17-04-2006
Durante y después de Munich el problema ucraniano cobra interés por muy diversos motivos:
Ucrania es una realidad étnica y nacional: es el país de los rutenos, que hablan el idioma ruteno, llamado también «pequeño ruso». Uno de los países más ricos de Europa en lo que a recursos se refiere; no es solamente el granero de Europa; es poseedora también de minas de carbón y yacimientos petrolíferos en Galitzia, mineral de hierro en Poltawa, aluminio y manganeso en Yekaterinoslaw y, sobre todo, la inmensa riqueza de la cuenca hullera del Donetz. Todo esto en grandes cantidades.
Los ucranianos poseen una literatura abundante y una rica música folklórica; su cultura nacional está netamente diferenciada con relación a la rusa. Como apunte histórico puedo decir que constituidos como nación independiente desde mediados del siglo IX, los ucranianos fueron, hasta la mitad del siglo XIII el baluarte del Sudeste europeo frente a las invasiones de pueblos asiáticos. La invasión de Gengis-Khan arrasó el país, pero al cabo de unos cincuenta años los ucranianos recobraron su independencia para convenirse en vasallos, primero del rey de Lituania, y luego del de Polonia, a principios del siglo XV. Una parte de Ucrania, no obstante -la zona oriental que se extendía desde Czernikow hasta Braclaw, con capital en Kiev había conseguido mantenerse independiente. Esa independencia sería reconocida por el zar Alexis y el rey Juan Casimiro de Polonia, en 1654. Pero, en 1667, polacos y rusos incumplían su palabra y se repartían ese territorio. Durante un siglo, tres grandes insurrecciones ucranianas: las de Steppa, Pougatchew y Stenka Razine- provocarán otras tantas brutales represiones ruso-polacas.
En el siglo XVIII, el primer reparto de Polonia hace pasar la Galitzia (Ucrania Occidental) bajo soberanía austrohúngara. Los repartos segundo y tercero aumentarán el territorio ucraniano sometido a Rusia con las provincias de Polonia y Volynia. Los zares poseen, entonces, más de las tres cuartas partes de Ucrania, de la que desaparece hasta el nombre; para transformarse, por decreto zarista, en "pequeña Rusia".
Durante un siglo y medio, numerosas sublevaciones contra la dominación rusa y polaca estallarán a ambos lados de la frontera. En febrero de 1917, inmediatamente después de la abdicación de Nicolás II los ucranianos reclaman la autonomía -que les garantiza, verbalmente, al menos, la propaganda bolchevique que busca, en aquellos momentos, debilitar al Gobierno provisional de Kerensky y reúnen en Kiev la Rada, o Asamblea Nacional de Ucrania. El 7 de noviembre, la Rada anuncia la creación de la República de Ucrania, que es inmediatamente reconocida por Inglaterra y Francia, que acreditan sendos embajadores en Kiev, confiando en que los ucranianos combatirán a su lado contra los imperios centrales. Pero el martirizado pueblo ucraniano prefiere conservar su neutralidad, lo que motiva el cese de la ayuda francobritánica, algo que a largo plazo resultará nefasto para la conservación de la independencia. El 9 de febrero de 1918, las tropas soviéticas se apoderan de Kiev, y cuando todo parece perdido para los nacionalistas ucranianos, la intervención de las tropas alemanas y austrohúngaras estabiliza nuevamente la situación. Por el Tratado de Paz de Brest-Litovsk, la Rusia soviética debe reconocer, bajo presión alemana, la independencia de Ucrania, la cual es inmediatamente reconocida por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía.
En diciembre de 1918, los rutenos proclaman, en Lwow, la República Occidental de Ucrania, y el 22 de enero de 1919, con la unión de ambas porciones, la Rada proclama en Kiev la unificación nacional ucraniana. El Estado ucraniano, ese sueño de cuarenta y tres millones de personas, se ha convertido en una realidad. Pero poco tiempo durará la independencia ucraniana. Después de la derrota de los imperios centrales, y abandonada por la Entente, será atacada, a la vez, por los rusos blancos de Denikin, cuya estupidez política es proverbial, y los hombres de Trotsky y Gamarnik, sin olvidar a los polacos de Pilsudski, que reclaman la Ucrania Occidental. Los anarquistas ucranianos, a las órdenes de Mahkno, combatirán con la misma energía a todos los enemigos de su patria. Durante dos años y medio, Ucrania será pasto de unos y otros, mientras la Sociedad de Naciones llevará a cabo el deshonroso papel de Poncio Pilatos.
He aquí los principales episodios que se irán sucediendo paulatinamente:
a) Conquista de la Galitzia por Polonia, y ejecución de la élite nacional oeste-ucraniana a manos de los verdugos de Pilsudski.
b) Aplastamiento del Ejército ucraniano de Petliura por los rusos blancos de Denikin, instrumento inconsciente del bolchevismo al que tanto pretendía combatir.
c) Derrota de Denikin y de su sucesor, Wrangel, a manos de los comunistas soviéticos y de los anarquistas de Mahkno.
d) Guerra ruso-polaca por la posesión de Ucrania Occidental, finalizada por el Tratado de Riga 18 de mayo de 1921 que consagra el reparto de esos territorios, otorgando la Galitzia a Polonia y el resto de la Ucrania del Oeste a la Rusia soviética.
e) Aplastamiento de las bandas anarquistas de Mahkno por el Ejército rojo.
f) Entrada en vigor de dos cláusulas de los Tratados de Versalles y Saint-Germain, que adjudican la Bukovina a Rumania, y la Rutenia Transcarpática a Checoslovaquia.
El resultado final de todas esas guerras y «tratados» es el reparto de Ucrania entre cuatro potencias: la U.R.S.S., que reinará a partir de entonces despóticamente sobre 35 millones de ucranianos, habitantes de la llamada «pequeña Rusia». Polonia, que se queda con la Galitzia, poblada por 6 millones y medio de ucranianos. Rumania, con la Bukovina, cuya población es de 1.300.000 habitantes, y Checoslovaquia, con la Rutenia Transcarpática, poblada por 500.000 ucranianos e importantes minorías de alemanes, húngaros, eslovacos y polacos.
No puede decirse que el caso ucraniano fuera menospreciado en las discusiones de Versalles y Saint-Germain. Una activa delegación rutena había, incluso, obtenido ciertas promesas y algunas sobre el papel. Por ejemplo, el Tratado de Saint-Germain estipulaba (articulo 10.º):
«Checoslovaquia se compromete a organizar el territorio de los rutenos al Sur de los Cárpatos en las fronteras fijadas por las potencias aliadas y asociadas, bajo la forma de una unidad autónoma en el interior del Estado de Checoslovaquia.»
El mismo Tratado, que atribuía la Bukovina a Rumania, imponía a los gobernantes de Bucarest idénticas obligaciones.
Con referencia a Polonia, el Consejo Supremo de la Sociedad de Naciones la autorizaba a ocupar militarmente la Galitzia... «con objeto de garantizar la protección de las personas y los bienes de la población contra los peligros a que les someten las bandas bolcheviques... » La Sociedad de Naciones, además, estipulaba que esa autorización no prejuzgaba en absoluto las decisiones que el Consejo tomaría ulteriormente a propósito de esos territorios. El 27 de septiembre de 1921, la Asamblea de Ginebra votaba la resolución siguiente:
«Polonia es solamente el ocupante militar y provisional de Galitzia, cuya soberanía es reservada a la Entente.»
Si las disposiciones del Tratado de Saint-Germain relativas a Ucrania Occidental hubieran sido respetadas, los ucranianos sometidos al dominio centralista de Varsovia, Praga y Bucarest hubieran conocido una sensible mejora de sus condiciones de vida y de su dignidad nacional. Pero ni Polonia, Checoslovaquia, ni Rumania respetaron sus compromisos, y las platónicas recomendaciones de la Sociedad de Naciones no surtieron el menor efecto. Al contrario, checos, polacos y rumanos hicieron cuanto estuvo de su mano para impedir cualquier manifestación de la personalidad ucraniana. Sin duda alguna, Polonia fue la más brutal en su represión: campesinos expropiados, maestros ucranianos apaleados, bibliotecas incendiadas deportaciones masivas de la población; centros de estudios ucranianos dispersados por agentes provocadores a sueldo de la policía polaca, etc. Todo se convirtió en papel mojado. Lamentablemente, después sólo se recuerdan los crímenes alemanes, pero la gente no es capaz de ver a menudo que esto es una constante histórica, aunque ni mucho menos trato de justificar ciertas actitudes, todo lo contrario, lo que trato de decir es que toda la verdad debe ser revelada y esclarecida.
Y esto no es nada, comparado con lo que hubieron de sufrir los ucranianos del Este: disolución de todos los organismos locales; ejecuciones de kulaks por decenas de millares, requisas de pequeñas propiedades rurales. Cuando, en 1932, «el año del hambre», miles de familias ucranianas intentan huir a Rumania, Stalin coloca la frontera en Estado de sitio; durante meses el Dniester acarreará cadáveres de fugitivos abatidos por las patrullas del Ejército Rojo. Georges Champeaux reproduce ciertas cifras y datos facilitados en el VIII Congreso del Partido Comunista. Según ellos, de los 5.618.000 kulaks que existían en 1928, no quedaban el 1º de enero de 1934, más que 149.000 individuos despojados de todos sus derechos y propiedades. De los 5.469.000 que faltaban, 1.500.000 habían muerto de hambre o habían sido sumariamente ejecutados. Los otros, habían sido deportados, a Siberia o trabajaban en condiciones infrahumanas, en la construcción del Canal Moscú-Volga. Pero aun les reservaba una última prueba el camarada Stalin a los ucranianos en 1935: en previsión de un ataque alemán, y desconfiando de la lealtad a los soviéticos de los habitantes de Ucrania, hace arrasar cuatrocientos pueblos de las cercanías de las fronteras de Ucrania con Polonia y Rumania, y ordena la deportación al interior de Rusia, de trescientas mil personas.
Lejos de descorazonar al patriotismo ucraniano las persecuciones polaca y soviética no hacen más que exasperarlo. El coronel Konovaletz, que dirigía la «Organización militar ucraniana» que combatía, en lucha de guerrillas contra polacos y soviéticos a la vez, se convirtió en un personaje de leyenda. En 1929, Konovaletz crea otra organización, la «Liga de nacionalistas ucranianos». Estos movimientos actúan sobre la masa del pueblo ruteno, llegando a constituir un serio problema para Moscú. La G.P.U. consigue infiltrar a uno de sus elementos, un hombre llamado Wallach, dentro de la organización de Konovaletz hasta conseguir ganarse la confianza de éste. Wallach asesinará a Konovaletz en abril de 1938.
Mientras tanto, Schwartz-Bart, otro agente comunista había asesinado, en París, en mayo de 1926, al predecesor de Konovaletz y héroe de la independencia ucraniana, Petliura.
Todos los patriotas ucranianos siguieron la crisis germanocheca a propósito de los Sudetes con apasionada atención.
Lógicamente, la sacudida que conmovía a la creación artificial de Benes y Massaryk debía repercutir en beneficio de las aspiraciones nacionales de los ucranianos de la Rutenia Transcarpática.
Como sabemos una parte de los territorios ucranianos sometidos a Praga, la comarca de Téscheno, fue reivindicada por Polonia. Daladier aconsejó a Benes de no oponerse a la invasión de ese territorio por las tropas polacas. Benes obedecerá. A las fuerzas que mantenían a Benes como un vulgar títere les interesaba conservar y si era posible, fortalecer, la barrera polaca, que preservaba a Stalin del ataque frontal alemán.
Hitler y Mussolini intentaron en Munich hacer reconocer el derecho de los ucranianos de Checoslovaquia a su autogobierno. La idea maestra del Führer era crear una Ucrania autónoma, bajo soberanía alemana, que serviría de canal para la invasión de la Rusia soviética. El núcleo de esa nueva Ucrania lo constituirla la Rutenia Transcarpática. Pero esa idea hitleriana sería ferozmente combatida, no solamente por Londres y París, sino también por Beck, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia.
Beck prometió al conde Csaki, jefe del Gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores de Hungría, todo su apoyo para las reivindicaciones húngaras a Checoslovaquia. El Gobierno de Imredy, como sabemos, se limitó a pedir, en una nota conjunta enviada a Londres, Paris, Roma, Praga y Berlín, la devolución de los territorios húngaros colocados bajo soberanía checoslovaca en 1919, pero Beck insistió en que Hungría se anexionara todo el territorio ruteno. De esta manera, Polonia y Hungría tendrían una frontera común. Los motivos de Beck para mostrarse tan sospechosamente generoso hacia Budapest podían haber sido, y recalco podían:
a) Constituir entre Alemania y la U.R.SS. una especie de Osten-Europa.
b) Hacer salir a Hungría de la zona de influencia alemana.
c) Impedir la liberación de los ucranianos de la Rutenia Transcarpática, lo que no hubiera dejado de excitar el irredentismo de los ucranianos de Galitzia.
Estos tres objetivos coincidían plenamente con el interés del "Partido de la guerra" afincado en Inglaterra, a la cabeza del cual estaba Churchill. Dicho Partido buscaba apuntalar la barrera polaca, que impedía el choque, que quería evitarse a toda costa, entre Hitler y Stalin. El interés del Nacionalsocialismo alemán y de Hitler, apóstol de la «Drang Nach Osten» (la marcha hacia el Este) consistía en ganarse el favor del pueblo ucraniano. Si Alemania conseguía liberar a los rutenos, suscitaba entre los demás ucranianos una doble esperanza: el fin de la tiranía soviética y la posterior creación de una Ucrania autónoma bajo soberanía del Reich. La independencia, o, cuando menos, la autonomía de Rutenia, significaba ganar las simpatías de cuarenta y tres millones de ucranianos. Por otra parte, la importancia estratégica de la Rutenia Transcarpática la convierte en el centro de la política europea de aquel momento. Rutenia es el camino ideal para un ejército que, partiendo de Viena, y a través de Eslovaquia, bajo influencia alemana, se dirigiera hacia la Ucrania dominada por los soviéticos. Su extremo oriental está a sólo 135 kilómetros de los puestos fronterizos avanzados de la U.R.S.S. Por lo tanto, el llamado "Plan Beck", consistente en establecer una frontera polaco-magiar, equivalía a cerrar el paso natural de la marcha hacia el este.
Hungría se negará a entrar en las combinaciones de Beck, y someterá su caso a una Comisión de Arbitraje germano-italiana. Evidentemente, las decisiones del arbitraje de Viena son acogidas con satisfacción por el pueblo ucraniano. Una parte de la patria ha logrado la autonomía; los militantes de la Gran Ucrania podrán organizarse legalmente desde allí. Un Partido de tendencia nacionalsocialista, el «Partido Nacional Ucraniano» se constituye en Chust, capital de Rutenia. Entre tanto, la agitación irredentista estalla no sólo en Galitzia, sino en Kiev. Medio centenar de oficiales ucranianos del Ejército rojo son deportados a Siberia bajo la inculpación de complot contra la unidad de la patria soviética
Fuentes: Historia Universal Salvat
GISEVIUS, Hans Bernd: Adolf Hitler
HAYWARD, James: Mitos y leyendas de la Segunda Guerra Mundial
LUMSDEM, Robin: La historia secreta de las SS
MICHAL, Bernard: Himmler
OVERY, Richard: Interrogatorios
RHODES, Richard: Amos de la muerte
TREVOR – ROPER, Hugh: Las conversaciones privadas de Hitler
Historia del siglo XX
La Primera Guerra Mundial, editorial crítica