10-10-2007
Los Papas,El Nazismo y El Fascismo.
Ésta es la historia de los difíciles acuerdos entre Hitler y la Santa Sede, de una encíclica perdida que podría haber cambiado la historia del mundo y de la muerte poco clara del Papa que, demasiado tarde, quiso plantarle cara al mal que se había instalado en Alemania.
Pío XI
Su nombre de nacimiento era Achille Damiano Ambrogio Ratti. Era hijo de los consortes Francesco Ratti, directivo de la industria sedera, y Teresa Galli.
El 6 de febrero de 1922, en el cónclave que siguió a la muerte de Benedicto XV, resultó elegido papa. Era un hombre de estudio, de una cultura excepcional y además estaba muy bragado en los asuntos de la curia romana, pero su experiencia pastoral y cardenalicia se limitaba a unos pocos meses.
Fue coronado tres días después de su elección por el cardenal Gaetano Bisleti, protodiácono de S. Agata in Suburra. La ceremonia tuvo lugar en la explanada de la Basílica de San Pedro.
Desde la autoproclamación de la "cautividad" de la Iglesia Católica por el beato Pío IX en 1870, era ésta la primera coronación pública de un papa. Sus predecesores habían sido coronados en ceremonias restringidas, ya sea en la Basílica de San Pedro o en la más exclusiva Capilla Sixtina (caso éste último de León XIII, san Pío X y Benedicto XV).
Su papado se caracterizó por el reconocimiento del estado italiano por parte de la Iglesia, que venía desde la ocupación de los Estados Pontificios por el reino de Italia en 1870.
[color=red]Pío XI firmó con el gobierno italiano de Benito Mussolini y el rey Víctor Manuel III el Tratado de Letrán (febrero de 1929), que dio nacimiento al estado independiente y soberano de la Ciudad del Vaticano.[/color]
Este acuerdo, que ponía fin al estado de cosas vigente desde 1870, había sido buscado por ambas partes, y a ambas convenía. Para Mussolini, que buscaba un acercamiento a los católicos, cuya posición ante el Fascismo había sido bastante fría.
Para la Iglesia, el obtener el reconocimiento de derecho de su estado, que aunque reducido a una mínima expresión territorial, colocaba a éste dentro del concierto de las naciones del mundo, con capacidad de establecer relaciones diplomáticas.
[color=red]En Italia, el partido católico del dirigente político Luigi Sturzo, llamado Partido Popular, y opositor al fascismo, había sido disuelto poco antes. Pío XI animó a los católicos italianos en las elecciones de marzo de 1929 a que votaran a los fascistas, y calificó a Benito Mussolini como un hombre enviado a nosotros por la Providencia. También Pío XI bendijo personalmente las tropas italianas que partían para la conquista de Abisinia.[/color]
PÍO XI, Eugenio Pacelli y El Tercer Reich
Al igual que buena parte de los políticos europeos de la época, Pío XI quiso pactar con Hitler, apaciguar a la bestia.
Las relaciones entre el movimiento nazi y la Iglesia no habían empezado con buen pie. El marcado sentido pagano del que estaba teñida buena parte de la ideología hitleriana no podía ser visto con buenos ojos por los jerarcas de la Iglesia alemana.
Según la teoría nazi, dado que el cristianismo tenía sus raíces en el Antiguo Testamento, quien estaba contra los judíos debía estar igualmente contra la Iglesia católica. Los nazis invocaban «la indispensable arma del espíritu de la sangre y de la tierra contra la peste hebrea y el cristianismo».
En una viñeta publicada en el periódico Der Stürmer, perteneciente a uno de los órganos del partido nazi en 1934, un judío, ante la imagen de Cristo en la cruz, dice: «... Le hemos matado, le hemos ridiculizado, pero somos defendidos todavía por su Iglesia...».
En otra viñeta del mismo periódico publicada en 1939, un sacerdote católico es presentado mientras estrecha dos grandes manos: una con la estrella judía y la otra con la hoz y el martillo.
[color=red]No obstante, esta hostilidad era mutua. Prueba de ello es lo publicado en su día en Der Gerade Weg (El Camino Recto), el semanario católico de mayor circulación en Alemania: «Nacionalsocialismo significa enemistad con las naciones vecinas, despotismo en los asuntos internos, guerra civil, guerra internacional.
Nacionalsocialismo significa mentiras, odio, fratricidio y miseria desencadenada. Adolf Hitler predica la ley de las mentiras. Habéis caído víctima de los engaños de alguien obsesionado con el despotismo. Despertad»[/color]
Dios está con nosotros
Parecía evidente que el Gott mituns (Dios está con nosotros) que se leía en el emblema de los nazis no se refería al Dios de los católicos.
Los diáconos luteranos, en cambio, habían sido mucho más complacientes con el nuevo movimiento.
Luteranos eran, por ejemplo, los miembros del Movimiento Alemán Cristiano, de carácter abiertamente antisemita y nacionalista, muchos de cuyos miembros terminaron engrosando las filas del partido nazi.
El consejo de Lutero relativo a los judíos era:
«Primero, sus sinagogas o iglesias deben quemarse... Segundo, sus casas deben asimismo ser derribadas y destruidas... En tercer lugar, deben ser privados de sus libros de oraciones y talmudes en los que enseñan tanta idolatría, mentiras, maldiciones y blasfemias. En cuarto lugar, sus rabíes deben tener prohibido, bajo pena de muerte, enseñar jamás...».
El nombramiento de Hitler como canciller fue aplaudido por los protestantes, mientras que los obispos católicos condenaron las teorías nazis mediante las siguientes prohibiciones:
• Los católicos no podían pertenecer al Partido Nacionalsocialista ni asistir a sus concentraciones.
• Los miembros del partido no podían recibir los sacramentos ni ser enterrados como cristianos.
• Los nazis no podían asistir en formación a ningún acto católico, incluidos los funerales.
A consecuencia de esto, el partido católico Zentrum fue apoyado y votado en masa por los judíos.
No obstante, este panorama iba a cambiar de manera radical con el nombramiento del arzobispo Eugenio Pacelli, antiguo nuncio de Su Santidad en Alemania, y futuro Pío XII, como secretario de Estado del Vaticano.
Inmediatamente después de su ordenación como obispo en 1917, Pacelli tuvo que dejar Roma para establecerse en Alemania, donde permaneció los siguientes trece años. Curiosamente, la nunciatura se encontraba en Munich, frente al edificio que más tarde se convertiría en la Casa Marrón, la cuna del nazismo.
Pacelli se encontró un país desestructurado y destruido por la guerra. Nada más llegar fue testigo de la revolución proletaria en Munich en 1918.
[color=red]En una carta a Gasparri, describió así los acontecimientos:
Un ejército de trabajadores corría de un lado a otro dando órdenes,en medio, una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, judías como todos los demás, daba vueltas por las salas con sonrisas provocativas, degradantes y sugestivas. La jefa de esa pandilla de mujeres era la amante de Levien [dirigente obrero de Munich], una joven mujer rusa, judía y divorciada [...]. Este Levien es un hombre joven, de unos 30 o 35 años, también ruso y judío. Pálido, sucio, con ojos vacíos, voz ronca, vulgar, repulsivo, con una cara a la vez inteligente y taimada.[/color]
Pero la misión principal de Pacelli tenía que ver poco con su evidente antipatía personal hacia los revolucionarios judíos. A pesar de su mayoría protestante, Alemania contaba con una de las mayores poblaciones del planeta. Además, la Iglesia había gozado tradicionalmente de una amplia autonomía garantizada por una serie de concordatos con los gobiernos regionales.
Una de las principales misiones de Pacelli en Alemania era «la imposición, a través del código de derecho canónico de 1917, de la suprema autoridad papal sobre los obispos católicos, clérigos y fieles».
Para lograr este fin, tuvo que renegociar los concordatos existentes con los Estados regionales alemanes y propiciar una alianza entre todas las fuerzas de la derecha alemana con la esperanza de poder negociar un concordato con la propia nación alemana que sirviera para solidificar definitivamente la autoridad del Vaticano.
[color=red]Cuestion de Tacticas[/color]
A pesar de los incendiarios comentarios de sus correligionarios sobre temas religiosos, el fervor fanático de Hitler no nublaba en absoluto su juicio. Sabía perfectamente que, le gustase o no, el éxito del Tercer Reich pasaba necesariamente por mantener unas buenas relaciones con el Vaticano.
En su obra Mein Kampf (Mi lucha) recuerda a sus lectores como el partido católico venció al mismísimo Bismarck cuando éste intentó hacer una política denominada Kulturkampf (Lucha cultural).
En aquella época, los colegios religiosos pasaron a ser controlados por el Estado, la Compañía de Jesús fue prohibida, comités laicos se hicieron cargo de las propiedades de la Iglesia y los obispos que se resistieron a estas medidas fueron multados, arrestados o tuvieron que exiliarse.
Sin embargo, el resultado fue el contrario del esperado. La oposición católica se unió ante la amenaza común, cristalizando esta alianza en la creación de un poderoso partido católico, el Zentrum.
Hitler tenía muy claro que el nacionalsocialismo no podía permitirse el lujo de incurrir en los mismos errores que la Kulturkampf, así que decidió incorporar el cristianismo al texto de sus discursos, presentando a los judíos no sólo como los enemigos de la raza aria, sino también de toda la cristiandad:
«No importa si el judío individual es decente o no. Posee ciertas características que le han sido dadas por la naturaleza y nunca podrá librarse de ellas. El judío es dañino para nosotros... Mis sentimientos como cristiano me inclinan a ser un luchador por mi Señor y Salvador. Me llevan a aquel hombre que, alguna vez solitario y con sólo unos pocos seguidores, reconoció a los judíos como lo que eran, y llamó a los hombres a pelear contra ellos... Como cristiano, le debo algo a mi propio pueblo».
«Soy ahora, como antes, un católico, y siempre lo seré», enfatizó a uno de sus generales. La Iglesia, por su parte, premió esta fidelidad no excomulgándole a pesar de sus múltiples excesos.
Por su parte, el recién nombrado secretario de Estado, el cardenal Pacelli, estaba igualmente interesado en mejorar las relaciones con la Alemania de Hitler.
En esta alianza, Pacelli veía dos ventajas muy importantes. Por un lado, Hitler era una garantía de que el comunismo no fructificaría en Alemania.
Por otro lado, contar con los favores del Führer podría conducir a la firma de un concordato tan ventajoso como el establecido con Mussolini en su día.
Extraños Compañeros
Pacelli contaba con la ventaja que le proporcionaba su período como nuncio en Alemania y estaba sumamente familiarizado con los entresijos políticos del país.
Tenía, además, múltiples contactos en el Zentrum; el más importante de ellos era su gran amigo Ludvig Kaas, un sacerdote que llegó a presidente de esta formación política. A través de Kaas, Pacelli presionó al partido para que negociara una alianza con Hitler.
Cuando Heinrich Brüning fue elegido canciller, Pacelli le sugirió que le ofreciera a Hitler un puesto en el gabinete. Al quedar patente que el canciller no estaba dispuesto a atender semejante sugerencia, tanto el Vaticano como el presidente de su propio partido le retiraron su apoyo, dejando al gobierno a merced de sus enemigos.
Brüning fue finalmente sustituido por Franz von Papen, que a instancias de Kaas convenció al presidente Hindenburg, que a la sazón miraba con recelo y desdén a los nazis, para que llamara a Hitler para formar gobierno. Adolf Hitler fue nombrado canciller alemán el 28 de enero de 1933.
Su partido, el nacionalsocialista, estaba en minoría, pero Hitler tardó sólo tres días en convocar nuevas elecciones.
En la campaña electoral para las elecciones del 5 de marzo de 1933, se hizo patente, por primera vez, la oposición entre el nacionalsocialismo y el mundo católico. El 16 de febrero de 1933, en un comunicado recibido en la secretaría de Estado del Vaticano, el nuncio monseñor Cesare Orsenigo decía: «La lucha electoral en Alemania ha entrado ya en su climax [...].
Por desgracia, también la religión católica es utilizada con frecuencia por unos y por otros con objetivos electorales. El Zentrum cuenta naturalmente con el apoyo de casi la totalidad del clero y de los católicos y, con tal de lograr la victoria, actúa sin preocuparse de las ponencias que podrían derivarse para el catolicismo penosas consecuencias que podrían derivarse para el catolicismo en caso de una victoria adversaria».
Fn las elecciones del 5 de marzo, los nazis lograron diecisiete millones de votos. Pero, con todo, la mayoría seguía rechazando a Hitler, ya que ese resultado sólo representaba un 44 por 100.
Hitler no tenía en el Reichstag los dos tercios necesarios para hacer su revolución y establecer la dictadura con el consentimiento del Parlamento. Decidió entonces recurrir a un procedimiento extraordinario recogido en la Constitución alemana y pedir al Reichstag la aprobación de una ley de plenos poderes. Esto le conferiría a su gabinete facultades legislativas durante los siguientes cuatro años.
Sin embargo, se necesitaban dos tercios de la Cámara para aprobar una ley como ésa. Para cumplir este trámite parlamentario, los nazis precisaban del apoyo del Zentrum, que se había mantenido fuerte con un 14 por 100 de los votos. Este apoyo lo condicionó el cardenal Pacelli a la firma de un concordato con el Vaticano.
Kaas utilizó este compromiso, que calificó como «el éxito más grande que se haya conseguido en cualquier país en los últimos diez años», y pudo reunir los apoyos parlamentarios que necesitaba Hitler, que de esta forma subió al poder gracias a las gestiones secretas de la Santa Sede. Con una mayoría absoluta por escaso margen, los nazis aprobaron la ley de plenos poderes, que supuso que las relaciones entre los nazis y el Vaticano subieran a un nuevo nivel.
A partir de ese momento, la Iglesia alemana se vio forzada a reconsiderar su actitud anterior hacia los nazis: «Sin revocar el juicio expresado en declaraciones previas respecto a ciertos errores éticos y religiosos, el episcopado tiene confianza en que las prohibiciones generales y avisos no necesiten ser tenidos en cuenta más. Para los cristianos católicos, para los que la voz de la Iglesia es sagrada, no es necesario en este momento hacer admoniciones especiales para que sean leales al gobierno legalmente establecido y cumplir concienzudamente para con los deberes de la ciudadanía, rechazando por principio todo comportamiento ilegal o subversivo».
De esta manera, el potencial de oposición al nazismo de veintitrés millones de católicos alemanes quedaba anulado. Como muestra del cambio de clima entre la Iglesia y el nazismo se permitió que los católicos se afiliaran al partido y se volvió a administrar los sacramentos a los nazis, incluso a aquellos uniformados.
Ley o Conciencia
Como sucedió anteriormente en Italia, el partido católico, en este caso el Zentrum, quedaba entregado e indefenso en manos del dictador. Hitler cumplió su parte del trato y el concordato se ter minó de redactar el 1 de julio de 1933. Convencidas ambas partes de las ventajas que ofrecía el acuerdo, su negociación sólo duró ocho días. También, como en el caso italiano, los términos del acuerdo eran sumamente favorables para la Iglesia.
Los católicos alemanes quedaban sujetos al código de derecho canónico, las obras sociales de la Iglesia recibirían apoyo popular y no se tolerarían críticas públicas a la doctrina católica. Aquí también hubo un sustancioso apartado económico que tomó forma con el establecimiento del Kirchensteuer, un impuesto aplicable a todos los católicos alemanes.
Este impuesto supuso un enorme caudal de recursos económicos para la Iglesia, ya que se deducía directamente de la nómina de los trabajadores y suponía un 9 por 100 del total del salario bruto. Millones de marcos fluyeron en este concepto hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial. Llama poderosamente la atención que este impuesto, negociado y establecido por Hitler, aún esté vigente en Alemania, y que constituya por sí solo entre el 8 y el 10 por 100 de lo que recauda la hacienda germana.
A cambio de tanta generosidad, Hitler sólo pidió un pequeño favor añadido: la disolución del Zentrum, petición que Pacelli le concedió: «Se empeñaron en hacer un concordato a toda costa, y la consecuencia fue la caída del partido católico Zentrum, lo que dejaba el campo libre a Hitler».
[color=red]Además, Hitler se reservó como garantía el artículo 16 del concordato, según el cual todos los obispos alemanes estaban obligados a realizar el siguiente juramento ante la Reichsstatthalter (la bandera del Tercer Reich):
«Juro ante Dios y sobre los Santos Evangelios y prometo, al convertirme en obispo, ser leal al Reich alemán y al Estado. Juro y prometo respetar al gobierno constitucional y hacerlo respetar por mis clérigos[/color]
Juramentos aparte, como ya había sucedido con Mussolini, el entendimiento político no tenía nada que ver con la simpatía personal.
Como explicaba su colaboradora cercana, sor Pasqualina, y que confirmaron otros testigos, Pacelli decía de Hitler lindezas como:
«Este hombre está completamente exaltado; todo lo que dice y escribe lleva la marca de su egocentrismo; es capaz de pisotear cadáveres y eliminar todo lo que le suponga un obstáculo.
No llego a comprender como hay tantas personas en Alemania que no lo entienden y no saben sacar conclusiones de lo que dice o escribe. ¿Quién de éstos al menos se ha leído su espeluznante Mein Kampf?».
Fuentes y Citas:
-Der Gerade Weg, núm. 37, 11 de septiembre de 1931.
-Encyclopedia Judaica, volumen III, McMillan, Nueva York, 1971. Cita de Acerca de los judíos y sus mentiras, Martín Lutero.
-Lacroix-Riz, Annie, Le Vatican, lEurope et le Reich, de la premiere guerre mondiale a la guerre froide.Armand Colin, Paris, tercera edición
-Hitler, Adolf, Mein Kampf, 1925.
-Hitler's Third Reich: A Documentary History, editada por L. Snyder, NelsonHall, Chicago, 1981
-Shirer, William L., The Rise ana fall of the Third Reich, Simón & Schuster, Nueva York, 1960.
-Toland, John, Adolf Hitler, Doubleday, Nueva York, 1976
-Lewy, Guenter, The Catholic Church and Nazi Germany, Da Capo Press, Nueva York,2000.
-Vivas, Ángel, «David Solar reconstruye El último día de Adolf Hitler», El Mundo, 27 de junio de 2002.
-García de Cortázar, Fernando y Lorenzo Espinosa, José María, Los pliegues de la tiara. Los Papas y la Iglesia del siglo XX, Alianza Editorial, Madrid, 1991.
-Alien, John L., All the Pope's Men: The Inside Story of How the Vatican Really Thinks, Doubleday, Nueva York, 2004.
-Castelli, Jim, «The Lost Encyclical», National Catholic Repórter,.
-Passelecq, Georges y Suchecky, Bernard, The Hidden Encyclical of Pius XI, Harvest. Nueva York, 1998.
-Manhattan, Avro, Murder in the Vatican: American, Russian and Papal Plots, Ozark Books, Springfield, 1985.
-Meyer, Jean, «Del antijudaísmo al genocidio
-Herfling, Ludwig, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1981.
-Peter Godman, Hitler and the Vatican: Inside the Secret Archives that Reveal the New Story of the Nazis and the Church, Simon & Schuster Trade.
-Ronald J. Rychlak, Hitler, the War and the Pope