05-11-2007
Pese a las aplastantes derrotas del año anterior, el ejército del zar conservaba su espíritu luchador a principios de 1916. Nuevos reclutas compensaron rápidamente las pérdidas de potencial humano. Se alivió la escasez de armas y suministros gracias a que los británicos enviaron material a Murmansk y desde allí, por el ferrocarril recién terminado Murmansk-Petrogrado, a los frentes de combate.
Procedentes de Inglaterra y Francia llegaron a Vladivostok más suministros que luego fueron cargados en camiones para el largo viaje a la capital vía el Ferrocarril Transiberiano. A pesar de las enormes distancias y del crudo invierno ruso el equipo llegó a poder de las tropas. Llegaron oficiales franceses y británicos para entrenar a los soldados rusos y, en la primavera, Rusia contaba con un flamante ejército para ir a la lucha. En tiempos de guerra nunca había dispuesto de divisiones tan espléndidamente equipadas y disciplinadas. Las lacras sociales que corrompieron al país: hambre, ignorancia, incompetencia y corrupción aún existían. Rasputín tenía ascendiente en la corte, los hombres oportunistas buscaban su favor. Sobornaban al monje codicioso con dinero y alhajas y él, a cambio, concedía altos cargos a sus "amigos".
Los rusos patriotas, jóvenes aristócratas y numerosos oficiales militares, odiaban a Rasputín. Algunos juraron derrocar al zar Nicolás, pero antes de que pudieran tomar ninguna medida, el Frente Oriental, dormido durante muchos meses, estalló en repentina y dramática actividad.
Durante las batallas de Verdún y del Somme los alemanes habían transferido miles de soldados a Francia, debilitando de forma considerable sus fuerzas frente a los ejércitos zaristas. En ese mismo periodo los austriacos alejaron del frente ruso a sus mejores tropas para una ofensiva en Italia.
Las unidades austrohúngaras que quedaron en Rusia consistían en checos y otras minorías, eslavos en su mayor parte que esperaban sólo la oportunidad de fugarse. Tuvieron esta oportunidad cuando el 4 de junio de 1916, sin previo aviso, un vasto ejército ruso, mandado por el general Aleksey Brusilov, abrió una ofensiva en el frente de Galitzi. Este grandioso asalto, denominado por los historiadores militares con el nombre de ofensiva Brusilov, tuvo la fuerza de una avalancha. La potente "apisonadora" rusa barrió todo a su paso.
Los soldados austrohúngaros se rendían o desertaban a millares. Llegaron los checos, con armas, ofreciéndose a luchar contra sus opresores austriacos.
Un periodista contemporáneo escribió: "En la garganta del imperio de Francisco José suena ya el estertor de muerte. Otro fuerte empuje y todo el corrompido tinglado se vendrá abajo" Las columnas rusas se infiltraban por las tremendas brechas abiertas en las filas austriacas. Desgraciadamente para Brusilov, numerosos regimientos que podían haberle sido útiles como reservas fueron desperdiciados en combates contra los alemanes atrincherados en los pantanos de Pripet. En consecuencia, Brusilov no pudo realizar de manera contundente y total su ataque.
Entretanto los austriacos, apabullados por el éxito de Brusilov, suspendieron su ofensiva italiana y enviaron refuerzos precipitadamente para detener a los rusos. También participaron tropas alemanas y en agosto se había contenido el avance de Brusilov.
En esta época Rumania entró en guerra a favor de los aliados. Había esperado largo tiempo el momento oportuno de atacar a Austria. Pero Rumania había tardado demasiado. De haberse unido a la batalla cuando Brusilov avanzaba rápidamente, el ejército ruso hubiera penetrado en Austria virtualmente sin oposición. Pero los políticos rusos, ávidos de botín territorial, se entretuvieron demasiado pactando negociaciones con los Aliados acerca de su parte de botín rumano cuando Austria sucumbiera.
Cuando por fin llegaron a un acuerdo en el precio Brusilov ya había sido detenido. Las tropas alemanas ayudaron a búlgaros, turcos y austriacos a eliminar a Rumania antes de los cuatro meses de su entrada en guerra. En este desastre, los rumanos perdieron más de la mitad de su ejército de 500.000 hombres. Algunas tropas rumanas hicieron frente común con los rusos a lo largo del río Sereth, pero también esto se malogró en ulteriores catástrofes aún peores.
Entretanto, Brusilov trataba inútilmente de proseguir su ataque, pero se enfrentaba con un adversario mucho más numeroso. No sólo tenía que combatir contra alemanes y austriacos, sino también contra los envidiosos generales de su propio bando, hombres mezquinos, resentidos a causa del ascendiente de Brusilov y capaces de sabotear sus esfuerzos. Los suministros destinados a la ofensiva se perdían por el camino. Lo valientes hombres de Brusilov caminaban sin zapatos mientras que en distantes almacenes permanecían intactas enormes cajas de calzado militar. Sus soldados pasaban hambre mientras que en olvidados depósitos de alejadas estaciones ferroviarias se pudrían los sacos de harina y montones de cajas de tocino.
Peor aún, la artillería de Brusilov carecía de bombas cuando abundaban las municiones. Los envidiosos burócratas preferían la caída de Brusilov a la victoria nacional. La gran ofensiva quedó ahogada en su propia sangre. Hubo más de un millón de soldados rusos muertos, heridos, capturados o desaparecidos. Alemanes y austriacos sufrieron 600.000 bajas y perdieron 400.000 hombres hechos prisioneros por el enemigo. El fracaso de la ofensiva Brusilov destruyó finalmente la moral del soldado ruso, quien se daba cuenta de que estafaron su fe depositada en el zar.
El "Padrecito" había enviado a sus hijos a la destrucción. Quienes voluntariamente, incluso con alegría, entregaron su sangre por el déspota, exigían venganza por sus padecimientos. Por todo el país se propalaba lentamente un fuego de revolución.
En diciembre de 1916 algunos aristócratas equivocados intentaron resolver los problemas de Rusia asesinando a Rasputín. Culpaban al perverso monje de las dificultades del país y creían que, librando al zar de su maléfica influencia, el monarca guiaría al país a una gloria nueva. Pero la muerte del charlatán no afectó los destinos de Rusia. Rasputín era simplemente un síntoma, no una causa. Los descontentos ya no murmuraban, gritaban, pero el zar y sus cohortes seguían desoyendo el clamor presagioso de las masas.
Aquel mes de diciembre el Imperio Austro-Húngaro sintió también las repercusiones de un poderoso terremoto. El viejo régimen vacilaba al borde de la ruina. El emperador Francisco José murió en ese mes fatídico y fue sucedido por su sobrino Carl. El imperio que Francisco José estableciera en 1848 estaba moribundo. Piadosamente, el anciano no vivió lo suficiente para verlo desplomarse entre sus propios escombros.
Fuente:www.editorialbitacora.com