08-07-2009
La ofensiva del Ebro fue la respuesta de la República a una situación desesperada. Tras la derrota de Teruel y el hundimiento del frente republicano en Aragón las tropas franquistas habían lanzado una gran ofensiva que las había llevado hasta el Mediterráneo, partiendo en dos el territorio republicano. En abril de 1938 Cataluña quedaba aislada, quedando la línea del frente delimitada por los ríos Ebro y Segre. Al mismo tiempo que la ofensiva franquista tenía lugar un acontecimiento internacional que hizo desviar la atención del mundo lejos de España: el 11 de marzo Hitler decretaba el Anschluss, la anexión alemana de Austria. El 13 la Wehrmacht desfilaba por las calles de Viena. Tres días después, el 16 de marzo, comenzó un ataque masivo de la aviación italiana contra Barcelona. Se trataba de una serie de 18 bombardeos que en dos días causaron más de mil muertos. Por primera y única vez, Franco protestó ante sus aliados italianos, a pesar de que probablemente el ataque se hizo con su conocimiento, y aunque no hubiese sido así, nunca, ni antes ni después, mostró reparos en que se atacasen objetivos civiles. La inesperada repercusión en la prensa extranjera y las protestas de Gran Bretaña y el Vaticano en una situación internacional delicada tras la ocupación alemana de Austria pudieron asustar a Franco.
El Anschluss quedó finalmente sin respuesta por parte de las grandes potencias europeas, con excepción de un pequeño gesto que tendría gran importancia en el desarrollo de la guerra en España: a mediados de marzo Léon Blum, el primer ministro francés, decidió permitir la apertura parcial de la frontera española. No duró mucho tiempo, ya que tras el cambio en el gobierno francés (Blum fue sustituido por Daladier), unido a las presiones británicas e italianas, la frontera volvió a cerrarse a comienzos de mayo. La política británica estaba muy lejos de implicarse en ayudar a la República, ni siquiera en ese momento en el que parecía estar obligada a responder al desafío de Hitler. La respuesta británica fue buscar un acercamiento con Italia, con el que se pretendía alejar a Mussolini de Hitler y dar estabilidad a la región mediterránea. El 16 de abril se firmaba un pacto italo-británico. Durante las negociaciones los ingleses trataron lograr de la parte italiana un compromiso de retirada de las tropas (“voluntarios”) que combatían en España, aunque acabaron aceptando únicamente que Mussolini no mantendría fuerzas en España una vez acabada la guerra.
En el poco más de un mes en el que estuvo abierta la frontera franco-española pudieron llegar a Cataluña unas 25.000 toneladas de material bélico. Con ese nuevo material se les ofrecía a los republicanos la posibilidad de preparar una ofensiva que distrajese el avance de las tropas de Franco, que se había decidido por dirigirse al sur, hacia Valencia (hay quien piensa que el Anschluss influyó en la decisión, al no querer Franco atacar Cataluña y consecuentemente acercar sus fuerzas a la frontera francesa en un momento de tensión internacional). Las ofensivas franquistas contra Valencia estaban fracasando, pero no era probable que las defensas republicanas aguantasen por mucho tiempo su empuje. En la decisión de pasar a la ofensiva fue decisivo el cese de Indalecio Prieto como ministro de Defensa y la asunción del cargo por Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros. Negrín dio al Ejército Popular una fuerza moral y un ímpetu que Prieto, que se definía a sí mismo como un pesimista y que consideraba que la guerra estaba perdida, no podía dar. Negrín era consciente de que la superioridad material de las fuerzas de Franco era aplastante, pero contaba con que, dada la tensa situación europea, si se producía un estancamiento que hiciese pensar en un alargamiento indefinido de la guerra en España, las potencias acabasen aceptando una paz negociada con mediación internacional. La otra opción era que finalmente estallase la guerra en Europa, lo que daría un vuelco total a la situación y acabaría con las opciones de Franco de ganar la guerra. Con el fin de dar a las potencias una base para una paz negociada, el 1 de mayo de 1938 Negrín formuló sus “trece puntos”. Consistían básicamente en: sufragio universal, plebiscito sobre la forma de gobierno, respeto a las libertades regionales, a la libertad de conciencia y a la propiedad privada, reforma agraria, indemnización a las empresas extranjeras perjudicadas por la guerra, fin de la presencia militar extranjera y mantenimiento de España en la Sociedad de Naciones.
La estrategia republicana era muy arriesgada. Con la frontera francesa cerrada, pasar a la ofensiva implicaría consumir en poco tiempo los pocos recursos con los que se contaba, sin posibilidad de reponerlos. La ofensiva estaba prevista para el mes de junio, pero tuvo que retrasarse por problemas logísticos. Finalmente, en la madrugada del 25 de julio las unidades de vanguardia de dos cuerpos de ejército del Ejército Popular comenzaron a cruzar el Ebro dando inicio a la mayor batalla de la historia de España. La ofensiva perdió fuerza rápidamente, y menos de una semana después las tropas republicanas detuvieron su avance y se aprestaron a defender el territorio conquistado. El objetivo inmediato se había logrado: Franco canceló el ataque a Valencia y volvió su ejército contra las fuerzas que habían cruzado el Ebro. El enfrentamiento se convirtió en una gran batalla de desgaste como no había visto el mundo desde la Primera Guerra Mundial. Durante casi cuatro meses más de 300.000 hombres lucharon por una franja de terreno agreste y seco de menos de 800 Km2 sin ningún valor estratégico.
El objetivo secundario parecía que también se estaba consiguiendo. La percepción internacional de la situación en España cambió radicalmente. Pese a la aplastante superioridad franquista, parecía que la guerra podía llegar a un punto muerto, tras sus continuos fracasos en acabar con la bolsa del Ebro. El 29 de agosto el diario del conde Ciano recoge unas palabras de su suegro Mussolini: “Anota en tu diario que hoy, 29 de agosto, yo profetizo la derrota de Franco. Ese hombre o no sabe hacer la guerra o no quiere hacerla. Los rojos son luchadores, Franco no”. El 19 de septiembre el embajador alemán en Burgos, Eberhard von Stohrer, envió un informe en el que describía el ambiente de desánimo que reinaba en el cuartel general de Franco y las continuas discusiones de este con sus generales, a causa del estancamiento que se ha producido en la situación militar y la situación internacional cada vez más complicada.
El momento fue aprovechado por el gobierno republicano para tratar de implicar a las potencias europeas en la búsqueda de una paz negociada. Parecía que esta vez sí era posible, y más cuando estalló en Europa la crisis de los Sudetes.
Continuará...