Cicerón

Nonsei

11-09-2007

Elyesa Bazna nació en Prístina, la capital de Kosovo (por entonces perteneciente al Imperio Otomano) el 28 de julio de 1904. Su familia se trasladó a Constantinopla tras la guerra de los Balcanes, y posteriormente a Ankara, la capital del nuevo estado turco, después de la Primera Guerra Mundial. En su juventud fue un delincuente de poca monta, y pasó por la cárcel al menos una vez. Tras probar varios oficios sin éxito, se convirtió en criado de familias extranjeras, la mayoría diplomáticos.

A finales de 1942 entra a trabajar en casa de un alemán llamado Albert Jenke, ayudante del embajador Von Papen. Acabó siendo despedido cuando Jenke sospechó que Bazna leía su correspondencia. Su siguiente trabajo fue como chófer del secretario de la embajada británica, Douglas Busk. Al servicio de Busk fue cuando comenzó a fotografiar los documentos diplomáticos a los que tenía acceso con la intención de comerciar con ellos. Recomendado por Busk, Bazna pasó al servicio del embajador Sir Hughe Knatchbull-Hugessen como ayuda de cámara. Trabajar para el embajador británico era una oportunidad única, y la aprovechó.

El 26 de octubre de 1943, poco después de entrar a trabajar en casa de sir Hughe, Bazna acudió a su antiguo señor, Albert Jenke, presentándose como el nuevo hombre de confianza del embajador inglés, y le ofreció documentos diplomáticos que había fotografiado en casa de Busk a cambio de 20.000 libras esterlinas. Jenke informó a Von Papen, quien no se tomó en serio la historia y no informó a los agentes del Abwehr en Ankara (Von Papen tenía experiencia los servicios de inteligencia, había dirigido el espionaje alemán en Estados Unidos). En lugar de eso, Jenke dejó el tema en manos de Ludwig Moyzisch, un periodista austriaco que era el agente local del RSHA, los servicios de inteligencia de las SS. Moyzisch, tras entrevistarse con Bazna y escuchar sus propuestas, acudió de nuevo a Von Papen, quien pidió autorización a Berlín para hacer el pago. Así los primeros carretes de documentos diplomáticos británicos llegaron a manos de los alemanes, pagados con libras auténticas por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Otro detalle importante es que el Abwehr quedó fuera de la operación: el control de Cicerón lo iba a tener el servicio de inteligencia exterior de la RSHA, dirigido por Walter Schellenberg.

Bazna decidió aprovechar al máximo la situación y conseguir durante el tiempo que pudiese el máximo de documentos secretos que pudiese vender a los alemanes. Bazna era servil, aparentemente insignificante y hablaba poco inglés (con el embajador hablaba en francés, y nunca tenían conversaciones personales). Para Knatchbull su nuevo ayuda de cámara era alguien totalmente inofensivo con el que no necesitaba ninguna medida de seguridad especial. Además seguramente no vio necesidad de investigar los antecedentes de Bazna porque supuso que Busk ya lo había hecho. Cuando iba a dormir se llevaba consigo la llave de la caja fuerte donde guardaba los documentos que pasaban por sus manos, y la dejaba despreocupadamente en su mesilla de noche. En una ocasión, cuando el embajador se estaba dando un baño, Bazna (que había sido cerrajero, entre otros muchos oficios) hizo un molde en cera de la llave para hacerle un duplicado. Entonces comenzó a fotografiar los documentos que el embajador guardaba en su caja fuerte. Así comenzó a entregar regularmente carretes fotográficos a Moyzisch a cambio de grandes sumas de dinero (20.000 libras los primeros, luego bajaron a 15.000 y finalmente 10.000, unas cifras astronómicas en la época, aunque en gran parte fueron pagados con billetes falsos provenientes de la Operación Bernhard, el plan de las SS de falsificación masiva de libras esterlinas y otras divisas).

La información que suministraba Bazna era muy valiosa para el ministerio de Asuntos Exteriores alemán. Turquía era un país de gran importancia estratégica, que trataba de resistir las presiones de unos y otros para favorecer sus intereses y perjudicar a los del enemigo. El embajador Von Papen, que enseguida pudo sacar provecho de las informaciones que le llegaron sobre la política aliada con respecto a Turquía, fue quien bautizó a Bazna con el nombre en clave de Cicerón, recordando la elocuencia del célebre orador romano. El ministro de Asuntos Exteriores, Von Ribbentrop, al comienzo también estaba entusiasmado con la nueva fuente de información, pero pronto cambió de opinión y comenzó a desconfiar y a quitarle credibilidad, con argumentos como que quien sólo se movía por interés económico no era de fiar. En realidad lo que estaba detrás del escepticismo de Ribbentrop eran sus malas relaciones con los más beneficiados del éxito de Cicerón: Von Papen, por un lado, al que no podía ver delante, y el RSHA por otro, dirigido entonces por Ernst Kaltenbrunner. La luchas internas entre los servicios de inteligencia alemanes y dentro del propio Ministerio de Asuntos Interiores seguramente influyeron en que la información suministrada por Cicerón no fuese prácticamente aprovechada. De ella se podía deducir que los aliados descartaban la intervención militar en los Balcanes e incluso se mencionaba la operación Overlord, la apertura del frente occidental. También consiguieron saber prácticamente todo lo que se dijeron los aliados en la conferencia de Teherán, en noviembre de 1943.

Entre noviembre de 1943 y marzo de 1944 Cicerón entregaba regularmente a Moyzisch carretes con fotografías de documentos del máximo secreto, prácticamente toda la información importante que pasaba por la embajada británica en Ankara. En total los alemanes pagaron por ellos unas 300.000 libras. Pero en marzo de 1944 se hizo evidente que los ingleses sabían que había una fuga de información en la embajada, cuando multiplicaron las medidas de seguridad, y Bazna abandonó sus actividades. Lo que ocurrió fue que la oficina de la OSS estadounidense en Suiza tenía un informador en el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, un opositor a Hitler llamado Fritz Kolbe, que dio pruebas de que en la embajada británica en Ankara los alemanes tenían a un informador de la máxima importancia. Los norteamericanos alertaron a los ingleses, que iniciaron una investigación. Bazna no fue descubierto (los ingleses buscaban a un espía profesional, y descartaron al insignificante criado turco), pero la seguridad aumentó de tal modo que decidió no seguir arriesgándose. No llegó a ser identificado hasta después de la guerra.

Al terminar el conflicto, cuando Bazna trató de utilizar el dinero que había recibido de los alemanes se encontró con que eran billetes falsos, por lo que llegó a demandar a la República Federal Alemana en la década de los 50, reclamando sin éxito una indemnización. Murió pobre en 1970.

Nonsei

11-09-2007

Una entrevista a Cicerón, publicada en el foro por Karl hace tiempo:

https://mundosgm.com/smf/index.php?topic=895.0

TITUS20050

11-09-2007

Muy interesante el articulo, recuerdo haber visto una vieja pelicula en blanco y negro que trata el caso y se recreaba el tema tal comop surge en el articulo. <<1 <<1

Nonsei

11-09-2007

Muy interesante el articulo, recuerdo haber visto una vieja pelicula en blanco y negro que trata el caso y se recreaba el tema tal comop surge en el articulo. <<1 <<1

Five fingers ("cinco dedos", aunque en España se llamó Operación Cicerón):

http://www.filmaffinity.com/es/film300758.html

Según cuenta el propio Cicerón en la entrevista, la película se hizo a partir de un libro que escribió Moyzisch.

La verdad es que a Bazna no le faltaban ni iniciativa ni valor, y acabó pasando a la historia. Hubo muchos otros personajes más patéticos que él que probaron suerte en este tipo de actividades y les fue mucho peor. Pero la verdad es que después de leer la entrevista que publicó Karl es difícil sentir simpatía por él.

Nonsei

11-09-2007

Esta es la historia del primer trato que hizo Cicerón con los alemanes, según se cuenta en Exordio:

*La noche del 26 de Octubre de 1943, el oficial de inteligencia alemán L.C. Moyzisch, residente en Ankara, recibía la visita de Bazna en la residencia diplomática alemana, donde fue introducido por el Primer Secretario Jenke, para quien Bazna había trabajado como valet anteriormente.

Bazna le propuso a Moyzisch entregarle importantes documentos a cambio de 20 mil libras esterlinas. Obviamente Moyzisch no podía disponer de tamaña suma y que tenía que ver los documentos primero, para ver si valían esa cantidad tan grande de dinero. Bazna no se inmutó y replicó que si no aceptaba le daría los documentos a los soviéticos. Explicó que los papeles serían entregados en microfilm y que el costo de cada entrega posterior sería de 15 mil libras cada vez.

Le dijo a Moyzisch que lo llamaría el día 30 de Octubre a las 3PM, que se identificaría como Pierre y que le preguntará si tiene una carta para él. Si la respuesta era no, los alemanes nunca volverían a saber de él nunca más. Al despedirse, Bazna le dijo al oficial "¿Quiere saber usted quién soy? Soy el valet del embajador británico."

Al día siguiente, Moyzisch le comunicó al embajador alemán, Franz von Papen, ex-canciller de Alemania, lo ocurrido. Von papen era un experto en espionaje. Durante la Primera Guerra Mundial dirigió el espionaje en Estados Unidos y estuvo relacionado con la famosa Mata Hari. Von papen fue enviado a Ankara, por ser un centro de intriga y espionaje como lo eran Berna y Lisboa. Por eso, cuando formó su staff para la sede diplomática reclutó a cuanto ex miembro de la Abwehr hubiera disponible, los cuales fueron luego destinados a los más importantes puntos del Medio Oriente.

Pero, esta vez von papen fue cauteloso. Le advirtió a su subordinado que él no pagaría 20 mil libras por documentos que no hubiera revisado antes, y que en el mejor de los casos, tal decisión tenía que ser tomada por el Ministro del Exterior Joachim von Ribbentrop. No tomaría la decisión en un caso tan particular.

El embajador envió a Alemania el siguiente mensaje secreto codificado:

PARA EL MINISTRO DEL EXTERIOR DEL REICH. PERSONAL EXTREMADAMENTE SECRETO. TENEMOS LA OFERTA DE UN EMPLEADO DE LA EMBAJADA BRITANICA QUE DICE SER EL VALET DEL EMBAJADOR BRITANICO, PARA HACER FOTOGRAFIAS DE DOCUMENTOS SECRETOS ORIGINALES. PARA LA PRIMERA ENTREGA EL 30 DE OCTUBRE EXIGE 20.000 LIBRAS ESTERLINAS EN BILLETES DE BANCO. 15.000 LIBRAS POR CADA FUTURO ROLLO DE PELICULA. INFORMARNOS SI DEBEMOS ACEPTAR LA OFERTA. SI ASI FUERE, LA SUMA REQUERIDA DEBE SER DESPACHADA POR CORREO ESPECIAL PARA QUE LLEGUE A MAS TARDAR EL 30 DE OCTUBRE. EL PRETENDIDO VALET FUE EMPLEADO DURANTE VARIOS AÑOS POR NUESTRO PRIMER SECRETARIO, NADA MAS SABEMOS DE EL.

PAPEN

Cuando llegó la respuesta, von Papen leyó:

AL EMBAJADOR VON PAPEN. PERSONAL EXTREMADAMENTE SECRETO. LA OFERTA DEL VALET BRITANICO DEBE SER ACEPTADA TOMANDO TODAS LAS PRECAUCIONES. EL CORREO ESPECIAL LLEGARA A ANKARA EL 30 DE OCTUBRE ANTES DE MEDIODIA. ESPERAMOS REPORTE INMEDIATO DESPUES DE LA ENTREGA DE LOS DOCUMENTOS.

RIBBENTROP

A las 3:00pm exactamente, sonó el teléfono de Moyzisch. "Bonjour monsieur, habla Pierre. Recibió usted mi carta?" "Si", respondió Moysisch. "Le veré esta noche,  Au revoir", replicó "Pierre."

Papen le indicó al oficial de inteligencia que utilizarían el nombre "Cicerón" para encubrir al valet. El correo con el dinero llegó exactamente a mediodía. Para el gusto de papen, los billetes se veían muy nuevos, para ser usados en una transacción de este tipo.

A las 10pm llegó Bazna. El oficial Moyzisch lo condujo a su oficina y el albanés le extendió dos rollos de película de 35 mm, diciendo "Primero el dinero." El oficial le dijo que debía revelar primero la película, antes de entregarle el dinero y Bazna aceptó. Luego de ver el material, se cerró la transacción. Los informes parecían verdaderos.*

(http://www.exordio.com/1939-1945/militaris/espionaje/ciceron.html).

Según Exordio, Cicerón fue descubierto por la secretaria de Moyzisch, que era informadora de los servicios secretos estadounidenses. Es una versión de la historia que se encuentra en bastantes fuentes, no sé si porque es como se cuenta en la película (que siempre viene bien meter en la historia a una chica). La supuesta informadora se llamaba Cornelia Kapp. En todo caso si realmente descubrió a Cicerón habría ocurrido después de las informaciones dadas por Kolbe a los estadounidenses en Suiza, y seguramente después de que Bazna dejase de espiar al embajador.

Nonsei

12-09-2007

El final de la historia según el libro El falsificador de Hitler, de Lawrence Malkin (un libro sobre la Operación Bernhard):

*Cicerón derrochó todo lo que recibió. El dinero fue a parar a amantes, ex esposas e hijos. Elyesa Bazna intentó emprender negocios sensatos, como vender coches usados, asociarse en un negocio de construcción, y construir una lujosa estación de esquí y balneario en Turquía, cerca de Bursa. Pero cuando se estaba construyendo la primera de las cinco plantas que debía tener, un proveedor cuyas facturas se habían pagado en libras las mandó a su banco suizo, que las rechazó tras consultar con el Banco de Inglaterra. Arruinado, Bazna pasó años defendiéndose. Se abandonaron las demandas penales, pero se presentaron pleitos civiles contra él, y tuvo que devolver el dinero a sus víctimas. Incluso un concierto de canciones clásicas que ofreció, muy aplaudido por el público y la crítica, acabó en desastre económico; sus acreedores se quedaron con la recaudación. Desesperado, se dirigió al consulado alemán de Estambul solicitando una compensación o una pensión. Un funcionario subalterno le exigió pruebas documentales de que había servido a Alemania y luego lo echó. Bazna insistió y en 1954 le escribió al canciller Konrad Adenauer, el estadista fundador de la República Federal Alemana. En una servil e implorante carta dirigida a un antinazi empedernido que había pedido disculpas públicamente en nombre de la nación por “crímenes incalificables”, Cicerón no podía haber encontrado una justificación menos apropiada para su labor de espía durante la guerra: dijo que lo había hecho por sus simpatías proalemanas. El Ministerio de Asuntos Exteriores alemán rechazó terminantemente su demanda.

Durante cinco años los británicos consiguieron ocultar su peor fallo de seguridad durante la guerra. Sir Alexander Cadogan, el alto diplomático de carrera del Foreign Office, le confió a su diario, en 1945, que “Snatch*, naturalmente, tendría que haber comparecido ante un consejo de guerra”. Pero el embajador Hughe Knatchbull-Hugesse sólo recibió una reprimenda privada, y posteriormente (los de su clase siempre se protegen entre ellos) se le concedió uno de los destinos más codiciados: embajador en Bruselas, donde pudo disfrutar de la deliciosa cocina de la ciudad mientras la Inglaterra de postguerra vivía a base de raciones de campaña. En 1950 Ludwig Moyzisch, el contacto de las SS con Cicerón, publicó sus memorias, y todo salió a la luz. En una declaración ante el parlamento de sólo 45 palabras el gobierno* [británico] *tuvo que admitir, apretando los dientes, que la historia era cierta.

Darryl F. Zanuck compró los derechos para el cine del libro de Moyzisch, y enseguida se rodó el brillante film de Joseph L. Mankiewicz Five Fingers, con James Manson en el papel de Cicerón, que es el motivo principal de que él y su historia aún sean recordados. Pero como pasa con casi todas las producciones de Hollywood, la historia real fue considerablemente más prosaica que la versión para la pantalla. Bazna ni siquiera recibió una compensación en la forma tradicional de unos honorarios como asesor. El coste de producción de la película fue de un millón de dólares en dinero auténtico, un poco menos que el valor nominal de los billetes falsos pagados a Cicerón.

Posteriormente Bazna intentó escribir su propia versión y buscó un colaborador en Munich, quien a su vez le pidió confirmación a Moyzisch de que Bazna había sido Cicerón. Cuando se reunieron repasaron lo que la vida les había deparado en los 16 años transcurridos desde el final de la guerra. Bazna recordaba: “No surgió ninguna simpatía mutua especial. Nuestra gran aventura no nos había acarreado ninguna recompensa”. Bazna siguió en vano apelando al gobierno de Alemania occidental, demandándolo por valor de 1,7 millones de marcos. Cuando en 1970 murió, a los 66 años, trabajaba de portero de noche en Munich, y no era más que un humilde Gastarbeiter** turco en el país que le había hecho ganar y perder todo.*

*Snatch era el apodo familiar con el que era conocido el embajador Hughe Knatchbull-Hugesse (con ese nombre es normal que sus amigos le buscasen un apodo).

**Los Gastarbeiter son los "trabajadores invitados", como se conocía a los inmigrantes que llegaron a Alemania en la década de los sesenta, en su gran mayoría de Turquía y los países del sur de Europa (España, Italia, Portugal y Yugoslavia).

Bruno

20-09-2007

Mas sobre Cicerón.

Estos días estaba revisando un conjunto de artículos relativamente antiguos, y encontre uno escrito nada más ni nada menos que por Robert Kempner, importante jurista norteamericano de ascendencia alemana, que participo como miembro del equipo de fiscales en los Juicios de Nuremberg.

Seguidamente procederé a transcribir en su integridad este artículo que da muchos detalles y complementa al trabajo realizado por nuestro camarada Nonsei.

Bruno

20-09-2007

[size=14pt]La historia de Cicerón, segun narración de Robert Kempner.  Parte 1[/size]

Las conferencias secretas de Moscú, Teherán y El Cairo del año 1943 no fueron tan secretas como se creyó. Gracias a un espía que estaba empleado en la Embajada británica de Ankara, Hitler supo buena parte de lo tratado en aquellas conferencias, para él fatales, a los pocos días de haberse celebrado. La “Operación Cicerón”, nombre convenido para designar el trabajo de Ankara, fue la hazaña máxima del servicio secreto alemán en la segunda guerra mundial. Probablemente fue también el trabajo mejor pagado de la historia del espionaje

Me enteré de la Operación Cicerón por casualidad. Como acusador principal de los diplomáticos nazis en los juicios de Nuremberg tuve que examinar, entre ingentes masas de otros documentos, la correspondencia secreta del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania con la Embajada alemana en Ankara. Las muchas referencias que en dicha correspondencia se hacía a la Operación Cicerón despertaron mi curiosidad. Traté de buscar más amplia información y el señor Horst Wagner, agente de enlace del Ministerio de Relaciones Exteriores con el servicio de espionaje, me dijo que la Operación Cicerón había sido el “trabajo cumbre” desempeñado por su departamento. El general de las tropas de asalto Walter Schellenberg, jefe supremo de la Inteligencia civil y militar, reconoció que su “éxito culminante” se había debido a la Operación Cicerón. Pero hasta que conseguí encontrar a Ludwig Moyzisch no logré saber por completo la fantástica historia.

Moyzisch, hombrecillo delgado e insignificante, era un ex periodista vienés que ingresó en el partido nazi y recibió el nombramiento de agregado comercial en Ankara. Uno de sus cometidos era la dirección de las operaciones regionales del espionaje alemán. Se le sospechó criminal de guerra a causa de una carta escrita por Franz von Papen, embajador alemán en Turquía, al jefe de la Gestapo, Heinrich Himmler, en la cual ensalzaba los “excelentes servicios” prestados por Moyzisch. Después de ser interrogado por los ingleses había ido a ocultarse en la zona francesa de su Austria nativa. Cuando mi oficina dio con él se mostró ansioso por dejar su nombre limpio de toda sospecha. La declaración que hizo ante mí parecía al principio increíble, pero después de comprobada y vuelta a comprobar resultó ser completamente verídica.

En la noche del 26 de octubre de 1943 el repiqueteo del teléfono despertó a Moyzisch, que ocupaba una casa en la serie de edificios de la Embajada alemana en Ankara. Lo llamaba Frau Jenke, esposa del jefe inmediato inferior al embajador von Papen, para decirle que su marido quería verlo inmediatamente en su domicilio particular.

Jenke recibió a Moyzisch en la puerta de su casa y dijo:

—En la sala hay un sujeto que va a decirle algo de interés en la especialidad de usted. No habla alemán, pero creo que puede confiar en él. Es albanés y se llama Diello. Cuando hayan terminado de hablar acompáñelo hasta la calle y cierre la puerta con llave. Buenas noches.

Moyzisch encontró en el salón a un hombre bajito, de cabellos grises, facciones pronunciadas y un tanto antipático, que le dirigió la palabra en correcto inglés:

—Estoy en condiciones de prestar a su Gobierno un valioso servicio —dijo—. Pero quiero que me lo paguen bien. Puedo entregar a usted fotografías de los documentos más importantes que se guardan en la Embajada británica. El precio es de 5.000 libras esterlinas por cada documento.

Moyzisch me dijo que su primer impulso fue mostrar al visitante la puerta de la calle. Sin embargo, su arrojo de pedir tan absurdo precio le picó el interés.

—¿Cómo puedo saber que no es usted un agente británico? —preguntó Moyzisch.

—Otros me pagarán si usted no quiere —dijo Diello señalando con impaciente ademán en la dirección de la Embajada rusa—. Tiene usted que creer bajo mi palabra que lo que le ofrezco vale el precio que pido.

Rehusó hablar más del asunto.

—Sé —dijo— que no puede usted contestarme hasta hablar con el embajador. Les doy de plazo hasta la tarde del 28 para que decidan.

El plazo no llegaba a dos días y Moyzisch dijo que necesitaría más tiempo, pero Diello insistió en que telefonearía a las cinco en punto de la tarde del día fijado. Si la respuesta era “Yes” se encontraría con Moyzisch en determinado parque a las diez de la misma noche y le entregaría fotografías sin revelar de cuatro documentos secretos de suprema importancia, a cambio de los cuales Moyzisch le daría 20.000 libras. Dicho esto, Diello se marchó.

—¿Qué le pareció mi antiguo mayordomo? —le preguntó Jenke a Moyzisch a la mañana siguiente. Moyzisch hizo un gesto de asombro.

—Diello es ahora mayordomo del embajador británico —dijo Jenke sonriendo—. Creo que en un tiempo quiso ser cantante de ópera. De todos modos es demasiado listo para mayordomo. Por eso dejé que se marchara.

Jenke estuvo de acuerdo con Moyzisch en que pagar 20.000 libras por una cosa desconocida era pagar un precio tremendo. Pero hizo notar que si los documentos eran importantes, como Diello parecía creer, difícilmente podían pasarlos por alto. Siguiendo el consejo de Jenke, Moyzisch sometió al embajador un memorándum donde exponía el asunto. Aquella misma mañana von Papen dictó un radiograma urgente para Ribbentrop en el cual le pedía que, si aprobaba la combinación, enviase las 20.000 libras sin pérdida de tiempo. El dinero llegó por avión la tarde siguiente.

Cuando sonó el teléfono de su oficina a las cinco en punto de la tarde del día 28, Moyzisch observó que su nueva secretaria parecía estar muy curiosa. Era una linda muchacha llamada Nelly Kapp, hija de un ex cónsul alemán en Bombay.

Cuando Moyzisch encontró aquella noche a Diello, éste aceptó el dinero sin decir palabra e hizo entrega de una cajita de aluminio que contenía la película fotográfica. Moyzisch corrió a su oficina y llamó al fotógrafo que la Gestapo le había asignado para trabajos secretos. Von Papen y Jenke acudieron a su oficina.

Cuando estuvieron listas las ampliaciones fotográficas, el trío vio que los documentos valían realmente lo que habían pagado por ellos. Uno era la lista de los agentes del servicio de espionaje británico en Turquía. Otro era la condensación de un informe norteamericano sobre las clases y cantidades exactas de armamentos estadounidenses suministrados hasta entonces a Rusia. Otro era la copia de un memorándum que Sir Hugo Knatchbull-Hugessen, el embajador británico, acababa de enviar a Londres. Este documento daba detalles completos de su última conferencia con Numan Menemencioglu, el ministro turco de Relaciones Exteriores, a quien estaba tratando de persuadir para que Turquía declarase la guerra a Alemania. El último documento eran las copias fotostáticas de un informe preliminar sobre los acuerdos a que se llegó en la conferencia de los ministros de Relaciones Exteriores —Hull, Eden y Molotov— que se celebraba a la sazón en Moscú.

Los ojos de Von Papen se iluminaron.

—Según parece —dijo— hemos empleado a un hombrecillo muy elocuente. No podemos llamarlo Diello porque da la circunstancia de que ése es su nombre. Cicerón era también elocuente. Vamos a llamarlo Cicerón.

Y Diello fue Cicerón en lo sucesivo.

Las copias fotostáticas se enviaron a Berlín por correo especial.

Ribbentrop se las mostró inmediatamente a Hitler y el Führer dijo que quería ver todo el material que Cicerón pudiera obtener. Ribbentrop envió instrucciones a Von Papen para que le diese empleo permanente... pero, si era posible, a precios más razonables.

Tras muchos regateos, Cicerón se acomodó a recibir 15.000 libras esterlinas por cada veinte cuadros de película que dieran positivos legibles. Este precio fue reducido más tarde a 10.000 libras. Pero en conjunto, durante los cinco meses siguientes, el espía cobró un total de 500.000 dólares en libras esterlinas.

En contestación a reiteradas preguntas, Cicerón contó un día a Moyzisch cómo le había sido posible fotografiar tantos documentos secretos. Knatchbull-Hugessen era muy aficionado a la música. Cuando Cicerón le dijo que sabía de memoria varias óperas italianas, Sir Hugo se mostró altamente complacido. Desde entonces le pedía con frecuencia que le cantara ciertas arias. De ese modo Cicerón fue ganando la confianza del embajador y llegó a ser no sólo su mayordomo, sino su ayuda de cámara. Un día, cuando se ocupaba en limpiarle un par de pantalones, encontró una llave en uno de los bolsillos, la llave de la caja fuerte del embajador. Comprendiendo que el olvido de su amo podía valerle una fortuna, mandó hacer inmediatamente un duplicado de la llave.

Bruno

20-09-2007

[size=14pt]La historia de Cicerón, segun narración de Robert Kempner.  Parte 2[/size]

Cicerón compró una cámara y aprendió a manejarla fotografiando periódicos. Luego empezó a sacar fotografías de los documentos guardados en la caja fuerte del embajador que le parecían más importantes. Por lo general, tomaba las fotografías cuando Knatchbull-Hugessen estaba ausente de la ciudad, pero algunas veces lo hacía por las noches, cuando Sir Hugo dormía.

A Moyzisch le fascinaba y le repelía a la vez la personalidad de Cicerón. Su único interés era ganar la mayor cantidad posible. Jamás mostraba emoción alguna. El resultado de la guerra lo tenía completamente sin cuidado. Era espía alemán sencillamente porque pensó que los alemanes le pagarían más que ningún otro país por los secretos ingleses.

Los informes de Cicerón fueron de incalculable valor para los alemanes. Sus copias fotostáticas de la Conferencia de Teherán revelaron la discusión sobre el segundo frente. Por las fotografías de los apuntes de Sir Hugo sobre la Conferencia de El Cairo, Hitler supo que tanto los ingleses como los rusos estaban decididos a forzar la entrada de Turquía en la guerra; los ingleses, porque esperaban hacer necesaria por aquel medio la invasión de los Balcanes, con lo cual impedirían que los rusos dominaran a Europa; los rusos, porque esperaban no sólo debilitar a Alemania, sino también debilitar a Turquía hasta el punto de que no podría ofrecer resistencia a su dominación después de la guerra.

La labor de Von Papen consistía en combinar el cohecho y la amenaza para que Turquía se mantuviese neutral. Para cumplir este cometido confió tanto en las informaciones de Cicerón, que llegó a excederse. Numan Menemencioglu, el ministro turco de Relaciones Exteriores, que era antinazi, fue poniéndose cada vez más sospechoso, y por fin dijo a Knatchbull-Hugessen que en la Embajada británica debía haber un espía.

Sir Hugo envió inmediatamente un telegrama en clave, cuya copia Cicerón fotografió y entregó sin pérdida de tiempo en la Embajada alemana. El telegrama iba dirigido a Londres y daba cuenta de las sospechas de Menemencioglu. Sin pérdida de tiempo enviaron por avión un complicado sistema de alarma contra ladrones, que Cicerón ayudó a instalar. Al hacerlo aprendió el modo de desconectar la alarma, lo cual le permitiría abrir la caja fuerte del embajador sin riesgo de ser sorprendido.

Repentinamente, el 6 de abril de 1944, las cosas hicieron explosión en la Embajada alemana. La secretaria Nelly Kapp desapareció. Tiempo después se averiguó que era antinazi y que había estado trabajando para el servicio de espionaje británico. Ella fue la que denunció las andanzas de Cicerón a Knatchbull-Hugessen, quien despidió inmediatamente a su ayuda de cámara.

Poco después de la invasión de Normandía los turcos cortaron relaciones diplomáticas con Alemania y se prepararon por fin a entrar en la guerra aliado de los aliados. Von Papen regresó a Berlín... en desgracia, según se creyó. Pero al poco tiempo fue condecorado... como lo fue su agregado Moyzisch.

Moyzisch me dijo que solamente una vez vio a Cicerón después de haber sido expulsado de la Embajada británica.  Ludwig Moyzisch, que se limitó a las prácticas de espionaje generalmente aceptadas, quedó libre de toda sospecha de participación en crímenes de guerra y volvió a su aldeílla de los Alpes tiroleses. Lo último que supe de él fue que se ganaba la vida modestamente —ya lo han adivinado ustedes— como fotógrafo.

Nonsei

04-07-2008

El primer encuentro entre Bazna y Moyzisch, en el que Bazna ofrece sus servicios a los alemanes, contado por el propio Moyzisch en su libro Operación Cicerón:

*En un mullido sillón cercano a una de las lámparas de mesa estaba sentado un hombre de modo tal que su rostro aparecía envuelto en sombras. Permanecía tan quieto que bien podía estar durmiendo...

Presumí que apenas tendría más de cincuenta años. Lucía un espeso pelo negro, aplastado hacia atrás por el cepillo, y su frente aparecía descubierta. Sus ojos negros se movían nerviosamente, mirándome ya a mí, ya a la puerta. Su barbilla era firme, su nariz pequeña y deforme. En conjunto no era un rostro atractivo. Más adelante, cuando lo hube visto muchas veces, se me ocurrió comparar aquel rostro con el de un payaso sin afeites: era el rostro de un hombre acostumbrado a disfrazar sus sentimientos.

Hubo un momento de silencio, probablemente no tan largo como se me figuró, durante el cual nos medimos con la mirada.

"¿Quién diablos podrá ser? —pensé—. Con seguridad que no es un miembro del Cuerpo Diplomático".

Me senté y lo invité a hacer lo mismo. Pero el visitante se dirigió de puntillas a la puerta, la entreabrió, volvió a cerrarla silenciosamente y regresó para sentarse de nuevo en el sillón, con evidente alivio. En aquel momento parecía, en verdad, un extraño personaje.

Luego, entrecortadamente al principio y en un francés pobre, comenzó a hablar:

—Vengo a hacerles una proposición, una proposición o como quiera llamarla, una proposición a los alemanes. Pero antes de decirle de qué se trata le pido que me dé su palabra de que, tanto en el caso de que la acepte como de que la rechace, no ha de mencionar nada de este asunto a nadie, excepto a su jefe. Cualquier indiscreción tornará su vida tan poco valiosa como la mía. Tendré especial cuidado en que esto sea la última cosa que haga.

Acompañó estas últimas palabras con un desagradable e inconfundible ademán, llevándose la mano a la garganta.

—¿Me da usted su palabra?

—Desde luego, Si no supiera cómo guardar un secreto no estaría aquí. Tenga la bondad de decirme qué desea.

Con cierta ostentación miré mi reloj pulsera. Reaccionó al punto.

—Tendrá tiempo de sobra para concederme cuando sepa por qué estoy aquí. Mi proposición es de la mayor importancia para su gobierno. Soy...

Titubeó, y no supe si atribuir su vacilación a la dificultad con que tropezaba para expresarse en francés o a su deseo de probar mi reacción.

—... Puedo ofrecerle documentos extremadamente secretos, los más secretos que existen.

Volvió a hacer una pausa por un momento y luego añadió:

—Proceden directamente de la Embajada Británica. ¿Y bien? Le interesan ¿no es cierto?

Hice un esfuerzo para mostrar un rostro imperturbable. Mi primer pensamiento fue que estaba frente a un pillo en procura de dinero. Debía comportarme cautelosamente. Pareció adivinar mis pensamientos, pues dijo:

—Pero exijo dinero por ellos, mucho dinero. Mi trabajo es peligroso, como usted sabe, y si me descubrieran...

Repitió el ademán desagradable, llevándose la mano a la garganta, aunque esta vez no me amenazaba.

—Ustedes tienen fondos para este tipo de operaciones, ¿no es cierto? ¿O su embajador no los tiene? En ese caso, su gobierno los proveerá. Quiero veinte mil libras, libras esterlinas inglesas.

Le ofrecí un cigarrillo, que aceptó agradecido; dio unas pocas y profundas bocanadas y luego lo arrojó al suelo y lo aplastó con el pie. Se levantó y se dirigió una vez más hacia la puerta para asegurarse de que nadie escuchaba. Luego volvió y se plantó frente a mí. Yo también me puse en pie.

—Le gustaría saber quién soy, ¿no es cierto? Mi nombre no tiene ninguna importancia y no le diría nada. Quizá le diga en qué trabajo, pero antes escúcheme. Le daré tres días para que considere mi proposición. Tendrá usted que hablar con su jefe, y éste probablemente deba ponerse en contacto con Berlín. El treinta de octubre, a las tres de la tarde, le telefonearé a su despacho y le preguntaré si ha recibido una carta mía. Me haré conocer con el nombre de Pierre. Si usted contesta negativamente, jamás volverá a verme; y si contesta afirmativamente, ello significará que ha aceptado mi ofrecimiento. En ese caso volveré a visitarlo a las diez de la noche de ese mismo día. Aunque no nos veremos aquí. Convendremos en encontrarnos en otro lugar. Entonces le entregaré a usted dos rollos de películas que contienen fotografías de documentos secretos británicos y usted me entregará la suma de veinte mil libras en billetes de banco. Usted arriesgará veinte mil libras, pero yo arriesgaré la vida. En el caso de que ustedes hallen satisfactoria mi primera entrega, podré hacerles otras. Por cada subsiguiente rollo de películas quiero quince mil libras. ¿Entendido?

Me sentí inclinado a pensar que el hombre no mentía, pero estaba convencido de que, en vista del precio exorbitante que exigía, la operación no llegaría a efectuarse, particularmente debido a que parecía esperar que compráramos los documentos sin verlos. Me prometí subrayar, en el informe que debía escribir sobre este asunto, el extraordinario riesgo que correríamos. No tenía dudas de que la oferta sería rechazada.

Sin embargo, convinimos en que me telefoneara a mi despacho el treinta de octubre a las tres de la tarde. También convinimos en que, si se aceptaba su oferta, nos encontraríamos cerca del galpón situado en los fondos del jardín de la embajada.

Una vez que hubimos arreglado estos detalles, me pidió que apagara todas las luces del hall y de las escaleras. Deseaba abandonar la casa bajo la protección de una completa oscuridad.

Satisfice su deseo. Cuando volví al recibidor, se había puesto el sobretodo y calado el sombrero hasta las cejas. Ya era más de medianoche.

Permanecí en el umbral de la puerta para dejarlo pasar. Aferró súbitamente mi brazo y murmuró en mi oído:

—¿Quiere saber quién soy? Soy el valet del embajador británico.

Sin esperar mi reacción ante tal revelación desapareció en la oscuridad.

Así terminó mi primer encuentro con el hombre que, pocos días después, fue llamado en nuestro código Cicerón.*

Haz login o regístrate para participar