03-02-2010
Siempre se ha dicho que los conflictos bélicos extraen lo peor que llevamos dentro. Pero también en la historia de la Segunda Guerra Mundial se dieron historias en las que florecieron lo mejor de la condición humana. Entiéndase el amor en tiempos de guerra no sólo en el contexto pasional y sexual, sino también en otras clases de amor (ya sea paterno-filial, de amistad, etc...).
Sirvan estas historias como especial y humilde homenaje a aquellas personas que vivieron lo humanamente inimaginable y que sobrevivieron gracias al amor expresado por otras personas.
La primera historia ha sido extraída del libro "Auschwitz, los nazis y la solución final" de Laurence Rees y acontece en uno de los lugares más horribles que ha generado el ser humano, Auschwitz:
La relación entre Helena Citrónová y Franz Wunsch es uno de los episodios
más extraordinarios de la historia de Auschwitz. Helena llegó a
Auschwitz en marzo de 1942 en uno de los primeros transportes
enviados desde Eslovaquia. Su experiencia inicial en el campo no
fue nada fuera de lo común: una historia de hambre y abusos físi-
cos. Durante los primeros meses trabajó en un comando exterior
demoliendo edificios y cargando escombros. Dormía sobre paja in-
festada de pulgas y miraba aterrorizada cómo las demás mujeres que
la rodeaban comenzaban a abandonar toda esperanza y a morir.
Una de sus mejores amigas fue la primera que perdió la vida. Ella,
cuenta Helena, «vio todo lo que la rodeaba» y dijo: «no quiero vi-
vir un minuto más». A continuación la joven comenzó a gritar de
manera histérica y entonces los SS se la llevaron y la mataron.
Helena comprendió —al igual que otros— que para sobrevi-
vir necesitaba encontrar trabajo en un comando físicamente menos exigente.
Otra mujer eslovaca a quien Helena conocía se encontra-
ba en ese momento trabajando en el «Canadá» y le sugirió una for-
ma de entrar allí: si Helena estaba dispuesta a ponerse la pañoleta
blanca y el vestido a rayas de una de las trabajadoras del comando
«Canadá» que acababa de morir, podría unírseles y trabajar al día
siguiente dentro de los barracones donde se clasificaba la ropa. La
muchacha hizo exactamente lo que su amiga le aconsejó, pero por
desgracia la Kapo advirtió que ella era una «infiltrada» y le aseguró
que al regresar al campo principal sería trasladada al Comando Pe-
nal. Helena sabía que ello equivalía a una sentencia de muerte:
«Pero no me importó, porque pensé: "Bueno, al menos pasaré un
día bajo techo"».
Sin embargo, el primer (y potencialmente último) día de He-
lena en el «Canadá» coincidió con el cumpleaños de uno de los
hombres de la SS encargados de supervisar el trabajo en el barra-
cón de clasificación. Ese hombre era Franz Wunsch. «Durante la
hora de la comida —cuenta Helena—, ella [la Kapo] nos pregun-
tó si alguna de nosotras sabía cantar o recitar algo bonito, pues ese
día era el cumpleaños del hombre de la SS. Una muchacha griega,
llamada Olga, dijo que ella sabía bailar, y que podía bailar sobre
una de las grandes mesas donde doblábamos la ropa. Y como yo te-
nía una voz muy hermosa, la Kapo quiso saber si de verdad podía
cantar en alemán. Pero yo dije que no, porque no quería cantar allí.
Sin embargo, me obligaron a hacerlo. Así que canté para Wunsch
con la cabeza mirando hacia abajo, sin atreverme a mirar su uni-
forme. Yo lloraba mientras cantaba y de repente, al terminar la can-
ción, lo escuché decir "Bitte". En voz baja, me pidió que volviera a
cantar ... Y las muchachas decían: "Canta, canta, tal vez así te deje
quedarte aquí". Y entonces volví a cantar la misma canción, una
canción alemana que había aprendido [en la escuela]. Fue así como
él se fijó en mí, y a partir de ese momento, creo, se enamoró. Eso
fué lo que me salvó.»
Wunsch solicitó a la Kapo que se asegurara de que la mucha-
cha que acababa de cantar para él de forma tan memorable regresara
al día siguiente a trabajar en el «Canadá», y con esta petición
le salvó la vida a Helena, quien se libró de ir al Comando Penal y
se convirtió en trabajadora fija del centro de clasificación. No obs-
tante, mientras Wunsch la miraba con dulzura desde su primer
encuentro, al principio Helena lo «odiaba». Ella había oído que él
podía ser violento, pues otras internas le habían contado el rumor
de que había matado a un prisionero que se dedicaba al contra-
bando. Sin embargo, con el paso de los días y las semanas, Helena
observó que él continuaba tratándola con amabilidad. Y cuando
Wunsch tuvo una licencia se las arregló para enviarle cajas de «ga-
lletas», que le eran entregadas utilizando como intermediario a un
pipel (los jovencitos que trabajaban como criados de los Kapos). Y
a su regreso, Wunsch empezó a hacer algo aún más atrevido: en-
viarle notas. «Cuando volvió al barracón donde trabajábamos pasó
a mi lado y me lanzó una nota y yo tuve que destruirla enseguida,
pero alcance a ver que decía: "Amor. Estoy enamorado de ti". Me
sentí miserable. Pensé que prefería estar muerta a estar con al-
guien de la SS.»
[continuará]