19-03-2010
Eran las 2.25 horas de la madrugada del 25 de febrero de 1942 cuando más de un millón de habitantes del sur de California despertaron sobresaltados con el sonido de las sirenas que indicaban alarma aérea. Al mismo tiempo comenzaba un apagón general, que formaba parte de las medidas de protección contra bombardeos, y se impedía la emisión a las emisoras de radio. El apagón duró las cinco horas que permaneció el estado de alarma. Doce mil vigías antiaéreos fueron llamados a sus puestos de observación, muchos de ellos seguramente pensando que se trataba de un simulacro. En realidad a esa hora los radares y los vigías del mando de defensa antiaérea ya llevaban varias horas bastante movidas. Todo comenzó cuando el día anterior la Inteligencia Naval emitió un aviso en el que se informaba de que podía producirse un ataque japonés en el transcurso de las diez horas posteriores. Esa tarde hubo una alarma cuando los vigías vieron unas luces parpadeando y moviéndose en la costa. Aunque las luces desaparecieron unos minutos después, la situación de alarma duró más de tres horas, desde las 19:18 hasta las 22:23 horas. Cuando se levantó la alarma la tensión se relajó, pero la calma no duraría mucho. Esa noche los radares detectaron un objeto unos 120 millas (200 kilómetros) al oeste de Los Angeles, sobrevolando el océano, que desapareció de las pantallas al poco tiempo. Aunque los radares no volvieron a detectar nada, algunos vigías seguían informando que habían visto varios aviones enemigos. Finalmente, a las 2:21 horas se decretó la alarma general y se ordenó el apagón. Las dotaciones de las baterías antiaéreas fueron alertadas, mientras que los aviones de intercepción de la Cuarta Fuerza Aérea permanecieron en tierra, esperando indicaciones sobre la dirección del ataque (ni un solo avión llegó a despegar en toda la noche). A partir de ese momento empezaron a llegar desde todas partes reportes de avistamientos de aviones enemigos, aunque el misterioso objeto seguido por los radares no había vuelto a aparecer. A las 2:43 llegó un informe de aviones enemigos sobre Long Beach, y unos minutos después un coronel de artillería de costa informaba que había unos 25 aviones a 12.000 pies de altura exactamente sobre Los Angeles.
Finalmente, a las 3:16, cuatro piezas de artillería abrieron fuego sobre un objeto que sobrevolaba Santa Mónica despidiendo una especie de llamarada rojiza. Fue entonces cuando el cielo de Los Angeles estalló. Las baterías antiaéreas de toda la región comenzaron a disparar contra objetivos que según decían eran de todas formas y tamaños posibles, a velocidades y altitudes muy variadas: las baterías reportaban ataques que iban de un avión solitario (o un globo, en algunos casos) a varios cientos, a alturas que iban desde los 1.000 pies a los 20.000, con velocidades que variaban desde “muy lentos” (o incluso suspendidos en el aire) hasta las 200 millas por hora. Posiblemente la mayor parte de la confusión fue provocada por las explosiones de los proyectiles antiaéreos, que a la vista de los proyectores fueron confundidas con aviones enemigos. Hubo informes de cuatro aviones enemigos derribados, y otro más había sido visto aterrizando envuelto en llamas en una avenida de Hollywood.
El fuego antiaéreo cesó a las 4:14 horas. A las 7:12 de la mañana las sirenas volvieron a sonar indicando el fin de la alarma. Se restableció el suministro eléctrico y se permitió a las emisoras de radio volver a emitir. Esa mañana los habitantes de Los Angeles y las poblaciones cercanas comenzaron el día convencidos de que habían sobrevivido a un ataque aéreo.
La prensa angelina sacó ediciones extraordinarias para informar del “raid aéreo”, pero a medida que pasaban las horas cada vez quedaba más claro que había sido un ataque cuando menos peculiar. A la luz del día se pudo tener una idea más exacta de los daños causados por la batalla. Los misteriosos atacantes no dejaron caer ni una sola bomba, y, a pesar de los 1.430 proyectiles que se dispararon en la hora que duró el fuego de las baterías antiaéreas no se logró derribar ningún aparato enemigo. Eso sí, el fuego antiaéreo causó considerables daños en tierra, resultando impactadas varias viviendas. El número de muertes varía según las fuentes, entre una (causada además indirectamente, por un ataque al corazón) y seis (repartidas entre las muertes causadas por los fragmentos de los proyectiles antiaéreos, ataques al corazón o accidentes de tráfico provocados por el apagón general).
Portadas de la prensa de Los Angeles el 25 de febrero:
La crónica del New York Times del 26 de febrero tiene un tono escéptico, casi de burla:
*Los residentes de Santa Mónica pudieron ver al sur, hacia Long Beach, balas trazadoras de color amarillento y dorado y proyectiles como cohetes formando un arco de 60 kilómetros que se veía desde tejados, montes y playas. Todo ello fue el primer espectáculo de la Segunda Guerra Mundial que se podía observar desde Estados Unidos.
Durante el apagón los teléfonos de la policía recibieron llamadas informando de que los aviones habían caído aquí y allá, que “un japonés” estaba haciendo señales desde lo alto de una colina, o que “un japonés” estaba en un tejado con un aparato de onda corta, seguramente comunicándose con los aviones que se acercaban. Otro informe, descartado junto a algunos otros por los oficiales, decía que una gran bolsa flotante que se parecía a un globo que volaba alto por el cielo había sido derribada.*
Hubo unos 30 arrestados, la mayoría denunciados por los vigías antiaéreos, que decían que los acusados estaban haciendo señales luminosas. Algunos tuvieron que pagar una multa por infringir las normas de oscurecimiento.
Las versiones de los testigos diferían enormemente. Hubo algunos que reconocieron no haber visto ni un solo avión en el cielo, entre ellos reputados periodistas como Ernie Pyle y Bill Henry; otros testigos vieron gran número de aviones (hasta 29, se llegó a decir, aunque el informe oficial, que veremos más adelante, cifraba su número en 15); otros más dijeron haber visto un único objeto de grandes dimensiones, inmóvil o moviéndose lentamente inmune a los disparos de la artillería antiaérea (así lo contó un reportero del Herald Express, que afirmó que muchos disparos impactaron en el centro del objeto sin causarle ningún daño); y otros afirmaron ver gran cantidad de luces en el cielo moviéndose en zigzag o de un modo extraño. Este último fue el caso de Paul Collins, un trabajador de la Douglas Aircraft Company de Long Beach. Cuando regresaba del trabajo a casa esa noche un guardia le paró en Pasadena. Entonces, sobre el horizonte hacia el sur, empezaron ver unas luces rojas:
*Parecían “funcionar” o navegar en un plano en un momento, quiero decir, no despegando del suelo con una trayectoria o en línea recta, y después caían de nuevo a tierra; aparecían de la nada y comenzaban a hacer zigzag de un lado a otro. Algunos desaparecían de repente sin que la luz fuera disminuyendo de brillo y se desvanecían de repente. Otros permanecían al mismo nivel y sólo pudimos suponer su altitud, que nos pareció que era de 10.000 pies.
Tomando en consideración la distancia de donde estábamos a Long Beach, el modo en que disparaban las unidades antiaéreas. Que estaban bastante separadas entre sí, y el movimiento en amplias órbitas de los objetos rojos entre y alrededor de los proyectiles, calculamos que su velocidad máxima debía de ser de unas cinco millas por segundo... Nosotros no vimos el enorme OVNI que miles de testigos vieron en la costa. Probablemente estaba por debajo de nuestro horizonte, a unos pocos kilómetros más arriba en la costa.*
La primera explicación oficial la dio el almirante Flanklin Knox, secretario de Marina, que ese mismo día, el 25 de febrero, afirmó en rueda de prensa que se había tratado simplemente de una falsa alarma debida al nerviosismo causado por la situación de guerra (hay que tener en cuenta que no habían pasado ni doce semanas desde el ataque a Pearl Harbor). En la misma conferencia advirtió que eso no significaba que hubiese que descartar la posibilidad de que se produjese un ataque real y que sería conveniente que las industrias estratégicas localizadas a lo largo de la costa fuesen trasladadas al interior del país. Pero el Ejército y el Ministerio de Guerra no aceptaron las conclusiones de la Marina y dieron una explicación diferente a la de Knox, lo que aumentó la confusión general que había causado el incidente. Según el secretario de Guerra Henry Stimson, aunque los informes iniciales habían sido exagerados, tras el estudio de estos y el testimonio de los testigos se podía llegar a la conclusión de que realmente se había producido una incursión aérea sobre Los Angeles (en esto no sólo se oponía a la versión de la Marina, también al mando de la Cuarta Fuerza Aérea, que expresó su opinión de que ningún avión enemigo había sobrevolado los Angeles). Según Stimson, se podía considerar un hecho demostrado que un número de uno a cinco aviones no identificados habían volado sobre Los Angeles la noche del 25 de febrero. En cuanto al misterio del origen de los aparatos, daba dos posibles soluciones: o bien eran aviones comerciales pilotados por agentes enemigos que habrían despegado de campos secretos situados en California o México, o bien eran aviones ligeros provenientes de submarinos japoneses. Para explicar por qué razón los japoneses realizarían una incursión sobre la costa oeste sin lanzar ni una sola bomba, Stimson razonó que sus objetivos probablemente habían sido localizar las defensas antiaéreas en el área o dar un golpe a la moral de la población civil. La explicación de Stimson parece tan absurda que se podría pensar en que detrás de ella había un interés no explicado en engañar a la población para ocultar algún hecho que se nos escapa, sin embargo está confirmada por el informe oficial sobre el incidente enviado por el jefe del Estado Mayor, el general George C. Marshall, al presidente Roosevelt. El informe, con fecha del 26 de febrero de 1942, se mantuvo en secreto hasta 1974. En él Marshall insistía en los argumentos de Stimson, aunque se cubrió dejando un margen para la duda (“Aviones no identificados...probablemente sobrevolaron Los Angeles...”) y aumentaba considerablemente la cantidad de aviones enemigos que pudieron participar en la incursión. Este es el informe íntegro:
*NFORME PARA EL PRESIDENTE:
Lo siguiente es la información que hemos recibido en este momento del Cuartel General referente a la alarma aérea ocurrida en Los Angeles ayer por la mañana: Con los detalles disponibles a esta hora:
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Aviones no identificados no pertenecientes a la Marina ni al Ejército americanos, probablemente sobrevolaron Los Angeles y fueron disparados por elementos de la 37ª Brigada de Artillería de Costa (AA) entre las 3:12 y 4:15 AM. Estas unidades emplearon 1.430 cargas de munición.
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Pudo haber hasta quince aviones volando a diferentes velocidades, algunos “demasiado despacio” para lo que se considera normal, hasta 200 MPH (unos 300 kilómetros por hora) y a una altura de entre 9.000 y 18.000 pies (entre 2.700 y 5.400 metros).
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No se lanzó bomba alguna.
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No hubo ninguna baja en nuestras tropas.
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No se derribó ningún avión.
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No intervino ningún avión del ejército ni de la marina americana.
La investigación continúa. Parece razonable concluir que si había aviones sin identificar debían de ser aviones comerciales, pilotados por agentes enemigos para causar la alarma, descubrir los emplazamientos de las baterías antiaéreas y disminuir la producción con los apagones que se producen tras la alarma. Esta conclusión queda reforzada por la diversidad de velocidades de los aviones y por el hecho de que no se lanzasen bombas
Firmado: G.C. Marshall - Jefe del Estado Mayor*
Las divergencias en las explicaciones oficiales del incidente y la confusión que provocaron causaron un intenso debate en los medios de comunicación, con opiniones para todos los gustos. Los editoriales de los periódicos exigían explicaciones más convincentes para acabar con la incertidumbre que se había generado. Ninguna de las dos versiones convencían, y ambas dejaban en mal lugar a los sistemas de defensa antiaérea de la costa oeste. Si, como afirmaba el Ejército, la incursión había tenido lugar realmente ¿por qué no despegó ningún caza de la Cuarta Fuerza Aérea para interceptar a los atacantes? ¿Y cómo se explicaba que el intenso fuego artillero no lograse alcanzar a ningún aparato enemigo, más aún cuando algunos de ellos, según se afirmaba, volaban a muy baja altura y a velocidades reducidas? Y si había sido una falsa alarma, como defendía la Marina, el haber estado una hora disparando contra el cielo vacío era una muestra de incompetencia todavía mayor (el editorial del New York Times del 28 de febrero se hacía una pregunta demoledora: “¿Qué habría pasado si hubiese sido un auténtico ataque aéreo?”). Una parte de la prensa se quejaba del silencio que rodeaba el caso y según ellos de la censura que operaba en ese tema (Long Beach Independent: “Existe una cierta restricción en todo el asunto, y aparece cierto tipo de censura si se trata de indagar sobre el tema”). Muchos creyeron en una teoría conspirativa de las que tanto gustan en Estados Unidos. Basándose en las advertencias que hizo Knox en su rueda de prensa del día 25, se decía que el propio gobierno había montado el espectáculo con el objetivo de crear el clima necesario para que se aceptase su plan de un traslado masivo de industrias desde la costa oeste al interior del país.
También hubo quienes pensaron en una “visita” extraterrestre, pero no fueron muchos. A pesar del famoso precedente del programa de radio de Orson Welles, aún tenían que pasar unos años para que el fenómeno OVNI se pusiese de moda. Después de todo el país estaba en guerra, y era más fácil acordarse de los japoneses que de los alienígenas. Fue años más tarde cuando se recuperó del olvido este episodio y se convirtió en uno de los grandes mitos de la ufología. El 26 de febrero el diario Los Angeles Times publicó esta famosa fotografía:
Durante muchos años gran cantidad de ufólogos y aficionados al tema han querido ver en ella la prueba de uno de los avistamientos OVNI más espectaculares de la historia. Se ha analizado de todas las formas posibles y al final, como siempre, cada uno ve en ella lo que quiere ver. Lo único que veo yo son varios haces de luz de los proyectores convergiendo en un punto y las explosiones de la artillería antiaérea a su alrededor.
¿Qué ocurrió realmente? La teoría de la incursión con aviones comerciales pilotados por agentes japoneses con el objetivo de sembrar el pánico entre la población, aparte de ser ridícula, quedó descartada tras la guerra (o eso o es el secreto mejor guardado de la historia). La explicación que dio el almirante Knox, que fue una falsa alarma provocada por el nerviosismo del momento, fue descalificada por muchos como parte de la política de las autoridades de hacer olvidar el incidente, echar tierra sobre el asunto y decir que no había nada que investigar. Pero teniendo en cuenta cómo estaba el ambiente es la explicación más razonable. Durante las primeras semanas de la guerra en la costa oeste había una psicosis general provocada por el temor a una invasión japonesa. El desastre de Pearl Harbor hizo pensar a la población estadounidense (incluyendo también a buena parte de sus dirigentes políticos y mandos militares) que eran totalmente vulnerables a ataques japoneses en cualquier punto del Pacífico. La gente creía ver agentes enemigos en todas partes, había un ambiente de sospecha generalizado que acabó por provocar el internamiento en campos de los habitantes de origen japonés.
Tan sólo dos días antes el territorio continental de Estados Unidos había sufrido el primer ataque enemigo de la guerra. La madrugada del 23 de febrero de 1942 el submarino japonés I-17 apareció frente a las instalaciones de extracción de petróleo de Goleta, cerca de Santa Bárbara (a unos 140 Km de Los Angeles), y abrió fuego con su cañón contra ellas. En un bombardeo que duró apenas 25 minutos el I-17 disparó un total de 25 proyectiles y a continuación se retiró de la zona. Los daños fueron mínimos (fueron alcanzados una estación de bombeo y una pasarela, con un coste estimado de 500 dólares de la época), aunque el capitán del I-17 Nishino Kozo informó a Tokio que había dejado la ciudad de Santa Bárbara en llamas. A pesar de la poca importancia del ataque se decretó una alarma general, con apagón incluido que afectó a toda la región. La desproporcionada respuesta de las autoridades y la publicidad que se le dio al ataque hicieron que la psicosis provocada por la amenaza japonesa se hiciese más fuerte que nunca.
Mapa publicado en el Galveston Daily News el 26 de febrero. Se indica el área donde abrieron fuego los antiaéreos el día 25, y también el lugar donde se produjo el ataque del sumergible japonés el día 23:
Con estos precedentes, con los vigías y las dotaciones de las baterías antiaéreas contagiados del nerviosismo general, cualquier avistamiento sospechoso pudo haber provocado la alarma, y esta a su vez pudo haber degenerado en un cañoneo indiscriminado en cuanto una de las baterías abrió fuego. Se ha especulado con que la alarma inicial fuese causada por globos meteorológicos, lo que explicaría las recriminaciones que se hicieron de forma oficial a algunas unidades de artillería antiaérea por malgastar munición contra blancos que se movían demasiado despacio para tratarse de aviones. Después, cuando comenzó el fuego, el humo y las explosiones fácilmente pudieron despistar a los observadores, que veían aparatos enemigos por todas partes, aunque no hay constancia de que nadie oyese ni uno solo de sus motores.
El incidente, que fue bautizado con el nombre de “la batalla de Los Angeles”, pasó a la historia como un espectacular caso de histeria colectiva.
¿O hubo algo más?
[i]Fuentes:
James Hayward: Mitos y leyendas de la Segunda Guerra Mundial.
Jesús Hernández: Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial
http://blog.rarenewspapers.com/?tag=add-new-tag
http://www.sfmuseum.org/hist9/aaf2.html