23-09-2007
Gustav Winter
Uno de los personajes más interesantes de la historia de Fuerteventura y de Canarias en el siglo XX, y quizá de toda su historia, fue el terrateniente alemán Gustav Winter. Para los servicios secretos británicos, se trataba de un espía nazi protegido por el franquismo; para los habitantes de la isla majorera, fue siempre don Gustavo el alemán.
Nacido en Zastler, cerca de Friburgo, el 10 de mayo de 1893, el joven Winter hizo sus primeros estudios en Hamburgo, pero su temperamento emprendedor lo llevó pronto a latitudes lejanas. En 1913 viaja a la Argentina y, a su vuelta en 1914, ya empezada la primera guerra mundial, los ingleses abordan en el Canal de la Mancha el barco en que viajaba, lo detienen y lo recluyen en un barco-prisión anclado en Portsmouth; es la primera vez que los servicios secretos ingleses lo consideran sospechoso de espionaje. En febrero de 1915 se evade, alcanzando a nado el buque neerlandés Hollandia, y huye a España, donde residirá desde 1915. Cuenta su amigo Vicente Martínez una anécdota de esos momentos de su vida que dice mucho de su carácter: llegado a España, se dirigió a un consulado del Reino Unido y, aprovechando su perfecto dominio del inglés y la posibilidad de interpretar su apellido como anglosajón, se hizo pasar por ciudadano británico en apuros y consiguió una importante ayuda económica de aquellos de quienes acababa de escapar.
Establecido en la España neutral, trabaja en Vigo y Tarragona, completa sus estudios de ingeniería en Madrid en 1921 y pone en marcha varios proyectos de centrales termoeléctricas en Murcia, Tomelloso, Valencia, Zaragoza y la capital; luego se traslada a Las Palmas de Gran Canaria, donde entre 1924 y 1928 levanta la Compañía Insular Canaria Colonial de Electricidad y Riego y su central eléctrica Alfonso XIII en el barrio de Guanarteme (la popular CICER), inaugurada ese último año por el dictador Primo de Rivera.
El polifacético y un tanto misterioso ingeniero alemán hizo diversos viajes de estudios por Europa y navegó en su velero Argo en sus ratos libres; en él visitó por primera vez Fuerteventura en los años treinta. Según su hijo Juan Miguel, “estuvo a punto de comprar Lobos ( un islote al norte de Fuerteventura ), pero finalmente se decidió por Jandía”.
Explotar el desierto
Hasta ese momento, esta península meridional había permanecido a lo largo de los siglos como un apéndice ajeno al resto de la isla de Fuerteventura. En tiempos prehispánicos, han defendido algunos, un muro que hoy se atisba en algunos yacimientos arqueológicos a lo ancho del istmo de la Pared separaba dos reinos independientes, el de Maxorata y el de Jandía. Después de la conquista y desde los primeros tiempos del señorío, la península dependió siempre de los señores de Lanzarote, y no de los de Fuerteventura. Tras la abolición de los señoríos por las Cortes de Cádiz (1811), Jandía se integró en la división administrativa del estado y, por tanto, en el término municipal de Pájara, aunque
ese mismo año el Consejo de Castilla reconoció el señorío de la península de Jandía a los marqueses de Lanzarote, condes de Santa Coloma y Cifuentes, Grandes de España.
El propietario de Jandía nunca visitó sus tierras, y para ejercer su dominio nombró un administrador en Canarias, que a su vez designó a un arrendatario en Jandía,
que asi continuó constituyendo una única y enorme finca conocida como Dehesa de Jandía: 18.000 hectáreas de terreno que constituían la mayor propiedad rústica de Canarias en la época, un lugar por entonces casi desértico, aislado del progreso y de todo signo de civilización.
Winter se decidió pronto a adquirir la península, aunque al principio no pudo sino alquilársela en Burgos a sus propietarios, los herederos del marqués de Lanzarote y conde de Santa Coloma, en julio de 1937, por estar vigente un decreto de Gil-Robles que prohibía la venta de terrenos a extranjeros. En abril de 1941 la empresa Dehesa de Jandía, S.A., cuyos capitalistas eran testaferros españoles a fin de poder efectuar la adquisición del inmenso territorio de forma legal, compra la península y nombra administrador único a Gustav Winter.
Así pues, Winter fue propietario de facto de la totalidad de la península de Jandía desde unos años antes de la segunda guerra mundial. En ella abriría con el tiempo unos cincuenta y dos pozos, con la ayuda del zahorí Eulogio Espinel. Repobló el pico de la Zarza con más de cien mil pinos canarios. Después del final de la guerra mundial, cuando el matrimonio Winter-Althaus regresó a Fuerteventura (en 1947), cultivó en Casas de Jorós tomates y alfalfa que exportaba por el puerto de Gran Tarajal, en el municipio de Tuineje, a unos cincuenta quilómetros al norte; y explotó el ganado caprino en el valle de Cofete con la mediación de más de cincuenta aparceros o, como se conocen en Fuerteventura, medianeros, lo que le permitió comercializar queso y lana de gran calidad en el mercado central de Las Palmas de Gran Canaria, donde mantenía un puesto de venta con la marca comercial de la sociedad que administraba, Dehesa de Jandía. A principios de los años 50, Winter llegó a ser propietario de una cabaña de siete mil cabezas, entre cabras y ovejas; en 1952 se hicieron en la península 32.000 quilos de queso. La mitad del producto era propiedad del terrateniente alemán, y la otra mitad de los medianeros, pero don Gustavo compraba a éstos su mitad para exportarla a Las Palmas en el paquebote Guanchinerfe, que hacía cabotaje entre las distintas islas del archipiélago. La humedad y consiguiente fertilidad del valle de Cofete atraían a Jandía pastores y ganados furtivos de toda la isla, y algunos rebaños salían de la Dehesa con más cabezas de las que habían traído; lo cual, junto con el proyecto de criar de forma aislada ovejas caracul, presuntamente motivó la erección de una famosa valla de dos metros que clausuraba el istmo de La Pared a la altura de Matas Blancas, con una única puerta de acceso vigilada por un guardián, José Viera Torres, que residía en ese caserío y se comunicaba con el alemán por radio y con Gran Tarajal por teléfono. Doña Isabel Althaus habla de 1962, pero existe documentación que hace la instalación de la cerca tan temprana como 1949.
Villa Winter
Entre 1946 según su familia, y en los primeros años de la contienda mundial según otras fuentes, el alemán edificó la peculiar Villa Winter, un palacete, casi un castillo en el más alejado confín de la Península, Cofete.
Así mismo tendió la carretera que aún hoy lleva desde La Pared hasta Cofete y es conocida como camino de los presos: ambos proyectos fueron llevados a cabo gracias a la obligada colaboración de los presos políticos que el régimen franquista recluía en el campo de concentración o Colonia de Vagos y Maleantes de Tefía, en el interior de la isla (después primer aeropuerto de la isla y colonia agrícola y penitenciaria, y hoy albergue y escuela taller del Cabildo Insular de Fuerteventura), y que fueron puestos a disposición de don Gustavo. La familia Winter Althaus nunca llegó a residir en la villa, sino en una finca que dominaba desde las alturas la localidad de Morro Jable, donde se la conocía como el caserío del alemán. Tuvo mucho que ver don Gustavo con el desarrollo de lo que en los años cincuenta no era más que una aldea de pescadores de no más de una cincuentena escasa de viviendas, con chiquillos correteando descalzos por las calles, analfabetismo, hambre, enfermedades olvidadas en otras latitudes todavía vigentes, plagas de langosta y absolutamente ningún servicio público por parte del estado. El médico y periodista grancanario Enrique Nácher describió muy bien el Morro Jable de aquella época en su novela Cerco de arena.
Habilitó el alemán, también en los años 40, un aeródromo muy cerca de la Punta del Faro de Jandía, apisonando una pista de tierra de 800 metros de largo y 75 de ancho que iban a usar aviones militares españoles a finales de los cuarenta como aeródromo de socorro y para transportar cazadores y pescadores al servicio de Winter, gran aficionado a la caza y la pesca; los habitantes de Jandía recuerdan con cierta suspicacia el ir y venir de militares españoles en los años cuarenta. El aeródromo fue objeto de una investigación por parte del Jefe de la Zona Aérea de Canarias. Gustav Winter diseñó un plano a tal efecto y justificó la existencia de la pista por la posibilidad de solucionar evacuaciones debidas a urgencias médicas. Las explicaciones no satisficieron al mando aéreo militar y el uso de la pista fue prohibido; “Don Gustavo a partir de ese momento se ha de trasladar al nuevo aeropuerto de Los Estancos cada vez que tiene que viajar fuera de la isla”.
Sólo a partir de 1958 podrá Winter disponer libremente de su propiedad. El 5 de agosto de ese año se nacionalizó español con el nombre de Gustavo Winter Klingele, lo que le permitió por fin ser accionista mayoritario de la empresa Dehesa de Jandía. En 1962 dividió el enorme latifundio en lotes y se reservó la propiedad de casi 2.200 hectáreas del mejor terreno, que incluía Cofete y Morro Jable; según se dijo, como compensación por las mejoras introducidas en la propiedad.
Don Gustavo falleció en 1971 en Las Palmas de Gran Canaria, en cuyo cementerio fue inhumado. Finalmente, la familia Winter vendió la casa hacia 1997 a Lopesán, que aparentemente tiene el propósito de convertirla en un pequeño hotel, pese a hallarse enclavada hoy día en el corazón de un parque natural. El Cabildo Insular de Fuerteventura ha estado también interesado en la compra del palacete, pero esta operación nunca se ha materializado.
La leyenda de Gustav Winter
Don Gustavo fue protagonista de una leyenda, que con el paso de los años ya no se sabe distinguir entre ficción y realidad. Según la misma, el magnífico palacete semifortificado que construyó Winter en el insólito y aislado paraje de Cofete –en medio de la nada– habría servido durante la segunda guerra mundial de lugar de descanso, refugio o avituallamiento para las tripulaciones de los submarinos alemanes, que además se habrían servido de la bahía de Ajuy, algunas millas al norte, como base natural. Que los alemanes de Jandía suministraban víveres a los submarinos alemanes en aguas canarias era especie que ya circulaba entre los militares destinados en Fuerteventura en los años cuarenta. También se ha supuesto que desde la torre de Villa Winter podría haberse orientado a submarinos o aviones alemanes en un lugar tan próximo al Puerto de la Luz (Las Palmas), y existe el testimonio, transmitido por el investigador Juan Pedro Martín Luzardo, de un expiloto británico de la RAF que aseguraba haber derribado sobre Cofete un avión alemán durante la segunda guerra mundial.
La torre de la Villa Winter está accesible solamente en los dos pisos superiores es decir concretamente solamente en el piso intermedio con las cuatro ventanas pequeñas rectangulares.
En este piso se encuentra una caja de fusibles y palancas eléctricas enormes. Sus dimensiones hacen sospechar que en esta torre estaba instalado un aparato que requería ingente cantidad de energía eléctrica.
Todo ello podría ser coherente con el aislamiento del lugar, con la disponibilidad de un equipo médico y de enfermería entonces único en la isla, con la aparente protección del régimen franquista y con la frecuente presencia de militares españoles en la casa, donde pasarían fines de semana so pretexto de cacerías.
No obstante, la casa fue construida a partir de 1946, según su familia y alguno de sus detractores (aunque fuentes británicas hablaron de 1940 ) y que nunca llegase a ser habitada por los Winter, dicen sus hijos, se debió a que la mayor parte de la población de Jandía se mudó a vivir a Morro Jable, tras una sequía que imposibilitó la agricultura en el valle de Cofete y la apertura en el pueblo de la fábrica de salazones de Lloret y Llinares.
Diversos estudiosos han comentado el caso desde el punto de vista histórico. Para algunos parece claro que el ingeniero alemán actuó como intermediario entre el gobierno alemán y los inversores de su país. Winter habría atraído capital público y privado alemán para electrificación y construcción de un muelle, una fábrica de cemento, unas salinas y una factoría de conservas y harinas de pescado con una flota de once pesqueros que efectivamente compró; capital que, según el Foreign Office, pudo llegar a los 30 millones de pesetas y que la guerra civil y la segunda guerra mundial impidieron se pusiera en marcha; de modo que Winter hubo de dedicarse finalmente a la agricultura y la ganadería. El destino de estas inversiones estatales o paraestatales no parece claro sin una motivación estratégica, militar o no, aunque para su viuda la motivación fue puramente económica, dada la gran proximidad de los caladeros saharianos. Lo cierto es que ya en 1937 Winter había mostrado los planos de su proyecto industrial en Jandía al periodista Vicente Martínez en Las Palmas, y en 1938 visitó Fuerteventura con una pequeña expedición de expertos alemanes a bordo del barco Richard Ohlrogge para investigar la zona, hacer fotografías y trazar mapas de las costas...
La guerra mundial alejó a Gustav Winter de su finca en Fuerteventura durante unos años. Aunque no fue alistado por sobrepasar la edad reglamentaria, fue reclutado como ingeniero para la Marina de Guerra alemana. Según declaraciones de su viuda, por otro lado sin contrastar, entre 1940 y 1944 dirigió un astillero de submarinos de la armada en Burdeos; pero, cuando los alemanes se retiraron de Francia, abandonaron allí a Winter, que tuvo que refugiarse por segunda vez en España, huyendo en agosto de 1944 a San Sebastián y luego a Barcelona. En Madrid y en junio de 1945 la conocería a ella, su segunda mujer, Elisabeth Althaus. Para Winter, que tras la derrota de Hitler perdió sus propiedades en su país (una mina de carbón, una empresa de transportes fluviales en el Rhin y el Danubio y otras industrias), así como la oportunidad de levantar un emporio industrial en Jandía, la segunda guerra mundial fue un desastre que, no obstante, no iba a acabar con su espíritu creativo y laborioso. Posteriormente, su nombre apareció en una Lista de repatriación de espías alemanes residentes en España “con la protección de Franco” elaborada por los aliados al final de la segunda guerra mundial (1945), con el fin nunca satisfecho de reclamarlos y juzgarlos; en ella, de manera coincidente con la leyenda, Winter es descrito como “agente alemán en Canarias encargado de los puestos de observación, equipados con telefonía sin hilos, y del abastecimiento de los submarinos alemanes”. Sólo en 1947 permitieron los aliados que la familia Winter regresara a Canarias.
A principios de los sesenta visitó a Winter, por motivos profesionales, el ingeniero agrónomo Manuel Bermejo, quien con el transcurso de los años sería alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, entre otros cargos políticos, administrativos y docentes. El palmense resume bien las conjeturas que se han alimentado durante años acerca de la casa de los Winter:
En este paisaje de soledad absoluta, el encontrarse una casa enorme en medio de la playa, con sólidas paredes, muchas habitaciones, una cocina capaz para muchos comensales, unos sótanos amplísimos con instrumentos de música, sientes que es un elemento insólito, como un elemento extraterrestre que allí se ha depositado y que te crea una serie de interrogantes sobre su destino, ya que desde luego no es, ni puede ser, por sus dimensiones, el sitio de recreo y reposo de una familia.
Como tal, las interpretaciones de para qué servía, la posibilidad de vivir allí, sin que nadie en el mundo civilizado pueda tener conocimiento de tu existencia, la cercanía de un aeropuerto de tierra sito casi al extremo sur de Jandía y, por tanto, no lejos de ella, el aislamiento que creaba Winter con el control por radio a todo el que quería acceder a la península de Jandía, su dominio total de ella, la frecuencia de los hundimientos de mercantes aliados en el entorno de Canarias por submarinos alemanes, a cuya nacionalidad pertenecía Winter, el que hayan sido precisamente prisioneros políticos los que hicieron la carretera de acceso, son todos elementos que confluyen en una especulación mental, nada sé con certeza, que relacionan unas cosas con otras.
Gustav Winter desapareció hace más de treinta años, después de habitar el extremo más despoblado de las Canarias durante otros treinta. Su secreto, si lo hubo, sigue sin desvelar, y en Jandía la población sigue creyendo en la existencia de túneles subterráneos que conducen desde los sótanos de Villa Winter hasta el mar. Fuese o no un espía al servicio de Hitler, la leyenda de don Gustavo goza a día de hoy de una salud óptima.
Saludos