Operaciones especiales en Noruega I - Contra la bomba atomica Nazi

Bruno

19-02-2006

Inauguro de esta forma, esta nueva sección del foro.

Aqui relato las operaciones contra la fabricacion de oxido de deuterio (agua pesada), denominadas  "Hombres de Refresco"  y "Gunnerside".

En otra sección haré mayores referencias a otras operaciones relacionadas con éstas, tales como la operación Ortega y otros pormenores de la complicada trama que desembocaron en las operaciones que aqui se relatan:  "Hombres de refresco" y "Gunnerside".

Espero les guste.

Bruno

19-02-2006

Comandos contra la Bomba Atómica Alemana – Operación Gunnerside

De principio a fin fue uno de los ataques más osados de la historia. El objetivo fuertemente custodiado se alzaba como una fortaleza medieval en un saliente de la montaña y parecía inexpugnable. No obstante un grupo de saboteadores penetró en el corazón mismo de las instalaciones y logró destruirlas sin disparar un solo tiro. A continuación los atacantes burlaron la gran cacería humana que se emprendió para atraparlos. El mismo comandante supremo de las fuerzas alemanas en Noruega calificó el episodio como "el golpe más hábil que jamás he visto".

**Condensado del libro Asalto en Noruega

Thomas Gallagher.**


En la noche del 17 de junio de 1942 Winston Churchill tomaba un hidroavión Boeing y salía de Inglaterra en lo que, retrospectivamente considerado, pudo haber sido la misión más importante de la segunda guerra mundial. Se dirigía a Hyde Park (Nueva York), donde se reuniría con el presidente Franklin Roosevelt para llegar a un acuerdo definitivo sobre las operaciones aliadas en 1942 y 1943.

"Había otro asunto que me preocupaba mucho", escribiría Churchill en The Hinge of Fate. "Era la cuestión de los tubos de aleación, como llamábamos en lenguaje cifrado lo que más tarde fue la bomba atómica".

La urgencia del asunto era resultado de que, en diciembre de 1938, por un experimento del físico Otto Hahn, se había llegado en Alemania al descubrimiento de la fisión nuclear. En pocos meses los físicos de todo el mundo informaban a sus respectivos gobiernos que el descubrimiento de Hahn podría llevar a una producción sin precedente de energía y a los superexplosivos.

Los físicos ingleses y norteamericanos ignoraban si Alemania estaría próxima a producir una bomba atómica, pero de lo poco que sabían, inferían una ventaja alemana. Aunque Churchill decía estar "muy satisfecho con los explosivos existentes", opinaba que "no debía estorbar su perfeccionamiento". Sobre tal punto él y Roosevelt estaban enteramente de acuerdo.

"Ambos sentíamos intensamente e1 peligro de la inacción", escribió Churchill más tarde. "Sabíamos de los esfuerzos que hacían los alemanes para procurarse agua pesada: expresión siniestra, aciaga, antinatural, que comenzaba a aparecer en nuestros documentos secretos. ¿Y si el enemigo lograra elaborar una bomba atómica antes que nosotros? Por escépticos que nos sintiéramos ante las declaraciones de los científicos, no podíamos exponemos al peligro mortal de ser aventajados en tan terrible campo".

El "agua pesada" era una sustancia empleada por los físicos en las investigaciones atómicas. Su importancia para Gran Bretaña, Estados Unidos y la Alemania nazi se basaba en que era un agente moderador, excepcionalmente eficaz, para desacelerar los neutrones en una pila de uranio, acción esencial para establecer la reacción en cadena continua, que a su vez permitiría producir una bomba atómica.

En apariencia el agua pesada no se distingue del agua común, pero contiene átomos de hidrógeno de peso atómico doble y por tanto pesa un diez por ciento más. Se encuentra en cantidades minúsculas en el agua común, de la cual es en extremo difícil, costoso y lento separarla. Había sólo una central hidroeléctrica en el mundo que, en aquellos días, era capaz de producida en cantidades apreciables: la fábrica Norsk de electrólisis del hidrógeno, en Vemork (Noruega), país ocupado por los alemanes desde 1940.

Los informes de los agentes del Servicio Secreto aliado en Noruega hacían saber que los alemanes habían ordenado a la central de Vemork aumentar su producción de agua pesada hasta 1400 kilos al año. En febrero de 1942 se supo que Alemania. habia  exigido un nuevo aumento, hasta 4500 kilos anuales. Los nazis ya habían decretado el embargo de las exportaciones de mineral de uranio de Checoslovaquia, y los científicos norteamericanos e ingleses, por su parte, estaban de acuerdo en que una pila bastante grande de uranio, sumergida en suficiente cantidad de agua pesada, podría producir una reacción en cadena continua. Así pues, Churchill y Roosevelt no tenían otra alternativa que suponer que ellos y Hitler estaban riñendo una carrera por la posesión de la bomba atómica, arma lo bastante poderosa para decidir el destino del mundo.

Habría que contrarrestar de algún modo la supuesta ventaja de Alemania en la investigación nuclear, y el medio más seguro de lograrlo fuera interrumpir el abastecimiento de agua Pesada en su fuente: la central hidroeléctrica y de electrólisis de Vemork.

Bruno

19-02-2006

Operación "Hombres de Refresco"

Poco después del regreso de Churchill a Inglaterra se propuso un plan extremadamente arriesgado. La cámara del agua pesada en la central de Vemork estaba en el sótano de un edificio de piedra, acero y cemento que se erguía como un nido de águilas al borde de un acantilado en cierta región montañosa y despoblada.

Era un blanco imposible para los bombarderos nocturnos, única arma que poseía entonces Inglaterra. Por tanto, transportarían a 34 comandos en dos planeadores, cruzando el mar del Norte, hasta Hardangervidda, vasta y desolada altiplanicie que se extiende al noroeste de la región de Rjukan. Allí se congregarían, a orillas de un gran lago, el Mosvatn, para lanzarse a pie al ataque de la central hidroeléctrica.

Varias semanas antes del ataque trasportarían una avanzada desde Inglaterra y la desembarcarían con paracaídas (operación Ortega), para reconocer la región y comprobar la posible oposición. La avanzada enviaría informes meteorológicos, operaría un dispositivo de navegación para guiar a los aviones noche de la operación; iluminaría con reflectores la zona escogida para el aterrizaje y guiaría a la tropa al objetivo.

Para la avanzada se escogió a cuatro hombres del Special Operations Executiye (SOE, Cuerpo de Operaciones Especiales), que desempeñaba misiones de sabotaje y espionaje por toda Europa. Como todos los agentes secretos noruegos del SOE, aquellos cuatro habían sido adiestrados en Inglaterra y Escocia en lo que los alemanes, no sin fundamento, llamaban la "Escuela de Bandolerismo Internacional". Entre las materias de estudio se contaban la violación de cerraduras, el uso de explosivos y la defensa personal con manos, pies, armas de fuego y cuchillos.

Los cuatro hombres, provistos de su equipo de clima frío, en la noche del 18 de octubre descendieron con paracaídas en la meseta de Hardangervidda, cubierta de nieve; el montañoso territorio, de unos 10.000 kilómetros cuadrados, está casi totalmente deshabitado. Allí empezaron estableciendo una base en los pantanos de Skoland, inmediatamente al sur de la presa Mosvatn. Pese a que encontraron muchas dificultades, el 19 de noviembre por la noche radiaron a Londres un mensaje que más bien parecía una invitación: "Firmamento absolutamente despejado y con luna. Tiempo bellísimo".

Esa noche, en Escocia, los 34 comandos especialmente adiestrados, entre los 18 y los 31 años de edad, se embarcaron estrechamente en dos planeadores Horsa y, remolcados por sendos bombarderos Halifax, atravesaron el mar del Norte. Hasta hoy nadie sabe con exactitud lo que sucedió durante las horas siguientes.

Uno de los Halifax, volando a escasa altura sobre Noruega, tal como se había dispuesto, puso rumbo al objetivo. Pero, después de haber recorrido apenas unos 15 kilómetros, el planeador, que se había desprendido del avión que lo remolcaba, hizo un aterrizaje forzoso en los picachos de las montañas. Segundos más tarde el Halifax se estrellaba contra una cumbre cercana, a ocho kilómetros de distancia.  Sus seis ocupantes murieron instantáneamente; en el planeador perecieron tres.

Los soldados alemanes llegaron a la zona esa misma mañana. Encontraron 14 comandos sobrevivientes, seis de ellos gravemente heridos. Tras un breve interrogatorio, se les condenó a muerte y esa noche los fusilaron a todos.

El otro Halifax, con su Horsa a remolque, corrió mejor suerte, pues llegó cerca del lugar señalado para el aterrizaje. En tierra, la avanzada había colocado luces y había armado la guía de navegación. A las 11 de la noche escucharon el avión, aunque no se le podía ver entre las nubes. El bombardero llegó a un punto casi directamente encima y, describiendo un círculo, se alejó como si hubiese soltado al planeador y emprendiera el regreso a su base. Los de tierra aguardaron, esperando oír en cualquier momento el suave sonido que anuncia el aterrizaje de un planeador. Pero no llegaron a escucharlo.

El piloto del Halifax, ignorando exactamente dónde estaba, sí había volado en círculo encima del sitio señalado. Pero luego perdió el rumbo por completo. Las nubes que cubrían a bombardero y planeador eran cada vez más densas y el hielo comenzaba a acumularse en las alas de ambos aparatos, que ya perdían altura. Las nubes se espesaban aun más. Tras hacer varias maniobras violentas para volver a ganar altitud, el cable de remolque se rompió. El planeador descendió en medio de la bruma y se estrelló en la montaña cubierta de nieve. Ocho hombres perdieron la vida y cuatro quedaron heridos.

A los cuatro comandos heridos los condujeron a las oficinas de la Gestapo, se supone que para interrogados. Pero cuando vieron que no estaban en condiciones de hablar siquiera, los envenenó un oficial del cuerpo médico alemán.

Otros cinco comandos británicos que salieron ilesos fueron recluidos en el campo de concentración de Grini, en las afueras de Oslo. Muchas veces los interrogó, aisladamente y por grupos, un oficial de la Luftwaffe que hablaba inglés, quien les manifestó que pronto serían trasladados a un campamento de prisioneros de guerra, puesto que eran soldados británicos.

Pero luego llegó a Grini una delegación alemana especial a interrogarlos. Para tal careo se les esposó y se les vendaron los ojos al llevarlos de sus celdas a otra parte del edificio. Al llegar la delegación ordenaron a los ingleses ponerse firmes. La palabra usada fue ¡Achtung! ("¡Atención!") que para la delegación especial era la orden de hacer fuego.

La importancia vital que alemanes y aliados daban a la fábrica de agua pesada de Vemork era ya un secreto a voces. En la ciudad de Rjukan, a cuatro kilómetros de la central, los alemanes registraron todas las casas. Se reforzó la guarnición de Rjukan y se iniciaron los trabajos para establecer un campo de minas alrededor de la fábrica. Se investigó el sitio escogido para el aterrizaje de los planeadores, indicado con exactitud en los mapas que tomaron a los comandos.

Por fortuna, el grupo de los cuatro hombres de la avanzada, husmeando el peligro, había partido apresuradamente hacia el noroeste de la meseta hasta una aislada cabaña de cazadores. Casi agotados sus víveres, se alimentaban con avena, un poco de margarina y musgo del que comen los renos, liquen pardo-blancuzco que crece en las rocas formando capas de un par de centímetros de espesor.

El jefe de los expedicionarios, Jens-Anton Poulsson, de 24 años de edad, era gran creyente en el valor nutritivo de aquel musgo. "Es rico en vitaminas y minerales", insistía. Los otros: Claus Helberg, Ame Kjelstrup y Knut Haugland, que se debilitaban más y más con el paso de los días, se mostraban escépticos.

Bruno

19-02-2006

Planta de Hidrógeno de la Norsk Hydro Elektric en Vemork

Fotografia de las 18 celdas de alta concentración, productoras de agua pesada

Bruno

19-02-2006

Operación Gunnerside - Reunión bajo la ventisca

Para los aliados la cuestión se reducía a esto: ¿Deberían tratar de bombardear la fábrica de Vemork desde el aire, a pesar de las resultantes bajas entre la población civil, o intentar por última vez el sabotaje? La respuesta vino de Jamar Brun, que con el profesor Leif Tronstad había proyectado la planta hidroeléctrica de agua pesada. Desde 1941 Tronstad estaba en Londres, al frente del espionaje, de la información militar y el sabotaje del alto mando noruego.

Brun llegó a la capital inglesa en noviembre de 1942, y las últimas noticias que trajo sobre la fábrica y su disposición convencieron al SOE de que podría ejecutar la operación un grupo de saboteadores noruegos, que habían huido de su país a raíz de la ocupación alemana y estaban en Inglaterra para adiestrarse.

Joachim Ronneberg, de 23 años, fue designado para encabezar la operación, a la que entonces se dio el nombre clave de "Gunnerside". Le explicaron la misión detenidamente (sin omitir la suerte sufrida por sus 34 precursores), y Ronneberg escogió a otros cinco hombres, que con los cuatro ya apostados en la zona de Hardangervidda completarían su equipo.

Trasladaron a los seis a una escuela especial del SOE, de la cual habían retirado a todas las demás personas. Como era de suma importancia que pudieran identificar correctamente la maquinaria objeto de su ataque, construyeron, dirigidos por Brun y Tronstad, un modelo exacto de cada una de las 18 celdas de alta concentración de agua pesada en un bien custodiado ambiente del interior del recinto, y Ronneberg y sus hombres practicaban sin cesar la colocación, en tinieblas, de explosivos simulados, familiarizándose con el modelo.

Habiendo salido hacía muy poco de la fábrica, Brun conocía exactamente la situación del cuartel alemán dentro del patio, y sabía los lugares donde podrían ocultarse los comandos que cubrirían a los atacantes. Todas las puertas de acero que daban acceso a la planta estarían cerradas con llave, explicaba.

Si los saboteadores usaran explosivos para derribar las puertas, el ruido indudablemente provocaría un tiroteo con los alemanes, habría muchas bajas y, por fin, represalias contra la población civil de Rjukan. Sin embargo, existía una "entrada sin candado" que Brun recomendaba a los atacantes investigar. Era un conducto de cables. Brun estaba enterado de su existencia porque, poco antes de su partida, se había descubierto una fuga en una de las tuberías que llevaban cierta materia cáustica al interior de la fábrica. Para inspeccionar el daño, él tuvo que arrastrarse a lo largo del conducto, que llevaba del exterior del edificio hasta una trampa dispuesta en el techo de una sala subterránea contigua a la misma cámara de alta concentración.

"Había apenas espacio suficiente para arrastrarse una persona", contaba Brun, "pero era la única entrada sin candado que daba acceso a la planta. Muy pocas "personas, incluso en Vemork, sabían de ella".

La primera tentativa de llegar a la meseta se efectuó el 23 de enero de 1943. El avión llegó a la zona de descenso, pero las nubes oscurecían el terreno y fue preciso regresar a Escocia. "Al volver a Gran Bretaña", dice Ronneberg, "se resolvió que la próxima vez sería preferible saltar a ciegas con paracaídas y tratar por nuestra cuenta de llegar hasta Poulsson y su gente".

Por fin, a la una de la madrugada del 18 de febrero, con luna llena, los seis hombres se lanzaron en paracaídas sobre Hardangervidda; cada uno iba provisto de una píldora con que se suicidaría en caso de ser capturado.

Por la noche de ese día, después de empacar todo cuanto necesitaban para la operación y de esconder el resto para recogerlo (al escapar), salieron en esquíes para a reunirse con el grupo de Poulsson. Pero entonces se levantó una ventisca. Y cuando descubrieron unos matorrales, comprendieron que no estaban esquiando sobre un lago, según lo planeado; en realidad, no habían saltado sobre el sitio donde deberían haberlo hecho. Regresaron, pues, hasta una choza próxima al lugar donde descendieron, y allí se aplicaron a estudiar sus mapas. A la mañana siguiente la temperatura había descendido a 20° C. bajo cero. Habían caído más de 50 cm de nieve y soplaban vientos huracanados de 80 k.p.h.

Fue una de las más violentas tempestades en la historia del sur de Noruega. Hora por hora caía más nieve, arremolinándose contra la cabaña hasta llegar al techo. La nevada continuó hasta el cuarto día. Por fin el firmamento se tornó azul, amainó el viento y una fría calma se extendió sobre el paisaje, cuyos contornos aparecían alterados por la nieve. Los paracaidistas emprendieron de nuevo la marcha y se reunieron con el grupo de Poulsson al sexto día.

En la cabaña de los cazadores, la reunión fue entusiasta y bulliciosa; todos trataban de hablar a la vez. Desde hada casi dos meses Poulsson y sus hombres se habían alimentado casi exclusivamente de carne de renos, que trashumaban hacia esa zona a medida que progresaba el invierno. En un principio los expedicionarios de la operación Gunnerside quedaron consternados al ver que los de la avanzada devoraban no sólo la carne del animal, sino también el contenido de su estómago (como medida preventiva contra el escorbuto) y las vísceras. Tal cosa hablaba con elocuencia de las penalidades que habían pasado. En esta ocasión, sin embargo, compartieron alegremente las frutas y verduras deshidratadas, los chocolates y cigarrillos que los recién llegados trajeron consigo.

Bruno

20-02-2006

Fortaleza medieval

A la mañana siguiente los comandos se congregaron en torno a una rústica mesa de pino para planear el asalto a Vemork, distante unos 30 kilómetros de allí. Ronneberg comenzó asignando a cada cual sus deberes. Knut Haugland, telegrafista de la avanzada, entrenado por los ingleses, se iría a otra cabaña con Einar Skinnarland, de la Resistencia de Rjukan, quien hacía más de un año había descendido con paracaídas en Noruega con objeto de preparar el terreno para la misión del agua pesada. Estos dos deberían mantener el contacto radiofónico con Londres. Solamente quedaban, por consiguiente, nueve expedicionarios.

"La partida de demolición", declaró Ronneberg, "se compondría de cinco individuos: Fredrik Kayser, Birger Stromsheim, Kasper Idland, Hans Storhaug y yo. Knut Haukelid dirigirá el piquete de protección, formado por Jens-Anton Poulsson, Claus Helberg y Ame Kjelstrup".

Algunos hombres del grupo Gunnerside: Atrás, de izquierda a derecha: Hans Storhaug, Fredrik Kayser, Kasper Idland, Claus Helberg y Birger Stromsheim. Al frente, en el mismo orden: Jens-Anton Poulsson, Leif Tronstad y Joachim Ronneberg

El objetivo, la hidroeléctrica de Vemork, se levantaba, cual una fortaleza, en un saliente rocoso de la ladera de la montaña. Tan vertical era la escarpa que un guijarro empujado por el borde se desplomaría 200 metros sin detenerse hasta el río Mana, que corría por la cañada del fondo. Alrededor de la fábrica y encima de ella la montaña se alzaba en fuerte pendiente hasta una altura de 900 metros. Un sistema de canales, embalses y presas llevaban el agua a las turbinas a través de 11 enormes compuertas.

Los alemanes habían minado la zona entera, además de armar trampas de alambre y disponer nidos de ametralladoras.

Ronneberg dibujó con lápiz en un papel la central y la región circundante. Luego trazó un diagrama detallado que mostraba la situación exacta del objetivo de los saboteadores: la cámara de alta concentración, situada en el sótano del edificio de electrólisis. "Como todos saben", les dijo, "el problema principal es el acceso: la manera de llegar al saliente de roca y penetrar en la fábrica. Y luego", añadió, "salir de allí con vida".

Si un monarca medieval hubiese buscado por toda Noruega un lugar inexpugnable donde erigir un castillo, no hubiese encontrado nada mejor que el saliente de roca donde se levantaba la central. Había sólo dos maneras de llegar a él. La primera era un angosto puente colgante de 100 metros de longitud, que llevaba hasta allí por la orilla norte de la garganta. Pero el puente estaba custodiado por centinelas alemanes provistos de armas automáticas. Sin más que oprimir un botón de alarma, podían encender unos reflectores que iluminaban toda la zona, poner sobre aviso a la guarnición alemana y pedir 300 soldados más a Rjukan.

La otra era un ferrocarril de vía sencilla tendido en la ladera de la montaña y que conducía a. la fábrica. La vía férrea, usada sólo en ocasiones para trasportar materiales de Rjukan a Vemork, pasaba bajo un portal de barrotes de hierro, de la cerca que rodeaba el recinto, y entraba en el patio de la planta. Por lo que sabía la avanzada, ni el ferrocarril ni el desfiladero que corría debajo estaban custodiados. Al parecer los alemanes creían que la escarpa, casi vertical, era imposible de escalar. Los saboteadores concluyeron que podrían bajar a la cañada por el lado norte, cruzar el río Mana e intentar trepar por allí hasta el ferrocarril.

Ronneberg tenía fotografías aéreas de la zona, en las cuales se apreciaba que entre las grietas abiertas en las rocosas paredes de la cañada crecían matorrales y arbolitos.  "Donde crecen árboles", comentó Haukelid, "trepa un hombre". Pero las fotografías habían sido tomadas en verano. Ahora estaban en invierno. Era preciso asegurarse.

Dos días más tarde, después que los expedicionarios trasladaron su campamento a una cabaña más próxima a Vemork, Claus Helberg, nativo de Rjukan, bajó al valle con ánimo de reconocer una parte de la garganta que, a juzgar por las fotografías, ofrecía un posible acceso. Tras de ocultar sus esquís y palos a la orilla del desfiladero, Helberg comenzó el descenso. La capa de nieve de la superficie estaba bastante dura para sostenerlo al asentar en ella los pies. Pero en varias ocasiones se hundió hasta las caderas en la nieve acumulada en los salientes rocosos. Halló asimismo trechos de roca desnuda o cubierta de hielo, y en cierto momento resbaló súbita y precipitadamente, lo que podría haberle costado la fractura de algún hueso, a no ser por una mata de enebro que halló a la mano en su descenso. Indudablemente, sin matas de enebro y ramas de abeto y abedul a que asirse, sería imposible seguir este camino.

Después de otros varios tropiezos y resbalones, Helberg alcanzó el fondo de la garganta, sobre el río congelado, a unos 1500 metros del puente colgante. No soplaba viento ni había un alma a la vista, y recordó por un momento, al ver alzarse a ambos lados las escarpadas montañas, los inviernos de su niñez en Rjukan, cuando los rayos de sol nunca llegaban al pueblo, de tan angosta que era aquella garganta.

Se puso en marcha hacia Rjukan, en dirección opuesta al puente colgante. Un poco más adelante descubrió un canal por el cual el descenso al desfiladero hubiese sido menos difícil que el que acababa de hacer. Pinos y abedules ralos crecían entre las grietas de las rocas de la canal, e incluso su declive era menos empinado.

Tras varios minutos de inspección encontró otra canal semejante en la pendiente opuesta, por donde podrían trepar hasta la vía férrea que conducía al patio de la central. Sin embargo, habría que efectuar el ascenso en la oscuridad, cargados con pesados paquetes de explosivos, equipo y armas de fuego. Pero todo era preferible a tener que abrirse paso combatiendo contra los centinelas para cruzar el puente y llegar al interior de la fábrica.

Todo dependería del tiempo. Si de repente se desatara el cálido foehn alpino, el aire caliente que bajase de la montaña hasta el valle convertiría el hielo y la nieve en aguanieve fangosa. El río crecería con el súbito deshielo, y el aire, comprimido por las paredes del valle, cobraría tal violencia que los derribaría de cualquier árbol. Durante su adolescencia, un foehn así había hecho descarrilar a una locomotora a sólo tres kilómetros de Rjukan.

Al regresar, Helberg dio cuenta de su reconocimiento, y todos sus compañeros convinieron en acometer la empresa descendiendo al desfiladero y en retirarse siguiendo el mismo camino.  “Entonces", dijo Ronneberg, "manos a la obra".

Bruno

20-02-2006

Ascensión arriesgada

Aquella noche del 27 de febrero, a las 8, los nueve saboteadores se colgaron a las espaldas los morrales, de 20 kilos de peso, y se deslizaron hacia el valle de Rjukan, guiados por Claus Helberg. Los primeros 1500 metros cuesta abajo fueron rectos y empinados. Luego se espesaron los bosques, y los comandos se vieron obligados a llevar al hombro los esquís al seguir entre la maleza, a veces hundiéndose hasta la cintura en la nieve. Al ir descendiendo más hacia el valle, el aire se tornaba más tibio y el viento arreciaba. ¿Indicaría esto el principio del temido foehn?

Poco antes de llegar a la garganta del río, los expedicionarios se detuvieron y ocultaron los esquís y los morrales para recogerlos en su retirada. Se quitaron entonces la ropa blanca de camuflaje que habían llevado sobre sus uniformes militares británicos. Helberg los condujo a través de una carretera paralela a la garganta, hasta el sitio que había seleccionado para el descenso. Ya se oía el rítmico latir de la fábrica y, en un repentino claro de luna, pudieron contemplar su enorme edificio. Con el alma en un hilo, los saboteadores desaparecieron entre las tinieblas de la garganta, y, como fardos que se deslizasen por una rampa, fueron descendiendo por la canal inclinada abierta entre los peñascos.

Al fondo del desfiladero eran más notables los efectos del deshielo. "El hielo del río se estaba descongelando", cuenta Ronneberg. "Sólo quedaba un paso utilizable, cubierto por ocho centímetros de agua". Pisando levemente, como en un juego, atravesaron al otro lado.

En silencio, todos levantaron la vista hacia las aristas y los salientes rocosos. A una señal de mano de Ronneberg, los expedicionarios iniciaron el ascenso de la empinada ladera hacia el ferrocarril, distante unos 200 metros arriba. Asiéndose a las ramas y a los salientes de piedra, buscando con los pies huecos y grietas donde asentarlos: poco a poco fueron ganando altura. A veces debían intentar peligrosos estirones hacia salientes y matas demasiado lejanos para que pudieran ensayar primero su resistencia. Los nueve lograron por fin llegar sanos y salvos al rellano por el cual corría la vía férrea.

Totalmente faltos de aliento, guardaron silencio algunos momentos. Habían llegado sin ser vistos hasta los rieles, y esto ya era mucho. Apenas pasaba de las 11 de la noche, y la fábrica quedaba a menos de 800 metros de distancia.

"Bien", dijo Ronneberg, echándose nuevamente a la espalda el morral de explosivos, "acerquémonos más. La patrulla de protección irá adelante".

Knut Haukelid, jefe de la patrulla, echó a andar a lo largo de los rieles, seguido en fila india por los ,otros individuos de su equipo. Mentalmente, Ronneberg les deseó buena suerte. Habían convenido en que, si cualquiera de ellos pisara alguna de las minas terrestres que los alemanes podrían haber puesto en la vía férrea, los que no murieran tratarían de abrirse paso a tiros al interior de la central y cumplir la misión encomendada.

Se reunieron nuevamente en una estación de trasformadores, a unos 200 metros de la cerca exterior. "Esperaremos aquí hasta el relevo de la guardia del puente, a medianoche", declaró Ronneberg, "y luego otra media hora para dar tiempo al relevo de sentirse tranquilo".

A las 11:57 vieron a dos soldados alemanes salir del cuartel del patio de la fábrica y bajar por la colina hasta el puente colgante. Minutos más tarde los dos centinelas relevados iban cuesta arriba, conversando tranquilamente.

A las 12:30 los noruegos avanzaron a lo largo de los rieles hasta algunos cobertizos situados a menos de 100 metros de la entrada.  "Ame", dijo Ronneberg a Kjelstrup. "ve a la verja y corta la cadena; luego danos la señal. Estaremos listos para seguirte inmediatamente".

El conducto de los cables

Kjelstrup apretó la cizalla de armero contra uno de los eslabones de la cadena asegurada con candado. La cadena se partió y Haukelid empujó la verja y la abrió. Fue aquella la única señal que necesitó la partida de protección. En pocos segundos todos estuvieron dentro y tomaban las posiciones que se les había asignado. Kjelstrup se acurrucó junto al edificio principal de electrólisis para vigilar desde allí al centinela alemán que custodiaba las esclusas de encima de la central. Helberg guardaba la ruta de retirada a través de la verja abierta. Haukelid y Poulsson cruzaron corriendo el patio abierto hasta donde estaban dos tanques de depósito, enfrente del cuartel. En caso que los guardias salieran, Haukelid y Poulsson los abatirían a tiros.

Ya el grupo de demolición había llegado a la puerta del sótano del edificio de electrólisis. Hans Storhaug, metralleta en mano, cubría la entrada a la fábrica y el camino que llevaba al puente colgante, mientras Ronneberg trataba de abrir la puerta. "¡Está cerrada!" susurró. "Prueben la del piso siguiente", dijo a Stromsheim y a Idland. En seguida, mientras Kayser le pisaba los talones, corrió, doblando la esquina del edificio, hasta una ventana que quedaba a nivel del suelo. Como en todas las demás de la central, los vidrios habían sido pintados de negro, pero a través de un espacio en forma de ojo de cerradura que la pintura no había tapado, Ronneberg pudo ver el objetivo: la cámara de alta concentración, donde estaban las 18 celdas que contenían el agua pesada. Sentado ante una mesa, entre las dos hileras paralelas de celdas, un obrero noruego hacía apuntes en un cuaderno.

Apenas un vidrio los separaba de los aparatos que habían ido a destruir. Aunque cada segundo era decisivo, el ruido del cristal al romperse podría asustar al trabajador, y si éste comenzara a gritar, tendrían que matar a un inocente noruego.

"Vamos al túnel de cables", decidió Ronneberg. A pocos metros de distancia vio una escalera de mano que llevaba a lo que parecía la boca de una cueva pequeña, abierta en la roca y el hormigón, junto a la pared orientar del edificio. "Aquí está", cuchicheó a Kayser, echando escalera arriba. De cabeza, y seguido de Kayser, se internó por el laberinto de tuberías y cables. Había apenas suficiente espacio para acomodar a un hombre tendido cuan largo era.

Avanzaron cuidadosamente, arrastrándose con gran lentitud, a lo largo de unos 20 metros de túnel. A la mitad del conducto, cuando Kayser trataba de escurrirse por un espacio especialmente estrecho, se le cayó, de la funda que llevaba al hombro, la pistola Colt .45 Y produjo un sonoro ruido metálico al chocar contra las tuberías.

Llenos de terror y angustia, los dos saboteadores quedaron inmóviles, esperando de un momento a otro oír sonar la alarma. No se escuchaba más que el monótono zumbar de la maquinaria. de la central. Al parecer, el edificio estaba lleno de ruidos extraños.

Arrastrándose trabajosamente el resto del trayecto, llegaron finalmente a una boca de inspección que se abría hacia un aposento del sótano. Descolgándose hasta el piso, sacaron su pistola y se detuvieron momentáneamente. Ronneberg sonrió al leer la inscripción fijada sobre la puerta que conducía a la cámara contigua: "Prohibida la entrada, excepto por asunto de trabajo". Hizo girar el tirador y abrió la puerta de par en par.

Mil gracias

El obrero noruego, que aún estaba sentado a la mesa, fue tomado totalmente por sorpresa. "¡De pie! ¡Manos arriba!" ordenó Kayser. "Somos soldados. Nada le pasará si hace lo que le ordenemos".

Ronneberg abrió su morral y se puso a pegar explosivos plásticos, en forma de salchichón, en todas las celdas de agua pesada. Cada uno de los 18 cilindros de acero inoxidable medía 1,30 m de altura y 30 cm de diámetro, y era igual a los simulados con que había ensayado en Inglaterra.

Debo advertirle que hay un escape de álcali -avisó de pronto el trabajador- Es una sustancia muy cáustica, así que debe tener cuidado que no le caiga en la piel.

Gracias -contestó Ronneberg mientras seguía adelante desempeñando su tarea.

Estaba trabajando con la novena celda cuando un estruendo de vidrios rotos rompió el silencio. Kayser, que apuntaba al obrero, desvió su arma hacia la ventana. Ya estaba a punto de oprimir el gatillo cuando vio el rostro de Stromsheim enmarcado por el cristal roto. Stromsheim e Idland, al no encontrar ninguna puerta abierta ni la entrada del túnel de las tuberías, habían roto una de las ventanas ennegrecidas. El primero se descolgó acto seguido dentro de la sala para ayudar a Ronneberg.

Cuando quedaron bien sujetas todas las cargas alrededor de las 18 celdas, Ronneberg comenzó a comprobar su trabajo. En esto, mientras examinaba la mecha, el trabajador noruego dijo de pronto:

-Un momento, por favor. . . Mis anteojos. .. Es casi imposible reemplazarlos.

Ronneberg sabía que los centinelas alemanes podrían aparecer de un momento a otro. También sabía que los nazis se habían incautado de todos los materiales ópticos existentes en Noruega. Fue a la mesa en donde había estado sentado el empleado noruego y halló el estuche de los lentes.

Tenga -le dijo entregándoselo.

-Tusen takk -respondió el otro, usando la familiar expresión de su idioma que quiere decir "mil gracias"

Ronneberg reanudó el examen de la mecha.

-Espere -volvió a suplicar el noruego-; el estuche está vacío...

Molesto, Ronneberg levantó de nuevo la mirada. Era absurdo. Si fallaba en su misión, podría perderse la guerra. ¿Dónde están sus malditos lentes? -susurró desesperado. Y volviendo rápidamente al escritorio, buscó entre algunos papeles y encontró los anteojos entre las hojas de un cuaderno-. Tómelos . . .

-Tusen takk

En ese momento sucedió lo que más temía Ronneberg. Se oyeron pasos en las escaleras, probablemente de algún alemán que bajaba. En los segundos que les quedaban antes de que apareciera el centinela, tenía que decidir si prender la mecha o esperar a que llegase el hombre para matado. Tras un moento de vacilación, Ronneberg optó por lo último.

Tranquila e inocentemente entró el capataz nocturno: un ciudadano noruego vestido de paisano que se quedó boquiabierto al ver a su compatriota con las manos en alto, rodeado por soldados con uniforme británico. "Lleva a los dos junto a la escalera", ordenó Ronneberg a Kayser; "haz que abran la puerta del sótano que está con llave. Después que Stromsheim y yo hayamos prendido las mechas, diles que corran escaleras arriba a toda velocidad".

Momentos después prendían fuego a la mecha de 30 segundos, y los dos noruegos escapaban a todo correr. Kayser fue el último en atravesar la puerta de acero que daba al exterior. Allí se unió a Idland y Storhaug.

Estaban a menos de 20 metros de distancia cuando oyeron la explosión. Atenuada por las gruesas paredes de hormigón del edificio, sonó más bien como un golpe seco. Volviendo la mirada pudieron ver un relámpago de llamas anaranjadas que se reflejaba en la nieve acumulada afuera de las ventanas rotas del sótano. El aire les azotaba las piernas al cruzar corriendo la verja abierta y cuando bajaban por la vía del ferrocarril.

A Poulsson y Haukelid, que vigilaban el cuartel alemán, el sonido de la explosión les pareció asombrosamente débil. Aun así, les extrañó mucho la reacción de los  alemanes. Pasaron varios segundos antes de que la puerta del cuartel se abriera y apareciera un solitario soldado. Alzó éste la vista hacia las filas de balcones que rodeaban el edificio, meneó la cabeza y se acercó hasta la puerta de acero. Pero, al encontrarla cerrada con llave, regresó al cuartel.

Poulsson y Haukelid no podían entender su despreocupación. Los saboteadores ignoraban que ocurrían a menudo "explosiones" similares en los balcones, en los quemadores que se usaban para trasformar el hidrógeno en deuterio: Los obreros de la central llamaban "los cañones" a los quemadores precisamente por el ruido que producían.

Pero cuando Poulsson y Haukelid estaban a punto de dejar su puesto de observación y escapar con los demás por la vía férrea, se abrió nuevamente la puerta del cuartel y salió el mismo soldado alemán. "¡Allí está otra vez!"

Armado de fusil y una linterna eléctrica, el militar se dirigió hacia el escondite de los dos saboteadores. Poulsson mentalmente le imploraba que se diera la vuelta. Pero el soldado seguía acercándose. De pronto, sin razón aparente, asestó a lo alto la luz de su lámpara, en seguida bajó el haz, luminoso más allá de donde se ocultaban Poulsson y Haukelid. Si hubiese vuelto a pasar el haz para arrojarlo sobre aquella parte de la oscuridad que había dejado sin iluminar, allí mismo hubiera terminado su vida. Pero el alemán vaciló y, tras de echar un nuevo vistazo a los balcones, volvió al cuartel.

Al momento los dos noruegos cruzaron el patio corriendo y atravesaron la verja del ferrocarril. Haukelid cerró cuidadosamente la verja y volvió a colocar la cadena y el candado como estaban. A continuación corrieron para alcanzar a los demás, que iban a unos 300 metros adelante.

Esperaban una lucha desesperada. En vez de ello, habían cumplido la misión sin disparar ni un tiro. De repente, aquellos hombres, que estaban dispuestos a sacrificar la vida en el asalto, se vieron embargados por la ilusión de escapar ilesos.

Bruno

20-02-2006

Mapa explicativo de la Operacción Gunnerside

Se inicia la cacería

Para entonces los amenazaba un enemigo mucho más poderoso que los soldados alemanes: el foehn, cuya intensidad se había duplicado durante la última hora. Ya sentían el aire tibio en la cara y veían la nieve derretirse bajo sus botas. Se enterrarían hasta la cintura en nieve húmeda en su ascensión de regreso a Hardangervidda, si lograban pasar al otro lado del valle.

Helberg iba a la cabeza, siguiendo la misma vía por la que habían venido. Resbalando, haciendo aJto y volviendo a resbalar, aprovechando los contornos y vueltas de la superficie rocosa, llegaron salvos al fondo. El "puente" de hielo aún podía sostenerlos, aunque ya estaba cubierto por 30 centímetros de agua.

Cuando comenzaban a atravesado, un aullar de sirenas ahogó de pronto e! ruido de la corriente. El estridente aullido los persiguió mientras cruzaban e! río.

Una vez del otro lado, comenzaron a trepar. No era preciso que Ronneberg les urgiera a apresurarse. (En la central, los alemanes andaban registrando las escaleras, los pisos, los balcones, pues estaban convencidos de que los saboteadores aún seguían en el recinto. Sabían que nadie había cruzado e! puente colgante ni había pasado junto a las compuertas. Por tanto, como e! desfiladero se consideraba intransitable, los saboteadores tenían que estar en la fábrica o escondidos en sus alrededores.)

Los noruegos treparon por la ladera norte de la cañada hasta la carretera: el mismo camino que tomarían las tropas alemanas al dirigirse de Rjukan a la central. Al llegar a la carretera, la atravesaron chapoteando por un río que corda entre los bancos de nieve derretida. Se internaron luego en los matorrales para llegar a un camino secundario donde habían escondido los esquís y las mochilas. Al lado sur de la cañada podían ver haces de luz que barrían la vía férrea por donde habían escapado. Se había iniciado la cacería, y ellos aún estaban en e! valle... vestidos con uniforme inglés.

Al encontrar su escondite, rápidamente se pusieron los trajes blancos de esquiar y por el camino secundario tomaron rumbo a Rjukan. A sus pies, por la carretera principal, pasaban a gran velocidad, en dirección opuesta, automóviles y camiones alemanes. "Nos causaban un sentimiento de aprensión", cuenta Helberg. "Fácilmente podríamos topamos con el enemigo de un momento a otro".

Los saboteadores habrían podido trepar directamente desde su escondrijo hasta la meseta, pero Helberg y otros originarios de la región opinaban que el ascenso era demasiado arduo. Siguiendo el camino secundario, pese al peligro, llegarían a un teleférico que llevaba de Rjukan a la cima de la meseta. Los nazis se habían incautado de él y ya no operaba con regularidad, pero debajo había un camino de servicio que ascendía en zigzag hasta la estación de la cima. Bordeado a ambos lados por abetos y pinos, era relativamente seguro; especialmente porque los alemanes, por el momento, estaban concentrando su atención en llegar a Vemork.

Con todo, los comandos tardaron más de tres horas en llegar a la cadena de montañas que conducía a la meseta. Allí se despidió Claus Helberg para erigirse a la cabaña que habían dejado la noche anterior, donde recogería su ropa de paisano. Se proponía reunirse con Poulsson en Oslo una semana después; ambos saboteadores tenían decidido permanecer en Noruega durante algún tiempo.

Helberg llegó a la cabaña v recogió su ropa, pero al salir en esquís para ir a reunirse con sus compañeros, lo alcanzó una de las peores al tormentas que había sufrido. "Tuve  que regresar al valle", cuenta. "Era imposible atravesar la meseta".

A Ronneberg y a los demás los azotaba un viento helado. La nieve (se convertía en hielo, formando una  capa tan dura y vidriosa que era casi imposible asentar los esquís con firmeza. Tardaron hasta las 3 de la tarde en recorrer los 11 kilómetros que los separaban de la cabaña donde se reunirían. Entraron, molidos por el cansancio, y durmieron durante 12 horas, mientras el viento helado cobraba la violencia de una verdadera tormenta. Se encontraban aún peligrosamente próximos a la central de Vemork. Sólo la tempestad los separaba de las partidas alemanas que los buscaban.

Al llegar la noticia del sabotaje al alto mando alemán, en Oslo, varios oficiales nazis acudieron sin tardanza al lugar de los hechos para practicar una investigación. El general Nickolaus Von Falkenhorst, comandante militar supremo en Noruega, inspeccionó personalmente los destrozos. El general comprobó que habían volado con explosivos el fondo de las 18 celdas de alta concentración. Se había derramado y perdido media tonelada de la valiosísima agua pesada. La obra de sacar los escombros y reparar las celdas se prolongaría varias semanas, y pasarían algunos meses antes de que hubiese agua pesada disponible para el programa de la bomba atómica alemana. Era un retraso que Alemania no podía permitirse.

Von Falkenhorst dijo que el sabotaje fue "el golpe más hábil que jamás he visto". Estaba iracundo contra los guardias que habían permitido que sucediera. Señalando con el dedo las desbaratadas celdas de alta concentración, gritó al comandante de la guardia: "¡Cuando se tiene un estuche de joyas como este se planta uno en la tapa con un arma en la mano!"

El comandante trataba de aplacarlo señalando cuánto se había hecho para aumentar la protección de la central a raíz del fracasado ataque de los planeadores. Indicó los reflectores montados en el techo del edificio, explicando que podían iluminar aquella zona entera con sólo oprimir un botón.

"¡Prendan las luces!" ordenó Falkenhorst.

Un sargento corrió a cumplir la orden. El general esperaba, pero las luces no se encendían. El sargento, que había entrado hacía poco de servicio en la central, no sabía dónde estaba el interruptor. Lo buscó por todas partes y por fin tuvo que preguntarle a uno de los trabajadores noruegos. Más colérico aun, Falkenhorst firmó inmediatamente el traslado del comandante de la central al frente ruso.

Corrían rumores de que habían aterrizado en la meseta 800 paracaidistas británicos, y los alemanes no perdieron tiempo en organizar su gran cacería humana. Llegaron pesados camiones a las bases de operaciones cercanas a la meseta. A todas las guarniciones de Noruega se pidieron con urgencia soldados que supiesen esquiar. Hubo que requisar de los noruegos bastones, botas y esquís. Cuando las patrullas alemanas entraron por fin en acción, tenían tan escaso conocimiento de la región que esquiaron, sin verlas, al lado de rastros que cualquier montañés habría sabido interpretar sin vacilación.

Para entonces Ronneberg y sus cuatro compañeros habían completado su arduo viaje a la frontera sueca. (Con la ayuda de la embajada británica en Estocolmo, los trasportaron por avión a Londres.)

Bruno

20-02-2006

"Puñado de valientes"

Hacia mediados de abril de 1943, menos de dos meses después del ataque Gunnerside, los alemanes habían logrado reparar la instalación de agua pesada de Vemork. Einar Skinnarland, que aún mantenía una emisora de radio en Hardangervidda, informaba el 8 de julio a Londres que se esperaba que la central de Vemork "estuviera en plena producción a partir del 15 de agosto".

Los informes secretos de Noruega también indicaban que los alemanes habían reforzado la seguridad de Vemork "hasta el punto de que sería imposible llevar a cabo operaciones de sabotaje".

Por consiguiente, a instancias del general Leslie Groves, jefe del proyecto atómico de los Estados Unidos, los aliados resolvieron lanzar un bombardeo masivo. El 16 de noviembre una escuadra de 150 aviones descargó centenares de grandes bombas sobre Vemork y Rjukan. El objetivo principal, la central de electrólisis, recibió sólo dos impactos directos, y los daños a las instalaciones de agua pesada fueron mínimos. Pero el ataque cumplió su misión indirectamente. Comprendiendo que los esfuerzos para reanudar allí la producción provocarían otros ataques aéreos o de comandos, los alemanes resolvieron trasportar toda la existencia de agua pesada de Vemork a un lugar relativamente seguro dentro del Reich.

El 19 de febrero de 1944 embarcaron en dos vagones de plataforma de ferrocarril, en Vemork, unos 50 depósitos cilíndricos de agua pesada que trasladaron a Rjukan. A la mañana siguiente el convoy ferroviario, fuertemente custodiado, fue de allí a Mael, donde llevaron los vagones con una locomotora pequeña, a bordo del trasbordador Hydro para trasportados al lado opuesto del lago Tinnsjo. Ya desde la otra orilla del lago continuarían por ferrocarril hasta el puerto de Heroya para embarcados a Alemania.

A las 11 de la mañana, exactamente cuando el Hydro pasaba sobre una fosa de 400 metros de profundidad, en medio del lago, una tremenda explosión le abrió una gran brecha en el fondo. En cuatro minutos el trasbordador zozobró, clavándose de proa, hasta los rocosos desfiladeros del fondo, demasiado profundos para que pudieran llegar hasta ellos los buzos. Con la embarcación se hundieron los dos vagones de plataforma, los 50 depósitos de irremplazable agua pesada y zozobraron también las esperanzas de Alemania de ganar a los aliados la competencia por la bomba atómica.

La explosión no fue accidental. Una bomba de tiempo, colocada en las sentinas del Hydro por Knut Haukelid, del equipo Gunnerside, con ayuda de dos combatientes de la resistencia noruega, hundió la embarcación.

Haukelid, Ronneberg y Poulsson se les confirió la Orden de Servicios Distinguidos, una de las máximas condecoraciones británicas. El primero, por su papel en el hundimiento del trasbordador, recibió además un galón de la misma Orden.

Todos los componentes de la operación contra la central hidroeléctrica de Vemork recibieron condecoraciones británicas, noruegas, norteamericanas y francesas.

Su empresa de sabotaje, su fuga y su lucha para sobrevivir han llegado a ser uno de los más gloriosos episodios de la noble historia de Noruega. Pero, por ironía del destino, a causa del secreto que encubría todo lo relacionado con la bomba atómica, los actores del drama ignoraron el valor de su hazaña hasta que la guerra llegó a su fin.

No así quienes tenían conocimiento de las circunstancias, especialmente los alemanes. El Dr. Kurt Diebner, científico alemán, declaró: "El haber impedido la producción alemana de agua pesada en Noruega fue la principal razón de que no lográramos producir un reactor en cadena antes de terminar la guerra".

Churchill, claro está, siguió muy de cerca los acontecimientos, y en un informe de las Fuerzas Especiales leyó la extraordinaria hazaña de los comandos noruegos. Con gran interés de que recibieran las condecoraciones que merecían, escribió en el informe, con la mayor sencillez y de su puño y letra: "¿Qué se está haciendo por este puñado de valientes?"

Nonsei

20-02-2006

Lo mejor es que el agua pesada en realidad no era necesaria. Los reactores estadounidenses usaban grafito como moderador, que es mucho más fácil de conseguir. Pero los alemanes descartaron el grafito después de una serie de experimentos erróneos.

Moisin-Nagant

15-07-2006

Yo lei que Haugland estando en un hospital en noruega creo se escapo a tiros de los ss con una pistola y salto por el patio, los ss nunca mas lo vieron. ¿alguien sabe algo?

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