31-03-2006
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De la Segunda Guerra Mundial hay un enfoque histórico, ése de los libros de texto, y otro intrahistórico, el que habla de lo cotidiano del conflicto. Jesús Hernández ha investigado un poco más allá de estrategias y versiones oficiales para recopilar ‘Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial’ (Inédita Editores) y arrancar así una sonrisa o alguna que otra cara de asombro.
Con prólogo de Manuel Leguineche (“No cabe duda de que la guerra fue una tragedia, pero mezclada, como siempre ocurre, con el absurdo, con ráfagas de humor”), el libro aporta, además del centenar de anécdotas, otro capítulo destinado a curiosidades y un espacio destinado a pequeños récords, como la bomba más pesada o el piloto más condecorado.
Según el propio autor, lo arriesgado de acercarse a la guerra desde una vertiente humorística “puede servir para dejar al descubierto su carácter intrínsecamente absurdo” y añade en la introducción que el libro es “un pequeño homenaje a todas las víctimas de la contienda, especialmente a los españoles que se vieron involucrados en ella”.
Los inodoros de Viena
De entre 100, muchas son las anécdotas que merecen ser resaltadas. Algunas tienen tintes cómicos, como el asombro ante los inodoros de los soldados rusos que ocuparon Viena. Muchos de ellos provenían de aldeas y en un principio creyeron que se trataba de frigoríficos para conservar alimentos en el frescor del agua.
Otras se refieren a personajes relevantes, como la conocida aversión de Hitler hacia el tabaco, que le llevó “al extremo de intervenir personalmente ¡para que Stalin no apareciese en las fotografías de la prensa fumando!”. Parece que además, los falsificadores británicos, en un alarde grotesco de calidad, confeccionaron un pasaporte perfecto en el que, junto al nombre del 'führer', aparecía la letra ‘J’ con la que se señalaba a los judíos en el Tercer Reich.
En cuanto a desmontar mitos, la conocida foto de Joe Rosenthal en la que seis 'marines' izan la bandera con las barras y las estrellas en lo alto del monte Suribachi, en la isla de Iwo Jima, resulta que vino precedida por una mucho más prosaica, atada a una tubería. El momento fue inmortalizado por un fotógrafo del ejército. Después, otro grupo de soldados encontró en una lancha varada en la playa otra bandera más grande, y esta vez sí, Joe Rosenthal estaba allí para inmortalizar la escena, todavía hoy icono propagandístico estadounidense.
La Casa Negra
Tras el ataque sorpresa a Pearl Harbor en 1941, Estados Unidos tomó medidas para evitar nuevos bombardeos aéreos, como el oscurecimiento de los núcleos habitados o la orden de recubrir los edificios emblemáticos con una pintura negra especial, fácilmente extraíble una vez pasada la alerta. Otros edificios-símbolo sí se ennegrecieron pero, cuando se iba a proceder a cambiar la cara de la Casa Blanca, Roosevelt dio marcha atrás.
En cuanto a las casualidades, una de las más sorprendentes tiene que ver con un maestro de escuela, 20 años dedicado a inventar crucigramas para un periódico. A falta de un mes para el desembarco de Normandía, los servicios secretos aliados descubrieron cómo iban apareciendo los nombres en clave de las diferentes fases de la gigantesca operación nada más y nada menos que “¡en el crucigrama del diario londinense ‘Daily Telegraph’!”. Al maestro e le acusó de espía, pero enseguida hubo que admitir que todo había sido fruto del azar.
Por último, en el capítulo ‘La guerra en récords’ se puede encontrar quién fue el soldado más condecorado (el estadounidense Audie Murphy, que tras la guerra se convirtió en actor y rodó 44 películas). O la pistola más barata y sencilla que se haya fabricado nunca. El piloto de caza más eficaz, el teniente alemán Günther Scheel, también tiene hueco, además del acorazado de mayores dimensiones, el japonés 'Yamato'.
Es un libro cuando menos curioso, gusta de tener en casa bien cercano un libro como este.