Los judíos que lucharon por Hitler

Deleted member

05-03-2006

Espero que todos sepamos limitarnos a escribir acerca de los judíos que lucharon por Hitler como curiosidad que es, y que no surjan discusiones, por que como todos sabemos está prohibido disertar y negar el Holocausto... Gracias a todos y espero que os guste amigos ;)

El siglo XIX marcó un verdadero hito para los judíos alemanes. Tras recibir la emancipación social y política que derivaba del liberalismo, se produjo en el seno de las juderías germánicas un movimiento de asimilación que contaba con escasos antecedentes históricos. Entre 1800 y 1900 no fueron menos de setenta mil judíos los que se convirtieron al cristianismo en Alemania y Austro-Hungría y todo ello sin incluir a los que se limitaron a abandonar el judaísmo sin abrazar ninguna otra creencia religiosa. En torno a 1870, la fecha de creación del II Reich, incluso los judíos que seguían profesando el judaísmo eran profundamente nacionalistas. En 1890, el filólogo Hermann Steinthal llegaba a afirmar que “hoy podemos ser buenos judíos sólo si somos buenos alemanes y buenos alemanes sólo si somos buenos judíos”.

Sin embargo, con el cambio de siglo el número de matrimonios mixtos y de asimilados crecería considerablemente. El estallido de la Primera Guerra Mundial provocó también una corriente de entusiasmo patriótico entre los judíos y no deja de ser significativo que, junto con los austriacos de habla alemana, fueran la minoría que más lamentó la desaparición del imperio austro-húngaro de los Habsburgo o que constituyeran, en el caso del Reich alemán, un porcentaje muy elevado de los heridos en combate y condecorados por acción de guerra. Semejante resultado era lógico en la medida en que, como escribió un poeta judío en 1914, “seamos de alta o baja cuna, seamos judíos o cristianos, sólo existe un pueblo en nuestra tierra y juntos combatimos por el kaiser y el Reich”.

Por supuesto, la propaganda nacionalista posterior –y no sólo la hitleriana– desarrollaría la tesis de la puñalada por la espalda que había acabado con el II Reich y atribuiría tan ficticia situación a los judíos, pero la realidad histórica es que 30.000 judíos alemanes fueron condecorados durante la guerra y que 19.000 recibieron ascensos. El avance de un movimiento nacionalista como el nazismo provocó sentimientos muy encontrados entre la población judía de Alemania y Austria. La inmensa mayoría consideró que se trataba de un fenómeno pasajero frente al que no había que preocuparse en exceso porque la población germánica –la más culta del globo– acabaría repudiándolo. Un cierto porcentaje –especialmente judíos de ascendencia liberal o izquierdista– lo consideró activamente como un peligro real, pero tampoco faltaron los judíos, especialmente de ascendencia mezclada, que lo abrazaron con entusiasmo.

Hans Sander, por ejemplo, era en 1935 Sturmführer de las SA, así como miembro del partido nazi y receptor de la Medalla de oro del partido. Nazi entusiasta, Sander acabó recibiendo del propio Hitler un Deutschblüutigkeitserklärung –certificado de sangre alemana limpia– que le permitió no sólo ser considerado ario, sino servir incluso en el Ejército alemán como oficial. El certificado, expedido el 30 de julio de 1935 con la firma de Hitler, señalaba: “Apruebo su petición, en lo que a usted respecta personalmente, en consideración a su larga pertenencia al partido y su servicio digno de mención a nuestro movimiento. No existe razón por la que no debería usted permanecer en el partido o en las SA y retener su puesto de mando”. En realidad, esas razones existían y no eran otras que las propias leyes nazis, que privaban de la ciudadanía alemana no sólo a los judíos al cien por cien sino también a los que lo eran en parte e incluso a aquellos que siendo totalmente arios se hubieran convertido al judaísmo, lo que, dicho sea de paso, no dejaba de ser curioso para un antisemitismo que se pretendía fundamentalmente racial.

El caso de Sander no fue, desde luego, excepcional y, de hecho, no menos de 150.000 judíos sirvieron a las órdenes de Hitler. Por añadidura, en un porcentaje muy elevado obedeció a su propio deseo y obligó a un expediente previo que les permitiera combatir. Por ejemplo, el 30 de octubre de 1941, Hitler firmó un certificado de sangre alemana limpia a favor del teniente Ernst Prager, medio-judío, a fin de que pudiera incorporarse al servicio activo con un “status igual al de las personas de sangre alemana con respecto a las leyes raciales alemanas con todos sus derechos y obligaciones consiguientes”. Estos judíos, de acuerdo con las leyes nazis, llegaron a alcanzar incluso puestos de mando de relevancia. Por ejemplo, Ernst Bloch y Felix Bürkner fueron coroneles; Helmut Wilberg, general de la Luftwaffe; Paul Ascher, primer oficial de Estado mayor del almirante Lütjen en el famoso acorazado Bismarck; y los hermanos Johannes y Karl Zukertort, generales.

Por supuesto, el número de oficiales y suboficiales fue mucho mayor e incluyó al futuro canciller alemán Helmut Schmidt, que era un cuarto de judío y que llegó al grado de teniente de primera clase. La situación reviste un carácter aún más llamativo si se tiene en cuenta que en virtud de una orden de 8 de abril de 1940 se eximió de servir en el Ejército a todos los medio-judíos y que muchos de ellos se entregaron a un largo proceso para conseguir su readmisión en las unidades de combate. No sólo lo consiguieron, sino que obtuvieron numerosas condecoraciones militares por su valentía en el campo de batalla. Los ejemplos pueden, desde luego, contarse por docenas e incluyen al teniente judío Paul-Ludwig Hirschfeld condecorado con la medalla por heridas de guerra y la cruz de servicio militar con espadas, al capitán judío Edgar Jacoby, que recibió tres condecoraciones incluida la medalla por heridas de guerra; al medio judío Ernst Bloch, con cinco medallas incluida la cruz de hierro de primera clase; al Fedlwebel medio judío Wilhelm von Helmolt, con cuatro condecoraciones incluida la de heridas de guerra; al general medio judío Werner Maltzahn, con cuatro medallas incluida la cruz de servicios de guerra de segunda clase y un largo etcétera.

No pocos de ellos recibieron por añadidura certificados de sangre alemana limpia firmados por el propio Hitler. De hecho, la integración de estos judíos en el Ejército llegó a extremos tragicómicos. Por ejemplo, el medio judío Werner Goldberg, que era Gefreiter, fue presentado en una fotografía de propaganda del III Reich como “El soldado alemán ideal”. Tampoco faltaron los casos de judíos a los que se otorgó la plena ciudadanía aria por su cercanía con algún soldado alemán. Seguramente, el caso más conocido –aunque no el único– fue el del general y defensor de Berlín Gotthard Heinrici, que estaba casado con una medio judía. Legalmente, debería haberse divorciado pero logró para su esposa e hijos un certificado de sangre alemana limpia firmado por Hitler. ¿Cómo pudieron servir bajo el régimen antisemita de Hitler tantos judíos? Las razones son diversas.

Por supuesto, hubo casos en que la parte de sangre judía era aborrecida y se deseaba, sobre todo, aferrarse a la ascendencia aria. Sin embargo, éstos fueron, al parecer, excepcionales. En la mayoría de los casos, obedeció ciertamente a la convicción de ser alemanes por encima de todo. Por supuesto, el nazismo era antisemita, pero las deportaciones de judíos no comenzaron antes del inicio de la guerra y muchos creían –o querían creer– que el antisemitismo nazi se acabaría diluyendo como otros movimientos similares en el pasado. Mientras esperaban a que esto sucediera, la conducta normal era la de combatir a favor de la patria común. Semejante comportamiento puede parecernos disparatado ahora, pero tenía una enorme coherencia en la época. Baste pensar que cuando Hitler invadió la URSS en muchas aldeas y ciudades las poblaciones judías salieron a recibir a los alemanes como libertadores enarbolando la bandera del kaiser. Stalin les había ocultado lo que sucedía en el III Reich y aquellos judíos seguían identificando Alemania con la tierra de la emancipación que, bajo Guillermo II, tanto bien les había hecho. Según se desprende de los sorprendidos informes de los genocidas nazis, aquel comportamiento facilitó considerablemente la labor de exterminio en la URSS.

La siguiente pregunta que cabe formularse es cómo pudieron los judíos que lucharon por Hitler pasar por alto el Holocausto. Una vez más las respuestas son varias. En algunos casos, consideraron que ese conflicto no les concernía; en otros, durante algún tiempo no se supo nada, pero sobre todo a partir de 1942 su conocimiento era prácticamente general y más teniendo en cuenta que algunos de aquellos soldados fueron deportados como fue el caso del Obershütze medio-judío Rolf Schenk detenido en Buchenwald o el soldado medio-judío Werner Eisner que a pesar de ostentar la medalla por heridas de guerra fue enviado a Auchswitz. En su mayoría, los soldados judíos de Hitler optaron por el silencio convencidos de que las protestas sólo servirían para ser enviados también a un campo de exterminio. No obstante, también se produjeron excepciones. Por ejemplo, el medio-judío Ernst Prager que fue herido siete veces mientras combatía en el frente del Este mantuvo una entrevista con Eichmann para interceder por sus familiares. Dotado de un certificado de sangre alemana limpia y apoyado por algunos oficiales arios, Prager logró salvar de la muerte a su padre, que no fue deportado, y a su tío Stephan –un convencido converso al cristianismo además de entusiasta patriota alemán– que pasó la guerra en Theresienstadt y no en un campo de exterminio. Sin embargo, la suerte de la mayoría de sus familiares no fue tan afortunada.

El nazismo no estaba dispuesto, salvo de manera realmente excepcional, a dejar con vida a un grupo humano al que causó millones de muertos. Ésa era la amarga realidad que buen número de judíos –y de gentiles– no llegó a percibir durante años con resultados especialmente trágicos.

Caesar

05-03-2006

No decir más,que desconocía este tema,sabía que había judios ocultos en la Wehrmacht,pero esto,...

Molders

05-03-2006

Desconocia totalmente que judios hhubieran servido en el ejercito aleman. Muy interesante tema Guderian.

ULRICH

06-03-2006

Muy bueno amigo,me ha gustado mucho y ademas bien detallado . :o

UN SALUDO.

Lenz Guderian

07-03-2006

Antes que nada Excelente articulo.

Sin embargo aquí sucede algo similar a lo que hablabamos sobre el caracter ario en el tema de la svastica. La cuestión judia NO era, en el fondo unja cuestion racial, sino Ideológica.

la antropologia Nazi era una pseudociecia basada en principios sincréticos metodologicamente no articulados. Ideologia para acabar pronto.

Es claro que muchos judíos pelearon en la Wehrmacht. casi no necesito saberlo para intuirlo. Tanto como que muchos "arios" pelearon en el bando ruso. Por ahi tengo algunas fotos de aces del aire soviéticos que no le piden nada a los waffen SS.

por otro lado una hipótesis paralela que confirma este razonamiento es la de las hustaes árabes que pelearon del lado aleman.

Y no hablemos de los anglos.

Aun así, lo que resulta onteresante es cómo los principios que eran inamovibles en la era política cedieron a un pragmatismo que era necesario en la epoca bélica, sobre todo considerando la magnitud de la empresa.

Deleted member

07-03-2006

Estoy totalmente de acuerdo contigo tocayo. El mismo Hitler diría que "Al pueblo hay que explicarle siempre lo mismo, cuatro frases y eslogans bien repetidos les darán una noción de como deben actuar en todo". De hecho creo que en este sentido logró muchas cosas, pero la política exterior en los países ocupados fue de muy corto alcance, por que era un hombre lleno de perjuicios, y alguien así no puede acabar de ser un hombre políticamente correcto... de haber conseguido ampliar ( mejor dicho de haber querido) su política ideológica de slogans al resto de Europa, quizás hoy formariamos parte de una gran esfera nacionalsocialista... pero todo esto es muy relativo. :P

Doctor Oskar

07-03-2006

Muy interesante articulo K H Guderian. Yo se que en las Waffen  SS milito un oficial llamado Karl Marx (  :o ) Seria judio como lo fue el autor del "Capital"?......

Deleted member

07-03-2006

Permítaseme postear un artículo que traduje del alemán que relata la historia de Dieter Noll,  joven alemán de madre judía el cual combatió en la guerra como miembro de las Flak primero, y luego como soldado de la Wehrmacht. Posteriormente, Noll se desarrolló como escritor en Alemania Oriental donde escribió su novela "Las Aventuras de Werner Holt", obra-ícono de guerra leía en todas las escuelas medias de la RDA.

"Nsotros dos éramos los seres más opuestos que cabría imaginarse: Dieter era de mediana complexión y estatura, ojos oscuros y de cabellos rizados, con una carácter introvertido-depresivo; yo en cambio era rubio, medía 180 cm de estatura, delgado y dotado de las características que en aquella época correspondían a la categoría “ario-nórdicas”. Él era reflexivo al mismo tiempo que con una gran capacidad camaleónica de adaptación, y por tanto también sociable, cuando las circunstancias lo exigían. Yo era probablemente más ingenuo, pero también era por eso un miembro eficiente del III Reich  y de su ideología dominante tal como la asimilaba y comprendía (fundamentalmente en lo que hoy se llamaría un “militarista”). No en balde me apodaban entonces “campesino-soldado”.

Dieter era hijo de madre medio judía (la cual fue confinada en 1943 en Theresienstadt) y de un farmacéutico ario. Yo era el vástago de una mujer que en la época de la gran depresión mundial se convirtió de su protestantismo nativo a los “Testigos de Jehová”  (por lo que a partir de 1938 tuvo que pasar más de medio decenio con peligro de su vida en el campo de concentración femenino de Ravensbrück) y de un hombre que cumplía servicio como oficial de estado mayor de las tropas aéreas y hacia el fin de la guerra era comandante de un regimiento terrestre de la Luftwaffe.

Ambos adolescentes nos hicimos espontáneamente amigos como es normal entre muchachos (yo tenía 15 y Dieter 16). A partir de la 5ta y 6ta clase de la “Escuela Superior Juvenil” como se llamaba en aquel tiempo el Realgymnasium en la ciudad sajona de Grossstadt, nos inscribimos antes del comienzo de las clases para prácticas de matemática y física. En el tren de regreso, lo alerté de los ataques de algunos condiscípulos que tenían intensiones de darle una golpiza, sin que tuvieran ningún motivo salvo, quizá, porque de alguna manera Dieter les parecía diferente. Me acuerdo, por cierto de la conducta agresiva de los “camaradas” y de mi propio comportamiento contra un chico apedillado Mangold. Eso fue en la clase de una escuela pública berlinesa. Le pegamos muchas veces al pobre muchacho a la salida de la escuela porque sabíamos que era judío. Hoy todavía me avergüenzo de eso y espero de todo corazón que el chiquillo haya sobrevivido al holocausto que sobrevino pocos años después.

Pero no tengo tanto interés de contar sobre nuestra época escolar como de nuestro servicio como auxiliares antiaéreos, el cual comenzó el 5 de enero de 1944 para la leva de 1928 (Dieter nació el 31 de diciembre de 1927, de ahí que su segundo nombre fuera “Silvestre”) en una batería antiaérea emplazada para la defensa de la comarca. Las unidades de defensa antiaérea contra los bombardeos angloamericanos estaban emplazadas en forma anular alrededor de nuestra ciudad de Grosstadt. En las seis semanas de formación básica teníamos que ser “planchados” rigurosamente por capitanes, suboficiales y cabos mayores. Teníamos que reptar por el estercolero de los terrenos de la batería, saltar y marchar “hasta el horizonte”, aterrizar a cada “cuerpo a tierra” y ponernos de nuevo en movimiento, y a pesar de los mayores esfuerzos, desempeñar (o como se decía en el argot soldadesco, “despachar”) correctamente cualquier orden, siempre.

El que más sufrió durante este período de entrenamiento fue Dieter. Y no propiamente porque él fuese un “cuate no-militar”, como se decía entonces.  Noll podía seguir muy bien la clase tanto sobre los cañones 8,8 cm (llamados “jeringa rusa” porque eran botín de guerra), como practicar con ellos; y sobresalía también en los conocimientos sobre aviones y en la práctica de tiro antiaéreo, porque estaba bien dotado de una rápida captación y un inteligencia despierta. Pero el jefe de nuestra batería era un capitán de la reserva cuya profesión en la vida civil era la de un alto funcionario en una empresa, y al mismo tiempo, era un miembro fanático del nacionalsocialismo que tenía colgado en el escaparate el uniforme de la SS “civil”. Este capitán manifestó públicamente desde el principio una hostilidad irreconciliable con Dieter. Noll era, hablando de acuerdo a la clasificación de las “Leyes (raciales) de Nürnberg”, un “mestizo en segundo grado”, o “un cuarto judío”. Por eso era un fenómeno singular: apenas se pudiera encontrar otro caso parecido en el cuerpo de auxiliares antiaéreos. Para el jefe de la batería era este un motivo más que suficiente para hacer que los subordinados vapulearan a Dieter, incluso también el mismo ponía su piedrita. 

El pase de lista que tenía lugar todas las mañanas era el sitio de ejercitación preferido. La formación de toda la dotación de las baterías servía no sólo para controlar la asistencia, sino que también se utilizaba en exceso para enseñarles a los jóvenes “cómo se mueve el abanico”. Todavía me acuerdo casi palabra por palabra de cierto diálogo: estaba el suboficial controlando las identificaciones (esas chapitas ovales de aluminio) que cada soldado debe llevar siempre colgada al cuello para en caso de muerte poder establecer su identidad. Entonces dijo: “¡Auxiliar antiaéreo Noll! ¿Dónde está su identificación?” Noll: “En el armario, señor suboficial”. El suboficial: “Entonces allí está muy bien, Noll. Preséntese esta tarde en el escritorio con el armario y la identificación”. Hay que decir que a nuestra llegada nos habían dado las barracas que antes pertenecían al Servicio Laboral del Reich (SLR), dotadas de escaparates dobles de metal que pesaban bastante. Con mi ayuda y la de otros camaradas de dormitorio, Noll tuvo que cargar en la espalda el pesado y rígido mueble para llevarlo y traerlo con pasos vacilantes a través del recorrido de alrededor de 150 mts hasta el escritorio y de vuelta.

Otra vez, de nuevo en el pase de lista, el jefe de la batería checó la idoneidad de la banda del cuello de la guerrera de Noll. Esta banda de tela era un  invento del diablo. Se abotonaba al cuello del uniforme, y si no se le cambiaba diario, cobraba una coloración sucia. Una vez más, Dieter había olvidado cambiarla. Capitán K: “Noll, ¿cómo es que anda usted corriendo por ahí como una miserable puerca salvaje? ¡Hasta un cafre lleva el cuello limpio! ¡Le voy a enseñar lo que significa la limpieza de un soldado a usted, hombre retrasado!” Noll, bastante sacudido por la reprimenda: “¡Sí, señor capitán! Le aseguro, señor capitán, que no se repetirá” (los subordinados tenían que dirigirse a los oficiales en tercera persona). El jefe de la batería: “¡Tan fácil no se va a librar de mí, Noll!”, y gritando de repente: “¡Auxiliar antiaéreo Schreiber (el nombre se ha cambiado), le encargo que cepille el cuello de Noll hasta que resplandezca cada mañana. ¡Que le ayuden los demás camaradas de dormitorio!”

Tras dos o tres pases de lista, el cuello de Dieter parecía un bistec crudo. El duro cepillo le había casi sacado sangre a la piel. ¿Por qué los camaradas participaban en este martirio? La respuesta es simple: si no lo hacían a la buena, ellos mismos hubieran sufrido un vapuleo similar. Por ejemplo, el que escribe estas líneas tuvo que limpiar las letrinas con un cepillo de dientes  a causa de una “falta” que en modo alguno perjudicaba su disponibilidad o la de la batería.

La conocida hostilidad que el jefe de la batería sentía hacia Noll se manifestó más claramente un día que delante de la dotación de la batería formada, el capitán apostrofó al muchacho de 16 años a causa de cualquier bagatela: “¡Noll, granuja judío, habría que atarlo a un árbol y mandarlo a azotar!”

De los auxiliares superiores, algunos camaradas tampoco querían a Noll –por lo general, un auxiliar antiaéreo, cuando cumplía su deber tras seis a nueve meses de servicio en los cañones o en los puestos de mando, recibía un “arenque” plateado que pegaba a su hombrera como signo de este alto rango-. Así que más de una vez le caía el “Espíritu Santo”. Explicación: Era esta una visita nocturna que despertaba al culpable con una cubeta de agua fría tras haberle arrebatado primero la cobija. La víctima saltaba de su colchoneta de paja, desnuda o en camisón, espantada por el súbito baño, para recibir todavía algunos golpes con el cinturón, lo cual dejaba bastantes marcas en la piel. Quien era maltratado así tenía que pasar casi toda la noche secando su ropa de cama. También en las mentadas prácticas de cableado en las que los auxiliares aéreos tenían que ir y venir comprobando las instalaciones de comunicación entre los cañones y los puestos de mando, le pegaban a Dieter: de repente volaba sobre su cabeza una manta que le impedía la vista, y antes de que pudiera reaccionar, le bajaban pantalones y calzoncillos y le azotaban las nalgas. 

Tengo que decir que Noll no era el único en sufrir esas cosas. Algunos suboficiales y miembros de la batería gozaban con eso de “calentar” a los auxiliares antiaéreos. Quizá esto se debía a la diferencia de clase social. Los auxiliares antiaéreos de nuestra batería éramos escolares de preparatoria provenientes de escuelas públicas y enrolados “para el cumplimiento del deber del servicio juvenil”, mientras que los soldados antiaéreos y suboficiales eran elementos de categoría ínfima. Así que la hostilidad hacia los que venían de clases sociales mejores era profunda y cordial. Pero había excepciones. El capitán de la guardia que Noll nombra en su novela “las Aventuras de Werner Holt” con el seudónimo de “Gottesknecht”, era uno de ellos. Este oficial de la batería era un verdadero “padre” para sus muchachos e hizo todo lo posible para facilitarnos el tiempo del servicio en la antiaérea. Una vez terminada nuestra formación, mejoró mucho el ambiente entre los auxiliares y los soldados.

Este período como auxiliares antiaéreos no era percibido de ninguna manera por nosotros, adolescentes de 15 a 16 años, como algo desagradable, ni siquiera peligroso. Mientras que unos lo pasaban como un servicio molesto, pero necesario para la patria, otros desarrollaban una mentalidad propia de los soldados (“a mi todo me vale madre”), y los terceros, entre los que yo me contaba, lo tomaban como una preparación a fin de continuar la carrera militar como oficial (“quien no aprende a obedecer, tampoco puede mandar”).

Pero Noll no caía bajo ninguna de las rúbricas arriba mencionadas. Para él, los diez meses de servicio que tenía que pasar en nuestra batería representaban parte de la lucha por la supervivencia. Concretamente: su madre, deportada hacía tiempo a Theresienstadt estaba continuamente ante sus ojos como un ejemplo de lo que podría sucederle a él mismo. Bastaba una frase políticamente incorrecta o desmoralizadora para que pudiera ser inculpado de “emparentado” con judíos y seguir el mismo camino que su progenitora. Todavía hay que añadir respecto a la conciencia de los auxiliares antiaéreos que la mayoría de los jóvenes, educados en la HJ y en la Juventud Alemana, valoraba el período de auxiliar antiaéreo exactamente como se decía en el acta de licenciamiento: “Otto Meier ha servido a la patria en su lucha por la justicia y la libertad como auxiliar antiaéreo en el período de… hasta… en el regimiento de defensa antiaérea XY”. Se desprende por sí mismo que Noll no podía verlo así, pero estaba obligado por su propia conservación a mostrar entusiasmo por el servicio antiaéreo.

El padre de Dieter, el farmacéutico, tenía en el sótano dos grandes barriles llenos de alcohol que le servía como base para las tinturas. Su hijo concluyó que podía hacer más alegre la vida frecuentemente monótona del servicio antiaéreo mediante estas provisiones de alcohol. De la reserva paterna extraía de vez en cuando algunas botellas que mi madrasta, quien alcanzará posteriormente una dudosa fama como “Gertie” en la novela de Noll, procesaba artificialmente para hacer licor. Cuando nos tocaba a Dieter y a mí salir juntos en la noche o el día, consumíamos en nuestra casa los preparados alcohólicos de Gertie en grandes cantidades, compartiéndolo entre tres o más compañía. En ese momento, la guerra quedaba fuera, y también la ciudad en la que vivíamos y cuyo espacio aéreo teníamos que defender, la cual, por cierto fue perdonada durante mucho tiempo de los bombardeos. Lo malo era que nosotros y nuestros camaradas nos emborrachábamos bastante y más de una vez, cuando regresábamos a la batería, parecíamos ahogados. La farmacia tenía todavía otra ventaja, porque permitía a Dieter “controlar” ciertos medicamentos que lo mantenían a uno despierto, como el Pervitin. Sin estas no poco riesgosas tabletas hubiéramos caído rendidos en el servicio de infantería. Hoy considero como posible que yo entonces sufría de un soplo cardíaco.

Quien quiera saber más acerca de la “seria” vida de los auxiliares antiaéreos, tendría que leerse incluso actualmente la novela de Noll “Holt”. Resulta convincente gracias a la exactitud en los detalles. Podría ahorrarse la segunda parte, porque en esta continuación el autor especula abiertamente, ante todo, de la buena voluntad de los comunistas y de su partido. También en el segundo tomo disminuye la fuerza narrativa y el colorido que Dieter supo imprimir inicialmente a su trabajo, literariamente exigente.

Después del licenciamiento como auxiliar antiaéreo y de una breve permanencia en el servicio laboral del Reich, Noll fue enrolado en la Wehrmacht. Su incorporación a las tropas combatientes se realizó en Silesia y después de la guerra me contó una vez un episodio traumático. Estando en su agujero de protección en la primera línea, durante un ataque enemigo, fue rebasado por un tanque soviético T-34 que pasó por encima de su refugio. Peor aún: el carro de combate comenzó a girar sobre sí mismo encima de la excavación del refugio para aplastar con ello también a los alemanes. Cuando el tanquista creyó haber completado su humanitario trabajo, continuó su camino.  Noll me dijo después: “Fue un milagro que no me quedara entonces blanco en canas”.

Así que Noll sobrevivió, y a principios de 1946 nos encontramos en la clase de un instituto para formación de maestros nuevos en nuestra provincia natal. Una vez transcurrido este seminario de nueve meses, “me pasé” a Occidente. A decir verdad, sólo por motivos familiares, pues tenía todavía entusiasmo por el aparente nuevo comienzo tan prometido. Todavía Dieter y yo participamos juntos en manifestaciones bajo las impetuosas banderas rojas y pancartas del mismo color, pidiendo la unificación de los dos partidos obreros: el comunista y el socialista.

La última vez que nos vimos en Berlín fue durante el “3er Festival de la Juventud y los Estudiantes”, un importante evento emocionalmente excitante. En este encuentro del 5 al 19 de agosto de 1951, Dieter me confesó que durante sus estudios realizados en Jena (en nuestro “querido y loco nido”) donde realizó sus reportajes literarios, sufría “dolores de estómago” ideológicos. Por lo visto se le quitaron del todo, de lo contrario decenios después, no hubiera atacado a sus colegas en una carta abierta fiel a la línea dogmática, adjunta al congreso de escritores celebrado en mayo de 1978, donde decía: “Unos cuantos tipos acabados, como Heym, Seippel o Schneider, que cooperan tan estrechamente con el enemigo de clase por una mezquina ganancia… no representan ciertamente a los escritores de nuestra república”.

La voz de Noll, el autor de la muy leída novela “Las Aventuras de Werner Holt” (dos tomos), por la que fue galardonado con un premio nacional de la RDA, ha enmudecido. El escritor, perturbado profundamente por la extinción de la República Democrática Alemana, vive hoy tan retraído a las afueras de Berlín, que no quiere reanudar más el contacto con los amigos de juventud. Por lo menos, rechaza mis sugerencias en ese sentido.

Deleted member

07-03-2006

Una historia muy interesante. Enhorabuena por ella y gracias por mostrarnosla a todos Sigel. ;)

Deleted member

08-03-2006

Gracias, Karl, para mí es un placer, además de aprovechar para recomendar el libro de Dieter Noll, que no dudo en calificar como uno de los mejores relatos de guerra, pese a la tendencia dogmatizadora en el sentido marxista. Sin embargo, el autor logra retratar tal cual el ambiente y el colorido de aquellos momentos, sin las hipérboles tan frecuentes en esa clase de lecturas. También rodaron una película con el mismo título, que fue un best seller cinematográfico en la RDA. Es notable que pese a que el propio autor sufrió en carne propia el terror antisemita del régimen hitleriano, apenas hay una referencia de ello ni en su libro, ni en la película germanooriental.

http://tinypic.com/qyz2ol

CRISTINA

01-09-2007

Pues vaya...una ya no sabe que pensar......DE MAL NACIDOS ES NO SER AGRACEDIDOS......

Scott Baker

09-09-2007

Muy interesante. Pobre gente... deben haberse sentido traicionados. :(

Deleted member

09-09-2007

interesante y desconocia completamente lo que relatas sobre los judios y el ejercito aleman

saludos

Zhukov

09-09-2007

Die Abenteuer des Werner Holt

Las aventuras de Werner Holt - República Democrática Alemana - 1965

Dirección: Joachim Kunert


Reparto: Klaus-Peter Thiele, Manfred Karge, Arno Wyzniwski, Guenter Junghans, Peter Reusse, Wolfgang Langhoff, Karla Chadimova, Monika Woytowicz


Sinopsis y comentarios: Un par de jóvenes de 17 años, Werner Holt y Gilbert Wolzow, son sacados de la escuela y reclutados en el ejército de Hitler. Gilbert es un soldado fanático. En el frente Wener se da cuenta del sin sentido de la guerra y abandona a su amigo. Pero cuando Gilbert es colgado por las SS, Werner apunta su pistola contra su propio ejército. Película basada en la novela de Dieter Noll.

Armia Krajowa

03-10-2007

Muy interesante la disertación, yo habia leido sobre judios que para salvar el cuello se vieron obligados a alistarse en la Wehrmacht.... pero no de judios que comulgasen con las ideas nazis.

Digo yo, no se supo nada de la noche de los cristales rotos en toda alemania? no estaban en pre-aviso como para saber al menos que no eran bienvenidos por el régimen nacionalsocialista?.

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