las mentiras. Habéis caído víctima de los engaños de alguien obsesionado con el despotismo. Despertad»[/color]

Dios está con nosotros

Parecía evidente que el Gott mituns (Dios está con nosotros) que se leía en el emblema de los nazis no se refería al Dios de los católicos.

Los diáconos luteranos, en cambio, habían sido mucho más complacientes con el nuevo movimiento.

Luteranos eran, por ejemplo, los miembros del Movimiento Alemán Cristiano, de carácter abiertamente antisemita y nacionalista, muchos de cuyos miembros terminaron engrosando las filas del partido nazi.

El consejo de Lutero relativo a los judíos era:

«Primero, sus sinagogas o iglesias deben quemarse... Segundo, sus casas deben asimismo ser derribadas y destruidas... En tercer lugar, deben ser privados de sus libros de oraciones y talmudes en los que enseñan tanta idolatría, mentiras, maldiciones y blasfemias. En cuarto lugar, sus rabíes deben tener prohibido, bajo pena de muerte, enseñar jamás...».

El nombramiento de Hitler como canciller fue aplaudido por los protestantes, mientras que los obispos católicos condenaron las teorías nazis mediante las siguientes prohibiciones:

• Los católicos no podían pertenecer al Partido Nacionalsocialista ni asistir a sus concentraciones.

• Los miembros del partido no podían recibir los sacramentos ni ser enterrados como cristianos.

• Los nazis no podían asistir en formación a ningún acto católico, incluidos los funerales.

A consecuencia de esto, el partido católico Zentrum fue apoyado y votado en masa por los judíos.

No obstante, este panorama iba a cambiar de manera radical con el nombramiento del arzobispo Eugenio Pacelli, antiguo nuncio de Su Santidad en Alemania, y futuro Pío XII, como secretario de Estado del Vaticano.

Inmediatamente después de su ordenación como obispo en 1917, Pacelli tuvo que dejar Roma para establecerse en Alemania, donde permaneció los siguientes trece años. Curiosamente, la nunciatura se encontraba en Munich, frente al edificio que más tarde se convertiría en la Casa Marrón, la cuna del nazismo.

Pacelli se encontró un país desestructurado y destruido por la guerra. Nada más llegar fue testigo de la revolución proletaria en Munich en 1918.

[color=red]En una carta a Gasparri, describió así los acontecimientos:

Un ejército de trabajadores corría de un lado a otro dando órdenes,en  medio, una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, judías como todos los demás, daba vueltas por las salas con sonrisas provocativas, degradantes y sugestivas. La jefa de esa pandilla de mujeres era la amante de Levien [dirigente obrero de Munich], una joven mujer rusa, judía y divorciada [...]. Este Levien es un hombre joven, de unos 30 o 35 años, también ruso y judío. Pálido, sucio, con ojos vacíos, voz ronca, vulgar, repulsivo, con una cara a la vez inteligente y taimada.[/color]

Pero la misión principal de Pacelli tenía que ver poco con su evidente antipatía personal hacia los revolucionarios judíos. A pesar de su mayoría protestante, Alemania contaba con una de las mayores poblaciones del planeta. Además, la Iglesia había gozado tradicionalmente de una amplia autonomía garantizada por una serie de concordatos con los gobiernos regionales.

Una de las principales misiones de Pacelli en Alemania era «la imposición, a través del código de derecho canónico de 1917, de la suprema autoridad papal sobre los obispos católicos, clérigos y fieles».

Para lograr este fin, tuvo que renegociar los concordatos existentes con los Estados regionales alemanes y propiciar una alianza entre todas las fuerzas de la derecha alemana con la esperanza de poder negociar un concordato con la propia nación alemana que sirviera para solidificar definitivamente la autoridad del Vaticano.

[color=red]Cuestion de Tacticas[/color]

A pesar de los incendiarios comentarios de sus correligionarios sobre temas religiosos, el fervor fanático de Hitler no nublaba en absoluto su juicio. Sabía perfectamente que, le gustase o no, el éxito del Tercer Reich pasaba necesariamente por mantener unas buenas relaciones con el Vaticano.

En su obra Mein Kampf (Mi lucha) recuerda a sus lectores como el partido católico venció al mismísimo Bismarck cuando éste intentó hacer una política denominada Kulturkampf (Lucha cultural).

En aquella época, los colegios religiosos pasaron a ser controlados por el Estado, la Compañía de Jesús fue prohibida, comités laicos se hicieron cargo de las propiedades de la Iglesia y los obispos que se resistieron a estas medidas fueron multados, arrestados o tuvieron que exiliarse.

Sin embargo, el resultado fue el contrario del esperado. La oposición católica se unió ante la amenaza común, cristalizando esta alianza en la creación de un poderoso partido católico, el Zentrum.

Hitler tenía muy claro que el nacionalsocialismo no podía permitirse el lujo de incurrir en los mismos errores que la Kulturkampf, así que decidió incorporar el cristianismo al texto de sus discursos, presentando a los judíos no sólo como los enemigos de la raza aria, sino también de toda la cristiandad:

«No importa si el judío individual es decente o no. Posee ciertas características que le han sido dadas por la naturaleza y nunca podrá librarse de ellas. El judío es dañino para nosotros... Mis sentimientos como cristiano me inclinan a ser un luchador por mi Señor y Salvador. Me llevan a aquel hombre que, alguna vez solitario y con sólo unos pocos seguidores, reconoció a los judíos como lo que eran, y llamó a los hombres a pelear contra ellos... Como cristiano, le debo algo a mi propio pueblo».

«Soy ahora, como antes, un católico, y siempre lo seré», enfatizó a uno de sus generales. La Iglesia, por su parte, premió esta fidelidad no excomulgándole a pesar de sus múltiples excesos.

Por su parte, el recién nombrado secretario de Estado, el cardenal Pacelli, estaba igualmente interesado en mejorar las relaciones con la Alemania de Hitler.

En esta alianza, Pacelli veía dos ventajas muy importantes. Por un lado, Hitler era una garantía de que el comunismo no fructificaría en Alemania.

Por otro lado, contar con los favores del Führer podría conducir a la firma de un concordato tan ventajoso como el establecido con Mussolini en su día.

Extraños Compañeros

Pacelli contaba con la ventaja que le proporcionaba su período como nuncio en Alemania y estaba sumamente familiarizado con los entresijos políticos del país.

Tenía, además, múltiples contactos en el Zentrum; el más importante de ellos era su gran amigo Ludvig Kaas, un sacerdote que llegó a presidente de esta formación política. A través de Kaas, Pacelli presionó al partido para que negociara una alianza con Hitler.

Cuando Heinrich Brüning fue elegido canciller, Pacelli le sugirió que le ofreciera a Hitler un puesto en el gabinete. Al quedar patente que el canciller no estaba dispuesto a atender semejante sugerencia, tanto el Vaticano como el presidente de su propio partido le retiraron su apoyo, dejando al gobierno a merced de sus enemigos.

Brüning fue finalmente sustituido por Franz von Papen, que a instancias de Kaas convenció al presidente Hindenburg, que a la sazón miraba con recelo y desdén a los nazis, para que llamara a Hitler para formar gobierno. Adolf Hitler fue nombrado canciller alemán el 28 de enero de 1933.

Su partido, el nacionalsocialista, estaba en minoría, pero Hitler tardó sólo tres días en convocar nuevas elecciones.

En la campaña electoral para las elecciones del 5 de marzo de 1933, se hizo patente, por primera vez, la oposición entre el nacionalsocialismo y el mundo católico. El 16 de febrero de 1933, en un comunicado recibido en la secretaría de Estado del Vaticano, el nuncio monseñor Cesare Orsenigo decía: «La lucha electoral en Alemania ha entrado ya en su climax [...].

Por desgracia, también la religión católica es utilizada con frecuencia por unos y por otros con objetivos electorales. El Zentrum cuenta naturalmente con el apoyo de casi la totalidad del clero y de los católicos y, con tal de lograr la victoria, actúa sin preocuparse de las ponencias que podrían derivarse para el catolicismo penosas consecuencias que podrían derivarse para el catolicismo en caso de una victoria adversaria».

Fn las elecciones del 5 de marzo, los nazis lograron diecisiete millones de votos. Pero, con todo, la mayoría seguía rechazando a Hitler, ya que ese resultado sólo representaba un 44 por 100.

Hitler no tenía en el Reichstag los dos tercios necesarios para hacer su revolución y establecer la dictadura con el consentimiento del Parlamento. Decidió entonces recurrir a un procedimiento extraordinario recogido en la Constitución alemana y pedir al Reichstag la aprobación de una ley de plenos poderes. Esto le conferiría a su gabinete facultades legislativas durante los siguientes cuatro años.

Sin embargo, se necesitaban dos tercios de la Cámara para aprobar una ley como ésa. Para cumplir este trámite parlamentario, los nazis precisaban del apoyo del Zentrum, que se había mantenido fuerte con un 14 por 100 de los votos. Este apoyo lo condicionó el cardenal Pacelli a la firma de un concordato con el Vaticano.

Kaas utilizó este compromiso, que calificó como «el éxito más grande que se haya conseguido en cualquier país en los últimos diez años», y pudo reunir los apoyos parlamentarios que necesitaba Hitler, que de esta forma subió al poder gracias a las gestiones secretas de la Santa Sede. Con una mayoría absoluta por escaso margen, los nazis aprobaron la ley de plenos poderes, que supuso que las relaciones entre los nazis y el Vaticano subieran a un nuevo nivel.

A partir de ese momento, la Iglesia alemana se vio forzada a reconsiderar su actitud anterior hacia los nazis: «Sin revocar el juicio expresado en declaraciones previas respecto a ciertos errores éticos y religiosos, el episcopado tiene confianza en que las prohibiciones generales y avisos no necesiten ser tenidos en cuenta más. Para los cristianos católicos, para los que la voz de la Iglesia es sagrada, no es necesario en este momento hacer admoniciones especiales para que sean leales al gobierno legalmente establecido y cumplir concienzudamente para con los deberes de la ciudadanía, rechazando por principio todo comportamiento ilegal o subversivo».

De esta manera, el potencial de oposición al nazismo de veintitrés millones de católicos alemanes quedaba anulado. Como muestra del cambio de clima entre la Iglesia y el nazismo se permitió que los católicos se afiliaran al partido y se volvió a administrar los sacramentos a los nazis, incluso a aquellos uniformados.

Ley o Conciencia

Como sucedió anteriormente en Italia, el partido católico, en este caso el Zentrum, quedaba entregado e indefenso en manos del dictador. Hitler cumplió su parte del trato y el concordato se ter minó de redactar el 1 de julio de 1933. Convencidas ambas partes de las ventajas que ofrecía el acuerdo, su negociación sólo duró ocho días. También, como en el caso italiano, los términos del acuerdo eran sumamente favorables para la Iglesia.

Los católicos alemanes quedaban sujetos al código de derecho canónico, las obras sociales de la Iglesia recibirían apoyo popular y no se tolerarían críticas públicas a la doctrina católica. Aquí también hubo un sustancioso apartado económico que tomó forma con el establecimiento del Kirchensteuer, un impuesto aplicable a todos los católicos alemanes.

Este impuesto supuso un enorme caudal de recursos económicos para la Iglesia, ya que se deducía directamente de la nómina de los trabajadores y suponía un 9 por 100 del total del salario bruto. Millones de marcos fluyeron en este concepto hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial. Llama poderosamente la atención que este impuesto, negociado y establecido por Hitler, aún esté vigente en Alemania, y que constituya por sí solo entre el 8 y el 10 por 100 de lo que recauda la hacienda germana.

A cambio de tanta generosidad, Hitler sólo pidió un pequeño favor añadido: la disolución del Zentrum, petición que Pacelli le concedió: «Se empeñaron en hacer un concordato a toda costa, y la consecuencia fue la caída del partido católico Zentrum, lo que dejaba el campo libre a Hitler».

[color=red]Además, Hitler se reservó como garantía el artículo 16 del concordato, según el cual todos los obispos alemanes estaban obligados a realizar el siguiente juramento ante la Reichsstatthalter (la bandera del Tercer Reich):

«Juro ante Dios y sobre los Santos Evangelios y prometo, al convertirme en obispo, ser leal al Reich alemán y al Estado. Juro y prometo respetar al gobierno constitucional y hacerlo respetar por mis clérigos[/color]

Juramentos aparte, como ya había sucedido con Mussolini, el entendimiento político no tenía nada que ver con la simpatía personal.

Como explicaba su colaboradora cercana, sor Pasqualina, y que confirmaron otros testigos, Pacelli decía de Hitler lindezas como:

«Este hombre está completamente exaltado; todo lo que dice y escribe lleva la marca de su egocentrismo; es capaz de pisotear cadáveres y eliminar todo lo que le suponga un obstáculo.

No llego a comprender como hay tantas personas en Alemania que no lo entienden y no saben sacar conclusiones de lo que dice o escribe. ¿Quién de éstos al menos se ha leído su espeluznante Mein Kampf?».

Fuentes y Citas:

-Der Gerade Weg, núm. 37, 11 de septiembre de 1931.

-Encyclopedia Judaica, volumen III, McMillan, Nueva York, 1971. Cita de Acerca de los judíos y sus mentiras, Martín Lutero.

-Lacroix-Riz, Annie, Le Vatican, lEurope et le Reich, de la premiere guerre mondiale a la guerre froide.Armand Colin, Paris, tercera edición

-Hitler, Adolf, Mein Kampf, 1925.

-Hitler's Third Reich: A Documentary History, editada por L. Snyder, NelsonHall, Chicago, 1981

-Shirer, William L., The Rise ana fall of the Third Reich, Simón & Schuster, Nueva York, 1960.

-Toland, John, Adolf Hitler, Doubleday, Nueva York, 1976

-Lewy, Guenter, The Catholic Church and Nazi Germany, Da Capo Press, Nueva York,2000.

-Vivas, Ángel, «David Solar reconstruye El último día de Adolf Hitler», El Mundo, 27 de junio de 2002.

-García de Cortázar, Fernando y Lorenzo Espinosa, José María, Los pliegues de la tiara. Los Papas y la Iglesia del siglo XX, Alianza Editorial, Madrid, 1991.

-Alien, John L., All the Pope's Men: The Inside Story of How the Vatican Really Thinks, Doubleday, Nueva York, 2004.

-Castelli, Jim, «The Lost Encyclical», National Catholic Repórter,.

-Passelecq, Georges y Suchecky, Bernard, The Hidden Encyclical of Pius XI, Harvest. Nueva York, 1998.

-Manhattan, Avro, Murder in the Vatican: American, Russian and Papal Plots, Ozark Books, Springfield, 1985.

-Meyer, Jean, «Del antijudaísmo al genocidio

-Herfling, Ludwig, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1981.

-Peter Godman, Hitler and the Vatican: Inside the Secret Archives that Reveal the New Story of the Nazis and the Church, Simon & Schuster Trade.

-Ronald J. Rychlak, Hitler, the War and the Pope

Zhukov

10-10-2007

Los Papas,El Nazismo y El Fascismo.(Segunda Parte)

Horst  Wessel

Ajeno a estas opiniones, Hitler, a quien el papa piropeó diciendo que era el estandarte más indicado contra el comunismo y el nihilismo, estaba encantado con el trato y «expresó la opinión de que podía ser considerado como un gran logro.

El concordato daba a Alemania una oportunidad y creó un área de confianza que fue particularmente significativa en el desarrollo de un frente contra la judería internacional».

Con el concordato, Hitler recibió el mejor regalo que le podía hacer Roma para refrendar su golpe parlamentario.

[color=red]En el Consejo de Ministros celebrado el 11 de julio de 1933, Hitler exponía ante el gabinete las ventajas del acuerdo, que, según él, se centraban en tres aspectos principales:

• La Santa Sede se había visto finalmente obligada a negociar con un partido al que había considerado anticristiano y enemigo de la Iglesia.

• El juramento de los obispos sometía a éstos al Estado y al gobierno del Reich, un hecho que habría sido impensable apenas unos meses antes.

• La Iglesia renunciaba a la actividad política, dejando manos libres a los nazis para operar a su antojo.[/color]

El acto de la firma tuvo lugar el 20 de julio de 1933. Los firmantes fueron Von Papen, en representación del Estado alemán, y Pacelli, en la del Vaticano. Las declaraciones públicas fueron de gran satisfacción por ambas partes.

En una carta a los miembros del partido fechada el 22 de julio, Hitler se congratulaba diciendo:

«El tratado muestra al mundo entero, clara e inequívocamente, que la afirmación de que el nacionalsocialismo es hostil a la religión es falsa».

Por su parte, el nuncio Orsenigo celebró una misa solemne de acción de gracias en la catedral de Berlín, finalizándola con la entonación del Horst Wessel Lied, el himno del partido nazi:

Die Fahne hoch / Die Reihen fest geschiossen / S.A. marschiert / Mit ruhig festem Schritt.

La bandera en alto, / la compañía en formación cerrada, / las S.A. marchan / con paso decidido y silencioso.

Los camaradas / caídos en el frente rojo / marchan en espíritu / en nuestra formación.

La calle libre / por los batallones marrones, / la calle libre / por los soldados que desfilan.

Millones, llenos de esperanza / miran la esvástica; / el día rompe, / para el pan y la libertad.

Por última vez / es lanzada la llamada, / para la pelea / todos es tamos listos.

Pronto ondearán las banderas de Hitler / en cada calle / la escla vitud / durará tan sólo un poco más.

Poco imaginaba Horst Wessel que el himno que compuso para el partido nazi acabaría siendo entonado en una catedral católica.

Hijo de un pastor protestante, abandonó sus estudios de Derecho en 1926 para unirse a los camisas pardas de Hitler. Su notable inteligencia y la fuerza de su convicción política hicieron que Joseph Goebbeis se fijara en él, y en 1928 lo enviase a Viena con la misión de organizar las juventudes del partido en la capital austríaca, Wessel era un activista extremadamente violento.

A su regreso a Alemania organizó el ataque contra un local del Partido Comunista, que se saldó con varios heridos. Esto provocó que Heinz Neumann, editor del diario comunista Bandera Roja, llamase a los miembros del partido a «golpear a los fascistas dondequiera que se encuentren».

El 14 de enero de 1930, Wessel mantuvo una agria disputa con su casera, que, a la sazón, era viuda de un antiguo miembro del Partido Comunista.

Las versiones de la pelea son muy diversas. Parece ser que la casera afirmaba que Wessel se negaba a pagar la renta (o que se la pretendió subir y aquél se negó a pagar la diferencia). La situación pasó a mayores y la viuda afirmó que Wessel la amenazó con golpearla.

La discusión derivó hacia la novia de Wessel, que vivía con él, y que o bien era prostituta o bien lo había sido, y el activista nazi estaba ayudándola en su rehabilitación. En lugar de acercarse a la policía, la rentera fue a pedir ayuda a una taberna local frecuentada por comunistas. Estos vieron la oportunidad de vengarse de Wessel por el ataque anterior.

Dos hombres, Ali Höhler y Erwin Rückert, un miembro activo del partido, fueron al departamento de Wessel.

Al abrirles éste la puerta, Höhler le disparó en la cabeza. Horst Wessel falleció varias semanas más tarde a causa de las heridas. El altercado fue explotado de modo propagandístico tanto por los nazis como por los comunistas, que presentaron a Wessel como un proxeneta y un degenerado.

Mientras tanto, los nazis organizaron un funeral público para el nuevo mártir de la causa al que acudieron treinta mil personas. Durante su desarrollo se cantaron unos versos que el propio Wessel había escrito meses atrás, los mismos que unos años después se entonarían en la catedral de Berlín.

Mit brennender Sorge (Con profunda ansiedad)

Tras la firma del concordato, y con el dinero de los contribuyen tes alemanes fluyendo ya hacia las arcas de la Santa Sede, el Vaticano se mostró durante una larga temporada misteriosamente silencioso respecto a las actividades de los nazis. Ni siquiera la Noche de los Cuchillos Largos del 30 de junio de 1934 fue suficiente para romper este mutismo, a pesar de que en aquel sangriento ajuste de cuentas nazi no sólo cayeron miembros del propio partido, sino prominentes personajes de la derecha católica vinculados al Zentrum.

El 2 de agosto de 1934 falleció el presidente alemán, el mariscal Hindenburg. Tan sólo una hora después se anunció que se unificaban los puestos de presidente y canciller en la persona de Adolf Hitler. Se convocó un plebiscito para ratificar la medida y, gracias a la poderosa maquinaria de propaganda nazi en manos de Goebbeis, el día 19 de ese mismo mes el pueblo alemán votó afirmativamente por abrumadora mayoría, convirtiéndose Adolf Hitler en amo absoluto de Alemania.

A partir de ese momento comenzó un sistemático acoso a los católicos alemanes. De hecho, se puede decir que los únicos términos del concordato que respetó Hitler fueron los económicos. La situación alcanzó tal extremo que en enero de 1937 una delegación compuesta por tres cardenales y tres obispos alemanes llegó al Vaticano para implorar el amparo del papa ante los desmanes de Hitler.

Los delegados se encontraron con la desagradable sorpresa de un Pío XI gravemente enfermo que los recibió en su dormitorio ante la imposibilidad de levantarse de la cama. El papa no desconocía la situación que venían a expresarle los prelados alemanes. En los últimos años había tenido que firmar más de treinta notas de protesta dirigidas al gobierno alemán.

Tras aquella visita, Pío XI decidió que su paciencia ya se había agotado y, pese a su precario estado de salud, decidió publicar una encíclica —Mit brennender Sorge (Con profunda ansiedad) que fue leída en todos los pulpitos de Alemania el 14 de marzo de 1937.

La carta, en cuya elaboración intervinieron tanto Pacelli como el cardenal Faulhaber, tuvo que ser introducida a escondidas en Alemania.

En ella, entre otras cosas, se denunciaba que el culto a Dios estuviera siendo sustituido por un culto a la raza. La tesis principal del texto era contraponer el liderazgo papal cuando se trata de hacer frente a un régimen hostil que pretendía subordinar la Iglesia al Estado. La primacía del papa se desarrollaba mediante cuatro argumentos:

  1. La primacía es asignada al papa por las Sagradas Escrituras.

  2. La primacía del papa es la principal garantía contra la división y la ruina.

  3. Sólo la primacía del papa cualifica a la Iglesia para su misión de evangelización universal.

  4. La primacía del papa asegura que la Iglesia mantiene su carácter sobrenatural.

Una Encíclica Perdida

Sin embargo, los católicos alemanes necesitaban algo más tangible que la primacía del papa para vivir entre los nazis. Los defensores del Vaticano suelen presentar esta encíclica como la prueba de cargo de la condena de la Santa Sede a las actividades de Hitier.

Es posible que así sea, pero lo que no se puede discutir es que era una condena muy tibia, en la que en ningún momento se hablaba de manera explícita del antisemitismo, ni se mencionaba por su nombre a Hitler o al nacionalsocialismo.

No obstante, la encíclica llegó en un momento en que los nazis tenían la guardia baja y Hitler, enfurecido ante lo que consideró una traición, recrudeció la represión contra los católicos alemanes.

Pacelli, en su puesto de secretario de Estado, intentó en vano templar la situación.

Pío XI miraba cada vez con mayor desagrado a los dictadores de Alemania e Italia, y su aversión se acrecentó en la medida en que los fascistas italianos fueron adoptando cada vez más las doctrinas nazis, en especial en lo referente a asuntos raciales.

En el verano de 1938, muy irritado por la confiscación de diversas propiedades religiosas por los nazis y por su abierto acoso a los sacerdotes católicos, el Papa decidió preparar una nueva encíclica, Humani generis unitas (La unidad del género humano), en la que denunció de forma mucho más decidida las tácticas terroristas de los seguidores de Hitler.

Esta encíclica habría sido elaborada por un grupo de eruditos jesuítas en Roma dirigidos por John LaFarge y completada el 10 de febrero de 1939.

El 15 de junio de 1938, LaFarge, de paso por Roma, fue llamado de improviso por Pío XI.

El Papa le comunicó que tenía en mente preparar una encíclica contra el racismo nazi. LaFarge no lo sabía, pero Pío XI había leído con suma atención su Interracial Justice, un libro donde el joven jesuíta había explicado de manera didáctica e inapelable que la división del género humano en razas no tenía ni fundamento científico, ni base biológica alguna, no era más que un mito que servía para mantener los privilegios de las clases sociales más favorecidas.

La encíclica preparada por LaFarge era un documento en el que el Vaticano plantaba cara al nazismo... El único problema es que esa encíclica jamás vio la luz.

La historia de la encíclica perdida surgió por primera vez en 1972 y desde entonces ha sido motivo de polémica.

Al parecer, existe una copia que fue encontrada en 1997 entre los documentos personales del cardenal Eugéne Tisserant. Intimo colaborador de Pío XI, Tisserant ordenó que, tras su muerte, esta encíclica, junto con otros papeles igualmente comprometedores para la Iglesia, fueran custodiados en una caja de seguridad de un banco suizo.

La trascendencia de este documento es enorme.

De haberse publicado, es posible que incluso hubiera podido cambiar la historia del mundo tal como la conocemos actualmente. No sólo habría variado drásticamente la forma en que los católicos alemanes, y del resto del mundo, miraban el Tercer Reich, sino que posiblemente habría servido de advertencia a Hitler, haciéndole más cauto, sobre todo en la aplicación de su política racial, que, no lo olvidemos, tuvo como resultado la muerte de seis millones de personas, asesinadas en las más horribles circunstancias imaginables.

Ebrias llamadas a la unidad de raza

Al contrario de lo que sucedía con la encíclica anterior, este texto no era ambiguo en lo concerniente a la condena de la persecución de los judíos y, de haberse editado, los defensores de la política vaticana durante el período hitleriano tendrían un sólido elemento que mostrar a sus detractores.

Algunos de los párrafos de la encíclica son tan elocuentes como éstos:

«... Aquí proclaman rígidos ideólogos la unidad de la nación como valor supremo. Allí ensalza un dictador las almas a través de ebrias llamadas a la unidad de raza...» (p. 1).

«En esta hora, en la que tantas teorías contradictorias precipitan al hombre hacia una sociedad caótica, la Iglesia se ve en la obligación de hablar al mundo» (p. 2).

«La respuesta de la Iglesia al antisemitismo es clara e inequívo ca» (p. 148).

A pesar de todo, el texto seguía, en parte, impregnado de la tradicional inquina de la Iglesia católica hacia el judaismo.

La sección de la encíclica no publicada que trata del racismo es irreprochable, pero las reflexiones que contiene sobre el judaismo y el antisemitismo, pese a sus buenas intenciones, están impregnadas del antijudaísmo tradicional entre los católicos.

Los judíos, explica el texto, fueron responsables de su destino. Dios los había elegido como vía para la redención de Cristo, pero lo rechazaron y lo mataron. Y ahora, «cegados por sus sueños de ganancias terrenales y éxito material», se merecían la «ruina espiritual y terrenal» que había caído sobre sus espaldas.

En otro apartado, el texto concede crédito a los «peligros espirituales» que conlleva «la frecuentación de judíos, en tanto continúe su descreimiento y su animosidad hacia el cristianismo». Así pues, la Iglesia católica, según el texto, estaba obligada «a advertir y ayudar a los amenazados por los movimientos revolucionarios que esos desdichados y equivocados judíos han impulsado para destruir el orden social».

La fecha prevista para la publicación del documento era el 12 de febrero de 1939. El original esperaba en el despacho del Papa para que, en cuanto su delicada salud se lo permitiera, estampara su firma en él, momento en el cual todo estaba ya preparado en la imprenta vaticana para la producción de miles de copias que serían distribuidas por todo el mundo.

Sin embargo, en el Vaticano había un amplio sector que miraba con aprensión la publicación de esta encíclica, en especial debido a los imprevisibles efectos que podría tener en las relaciones entre la Santa Sede y el gobierno alemán, que a través del Kirchensteuer había pasado a convertirse en uno de los principales financiadores del Vaticano.

Fuentes y Citas:

-Der Gerade Weg, núm. 37, 11 de septiembre de 1931.

-Encyclopedia Judaica, volumen III, McMillan, Nueva York, 1971. Cita de Acerca de los judíos y sus mentiras, Martín Lutero.

-Lacroix-Riz, Annie, Le Vatican, lEurope et le Reich, de la premiere guerre mondiale a la guerre froide.Armand Colin, Paris, tercera edición

-Hitler, Adolf, Mein Kampf, 1925.

-Hitler's Third Reich: A Documentary History, editada por L. Snyder, NelsonHall, Chicago, 1981

-Shirer, William L., The Rise ana fall of the Third Reich, Simón & Schuster, Nueva York, 1960.

-Toland, John, Adolf Hitler, Doubleday, Nueva York, 1976

-Lewy, Guenter, The Catholic Church and Nazi Germany, Da Capo Press, Nueva York,2000.

-Vivas, Ángel, «David Solar reconstruye El último día de Adolf Hitler», El Mundo, 27 de junio de 2002.

-García de Cortázar, Fernando y Lorenzo Espinosa, José María, Los pliegues de la tiara. Los Papas y la Iglesia del siglo XX, Alianza Editorial, Madrid, 1991.

-Alien, John L., All the Pope's Men: The Inside Story of How the Vatican Really Thinks, Doubleday, Nueva York, 2004.

-Castelli, Jim, «The Lost Encyclical», National Catholic Repórter,.

-Passelecq, Georges y Suchecky, Bernard, The Hidden Encyclical of Pius XI, Harvest. Nueva York, 1998.

-Manhattan, Avro, Murder in the Vatican: American, Russian and Papal Plots, Ozark Books, Springfield, 1985.

-Meyer, Jean, «Del antijudaísmo al genocidio

-Herfling, Ludwig, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1981.

-Peter Godman, Hitler and the Vatican: Inside the Secret Archives that Reveal the New Story of the Nazis and the Church, Simon & Schuster Trade.

-Ronald J. Rychlak, Hitler, the War and the Pope

Zhukov

10-10-2007

Los Papas,El Nazismo y El Fascismo.(Ultima Parte)

**[color=red]Francesco Petacci, Médico del Papa[/color][b][u]**[/b][/u]

[color=red]Desgraciadamente, el Papa no vivió lo suficiente para avisar al mundo de los peligros del fascismo, como era su deseo, y, tal vez, evitar la guerra que se vislumbraba en el horizonte.

Murió el 10 de febrero, tan sólo dos días antes de la fecha prevista para la publicación de la encíclica. No tuvo tiempo para pronunciar su violento discurso contra el fascismo y el antisemitismo; su encíclica tuvo que esperar cincuenta y seis años para ver la luz.

La muerte de Pío XI estuvo rodeada de una serie de circunstancias, como poco, peculiares.

Al parecer, Mussolini realizó intensas gestiones para que el doctor Francesco Petacci, padre de Clara Petacci, la amante del Duce, fuera nombrado médico del papa. Algunas fuentes apuntan a que la insistencia en este nombramiento vino a raíz de una filtración a través de la cual Mussolini se enteró de la existencia del proyecto de la encíclica.

Sea como fuere, lo cierto es que existen opiniones de que el doctor Petacci actuó de forma sumamente irresponsable, desoyendo los consejos de otros médicos que acudían a visitar al pontífice y negándose a aplicar los tratamientos por ellos recomendados.

De hecho, pareció sentirse bastante molesto con la plantilla médica que estaba al cuidado del papa: un total de cuatro médicos y dos enfermeras, lo que se tradujo en una visible mejoría que, sin embargo, remitió los días 8 y 9 de febrero. A las 5.30 de la madrugada del día 10, el papa fue declarado oficialmente muerto. Al parecer, nadie estaba junto a él en el momento de expirar y la última persona que le vio con vida fue, precisamente, el doctor Petacci.

Nada más producirse la muerte del papa, el doctor Petacci y el cardenal Pacelli tomaron una determinación insólita: ordenaron el inmediato embalsamamiento del cadáver, una práctica que había sido abolida —como ya se vio— incluso en aquellos casos en los que las circunstancias lo hubieran aconsejado, por ejemplo, la elevada temperatura ambiente.

También hubo un inexplicable retraso al hacer público el fallecimiento del Santo Padre. Una hora después de la muerte aún se rezaba en la Santa Sede por su recuperación.

Entre los papeles del cardenal Tisserant, se encuentran sus diarios, en los que se relatan con todo lujo de detalles los acontecimientos de aquella madrugada, así como la creencia de que el papa había sido asesinado por medio de una inyección letal.

Mussolini al enterarse de la muerte del Papa afirmó "Por fin se ha muerto ese viejo testarudo"[/color]

Pío XII

El 2 de marzo de 1939, tras un cónclave sorprendentemente rápido de apenas dos días de duración, el cardenal Pacelli fue elegido papa, tomando el nombre de Pío XII. La elección de Pacelli había coincidido con su 73 cumpleaños. La coronación de Pío XII tuvo lugar el 12 de marzo de 1939. Previamente a su coronación había redactado ante notario una carta de renuncia, para el caso de que fuera hecho prisionero por los nazis. De la encíclica que aguardaba la firma de su antecesor nunca más se supo.

Su nombre de nacimiento era Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli Graziosi. Era el tercero de los cuatro hijos de Filippo Pacelli, príncipe de Acquapendente y de Sant'Angelo in Vado, y de su esposa la nobildonna Virginia Graziosi.

Su abuelo paterno, Marcantonio Pacelli, fue secretario segundo en el Ministerio de Finanzas de los Estados de la Iglesia y luego secretario del Interior bajo el papado de Pío IX (a quien acompañó al exilio de Gaeta) desde 1851 hasta 1870; fundó el periódico del Vaticano, L'Osservatore Romano en 1861;

Su primo, Ernesto Pacelli, fue uno de los más importantes consultores financieros del papa León XIII.

Su padre, Filippo Pacelli, fue el decano de la Sacra Rota Romana; y su hermano, Francesco Pacelli, fue un renombrado abogado especializado en derecho canónico, conocido por las negociaciones en los Pactos de Letrán en 1929, logrando un fin a la Cuestión Romana y a quien Pío XI luego nombraría marqués.

El nuevo Papa mandó a realizar unas escavaciones en los sotanos del vaticano para confirmar la certeza de una leyenda que afirmaba que el Vaticano se había construido sobre la autentica tumba del Apóstol Pedro.

Tal parece que dicha leyende resultó ser cierta porque se hallaron varias tumbas antiguas y una de ellas afirmaba que ahí se halalba enterrado el apostol.

El Papa entonces suspende las escavaciones afirmando que en verdad eran los auntenticos restos del Apostol. En 1964 Pablo VI confirmaría que en verdad se trataba de los restos de Pedro.

En 2006 con Benedicto XVI se ha confirmado la versión.

[color=red]Una de sus primeras decisiones como papa fue, en abril de 1939, la de borrar del "Indice" las obras de Charles Maurras, fundador de la Action Française, grupo antisemita y anticomunista, a cuyos miembros les fue levantada la prohibición de recibir los sacramentos que pesaba sobre ellos desde el pontificado de Pío XI.[/color]

También este año publicó su primera encíclica, la Summi Pontificatus, por la que condenaba cualquier forma de totalitarismo.

Sin embargo, en la recién estallada II Guerra Mundial mantuvo, al menos desde un punto de vista formal, un exquisito neutralismo entre los beligerantes, tal como había hecho Benedicto XV en la contienda anterior.

Su mayor propósito era conservar la presencia católica en cada estado al margen de su alineamiento en la guerra, y por ello al fin de ésta se sintió fuertemente agraviado por el ateísmo militante en los países que quedaron en la órbita de la Unión Soviética.

Aunque había quedado patenta su labor caritativa y paliativa de las consecuencias del conflicto, su actitud demasiado tibia y contemporizadora de antes de que estallara y partidista de después de su conclusión, ha sido y es objeto de gran polémica, aunque cabe señalar que apoyó a miles de judíos, directa e indirectamente, como es el caso de quienes salvaron sus vidas por actas de bautismo falsas que él ordenó se les fueran dadas.

Las actividades anti-comunistas del papa Pío XII se volvieron más fuertes después de la guerra.

[color=red]En 1948, Pío declaró que cualquier italiano católico que apoyara a los cadidatos comunistas en las elecciones parlamentarias de ese año seria excomulgado e instó a Azione Cattolica para que apoyara al Partido Demócrata Cristiano Italiano. [/color]

En 1949, autorizó a la Congregación para la Doctrina de la Fe a excomulgar a cualquier católico que militara o apoyara al Partido Comunista.

Terminada la guerra, Pío también fue el vocero para instar a la clemencia y al perdón de todas las personas que participaron en la guerra, incluyendo a los criminales de guerra.

Así también presionó, mediante el nuncio de Estados Unidos, para conmutar las sentencias de los alemanes convictos por las autoridades de ocupación. El Vaticano solicito el perdón para todos aquellos que estaban condenados a muerte, una vez que se permitió la ejecución de criminales de guerra en 1948.

Fuentes y Citas:

-Der Gerade Weg, núm. 37, 11 de septiembre de 1931.

-Encyclopedia Judaica, volumen III, McMillan, Nueva York, 1971. Cita de Acerca de los judíos y sus mentiras, Martín Lutero.

-Lacroix-Riz, Annie, Le Vatican, lEurope et le Reich, de la premiere guerre mondiale a la guerre froide.Armand Colin, Paris, tercera edición

-Hitler, Adolf, Mein Kampf, 1925.

-Hitler's Third Reich: A Documentary History, editada por L. Snyder, NelsonHall, Chicago, 1981

-Shirer, William L., The Rise ana fall of the Third Reich, Simón & Schuster, Nueva York, 1960.

-Toland, John, Adolf Hitler, Doubleday, Nueva York, 1976

-Lewy, Guenter, The Catholic Church and Nazi Germany, Da Capo Press, Nueva York,2000.

-Vivas, Ángel, «David Solar reconstruye El último día de Adolf Hitler», El Mundo, 27 de junio de 2002.

-García de Cortázar, Fernando y Lorenzo Espinosa, José María, Los pliegues de la tiara. Los Papas y la Iglesia del siglo XX, Alianza Editorial, Madrid, 1991.

-Alien, John L., All the Pope's Men: The Inside Story of How the Vatican Really Thinks, Doubleday, Nueva York, 2004.

-Castelli, Jim, «The Lost Encyclical», National Catholic Repórter,.

-Passelecq, Georges y Suchecky, Bernard, The Hidden Encyclical of Pius XI, Harvest. Nueva York, 1998.

-Manhattan, Avro, Murder in the Vatican: American, Russian and Papal Plots, Ozark Books, Springfield, 1985.

-Meyer, Jean, «Del antijudaísmo al genocidio

-Herfling, Ludwig, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1981.

-Peter Godman, Hitler and the Vatican: Inside the Secret Archives that Reveal the New Story of the Nazis and the Church, Simon & Schuster Trade.

-Ronald J. Rychlak, Hitler, the War and the Pope

Deleted member

16-10-2007

Muy interesante el artículo.

Un saludo.

Zhukov

16-10-2007

Muchas Gracias Compañero.

Stauffenberg

16-10-2007

Muy bueno Zhukov  <<20

josmar

18-10-2007

Un gran trabajo de recopilación, Zhukov. <<34

Zhukov

27-10-2007

Las Hermanas de la Caridad

Las Hermanas de la Caridad, más conocidas como Hermanas de María Niña, tienen una casa en la Via di Sant'Uffizio, justo al lado izquierdo de la columnata de la plaza de San Pedro.

El edificio tiene un origen noble y antiguo, y lleva esculpido en muchos lugares el escudo del papa Urbano VIII de los Barberini, que lo hizo construir como villa propia hacia el 1600.

Utilizado como edificio escolar, dispone de una hermosa terraza que domina la plaza de San Pedro. También para ellas fueron años terribles, pero no dejaron de desempeñar la caridad que es parte de su carisma.

Sor Eugenia Lorenzi, que ha recogido los testimonios de las hermanas de su comunidad, refiere que, a pesar de las garantías de los aliados, los años de la segunda guerra mundial se caracterizaron también en Roma por momentos terribles en los que el miedo, la angustia, el hambre, los peligros y las tensiones marcaban la vida de la escuela.

La situación empeoró en 1943, porque tanto las alumnas como las maestras intentaron aliviar el inmenso dolor de los refugiados y prófugos que se presentaban en la puerta del convento.

Resumiendo del diario de guerra de sor Eugenia: «En el primer trienio 1940-1943, ningún peligro parecía amenazar la ciudad... Todos estaban convencidos de que los horrores de la guerra no llegarían a la sede del Vicario de Cristo, cuna de la civilización europea.

Pero el 19 de julio de 1943, fiesta de San Vicente de Paula, la situación cambió: un terrible bombardeo se abatió sobre Roma, quedando dañados el barrio de San Lorenzo y el aeropuerto, provocando víctimas, muertos y heridos, y dejando a unas cuarenta y cinco mil personas sin techo... Multitudes de afectados llaman a nuestra puerta, entre ellos veintidós monjas españolas, pidiendo ayuda.

Pronto las aulas se convierten en dormitorios, el salón en comedor, la cocina en el centro de gravedad de la casa... Después del bombardeo se han establecido 120 personas en la escuela; entre ellas, judíos perseguidos, personas de alto rango, recomendadas por la Santa Sede, por la misma Secretaría de Estado que, en nombre del papa Pío XII, pedía que acogiésemos a familias o políticos perseguidos...

«Cuando el espacio se llenó, se pensó en abrir una casa en la Via della Camilluccia, donde encontraron asilo más de treinta personas... Dar refugio a judíos significaba exponerse a durísimas penas impuestas por las leyes alemanas y al peligro de una pesquisa por parte de la policía alemana o fascista, cosa que tuvo lugar el 22 de octubre: ocho soldados alemanes con un oficial y un fascista se presentaron en nuestra puerta pero, gracias a la protección de san José, una vez que vieron el documento que declaraba al Colegio de María Niña propiedad extraterritorial de la Santa Sede, debidamente regularizado por el Vaticano y por el alto mando alemán, se retiraron sin oposición. ¡Los refugiados están salvados! Pero con qué miedo...

»El inicio del año escolar 1943-1944 -continúa sor Eugenia- encuentra las aulas ocupadas y los refugiados no piensan buscar otro alojamiento... Por otro lado, no es posible dejar de abrir la escuela... se incumplirían los derechos de equiparación, declarados hace poco. Se ponen en marcha los medios más ingeniosos para llevar adelante las dos tareas: las clases se imparten en horario doble; el gimnasio se transforma en tres aulas cuyo muro de división lo constituyen bañeras alineadas... con qué molestia y... humorismo, se intuye.

La situación de Roma se hace más grave en 1944: opresión alemana, falta de recursos, el espectro del hambre, los registros y vigilancias hacen que se piense en pedir a los refugiados que busquen un lugar más seguro... pero de la Secretaría de Estado llega una invitación a abandonar tal decisión, enviando un destacamento de guardias palatinos que se turnan día y noche para defender la casa. Un letrero bilingüe, firmado por el coronel alemán Stahel y por las autoridades vaticanas, indica la extraterritorialidad, lo que implica la exención jurídica de registros y embargos.

Un tercer bombardeo, el 1 de marzo de 1944, deja caer seis bombas cerca de la casa, intentando golpear al Vaticano. También en esta ocasión nos protege San José.

Ninguna víctima... sólo el ruido de cristales hechos pedazos y tejas que vuelan por los techos...

Finalmente, el 2-4 de junio, a través de la Via di Sant'Uffizio,un ininterrumpido ejército de soldados, de cañones, de tanques abandona el Vaticano. El ejército alemán se retira de Roma sin disparar un tiro, mientras entran las tropas aliadas, que son acogidas con un entusiasmo arrebatador.

La misma tarde del 4 de junio, desde la terraza, monjas, refugiados y alumnas asisten a un espectáculo inolvidable: un río de gente se dirige a la plaza de San Pedro, aclamando al papa -Pío XII-, que aparece en la ventana bendiciendo y agradeciéndole todo a la Virgen del Divino Amor, la Virgen de los romanos.

Después de algunos meses, los queridos huéspedes dejan la casa, tras haber rezado y agradecido a María Niña el haberles protegido y bendecido. Sin embargo, para la comunidad comienza otra época de actividad caritativa, confiada por la Santa Sede: todas las semanas se envían prendas de vestir desde el Vaticano para preparar y enviar a los afectados de las distintas parroquias.

Las monjas le echan una mano a la Oficina de Información del Vaticano, preparando miles de mensajes para los prisioneros y pasando a máquina las peticiones de las diócesis de subvenciones para edificios religiosos dañados por los bombardeos.

Algunos judíos que han sido huéspedes de nuestra casa y mantenido contacto con la religión católica, sobre todo por la caridad manifestada por ella también a través del papa, dejan ofrendas para la nueva capilla y para el santuario dedicado a María Niña, en Milán, completamente destruido por el bombardeo del 15 de agosto de 1943.

Entre ellos está el senador Isaia Levi y su esposa, de religión judía, como confirma una carta del cardenal Gustavo Testa, que se acercan a los sacramentos y desean participar económicamente en la reedificación de la capilla.»

Fuente:Sor Eugenia Lorenzi

Zhukov

10-11-2007

La porta del cielo

Mediante la filmación de "La puerta del cielo" Vittorio De Sica salvó a 300 judíos del nazismo

La puerta del cielo, que el gran Vittorio De Sica comenzó a rodar hace 64 años, en el verano europeo de 1943.

Era una extraña producción cinematográfica que contaba con el patrocinio del Vaticano y en la que trabajaba un número extraordinario de actores, técnicos y extras, la mayoría de los cuales eran alrededor de 300 judíos italianos y un grupo de perseguidos políticos antifascistas, que fueron así salvados de las garras del ocupante nazi.

De Sica contó luego que el acuerdo secreto con el Vaticano establecía que la filmación debía prolongarse todo lo posible hasta que llegaran los aliados a liberar a Roma, lo que ocurrió el 5 de junio de 1944.

Un joven monseñor, alto prelado de la Santa Sede, fue nombrado por el papa Pío XII —sobre quien pesan algunas acusaciones de haber apoyado al régimen nazi— como delegado para la producción, con la reservada misión de salvar a tanta gente de la Gestapo.

Su nombre era Giovanni Montini, quien en 1963 se convirtió en el papa Paulo VI.

Alguna vieja fotografía de la época lo muestra cuando fue a supervisar la marcha del rodaje por cuenta del Centro Católico Cinematográfico, que financió la película.

El diario Corriere della Sera publicó una página con los recuerdos de La puerta del cielo .

Pero lo importante y conmovedor es la movilización humana y los riesgos que corrieron los protagonistas de un caso único en la historia del cine mundial por salvar de la persecución nazi a centenares de perseguidos.

Vittorio De Sica contó varias veces, años más tarde, que también él y otros cineastas querían prolongar al máximo la filmación para salvarse ellos mismos de tener que irse de la Roma ocupada a Venecia, la ciudad donde el régimen fascista de la República de Saló, en el norte de Italia, había decidido establecer el centro de la actividad cinematográfica.

La puerta del cielo narraba el viaje de un grupo de peregrinos al santuario de Loreto para pedir la intercesión de la Virgen.

El rodaje fue establecido en la basílica de San Paolo Extramuros, una de las cuatro basílicas pontificias de Roma, que gozaba de extraterritorialidad y enormes espacios.

Allí acamparon, hasta que llegaron los liberadores estadounidenses, centenares de perseguidos antifascistas y judíos romanos cuyo destino hubiera sido el campo de exterminio.

Todos fueron inscriptos con falsos nombres y vivían en la misma basílica y en sus parques y jardines, para evitar caer en manos de la Gestapo.

 

Un momento dramático se vivió en febrero de 1944 cuando el célebre torturador y represor fascista Pietro Koch, fusilado después de la liberación de Italia, entró con su banda en la iglesia y se llevó a 60 sospechosos, de los cuales algunos no volvieron más.

Otro momento difícil se vivió unos días después, el 3 de marzo, cuando un bombardeo aliado causó grandes destrozos pero sin tocar la basílica de San Paolo, llena de gente como estaba.

La puerta del cielo fue también el filme en el que se encontraron por primera vez Vittorio De Sica y el más grande guionista que tuvo el cine italiano: Cesare Zavattini

.

Cuando los norteamericanos liberaron Roma, el día antes del famoso Día D del desembarco aliado en Normandía, Francia, que dio comienzo a la fase final de la Segunda Guerra Mundial, De Sica terminó la filmación de La puerta del cielo.

La película fue estrenada en 1945, aunque con poco éxito.

Pero fue un gran acontecimiento de solidaridad humana, lo que lo convierte en un filme inolvidable.

La porta del cielo

Un film di Vittorio De Sica. Con Roldano Lupi, Carlo Ninchi, Massimo Girotti, Marina Berti, Maria Mercader, Giovanni Grasso, Annibale Betrone, Elli Parvo, Giulio Calì, Cristiano Cristiani, Teresa Mariani, Pina Piovani. Genere Drammatico, b/n 88 (76) minuti. - Produzione Italia 1945.

Por Julio Algañaraz

centinela talako

10-11-2007

No te mueras nunca, Zhukov.

Zhukov

10-11-2007

En eso estoy Dimitry. <<34 <<34 <<34

Fug

12-11-2007

<<37 Zhukov.

Aparte, la Iglesia Catolica, siempre tubo y tiene, la mala mania de meterse en politica.

MIGUEL WITTMAN

12-11-2007

¿Qué religión no se mete en política?

josmar

12-11-2007

Otro buen relato de Zhukov.........Enhorabuena...... <<34 <<34

Zhukov

13-11-2007

Muchas Gracias Compañeros,me alegra que disfruten los articulos. <<34 <<34 <<34 <<34

Steiner es verdad,sobre todo porque significa Poder.

A veces la Religion se mete en Politica.

A veces la Politica se mete en Religion.

A veces son la misma cosa. <<23

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