17-04-2006
Luego de finalizada la Primera Guerra Mundial, los vencedores, ingleses y franceses, impusieron en Versalles humillantes condiciones a los alemanes. Debían entregar a Francia exorbitantes cantidades de dinero, desmilitarizar Renania, ceder Dantzig y Silesia a Polonia, y los Sudetes a Checoslovaquia. También se prohibía a su ejército poseer más de 10 divisiones, 100.000 hombres, artillería pesada, tanques, aviones y Estado Mayor. Además, el Tratado creó dos nuevas naciones: Polonia y Checoslovaquia, y separó Austria de Hungría.
El objetivo de Versalles era que la “Gran Guerra” nunca se volviera a repetir. Con una Alemania reducida a la impotencia se esperaba lograrlo. Pero no fue así. Alemania, aunque atravesaba una grave crisis financiera, estaba intacta. Su ejército, el “Reichswehr”, deseaba ansiosamente vengar la vergüenza de Versalles. La U.R.S.S. ya no era un aliado incondicional de las democracias occidentales, y estaba dispuesta a aliarse indistintamente con los alemanes o los franco-británicos, según le conviniera.
Mientras tanto, en los primeros días de la paz, en una cervecería de Munich, un grupo de jóvenes se reúne para crear un partido más: el Partido Obrero Alemán. Uno de sus creadores es un cabo austríaco sin mucha personalidad: Adolf Hitler, que en una Alemania devastada por la crisis económica y la inflación, sabe abrirse camino. En poco tiempo, el Partido Obrero Alemán se transformará en el Nacional - socialista, o Nazi.
Pero Hitler ambiciona más que eso. Quiere vengar la vergüenza de Versalles y devolver a Alemania su “espacio vital”, que le arrebató el Tratado, y para lograr su objetivo necesita el poder. En 1923 se lleva a cabo el fallido “putsch” de Munich. Hitler va a la cárcel, y en ella dicta a Rudolf Hess, uno de sus más íntimos colaboradores, su autobiografía, Mein Kampf (Mi Lucha), que llegará a convertirse en la Biblia del nazismo.
Al salir de prisión, Hitler reorganiza su Partido, y crea sus propias milicias, las S.A. y las S.S., para “apretar” a sus enemigos y atacar a los comunistas y los judíos.
Entre tanto, el poder del nacional - socialismo va creciendo. En 1930 ya tiene 107 diputados en el Reichstag, y tres años más tarde, el 30 de enero de 1933, el anciano presidente Hindenburg nombra Canciller al joven Hitler. Un mes más tarde, el Reichstag arde. Hitler acusa del incendio a los comunistas, y se otorga plenos poderes. Instaura en Alemania un régimen totalitario fascista anticomunista y antijudío. El Führer, como se le llama, hace trizas el Tratado de Versalles. Promulga el Servicio Militar obligatorio; aumenta el tamaño del Ejército a 500.000 hombres; crea una fuerza aérea, la Luftwaffe, que pondrá bajo el mando de su amigo y colaborador Hermann Göering. Hace, además, caso a los jóvenes oficiales que, como Lutz, Guderian y von Thoma, preconizan el desarrollo del arma blindada, y crea las temibles Panzerdivisionen (Divisiones blindadas), que tantos éxitos tendrán en posteriores campañas. Renania es remilitarizada en 1936, y para ese entonces ya ha abandonado la débil Sociedad de las Naciones.
Entre tanto, las potencias occidentales (Francia y Gran Bretaña) salen de un espantoso letargo. Durante la posguerra Francia a construido la formidable Línea Maginot, impresionante muralla de hormigón extendida a lo largo de la frontera francoalemana. Sin embargo, este formidable obstáculo defensivo no guarnece el bosque de las Ardenas, que se cree impracticable para los ejércitos modernos. Este factor sellará la suerte de Francia en mayo de 1940.
Además de la Línea Maginot, Francia e Inglaterra han hecho poco y nada. Sus ejércitos, a diferencia de la moderna Wehrmacht, están dotados de armas caducas. Sus stocks de municiones provienen de la otra guerra. Por toda aviación disponen de pocos aparatos, viejos. Sólo la R.A.F. (Royal Air Force: Real Fuerza Aérea) británica puede enfrentar a la Luftwaffe. Al ser democracias, estos países no se pueden rearmar a costa del pueblo, como sucede en Alemania, Italia y la U.R.S.S.
Alemanes e italianos usan la Guerra Civil Española como campo de prueba de las futuras campañas que habrían de llevar a cabo en Europa. Apoyan a Franco con armas y hombres. Por su parte, la U.R.S.S. ayuda a los republicanos. Los italianos, además, invaden Etiopía con facilidad, y se anexionan Albania. Son echados de la Sociedad de las Naciones, pero a Mussolini no le importa mucho. En Asia, Japón también sigue una política expansionista: se aprovecha de la debilidad del régimen de Chang Kai-Chek en China para conquistar Manchuria e instalar un estado títere, el Manchukuo. También ellos son expulsados de la Sociedad de las Naciones.
Sin embargo, Hitler sabe que su Wehrmacht no está aún en condiciones de combatir. Necesita tiempo para completar su rearme, y por eso proclama a bombo y platillo que sólo quiere vivir en paz con sus vecinos. Esto es fácilmente apreciable en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936.
Pero él también se aprovecha de la debilidad de las potencias occidentales. Desde su llegada al poder acaricia el proyecto del “Anschluss”, la unión de Austria y Alemania. Reemplaza a sus generales más escépticos que no quieren correr el riesgo de una guerra y nombra a militares dóciles: Brauchitsch, Keitel, Jodl. Al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores pone a un hombre de su plena confianza: Joachim von Ribbentrop, que había copiado a su Führer esa expresión de seguridad sin límites que era su arma diplomática más eficaz, y, además, “aquel proceder que consistía en aburrir al interlocutor con interminables discursos que no dejaban lugar a preguntas ni a interrupciones, y que hacían, por consiguiente, muy difícil toda discusión”
En febrero de 1938, Hitler invita al Canciller austríaco, Schuschnigg, a su residencia, y le exige concesiones exorbitantes, que transformarían a Austria en protectorado alemán. En caso de negativa, irá a la guerra. Schuschnigg se somete, y permite a los nazis formar parte del gobierno.
Pero el Führer no está conforme, y en marzo entrega a Austria un ultimátum. Schuschnigg renuncia, y su sucesor, Seyss - Inquart, fanático partidario del “Anschluss” invita a los alemanes a ir a Viena a “restablecer el orden”. El 10 de abril se lleva a cabo un plebiscito puramente formal: el 99,7% de los habitantes aprueba la unión con Alemania. Los que se oponen ya parten hacia los campos de concentración junto con los comunistas y los judíos. Hitler a incorporado al Reich siete millones de habitantes sin disparar un tiro, sin perder un solo hombre.
Fuente:artículo periódico "El mundo"