16-10-2012
La Guerra de los Ochenta Años se libró entre los años 1568 y 1648 y enfrentó a España contra las Diecisiete Provincias de los Países Bajos. La guerra terminó tras la Paz de Westfalia con el reconocimiento español de la independencia de las Siete Provincias Unidas, hoy conocidas como los Países Bajos. Los países que hoy se conocen como Bélgica y Luxemburgo formaban parte de las Diecisiete Provincias, pero permanecieron leales a la corona española (los territorios bajo el dominio del Obispado de Lieja formaban parte del Sacro Imperio Romano Germánico y, por tanto, no tomaron parte en la guerra).
Este fue el resultado final de las discrepancias entre los gobernantes de la Corona Española y los ciudadanos a los que tenían que gobernar. La falta de tacto del Duque de Alba y su crueldad en algunos casos condujo a que estas diferencias que tenían su origen en el calvinismo y los intereses de la nobleza holandesa derivaran en una guerra. Cuando ésta terminó, se siguió reconociendo la soberanía nominal del Rey de España, pero las provincias serían gobernadas en la práctica por un estatúder (lugarteniente neerlandés).
En el marco de este conflicto tuvo lugar una batalla naval - la llamada de Las Dunas – que acabó en una estrepitosa derrota española y, a la vez, un claro ejemplo de incompetencia y de cómo no se deben hacer las cosas.
En 1639 se organiza en Cádiz una flota compuesta por cuatro de las ocho escuadras que por entonces disponía España. Esta flota disponía de 23 barcos y 1.679 hombres de mar al mando de Antonio de Oquendo. Acompañan a la flota 12 transportes ingleses que llevan tropas.
Dicha flota estaba compuesta por las siguientes escuadras:
-
La escuadra de Oquendo
-
La de Jerónimo Masibriadi, con el almirante Mateo Ulajani (o Esfrondati)
-
La de Martín Ladrón de Guevara
-
La de Nápoles, con el general Pedro Vélez de Medrano y el almirante Esteban de Oliste
La flota reunía un total de 22 buques de guerra y estaba formada en gran parte (excepto en la escuadra de Oquendo) por navíos provenientes de embargo o alistados a la fuerza, y procedían en su mayoría de Alemania, Austria y Dinamarca. Su propósito es reunirse en La Coruña con las cuatro escuadras restantes al objeto de formar una gran armada cuya misión sería llevar tropas y dinero a Flandes y poder así hacer frente a la poderosa armada holandesa mandada por su mejor almirante: Moorten Harpetszoon Tromp. Ni que decir que Holanda contaba con la ayuda y colaboración francesa.
Una vez en La Coruña, se reúne con el resto de las escuadras:
-
La de Portugal (o del Atlántico) de Lope de Hoces, con Tomás de Echaburu de almirante
-
La de Galicia, con el general Andrés de Castro y el almirante Francisco Feijó
-
La de Dunkerque con el general Miguel de Horna y el almirante Matías Rombau
-
La de San José, con el general Francisco Sánchez Guadalupe
A estas últimas hay que sumar otra escuadra formada in-situ denominada Del Cantábrico y compuesta exclusivamente por buques particulares de Galicia, Portugal, Las Cuatro Villas y Vizcaya.
Estas escuadras aportaban un total de 29 naves, que unidas a las 22 de la flota de Oquendo sumaban un total de 51 navíos de guerra. Sus dotaciones ascendían a unos 8.000 hombres de mar y guerra. A éstos hay que añadir los 12 barcos ingleses contratados (país con en que en ese momento - cosa rara - estábamos en paz) y que transportarían un tesoro de 3 millones de escudos para pagar las soldadas atrasadas de las tropas de Flandes y 6.000 infantes (en su mayoría tercios nuevos) a un precio de 1 escudo/hombre.
La mayoría de los buques de guerra eran galeones cuyo armamento oscilaba entre 20 y 40 cañones, aunque algunos llegaban a portar hasta 60 de éstos.
Para el Conde Duque de Olivares, los buques y dotaciones estaban en un estado excelente de preparación y adiestramiento, y no había salido armada como esta desde la jornada de Inglaterra. Para el almirante Feijó, de la escuadra de Galicia, estaban faltos de todo, la gente era forzada, no había bastantes artilleros y tenían poca experiencia.
Tras un breve pleito con el general (de Mar y Tierra) Lope de Hoces y Córdova, a la sazón el de más antigüedad de la flota, es nombrado Antonio de Oquendo Capitán General de la Armada por renuncia de aquél. Éste reorganiza las tripulaciones de sus buques (muchos de ellos alistados apresuradamente) y las reparte de forma más homogénea entre ellos. Así se hacen a la mar el 31 de Agosto con la escuadra de Dunkerque en cabeza y algo mar adentro, ya que era la experta en el Canal y estaba dotada de buques más ligeros y rápidos. El resto de la flota marcha con la costa cantábrica a la vista.
Antonio de Oquendo
A todo esto, la armada holandesa estaba formada por dos flotas, al mando de Tromp y su segundo, Evertzen. Cada una de ellas era igual o superior al total de la española, aparte de contar con gran cantidad de brulotes (barcos muy peligrosos en aquella época).
Moorten Harpetszoon Tromp
Ya de entrada se comete el primer error: dejan navegar sin escolta los transportes ingleses. Resultado: tres de ellos son apresados y un millar de infantes son tomados prisioneros.
La flota española siguió bordeando la costa española y al llegar a aguas francesas vira al Norte, pero siempre sin perder de vista la costa. Al anochecer del 15 de Septiembre, a la altura de Boulogne, son avistadas las primeras velas holandesas. Al amanecer del día siguiente Oquendo cuenta los buques enemigos y ve que solo son 17 (Tromp había dividido su flota en pequeñas escuadras para abarcar mas terreno), por lo que da la orden inmediata de atacar. El almirante español logra cruzar la T de la escuadra enemiga pero incomprensiblemente comete otro de sus muchos errores: no da la orden de abrir fuego. Por el contrario, los holandeses reciben a los barcos españoles con una granizada de plomo que deja a varios buques seriamente dañados. Aún así, Oquendo vuelve a fallar: tampoco ordena envolver a los holandeses y tomar al abordaje a una escuadra mucho más débil que la suya.
Este fue un momento crucial en esa batalla ya que la Armada española podía haberse hecho con la victoria si hubiese dispuesto de un almirante más arrojado. Aunque los holandeses solo hubieron de lamentar la voladura de uno de sus galeones, varios de los españoles sufrieron daños de consideración (solo en la capitana, el “Santiago de España”, hubo un centenar de bajas). Aún así, el superior número de naves españolas, infantería y arcabuceros podía haber dado la victoria a las armas españolas.
Hay que hacer un pequeño inciso y reseñar que aquél fue el primer combate de la historia en línea de fila, en vez del de media Luna que se practicaba hasta entonces.
Tromp se retiró a la rada de Boulogne y aquí - según los historiadores – perdió Oquendo su última oportunidad al no seguirlo y cañonearlo a placer o tomar sus naves al abordaje. Éste prefirió poner rumbo al puerto de Las Dunas (The Downs) mientras Tromp no acababa de creerse su buena suerte. Tras la marcha de Oquendo, el almirante holandés sale de Boulogne y se reúne en alta mar con una de sus escuadras, logrando sumar ya un total de 32 naves. De esa forma sale en persecución de los españoles y mediante varias maniobras logra situarse a barlovento de la flota de Oquendo aunque sin poder acercarse debido a que el viento se había encalmado. Sobre las 23 h del día 17 empezó a soplar una ligera brisa y Tromp se acerca a cañonear la flota española, siendo respondido el fuego y forzando al holandés a dejar el combate para el día siguiente con más luz. Al amanecer del día 18 Tromp se da cuenta que la flota española sigue a sotavento pero solo unos pocos buques se mantenían en línea de fila, mientras que el resto formaba grupos de cuatro o cinco buques.
Es aquí donde aflora la maestría de Tromp. Organiza su flota en tres escuadras en línea de fila y carga sobre la línea española (¿os recuerda algo?). El resultado fue desastroso para la escuadra de Oquendo. La mal formada línea española y lo apelotonado de algunos de los grupos de barcos hicieron que apenas pudieran defenderse y en cambio pocos proyectiles holandeses se perdieron. A Dios gracias que la flota neerlandesa no pudo conseguir la victoria total pues se quedó sin pólvora y proyectiles y tuvo que retirarse al puerto de Calais donde su gobernador era amigo y le procuró lo necesario para reparar y pertrecharse.
Aquí los historiadores vuelven a darle un nuevo palo a Oquendo, pues éste, en vez de retirarse a su vez a los puertos propios en Mardick o Dunkerque, donde desembarcar las tropas de tierra, reparar y avituallarse, prefirió quedarse en Las Dunas sin contar con el artero inglés. Oquendo reclamó lo que necesitaba para poder volver a hacerse a la mar, pero también se dio cuenta que cada vez atracaban allí más y más buques holandeses reparados y reabastecidos, como puerto neutral que era, llegando a temer que bloquearían la entrada del puerto. Oquendo reclamó ser abastecido de pólvora y alimentos, pero su suministro se demoró eternamente. Para evitar enfrentamientos en sus aguas jurisdicionales, el rey de Inglaterra ordenó que una escuadra propia al mando del almirante Pennington (gran amigo y colaborador de los holandeses se interpusiese entre los buques de Tromp y Oquendo. Mientras tanto los holandeses seguían atracando buques, que ya llegaban a sumar 120 (el doble de lo que podían ofrecer los españoles) y una escuadra efectuaba un bloqueo del puerto.
Flota holandesa bloqueando The Downs
Cuando se dio cuenta de la traición y la trampa donde se había metido, Oquendo reclamó que se le permitiese salir del puerto, ya que era neutral, y que la flota inglesa lo escoltase hasta altamar. Además de que los buques holandeses debían permanecer en puerto hasta cuatro mareas después de su salida, según lo estipulado en esos casos. Como no se le hiciera caso y viese que con la connivencia del almirante inglés, los holandeses movían sus buques a sitios favorables para batir a los españoles sin riesgo alguno, Oquendo informó de su desesperada situación y pidió ayuda mediante un barco correo al cardenal-infante Fernando de Austria, que a la sazón se encontraba en Dunkerque (entonces español). Éste, pensando en los vitales caudales y soldados con destino a Flandes, organizó una flotilla de pesqueros y pequeños barcos que fueron llegando de forma escalonada a Las Dunas. Conforme llegaban estos barquichuelos eran escondidos tras los galeones españoles a sotavista de ingleses y holandeses. De esta forma se pudieron transferir el tesoro y las tropas de infantería a dichos barcos.
Así, la noche del 27 al 28 se levantó una espesa niebla que fue aprovechada por la totalidad de la flotilla (56 pesqueros y 12 pataches, fragatas y filibotes) para forzar la salida del puerto sin que nadie los viera. Solo seis de ellos y de los más pequeños fueron apresados por los barcos holandeses que patrullaban el exterior, el resto llegaron a Dunkerque donde desembarcaron tropa y caudales.
Librado Oquendo de esa preocupación se dedicó a reparar sus naves y pudo conseguir una pequeña cantidad de pólvora que repartió entre sus buques para el caso que tuviesen que forzar la salida. Cosa que tuvo que decidirse a hacer porque Tromp era cada vez más atrevido y la vigilancia de la flota inglesa brillaba por su ausencia, e incluso por momentos parecía que iban a entrar en combate al lado de los holandeses. Así, aprovechando la espesa niebla que se estaba levantando, el 21 de Octubre ordena levar anclas y dirigirse a mar abierto. Desgraciadamente y a pesar del viento favorable, vuelven a apelotonarse los buques y la escuadra de Galicia al mando del general Andrés de Castro es empujada contra los bancos de arena, embarrancando 23 galeones que quedaron inservibles para el combate. Según los ingleses, de éstos cuatro se fueron al fondo desfondados, tres fueron incendiados por los holandeses y 9 pudieron regresar más tarde a Dunkerque. De los siete restantes no dicen nada por la sencilla razón de que se los quedaron e incorporaron a su marina con la excusa de impedir que fueran tomados por los holandeses (como si hubieran movido un dedo por impedir aquello). Curiosa la neutralidad inglesa, aunque que se puede esperar de semejante chusma pirata.
Cuando Oquendo, ya fuera de puerto y despejada la niebla contó los buques que le seguían se dio cuenta que de su Armada apenas le quedaba una división de 21 navíos, lo que le colocaba en desventaja con respecto a los holandeses en relación 1/6. Éstos, por descontado no respetaron (ni el almirante Pennington se lo hizo respetar) las cuatro mareas estipuladas y persiguieron los restos de la flota española, logrando alcanzarla y forzar el combate.
Poco hay que decir de un combate en tal desproporción y un ejemplo ilustra lo que fue aquello. Después de que la nave capitana de Oquendo - el Santiago de España - hubiera llegado a estar rodeado de 25 barcos holandeses y batido contra hasta un centenar de buques a lo largo de su regreso a Mardick, se contaron en su casco más de 1.700 agujeros de bala.
España perdió 43 barcos, los 23 encallados y 20 (de ellos 11 apresados) en el combate del día 21. Las pérdidas en hombres ascendieron a 6.000 (incluidos heridos y los prisioneros en combate y los de los buques embarrancados). Por parte holandesa declararon la pérdida de 10 barcos y 1.000 hombres, lo que dada la proporción de 6 a 1 con la que combatieron, dice mucho de cómo se batieron los españoles.
Hubo quien, desde España, vio la acción de Oquendo como una gran hazaña, puesto que había conseguido llevar los refuerzos y los dineros al ejército de Flandes, y salvó a la capitana y al estandarte real ante fuerzas abrumadoramente superiores. Olvidan que, si en lugar de encerrarse en la rada de los Downs, se hubiese dirigido a los puertos de Flandes, no hubiese perdido casi toda su flota.
Dicen que Oquendo dijo en su lecho de muerte: “ … Ya no me queda más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte”.
Hay con respecto a Oquendo una frase lapidaria pronunciada por el almirante e historiador portugués Costa Quintilla: “ … “Oquendo se portó más como comandante de buque que como general y almirante, ya que, sin más que poner en línea sus navíos en el primer encuentro, pudo aniquilar a sus enemigos”.
Aquella derrota supuso unas pérdidas irrecuperables y marcó casi indefinidamente la inferioridad de España, porque la monarquía de los Áustrias, en esos momentos ya no daba para más. El país y las arcas estaban más que vacías de tanta guerra y contra todos, mientras los enemigos se iban turnando mientras socavaban poco a poco aquel imperio del que se dijo que en él nunca se ponía el Sol.
Pero no me gustaría cerrar este artículo sin por lo menos alabar la figura de Antonio de Oquendo como soldado. Quien mejor puede hacerlo que su enemigo en aquellas malhadadas jornadas. Queda constancia escrita de que cuando Tromp se presentó ante los representantes de los Estados Generales para anunciarle su victoria, le fue recriminado que no hubiera apresado a la nave capitana de España pese a la supremacía de material y hombres que tenía a su disposición. Tromp contestó: “ … la capitana de España con Don Antonio de Oquendo dentro es invencible”.
Fuentes de consulta:
-
Libro "La Batalla Naval de Las Dunas" de Víctor San Juan
-
Y la inevitable consulta en http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_las_Dunas_(1639)
Saludos.
Pd: Edito para añadir mis fuentes de consulta en la realización de este artículo. Pido disculpas a la administración y al foro por tan lamentable olvido.