Los marinos que se rieron de la Royal Navy

Topp

15-12-2007

Os dejo una anécdota contada por uno de mis autores navales favoritos: Mateo Mille García de los Reyes.

Este es un episodio pequeñito entre los del espionaje. Empero, no deja de ser interesante porque demuestra hasta qué punto de audacia llegar el «agente informativo». No cabe dudar que esta vez se llegó al máximo en cuanto a riesgo se refiere. Y este relato, que parece incomprensible, lo hemos oído de boca de uno de los oficiales del acorazado en que sucedió, Era en la primavera del año 1915 y la descabellada empresa de los Dardanelos se hallaba en su apogeo. Uno tras otro, los acorazados se hundían espectacularmente frente a fortificaciones otomanas; la lucha se hacía encarnizada en tierra, donde el futuro dictador turco Mustafá Kemal, se cubría de gloria defendiendo palmo a palmo el terreno de la áspera península de Gallípoli y los batallones enteros segados por la hoz implacable de las ametralladoras. Corrían los días en que eran populares aquellos nombres - Atchí Baba, bahía del Muerto, punta Kephez - que, como tantos otros de aquélla época en que todos estudiaban Geografía era forzoso conocer. La obstinación de Churchill, el oficial de Caballería hecho Ministro de Marina, en seguir adelante en la aventura sangrienta estaba en su punto álgido. Porque desde el mundo es mundo, es achaque general el creerse superior a los profesionales, cuando se trata de juzgar sus cosas. Y los políticos, como esos deliciosos tipos que son los estrategas de café se creen más aptos para delinear las acciones navales que los propios marinos. Tal criterio predominó en la empresa de los Dardanelos, que ha pasado a la posteridad como uno de los mayores desastres que el mundo ha visto en el transcurso de su historia. Comenzaban los submarinos alemanes a alargar sus correrías y hacer sentir su peligro allá donde hasta entonces se habían considerado libres de tan terrible amenaza. No había entonces mas medio de combatirlos que el adjetivo de piratas, las campañas de prensa y el declararlos fuera de la Ley. Moralmente, era un daño incalculable u aún hoy día hay papanatas que creen a pie juntillas en lo de los asesinatos y aseguran que las abnegadas tripulaciones que luchaban por el bien de su nación contra todo y contra todos, eran dignos sucesores de los hunos. Fueron enviados a los Dardanelos tres submarinos: el primero de los cuales, el «U 21», dio fe bien pronto de su presencia hundiendo un acorazado británico. Otro de ellos sufrió un duro temporal y hubo de refugiarse en una rada no amiga, mientras el tiempo cedía. La mar arbolada le había arrebatado dos de sus hombres, quienes a nado pudieron ganar la orilla la noche anterior a la arribada del buque, mas el comandante de éstos no pudo recogerlos y los náufragos creyéronse perdidos. Y aquí dio comienzo una de las odiseas más originales que pueda concebir el más imaginativo de los novelistas. La tierra en que lograran poner sus pies los dos marineros alemanes era nada menos que la isla de Malta y ninguno de ellos dominaba el inglés aunque lo conociesen, si bien no fuese sino ese idioma extraño que oiréis en los muelles de todos los puertos del mundo y que se conoce por el nombre, no menos extraño, de «pikinglis». No se desanimaron nuestros hombres y decidieron incorporarse a su submarino fuese como fuese. Las gestiones hechas para lo que más adelante verá el lector nunca quisieron revelarlas ni aun terminada la contienda, acaso para no comprometer a quien, sin duda alguna, hubo de ayudarles en su empresa. Cuando el acorazado «Queen Elizabeth» fue enviado de nuevo a los Dardanelos, de donde había sido retirado por la amenaza que significaba la presencia de los submarinos (tengamos en cuenta que este acorazado británico era entonces la última palabra y lo más poderoso con que contaba la Gran Bretaña y que su pérdida hubiese constituido un golpe fantástico, tanto moral como materialmente, un oficial se encontró con un marinero en una de las esclusas, de la bajada a una de las cámaras de calderas, cuando se relevaba una guardia de noche; un tanto sorprendido del aspecto de este hombre, le preguntó que cuándo había embarcado, pues es cosa harto sabida que los oficiales de un barco conocen a los individuos de la dotación en cuanto llevan algún tiempo a bordo. El ambiente, siempre reducido, aun cuando se trate de un acorazado, la continua convivencia mutua y la necesidad de conocer personalmente a la dotación, hace raro el encontrar una cara desconocida. El marinero contestó imperturbable, que en Malta, donde era cierto que habían embarcado algunos hombres. Y el oficial siguió su ronda, sin concederle mayor importancia al incidente. A la mañana siguiente, un cabo de rancho vino a decir que un marinero fogonero, para él desconocido, había venido a comer a la mesa del reclamante. Pero la hora del rancho había pasado y no fue posible dar con él. Otra vez, fue en cubierta donde el extraño personaje se encontraba y desapareció apenas un compañero le hizo una demanda. Había estado observando la apariencia de la costa que comenzaba a bosquejarse en el luminoso horizonte, a Levante, allí por donde habrían de verse las colinas que bordean la entrada de los legendarios Dardanelos. Poco después, dos hombres cuchicheaban en uno de los pasillos obscuros de máquinas, esos pasillos tenebrosos que parecen completar la impresión de infierno que dan las cubiertas interiores de un buque de guerra de aquella época. A la puesta de sol, el acorazado llegaba a la base alidada de Mudros y el sordo rumor de la cadena del ancla daba a conocer a los que moran en entrañas del buque, que el viaje había dado fin. Fue aquella noche, en el silencio infinito que las estrellas se reflejaban en la superficie de la mar, que semejaba una bruñida lámina de acero, cuando los centinelas del «Queen Elizabeth» creyeron sentir el ruido que producía la caída de dos objetos pesados, seguidos del mismo silencio anterior. Unos momentos estuvieron atentos, luego continuaron indiferentes en su puesto. Y la extrañeza de las autoridades turcomanas fue grande, cuando al amanecer, encontraron dos hombres, casi extenuados por el esfuerzo realizado, tirados sobre la arena de la playa; habían nadado contra la corriente durante la noche y nadie creía en su relato. Si, cuando su submarino llegó a Constantinopla, vez reparadas en Cattaro sus averías, y su comandante reconoció con la natural alegría a los dos marineros que la mar le arrebatara en aguas de Malta, los dos marineros pudieron convencer a sus superiores de la veracidad de su viaje desde la isla inglesa hasta los Dardanelos, adonde sabían iba su submarino, a bordo de un acorazado enemigo en el que estuvieron tres días sin que pudiesen descubrirlos.

Saludos.

Kurt Meyer

15-12-2007

<<11 <<14 <<14 Que buena historia Topp. Gracias por compartirla. <<34

SAludos

Balthasar Woll

15-12-2007

Muy buena Topp  <<34 , desconocia esta anecdota.

Saludos

Caesar

16-12-2007

Muy entretenida.... <<14  <<34

Scott Baker

18-12-2007

Me hiciste el día, Topp. Gracias.  <<34

Hasek

18-12-2007

Excelente Topp, de verdad me gustó mucho, estos relatos así me encantan...

Saludos  <<12

Fug

10-01-2008

Muy chula.  Y es verdad esta historia,  <<23  Digna de una pelicula.  <<34

josmar

10-01-2008

Interesante historia, Jefe... <<34

pollux

10-01-2008

y sin saber inglés....quien los vería dando media vuelta cada vez q otro tripulante les dirigía la palabra...

que buen relato.

Deleted member

05-05-2008

Buena historia   

saludos

Deleted member

08-05-2008

Magnifico,Topp 

TITUS20050

10-05-2008

Me gusto mucho Topp

Deleted member

11-05-2008

Me encantan las historias navales

Taylor

28-09-2008

me gusto mucho esta historia

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