11-03-2006
El día 23 de agosto, con el pacto germano - soviético listo, todo había cambiado: el fin de Versalles había llegado. Hitler proclamó que un alemán de Dantzig era tan alemán como un bávaro o un sudeta. Gran Bretaña y Francia aceptaron el ofrecimiento de Mussolini, que había propuesto una reunión internacional, para revisar las cláusulas del maldito tratado. En el Oeste esperaban que Hitler cediera. Por su parte Adolf esperaba que el Oeste reconociera que Dantzig, ciudad históricamente alemana, era germana.
A Hitler le parecía imposible, que los polacos pudieran negarse a aceptar los siguientes puntos: “Vuelta de Dantzig al Reich; concesión de una carretera y una vía férrea extraterritorial a Alemania a través del corredor polaco; concesión de un puerto libre en Dantzig en beneficio de Polonia y conclusión de un pacto de no agresión por veinticinco años entre Polonia y Alemania.”
Pero se negaron de una forma tan tajante, que a cualquiera le hubiera hecho soltar chispas. Hicieron declaraciones públicas de este tipo: “Que los franceses se ocupen de los italianos y nosotros nos encargaremos de los alemanes. Dentro de un mes, el Ejército polaco desfilará por Berlín y pasará bajo la Puerta de Brandeburgo.”
En realidad, lo único que ganaron los arrogantes polacos es encontrarse hasta los años noventa bajo el yugo soviético y ser una nación de segunda o tercera fila exportadora de emigrantes. Hubiera bastado con que los polacos se hubieran dignado a hablar con Hitler. Pero se negaron con una suficiencia que provocó la desesperación de la diplomacia francobritánica, como más adelante se sabría. Nunca antes se emprendió una guerra en condiciones tan absurdas. Los polacos se negaron a negociar o tratar con Alemania en todo momento. Los franceses y los ingleses lo intentaron todo por cambiar esta actitud que iba a resultar terrible para Europa.
El 31 de agosto, a las 18:00 Lipsky (el embajador polaco destinado en Berlín) consintió tratar con Ribbentrop. Éste le preguntó:
-
¿Tiene usted poderes para negociar?
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No tengo poder alguno
Era intolerable. Lo único que les quisieron decir con aquella actitud fue: Arréglense con franceses e ingleses. Si nos atacan, se las verán con ellos. Nosotros no queremos saber nada.
Un cuarto de hora después, Hitler redactó la directriz número 1 para la invasión de Polonia al día siguiente, 1 de septiembre, a las 4:45. Los planes para la invasión de Polonia decían en su introducción: “Una vez agotadas todas las posibilidades de resolver por medios pacíficos una situación que se ha hecho intolerable para Alemania en la frontera del este, he decidido recurrir a una solución de fuerza.”
No se pueden dar excusas, pero si explicaciones:
Algunos de los 448 artículos del Tratado de Versalles, que el mismo Papa Benedicto consideró monstruoso, habían arrancado a Alemania y entregado a Polonia territorios en los que vivían todavía un millón de alemanes. Personas que sólo querían vivir en paz. Pero a partir de julio de 1939, su situación se volvió insostenible. Amenazadas y oprimidas, aquellas minorías germanas, se vieron obligadas a abandonar su propia tierra, en la que vivían gracias a grandes sacrificios por su parte. Interminables filas de refugiados comenzaban a llegar al Reich, lo habían perdido todo, estaban en estado penoso. Sus casas fueron incendiadas y saqueadas; robaron y degollaron a sus ganados, quemaron los cultivos, violaron a las mujeres, se había asesinado a algunos alemanes... Puede que los relatos no fueran exactos en ciertas ocasiones. Esa gente quedó impactada, fue humillada, incluso las mujeres y los niños. ¿Hace falta añadir algo más? Los polacos disparaban sin reparo contra los aviones de comercio alemanes. Hubo, es verdad, provocaciones por ambos lados. Pero no se reconoció el derecho de Alemania sobre Dantzig. Hubo un delirio polaco, como también lo hubo alemán. Incluso de haberlo querido, ninguno de los dirigentes nacionalsocialistas, ni el mismo Hitler, hubieran podido calmar a los alemanes que vivían en las fronteras, que bramaban contra los polacos.
¿Dónde comenta Churchill en sus memorias algo sobre los actos de pillaje polacos? ¿Hay acaso alguien que nombre estas barbaridades en algún sitio? Nadie. Para todo el mundo Alemania, su pueblo, Hitler y los demás altos cargos del régimen fueron acusados de ser los únicos culpables de esa guerra, por defender un derecho histórico y a sus compatriotas. Obviamente el mundo tiene que buscar siempre culpables, ¿y quién mejor que Alemania? Espero que algún día alguien tenga la dignidad de reconocer, o al menos intentarlo, que los alemanes no fueron los culpables de todo lo que ocurrió aquel triste verano de 1939.
Semejante situación no podía durar mucho tiempo. Hitler, pensando que las potencias occidentales, y no sólo eso, sino todos los países mínimamente civilizados lograrían convencer a Polonia, aplazó el plan de ataque, listo para el 2 de agosto y más tarde, el 26 del mismo mes. Además de soportar las humillaciones de los polacos, ¿podría retroceder por tercera vez? Era cosa de prestigio, la Werhmacht se impacientaba. Si Varsovia hubiese aceptado negociar aquel 31 de agosto, la historia se habría escrito de otra manera. Pero de nuevo apareció el enorme vacío diplomático.
Hitler no se dio cuenta de lo que estaba desencadenando. Jamás pensó en una conflagración mundial, porque no estaba preparado para una guerra total; de haberlo estado, puedo asegurar que el mundo hubiera quedado deslumbrado por Alemania y su poder; pero Hitler pensó que el conflicto permanecería localizado en pequeños focos. Por si fuera poco, pidió a sus soldados que no combatieran en el Oeste.
Para resumir lo ocurrido en Polonia, podemos decir que fue aplastada en dos semanas y su Ejército, que debía haber desfilado bajo la Puerta de Brandeburgo, capituló sin condiciones. Polonia ya no pudo levantar cabeza en unos cincuenta y cinco años.
Cuando Göring se enteró de la declaración de guerra francobritánica, que fue comunicada el 3 de septiembre dijo: “¡Qué Dios se apiade de nosotros si perdemos esta guerra!”
Había comenzado para Alemania, para toda Europa, una catastrofe sin precedentes en la historia de la humanidad. Pero que se debatiría con especial crudeza sobre el pueblo alemán.