Carta de Thomas Mann a la Universidad de Bonn

Matias

16-01-2015

Thomas Mann, escritor alemán Premio Nobel de literatura en 1929, escribe las siguientes lineas en una carta dirigida al Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Bonn en enero de 1937.

Al señor decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Bonn.

Muy distinguido señor decano:

He recibido la triste noticia que me comunica en su escrito del 19 de diciembre. Permítame contestarle lo siguiente:

La grave parte de culpa que las universidades alemanas tienen en todas las desgracias que actualmente nos aquejan, al convertirse, por un terrible malentendido de la hora histórica, en la base nutricia de los viles poderes que están destruyendo a Alemania moral, cultural y económicamente, hace ya tiempo que me echó a perder la alegría de ostentar una dignidad académica que esa facultad me otorgara años atrás y me ha impedido hacer uso alguno de ella…

Con respecto a mi “privación de la nacionalidad” legal he observado silencio, a pesar de las muchas preguntas que me han sido hechas; en cambio, deseo hacer uso de la expulsión académica como ocasión oportuna para una breve confesión personal; le ruego, señor decano – cuyo nombre ni siquiera conozco – se considere únicamente el destinatario casual de estas manifestaciones que no están, en realidad, dirigidas a usted.

En estos cuatro años de exilio, al que llamar voluntario sería un eufemismo, pues de seguir en Alemania o haber regresado a ella probablemente habría perdido la vida, no he dejado de reflexionar sobre la extraña fatalidad de mi situación. Jamás hubiera supuesto que a mi vejez habría de verme emigrado, despojado de la nacionalidad y expatriado, constreñido a una protesta política absolutamente necesaria. Desde mis primeros pasos en el campo intelectual, me he sentido felizmente de acuerdo con los impulsos espirituales de mi nación, amparado en la seguridad de sus tradiciones intelectuales. Más que para mártir, he nacido para ser escritor; mucho más para traer al mundo un poco de alegría que para alimentar el odio y la guerra. Hubieron de surgir muchísimos errores para que mi vida se configurara de una forma tan falsa, tan antinatural. Traté de oponer mis pobres fuerzas a estos terribles errores en un intento de atajar su camino. Y precisamente con esta oposición me busqué el destino que ahora he de aprender a hermanar con mi naturaleza, tan extraña a aquél. Cierto que no es sólo en estos cuatro últimos años cuando he despertado la ira de estos dominadores con mi permanencia fuera de la patria, indomable expresión de mi repugnancia y horror hacia ellos. Lo venía haciendo y estaba obligado a hacerlo desde mucho tiempo atrás, porque, mucho antes que esta clase media alemana, hoy desesperada, preví lo que ocurriría. Cuando Alemania cayó después realmente en estas manos, adopté la decisión de guardar silencio; opiné que los sacrificios realizados me concedían derecho a merecer un silencio que me haría posible mantener algo que deseo de todo corazón: el contacto con mi público alemán…

Éstos fueron mis propósitos, unos propósitos irrealizables. No hubiera podido vivir ni trabajar, me hubiera ahogado si de vez en cuando no <>, como decían los viejos pueblos; si de tiempo en tiempo no hubiera expresado con toda claridad mi tremendo horror frente a lo que estaba ocurriendo en la patria, expresado en palabras miserables y en hechos más miserables todavía. Merecidamente o no, mi nombre iba unido para el mundo al concepto de la germanidad; que precisamente fuera yo quien me opusiera claramente a esta terrible adulteración que ahora sufre la germanidad fue una exigencia que resonó intranquilizadora en todas las esferas artísticas libres a las que de tan buen grado me hubiera abandonado; una exigencia difícil de negar, a uno, a quien siempre le había sido dado el don de la expresión, el de romper sus cadenas por medio de la palabra; a uno para quien la palabra había sido siempre puro y limpio reflejo de lo realmente acontecido…

Un escritor alemán acostumbrado a la responsabilidad inherente a su modo de expresión; un alemán cuyo patriotismo – quizás ingenuamente – se expresa en la creencia de la gran importancia moral de cuanto acontece en Alemania, ¿iba a callar, iba a silenciar por completo todas las maldades, inexpiables, que fueron y son cometidos diariamente en mi patria contra cuerpos, almas e inteligencias, contra el derecho y la verdad, tanto contra el individuo como contra la comunidad?, ¿Iba a silenciar el terrible peligro que supone para el continente este régimen pernicioso para el ser humano, un régimen que vive en un desconocimiento indecible de la hora del mundo actual? Y así aparecieron, en contra de los propósitos, las expresiones, los gestos que habían necesariamente de tomar una posición determinada; y éstos y aquéllas me han conducido a esta absurda y lamentable excomunión nacional. Sólo el pensar en quiénes son los hombres que gozan por azar, del deplorable poder de privarme exteriormente de mi germanidad, basta para poner de relieve la absoluta ridiculez de esta acción. ¡Dicen que he renegado del Reich, de Alemania, oponiéndome abiertamente a ellos! ¡Tienen la increíble osadía de creer que Alemania son ellos! Cuando quizá no esté lejos el momento en que la nación alemana ponga todo su empeño en no ser confundida con estos hombres.

¿Adónde han conducido a Alemania en el transcurso de cuatro años no completos? La han arruinado, esquilmado física y espiritualmente con un rearme que es una amenaza para el mundo entero, que supone un obstáculo para la marcha del mundo y que impide el cumplimiento de la más privativa, importante y apremiante tarea del mundo: la paz. Por nadie querida, contemplada por todos con temor y fría aversión, Alemania se encuentra al borde la catástrofe económica; y sus...extienden hacia ella las manos para sacar nuevamente del abismo a un miembro tan importante de la futura comunidad de naciones; para ayudarla cuando vuelva de nuevo al sendero de la sensatez y se incorpore a las necesidades reales de la hora actual, en lugar de soñar con necesidades históricas sagradas, que son falsas. Han de ser los amenazados y los reprimidos quienes finalmente ayuden a Alemania para que, con ella, no arrastren al continente a la guerra, una guerra a la que siempre tienen dirigida la vista. Los Estados maduros y formados tratan a este gran país, que peligra y hace peligrar a todo; mejor dicho, tratan a su imposible jefe de estado como un médico a sus enfermos: con gran comprensión y cuidado, con una paciencia inagotable, no por eso precisamente más llena de atenciones; pero aquéllos creen que deben hacer la contra a los demás, una política de fuerza y hegemonía.  ¡Pero ay del pueblo que por no saber cuál es su verdadero camino coge al final el odiado por Dios y por los hombres, el espantoso camino de la guerra! Este pueblo corre a su perdición; será golpeado de una forma que jamás vuelva a levantar la cabeza…

En realidad he olvidado, señor decano, que todavía estoy hablando con usted. Ciertamente, me consuela pensar que habrá abandonado ya hace tiempo la lectura de esta carta, aterrorizado ante un idioma al que Alemania no está acostumbrada desde hace años; lleno de espanto por el hecho de que haya quien se atreva a usar la palabra alemana con la antigua libertad de que gozaba. ¡Ah! Pero no es una presunción atrevida la que me impulsa a expresarme así, sino una preocupación y un tormento de los que sus conquistadores del poder no me pudieron desarraigar cuando me despojaron de la nacionalidad; una miseria anímica e intelectual de la que no me he visto libre un solo momento desde hace cuatro años y contra la que he tenido que luchar continuamente, día tras día, en la realización de mi labor intelectual. La pena es muy grande. Y como hombre que por respeto religioso apenas se atreve a traer a sus labios y menos a la punta de la pluma el Supremo Nombre para relacionarlo con cosas comunes, pero al que, sin embargo, en los momentos de profunda conmoción no se le puede privar de este medio de expresión, permítame terminar esta réplica con una oración:

¡Dios asista a nuestro ofuscado y mal guiado pueblo y le ilumine para que haga la paz con el mundo y consigo mismo!

Küsnacht am Zürichsee, año nuevo 1936-1937.

Thomas Mann”

Fuente: "El Tercer Reich. Su historia en textos, fotografías y documentos"

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