11-09-2007
Elyesa Bazna nació en Prístina, la capital de Kosovo (por entonces perteneciente al Imperio Otomano) el 28 de julio de 1904. Su familia se trasladó a Constantinopla tras la guerra de los Balcanes, y posteriormente a Ankara, la capital del nuevo estado turco, después de la Primera Guerra Mundial. En su juventud fue un delincuente de poca monta, y pasó por la cárcel al menos una vez. Tras probar varios oficios sin éxito, se convirtió en criado de familias extranjeras, la mayoría diplomáticos.
A finales de 1942 entra a trabajar en casa de un alemán llamado Albert Jenke, ayudante del embajador Von Papen. Acabó siendo despedido cuando Jenke sospechó que Bazna leía su correspondencia. Su siguiente trabajo fue como chófer del secretario de la embajada británica, Douglas Busk. Al servicio de Busk fue cuando comenzó a fotografiar los documentos diplomáticos a los que tenía acceso con la intención de comerciar con ellos. Recomendado por Busk, Bazna pasó al servicio del embajador Sir Hughe Knatchbull-Hugessen como ayuda de cámara. Trabajar para el embajador británico era una oportunidad única, y la aprovechó.
El 26 de octubre de 1943, poco después de entrar a trabajar en casa de sir Hughe, Bazna acudió a su antiguo señor, Albert Jenke, presentándose como el nuevo hombre de confianza del embajador inglés, y le ofreció documentos diplomáticos que había fotografiado en casa de Busk a cambio de 20.000 libras esterlinas. Jenke informó a Von Papen, quien no se tomó en serio la historia y no informó a los agentes del Abwehr en Ankara (Von Papen tenía experiencia los servicios de inteligencia, había dirigido el espionaje alemán en Estados Unidos). En lugar de eso, Jenke dejó el tema en manos de Ludwig Moyzisch, un periodista austriaco que era el agente local del RSHA, los servicios de inteligencia de las SS. Moyzisch, tras entrevistarse con Bazna y escuchar sus propuestas, acudió de nuevo a Von Papen, quien pidió autorización a Berlín para hacer el pago. Así los primeros carretes de documentos diplomáticos británicos llegaron a manos de los alemanes, pagados con libras auténticas por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Otro detalle importante es que el Abwehr quedó fuera de la operación: el control de Cicerón lo iba a tener el servicio de inteligencia exterior de la RSHA, dirigido por Walter Schellenberg.
Bazna decidió aprovechar al máximo la situación y conseguir durante el tiempo que pudiese el máximo de documentos secretos que pudiese vender a los alemanes. Bazna era servil, aparentemente insignificante y hablaba poco inglés (con el embajador hablaba en francés, y nunca tenían conversaciones personales). Para Knatchbull su nuevo ayuda de cámara era alguien totalmente inofensivo con el que no necesitaba ninguna medida de seguridad especial. Además seguramente no vio necesidad de investigar los antecedentes de Bazna porque supuso que Busk ya lo había hecho. Cuando iba a dormir se llevaba consigo la llave de la caja fuerte donde guardaba los documentos que pasaban por sus manos, y la dejaba despreocupadamente en su mesilla de noche. En una ocasión, cuando el embajador se estaba dando un baño, Bazna (que había sido cerrajero, entre otros muchos oficios) hizo un molde en cera de la llave para hacerle un duplicado. Entonces comenzó a fotografiar los documentos que el embajador guardaba en su caja fuerte. Así comenzó a entregar regularmente carretes fotográficos a Moyzisch a cambio de grandes sumas de dinero (20.000 libras los primeros, luego bajaron a 15.000 y finalmente 10.000, unas cifras astronómicas en la época, aunque en gran parte fueron pagados con billetes falsos provenientes de la Operación Bernhard, el plan de las SS de falsificación masiva de libras esterlinas y otras divisas).
La información que suministraba Bazna era muy valiosa para el ministerio de Asuntos Exteriores alemán. Turquía era un país de gran importancia estratégica, que trataba de resistir las presiones de unos y otros para favorecer sus intereses y perjudicar a los del enemigo. El embajador Von Papen, que enseguida pudo sacar provecho de las informaciones que le llegaron sobre la política aliada con respecto a Turquía, fue quien bautizó a Bazna con el nombre en clave de Cicerón, recordando la elocuencia del célebre orador romano. El ministro de Asuntos Exteriores, Von Ribbentrop, al comienzo también estaba entusiasmado con la nueva fuente de información, pero pronto cambió de opinión y comenzó a desconfiar y a quitarle credibilidad, con argumentos como que quien sólo se movía por interés económico no era de fiar. En realidad lo que estaba detrás del escepticismo de Ribbentrop eran sus malas relaciones con los más beneficiados del éxito de Cicerón: Von Papen, por un lado, al que no podía ver delante, y el RSHA por otro, dirigido entonces por Ernst Kaltenbrunner. La luchas internas entre los servicios de inteligencia alemanes y dentro del propio Ministerio de Asuntos Interiores seguramente influyeron en que la información suministrada por Cicerón no fuese prácticamente aprovechada. De ella se podía deducir que los aliados descartaban la intervención militar en los Balcanes e incluso se mencionaba la operación Overlord, la apertura del frente occidental. También consiguieron saber prácticamente todo lo que se dijeron los aliados en la conferencia de Teherán, en noviembre de 1943.
Entre noviembre de 1943 y marzo de 1944 Cicerón entregaba regularmente a Moyzisch carretes con fotografías de documentos del máximo secreto, prácticamente toda la información importante que pasaba por la embajada británica en Ankara. En total los alemanes pagaron por ellos unas 300.000 libras. Pero en marzo de 1944 se hizo evidente que los ingleses sabían que había una fuga de información en la embajada, cuando multiplicaron las medidas de seguridad, y Bazna abandonó sus actividades. Lo que ocurrió fue que la oficina de la OSS estadounidense en Suiza tenía un informador en el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, un opositor a Hitler llamado Fritz Kolbe, que dio pruebas de que en la embajada británica en Ankara los alemanes tenían a un informador de la máxima importancia. Los norteamericanos alertaron a los ingleses, que iniciaron una investigación. Bazna no fue descubierto (los ingleses buscaban a un espía profesional, y descartaron al insignificante criado turco), pero la seguridad aumentó de tal modo que decidió no seguir arriesgándose. No llegó a ser identificado hasta después de la guerra.
Al terminar el conflicto, cuando Bazna trató de utilizar el dinero que había recibido de los alemanes se encontró con que eran billetes falsos, por lo que llegó a demandar a la República Federal Alemana en la década de los 50, reclamando sin éxito una indemnización. Murió pobre en 1970.