24-04-2006
Finalizada la II Guerra Mundial en el Pacífico, los vencedores tuvieron serios problemas para juzgar los motivos por los que Japón desencadenó las hostilidades el 7 de diciembre de 1941. Fue difícil hilar este asunto de forma conveniente a los intereses estadounidenses. Esto vino motivado por que en aquel momento se conocieron las exigencias impuestas a el Japón por los EEUU en los momentos previos al inicio del conflicto. Esta batería de pretensiones ponía al país nipón entre la espada y la pared, pues aceptarlas suponía el subdesarrollo (imposibilidad de mantener a su alto número de población) o la guerra por la supervivencia. Los representantes filipinos, holandeses e incluso los franceses, al conocer esto se unieron a prestigiosos economistas, geopolíticos e historiadores en su comprensión acerca de los motivos de Japón para dar lugar a una guerra. De esta manera ganó enteros la tesis de que Roosevelt llevó a cabo una política premeditadamente orientada a un desencadenamiento de las hostilidades, que tenía que partir del Japón gracias a las presiones estadounidenses, aparentemente justificables, implicando en la guerra a un país mayoritariamente aislacionista. Esto ha sido una nota predominante en la historia de los Estados Unidos, que deliberadamente ha buscado motivos para declarar la guerra (si y sólo si resultaba beneficiosos para sus intereses) a cualquier nación que se interpusiera en sus planes económicos o políticos. Los españoles sólo hemos de recordar el caso del Maine, o las teorías revisionistas que pretenden demostrar que el ataque a las Torres Gemelas podría haber sido evitado.
La guerra en China, la expansión en Indochina y la firma del Pacto Tripartito por parte de Japón fueron los motivos que Estados Unidos dio para paralizar los suministros de chatarra, petróleo, repuestos y herramientas; boicoteó los productos nipones, congeló las cuentas y embargó sus bienes en EEUU. Roosevelt ya había declarado la guerra a Japón, a partir de ahí todo dependía de lo que los dirigentes japoneses estuvieran dispuestos a aguantar las afrentas estadounidenses.
Hideki Tojo
La idea común que ha imperado entre los historiadores hasta hace muy poco como la verdad viene a decir que las medidas de presión económica fueron una reacción a la peligrosa unión germano – japonesa derivada del Pacto Tripartito, pero la realidad es bien distinta. Desde junio de 1937, con la reanudación de las hostilidades entre Japón y China, el presidente Roosevelt preparó la sumisión japonesa por medio de un eventual bloqueo angloestadounidense, a tal efecto, en enero de 1938, envió una comisión negociadora en secreto a Londres encargada de negociar los puntos de este plan. La dinámita que se encendería entre los años 1940-41 sería preparada y dispuesta por los estadounidenses mucho antes.
La adopción de medidas de presión por parte de los Estados Unidos en junio del 41, sería seguida por Gran Bretaña y Holanda, lo que dejó a Japón sin petróleo, caucho y metales imprescindibles para la supervivencia de Japón. Tenemos que entender que el país nipón, por culpa de estas medidas corría el riesgo de alcanzar doce millones de parados de una sola vez, en una población de 90 millones de habitantes, sin contar que el territorio cultivable rondaba el 12-13% y que no se disponía de riquezas minerales. En dos años la flota japonesa al completo quedaría paralizada. Así fue como desde el verano del 41 Japón entró en una dinámica complicada: buscaría un arreglo diplomático, pero esta vez, se pondría un límite para las negociaciones: octubre, de lo contrario iría a la guerra, sin posibilidad de otra opción contra los que amenazaban la vida del Imperio del Sol Naciente.
El principe Konoye
Transcurrido este plazo sin resultados positivos, el enfrentamiento del gobierno con los militares no se hizo esperar. El principe Konoye dimitió. El nuevo gabinete de Tojo concedió a sus diplomáticos hasta el 30 de noviembre como plazo para alcanzar un arreglo diplomático
El 20 de noviembre, el ministro de Asuntos Exteriores de Japón realizó un ofrecimiento al Secretario de Estado, Cordell Hull: la retirada de las tropas japonesas al sur de Indochina a cambio de un levantamiento de las restricciones económicas.
Obviamente, la respuesta al ofrecimiento japonés fue un no rotundo. El 25 de noviembre, tras una reunión en Washington, el Secretario de Estado para la Guerra, Stimson, anotaba en su diario: “¿Cómo obligarles a disparar el primer tiro sin exponernos nosotros demasiado?”. La solución vendría de manos de Cordell Hull: que exigía entre otras cosas, no sólo la retirada de Indochina, sino también de la China; el fin del apoyo japonés a sus protectorados de Nanking y Mukden y el abandono del Eje Tokio – Berlín – Roma.
El pretencioso Cordell Hull
Togo diría no sin razón durante su proceso: “Casi me desmayo cuando leí el telegrama de nuestra embajada en Washington. Ya no podía hacer más para evitar la guerra”. Uno de los jueces del proceso, Radhabinot Pal, declararía: “Incluso un país tan diminuto como Luxemburgo habría recurrido a las armas frente a un conjunto de peticiones tan irracionales como las que planteaba Hull en su nota”.
EEUU había decidido hacía mucho tiempo que no quería lidiar con un gran competidor en el Pacífico, por ello optó por su eliminación. Así de paso contribuía a acabar con los retazos de la crisis económica del 29 que aun arrastraba el país. Los estadounidenses eran plenamente conscientes de lo que estaban desencadenando. El 27 de noviembre, antes de que Tokio emitiera una respuesta, Frank Kuox, secretario de Estado para la Marina comunicó a sus jefes de servicio: “Este telegrama debe considerarse como un aviso de guerra... hay que prepararse para una agresión japonesa en los próximos días”. En la Casa Blanca se buscó la guerra y se presionó a los nipones cuanto se pudo para que la desencadenaran, antes de que Tokio contestara ya se había dado por cerrada la negociación, y, por supuesto, tenían una idea muy precisa de cuando Japón daría el primer golpe.
En Japón, una corte de pares, en la que estaban los principales representantes del mundo civil y militar, tras un análisis de la situación, se optó por el desencadenamiento de las hostilidades, todo ello con el beneplácito del Emperador. Tres días después, la Primera Flota Aeronaval japonesa, situada en algún punto del inmenso océano Pacífico la orden clave que desencadenaría la II Guerra Mundial en Asia y Oceanía, convirtiendo el conflicto ahora sí en mundial: “Escalad el monte Nikate”.
Fuentes: La aventura de la historia
La guerra que había que ganar.