LA RENDICIÓN EN TSUSHIMA
Por el Contralmirante Nebogatoff, segundo en el mando de la Flota del Báltico en la Batalla de Tsushima.
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En el presente artículo no pretendo hacer un informe completo sobre la Batalla de Tsushima. Mencionaré solamente algunas partes de esta catástrofe para defenderme de las graves acusaciones vertidas contra mí en muchas críticas.
Después de la batalla de Tsushima, fui condenado al castigo más deshonroso. En la vida normal, el culpable es conocedor de los hechos de los que se le acusa, es escuchado y puesto a prueba. Conmigo se ha actuado de otra manera. Fui privado de todas las garantías judiciales. Los jueces, desconocidos por mi, no creyeron necesario recabar una explicación por mi parte.
En este artículo, deseo probar que mi conducta como comandante del tercer escuadrón, durante la batalla, no dio lugar a ningún tipo de acusación. Todo lo que me fue encomendado, lo ejecuté de forma precisa. La catástrofe de Tsushima y la rendición de algunos buques se produjo sin existir culpa alguna por mi parte.
La batalla empezó hacia la una y media de la tarde. Empecé la batalla en novena posición respecto al buque insignia, en la última columna 1, y a la hora ya era el 5º, ya que la 2ª división se salió de la formación, el acorazado Osliabia se había abandonado su posición en la fila, y mi división siguiéndome, ocupó la posición entre la 1ª y 2ª división y hacia las cinco de la tarde yo era 3º en la columna, ya que los acorazados “Kniaz Suvorov” e “Imperator Alexander III” la habían abandonado.
Durante la batalla vimos como los buques (de la 1ª y 2ª divisiones) empezaron a arder uno tras otro. No tuve duda de que fue la madera lo que ardía, que no había sido retirada de la cubierta superior, así como el carbón y la pólvora sin humo, cuya combustión se veía como un incendio. Vi personalmente como el Borodino escoró primero, luego se enderezó y lentamente se inclinó hacia estribor, y en minuto y medio se hundió con la quilla arriba, sobre la cual gateaban siete u ocho hombres. Yo vi todos estos horrores, que tenían escasos antecedentes en la historia.
El acorazado Suvorov, con las dos chimeneas echadas abajo y en llamas de proa a popa, abandonó la formación.
Los cruceros protegidos enemigos se precipitaron hacia él; inmediatamente arrumbé hacia él y disparé sobre los cruceros enemigos.
Mi maniobra, realizada para defender el acorazado Suvorov, le dio oportunidad de recuperarse hasta cierto punto.
Durante mis ataques sobre los cruceros enemigos logré, como confirmó el Almirante Togo, dañar varios de ellos, y el buque insignia del Contra Almirante Dewa, el crucero Kasagi, resultó con un boquete tan grave en el casco que tuvo que retirarse a la bahía de Aburaya, y no tomó parte activa en acciones posteriores.
Hacia las cinco de la tarde, un proyectil de calibre 6 u 8 pulgadas (152-203 mm.) logró entrar en la torre de cañones de 305 mm. de mi acorazado Nikolai, las esquirlas mataron al Teniente Barón Mirbach, que se encontraba en la torre en ese momento.
Parte de las esquirlas penetraron en el puesto de mando, a través de las estrechas y alargadas aperturas de observación, hiriendo en la sien derecha al Capitán Smirnoff, que fue conducido inmediatamente para tratar su herida, después de lo cual tomé el mando del buque.
Durante el tiempo de este combate, desde la una y media hasta las seis de la tarde, no recibí instrucciones ni órdenes del comandante de la flota.
A las cinco de la tarde, apreciando que continuar maniobrando en esa posición era peligroso debido al ocaso del sol, después del cual el enemigo podría, sin ninguna duda, empezar a realizar ataques con torpedos y arrojar minas en nuestra ruta con sus numerosas embarcaciones torpederas, arrumbé al N 23 E, que se me había indicado antes de comenzar el combate, el camino hacia Vladivostok.
Aproximadamente a esta hora, en el buque transporte "Anadir" se hizo una señal “¿Conoce el Almirante Nebogatoff….?”. No se completó la señal.
A las seis en punto de la tarde el buque torpedero Blestiashi pasó por estribor al Nikolai, entregando por megáfono y semáforo, el siguiente mensaje… “El Almirante Rozhestvensky le ha ordenado ir a Vladivostok”.
Seguidamente hice la señal “Síganme”, y continué yendo hacia Vladivostok. Los acorazados Apraxin, Seniavin, Ushakov y Orel, el crucero Izumrud y algunos buques más me siguieron.
Todo esto fue hacia las siete de la tarde. Empezó la puesta de sol y con ella terminó la batalla diurna. En este momento el acorazado Borodino, cuya popa ardía furiosamente, se inclinó a estribor y al minuto y medio zozobró.
El combate nocturno consistió en ataques incesantes de buques torpederos, cuyo número llegó a cincuenta. Los buques de mi división eludieron estos ataques satisfactoriamente. Los capitanes de mis buques fueron entrenados por mí, mucho antes de la batalla, sobre cómo defenderse de ataques nocturnos con torpedos maniobrando en la oscuridad.
La demostración del éxito de tales tácticas es clara en el caso durante este ataque, el torpedero disparó sus cañones, y uno de ellos hirió a dos de mis hombres. Creo que si los acorazados Navarin, “Sissoi Veliki” y Nakhimoff, hubieran actuado conforme a mis tácticas, habrían evitado ser impactados. Es muy lamentable que en esta batalla nocturna, estos buques hicieran tanta luz con sus proyectores, descubriendo su posición exacta al enemigo. Rechazar el ataque de torpederos era particularmente difícil, debido a que la artillería del Orel era completamente incapaz de funcionar, y los cañones de los “Nikolai I”, “Sissoi Veliki”, Navarin y Nakhimoff, eran viejos, capaces de efectuar un solo disparo por minuto, en lugar de los 4 a 6 que hacían los cañones modernos. Para completarlo todo, la división de cruceros, mandada por el Almirante Enkqist, nos dejó y se dirigió a Manila, y el crucero Almaz se fue a Vladivostok. En una palabra, toda la división de cruceros, a excepción del crucero Izumrud, se dispersó. Nuestros torpederos tampoco nos ayudaron.
Al amanecer, la posición de mis buques era la siguiente:
- Al frente estaba el “Nikolai I”, que tenía por su través de babor al crucero Izumrud
- Siguiendo la estela del Nikolai iban los acorazados Orel, Apraxin y Seniavin.
- Ningún otro buque nuestro era visible.
Entre las cinco y seis de la mañana, vi por el través de babor cinco chimeneas echando humo, y en seguida me convencí que era la división de cruceros enemigos del tipo Matsushima, a la cual se unieron otros cruceros con prontitud. Inmediatamente hice la señal “Prepararse para el combate”, y ordené virar ocho puntos a babor (90º), con la intención de atacar al enemigo en línea de frente. Pero tan pronto como mi maniobra fue notada por el enemigo, los cruceros viraron mostrándonos sus popas y empezando a alejarse rápidamente.
Viendo que el enemigo rehusaba el combate, y no teniendo posibilidad de alcanzarlo, ya que nuestros buques eran más lentos, tomé nuevamente el rumbo de Vladivostok.
Entre las siete y las ocho de la mañana, a popa del través de babor vi siete grandes chimeneas echando humo. Inmediatamente destaqué el crucero Izumrud para que se les acercase. Cuando el crucero regresó, informó que era la división de cruceros enemigos que habíamos visto antes y, al mismo tiempo, por señales me pidió permiso para dirigirse a Vladivostok por separado, lo que podría lograr fácilmente gracias a su velocidad. Contesté negando el permiso, ya que todavía no había perdido la esperanza de rechazar a los cruceros enemigos, creyendo que la diferencia de fuerzas no era aún desesperada para nosotros.
Hacia las diez de la mañana, aparecieron en el horizonte, seis grandes buques japoneses y dos cruceros, Nisshin y Kasuga, por el través de babor. Pasado un tiempo, más buques enemigos y torpederos fueron vistos acercándose por el Este, por lo que entre las nueve y diez de la mañana estábamos rodeados por toda la flota japonesa, unos 27 buques sin contar los torpederos. Todos estos buques, en lo que pude ver, parecían estar, conforme a su apariencia exterior, en perfecto estado para el combate. Acercándose a una distancia de 56 cables de nosotros los buques enemigos abrieron fuego y continuaron disparando con fuego rápido, empezando a alcanzar al Nikolai. Algunos de los proyectiles dañaron el costado, a la altura de la flotación en proa; el agua entró con ímpetu a través del orificio abierto inundando el local de proa de la dinamo. La luz eléctrica se apagó. Era imposible llegar al pañol de municiones cercano. A mi orden de abrir fuego, el oficial artillero informó que disparar sería algo inútil ya que la distancia entre nosotros y el enemigo era de 56 cables y nuestros cañones podían alcanzar 50 cables solamente. Estábamos condenados a perecer sin ninguna duda. No había esperanza, ni probabilidad de ser salvados. Dos mi hombres estaban esperando a escuchar mi decisión sobre cuál sería su destino.
Como comandante del escuadrón y velando por la dignidad de la bandera rusa, yo no podía ceder a la primera impresión, pero tuve que valorar el estado de mis buques de forma objetiva y honesta, sin pensar en mi propia carrera, y después de reflexionar sobre nuestra posición bajo el fuego enemigo, llegué a las siguientes conclusiones:
En esas condiciones estuve totalmente convencido de que combatir era imposible y que cualquier retraso bajo el fuego enemigo conduciría a oficiales y tripulantes a una destrucción sin sentido. En vista de todo lo expuesto, había llegado el momento en que el comandante del escuadrón debía enfocar todo sus esfuerzos en salvar la oficialidad, las tripulaciones y los buques.
¿Había algún medio a mi disposición para salvar los buques y sus tripulaciones?.
No había duda, que hundiendo o volando el buque todos los oficiales y marineros perecerían. ¿Tenía yo el derecho a hacer eso conforme a la ley o a mi conciencia?.
El artículo 354 del Reglamento de la Marina especificaba:
Estando convencido de la imposibilidad de luchar y también de destruir el buque y al mismo tiempo salvar la vida de la tripulación, yo, antes de expresar mi propia opinión, propuse al Capitán Smirnoff, y al resto de oficiales que debían expresar sus opiniones.
El Capitan Smirnoff, cuya bravura y dedicación al deber nadie podía dudar, declaró inmediatamente que él personalmente no veía ninguna manera de hacer daño al enemigo y salvar el buque y el personal que se hallaba en él. El resto de jefes y oficiales llegaron a la misma conclusión.
El Capitan Smirnoff, cuya bravura y dedicación al deber nadie podía dudar, declaró inmediatamente que él personalmente no veía ninguna manera de hacer daño al enemigo y salvar el buque y el personal que se hallaba en él. El resto de jefes y oficiales llegaron a la misma conclusión. Es conocido, que no había nadie capaz de olvidar el honor de un marino. En esta unanimidad no había nada de maravilloso, el cuadro estaba muy claro para permitir cualquier otra interpretación. Estábamos en el océano, bajo el fuego de un numeroso escuadrón, amenazados con la muerte en el mar, sin ninguna esperanza de éxito. Todos sintieron y entendieron lo mismo, y todos vieron con horror que había llegado el momento especificado en el artículo 354 del Reglamento de la Marina. Entendí perfectamente, que lo especificado en las leyes no siempre coincide con todos los argumentos morales, y por eso que estoy dispuesto a defenderme en este asunto, cumpliendo con cualquier aspecto de índole moral. Solamente pide que se tenga en cuenta, que al tomar la decisión de rendir los buques, no tuve en cuenta en ningún momento el interés personal por salvar mi propia vida. Durante los combates diurno y nocturno del día 27 de mayo, arriesgué mi vida lo suficiente para ser absuelto de cualquier reproche de cobardía. Si hubiera temido de perder mi vida, podría haber encontrado suficientes excusas para no reunirme con el Almirante Rozhesvensky, y con eso habría finalizado mi expedición. Si hubiera tenido tanto cuidado por mi vida, podría haber actuado conforme al sentido literal del artículo 109 del Reglamento de la Marina. Este artículo especifica:
“Si el buque del Almirante es seriamente dañado, y no está en condiciones de continuar la batalla, o está en peligro de caer en poder del enemigo, el Almirante puede transbordar a otro buque según su criterio personal.”
De esta manera nada me impedía, muy al contrario, conforme a la ley, haber transbordado al crucero Izumrud, y por lo tanto tener la posibilidad de escapar a Vladivostok.
Si hubiera tenido en cuenta salvar mi vida, podría haber intentado arribar a tierra , o podría haber arrumbado hacia Manila, como otros hicieron. Todas estas opciones estuvieron a mi disposición, pero no pensé en ellas, fui adelante entre los buques enemigos, con una sola idea, alcanzar Vladivostok, como se me había ordenado.
Para juzgar mis acciones, es necesario examinar los acaecimientos anteriores. En lo que respecta a las acciones navales militares, siempre se aprecia que nuestro enemigo era superior a nosotros. Yo afirmo que el 27 y 28 de Mayo, en las aguas del océano Pacífico, no hubo combatieron dos enemigos en condiciones de igualdad, no fue una batalla naval, sino una destrucción definitiva en el mar, sin ninguna esperanza de éxito.
La primera causa de la derrota frente a la isla de Tsushima, se debió a las deficiencias de nuestros buques y a su mal empleo. La segunda causa que nos llevó a la derrota fueron las acciones del comandante de la flota, Almirante Rozhestvensky. Apuntaré seguidamente algunas de sus acciones.
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1. Antes de unir mi fuerza a la del Almirante Rozhestvensky, fui castigado con su indiferencia hacia mi escuadrón. El Almirante estuvo obligado, antes de zarpar de la bahía de Noey (Madagascar), a enviar un oficial a Yibuty, con instrucciones para encontrarme en el mar. Como es conocido, el Almirante Rozhestvensky no dio instrucciones en tal sentido. Tuve que buscar al Almirante sin ninguna ayuda por su parte.
2. De acuerdo a la norma general, el comandante de la flota organizaba varias conferencias con los Almirantes y los Capitanes de los buques, a los cuales él explicaba el objeto de la empresa y el plan general. Si esas conferencias hubieran tenido lugar, el personal a su mando habría estado plenamente involucrado en los planes del Almirante y durante el combate habrían sido ayudantes activos. ¿Y aquí? yo, el oficial superior más joven, directamente después del Almirante Rozhestvensky, el substituto del comandante de la flota, durante todo el tiempo de nuestro viaje, vi al Almirante solamente una vez, y no fui admitido a una conferencia sobre los eventos venideros, ni incluso a ninguna conversación sobre los mismos. Recibía instrucciones todos los días, a donde ir o qué rumbo tomar, y esas eran las únicas cosas que conocía. Deseando comprender los planes del Almirante Rozhestvensky, estudié sus órdenes, y consistían principalmente en tomar carbón, sentencias de cortes marciales, reprimendas y observaciones relativas a maniobras incorrectas de los buques durante las evoluciones y nada más. Deseando clarificar estos planes, conminé a mis oficiales a hablar con los oficiales del Almirante, pero no pudieron lograr nada. De esta manera, yo sabía solamente una cosa, que durante la batalla debía seguir al buque líder, reemplazando a los que fueran saliéndose de la formación, y en caso de que lo hiciera el acorazado Suvaroff , seguir al acorazado “Alexander III”; y al comienzo del combate, incluso no conocía que el Amirante Felkersam había muerto el día 25 de Mayo, y que yo era el sustituto directo del Almirante Rozhestvensy. Tal secreto y falta de comunicabilidad de un comandante de flota no tiene parangón en la historia de la flota.
Es posible que el Almirante no tuviera en cuenta que debido a accidentes durante el combate, él podría ser una de las primeras víctimas, y que sería mi obligación continuar con sus planes.
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[size=8pt] Bibliografía:
- Jane's Fighting Ships 1906-07 edición facsímil. Páginas 413 a 416.[/size]