04-07-2008
Como parte de los preparativos de la Operación León Marino, el Abwehr envió un gran número de agentes al sur de Inglaterra, en submarinos o embarcaciones pequeñas, con la misión de informar sobre el terreno de las defensas inglesas, el despliegue de las unidades militares, las comunicaciones, y otros datos necesarios para planificar la invasión. La operación de inteligencia fue un auténtico desastre. Se puede decir que ningún agente alemán logró operar libremente desde Inglaterra, con la posible excepción del holandés Ter Braak. La mayor parte de ellos fueron descubiertos nada más pisar suelo inglés. Además, hubo numerosos casos en los que el MI-5 ocultó la captura de los agentes alemanes y pudo utilizarlos como agentes dobles, lo que tuvo grandes consecuencias en los años siguientes de la guerra. La principal causa del fracaso del Abwehr fue sin duda la pésima preparación de sus agentes. Muchos, una vez en Gran Bretaña, se comportaron de forma ingenua y nada profesional, otros se entregaron en cuanto tuvieron oportunidad, o se olvidaron de su misión tratando de pasar desapercibidos. Hay quien incluso defiende que ese nivel sorprendente de incompetencia es una prueba del doble juego del Abwehr, que enviaba a los espías a Inglaterra con el objetivo oculto de que fuesen descubiertos y “doblados” por el enemigo. En contra de esta idea se puede decir que parece un error que se mantuvo durante toda la guerra y en casos en los que los agentes no tendrían ninguna utilidad para el enemigo en caso de ser capturados. Un ejemplo fue la operación Pastorius, de la que hemos hablado en otro tema (https://mundosgm.com/smf/index.php?topic=1766.0); la misión de los agentes alemanes era fundamentalmente el sabotaje, no la información, y por consiguiente no había posibilidad de convertirlos en agentes dobles. Sin embargo, parece que fueron escogidos y adiestrados con el mismo nivel de incompetencia que el resto de agentes alemanes. En lugar de un plan oculto para favorecer a los enemigos de Alemania, hay que pensar más bien en un fracaso en los métodos de selección y preparación de sus agentes, sin olvidarnos además de la demostrada eficacia del contraespionaje británico, y de la gran dificultad de este tipo de operaciones. Los servicios de inteligencia aliados enviaron gran número de agentes a los países ocupados, donde contaban con la colaboración de las redes de resistencia, pero prácticamente renunciaron a intentarlo en la propia Alemania. Las posibilidades de éxito de un espía lanzado en paracaidas sobre el país enemigo, obligado a valerse por sus propios medios, sin apoyos entre la población local, eran muy escasas.
Un caso típico es el de la captura del grupo de cuatro espías que desembarcaron cerca de Hythe y Dungeness, al oeste de Dover, el 3 de septiembre de 1940. Todos ellos fueron descubiertos y detenidos en unas horas, lo que no resulta nada sorprendente viendo la poca profesionalidad que demostraron.
Este es el relato de los hechos que hace Peter Fleming en su libro Invasión 1940:
*El dos de septiembre de 1940 cuatro agentes alemanes se embarcaron en Le Touquet en un barco pesquero, el cual fue escoltado a través del Canal de la Mancha por dos barreminas. Conforme al nada seguro testimonio de uno de ellos, la tripulación del barco pesquero estaba compuesta por tres rusos y un latvio; otro dijo que la formaban dos noruegos y un ruso. Todos recordaban confusamente lo ocurrido durante el viaje, y, al parecer, se habían emborrachado.
Los espías debían trabajar por parejas. Una pareja, después de transbordar a una lancha, desembarcó cerca de Hythe en las primeras horas del tres de septiembre. Llevaban consigo un aparato de radio y un formulario elemental de código: su misión consistía en enviar informaciones de importancia militar. Les habían dado a entender que era inminente la invasión de la costa de Kent. A eso de las cinco y treinta de la misma mañana ambos hombres, si bien se habían separado al desembarcar, fueron interrogados y tomados prisioneros por centinelas de un batallón de la Infantería Ligera de Somersetshire.
Esto no resulta en modo alguno sorprendente. Los dos eran holandeses. No estaban cabalmente adiestrados para la difícil tarea que debían cumplir. Los únicos títulos que poseían para desempeñarse como espías parecían radicar en el hecho de que uno y otro habían perpetrado alguna fechoría conocida por los alemanes, quienes ejercieron sobre ellos una suerte de chantaje para forzarlos a abrazar aquella empresa. Ambos poseían sólo conocimientos superficiales del inglés, y uno de ellos, nacido de madre japonesa, ofrecía una apariencia acentuadamente oriental, lo cual ya lo hacía sospechoso; éste fue quien, cuando lo vio al amanecer un incrédulo soldado de los Somersets, llevaba binóculos y un par de zapatos de repuesto colgados del cuello.
La otra pareja de espías la componían un alemán, que hablaba un excelente francés pero absolutamente nada de inglés, y un hombre de origen abstruso que pretendía ser holandés y que era el único de los cuatro que hablaba con fluidez el inglés. Desembarcaron en Dungeness, protegidos por la oscuridad, el tres de septiembre y apenas salió el sol sintieron una sed horrible, circunstancia que presta crédito a la suposición de que la noche anterior los cuatro camaradas habían confiado en la resistencia holandesa en insensata medida. El que hablaba inglés desconocía empero las leyes que rigen en Inglaterra el expendio de bebidas alcohólicas, y quiso beber sidra a la hora del desayuno, en una hostería de Lydd. La dueña le hizo presente que tal transacción no podía realizarse legalmente hasta después de las diez y le sugirió que, entretanto, diese un paseíto y admirase la iglesia del lugar.
Cuando volvió (pues la dueña era una mujer sensata) lo arrestaron.
Su compañero, el único alemán del grupo, sólo fue apresado el día siguiente. Había instalado una antena en un árbol y había comenzado a enviar mensajes (en francés) a sus superiores. Se conservan copias de tres de esos mensajes, las cuales fueron utilizadas como pruebas contra él en el juicio. Eran breves y, desde un punto de vista práctico, absolutamente desprovistos de valor; las informaciones (por ejemplo) de que "esta es la exacta posición en que ayer a las seis de la tarde tres messerschmitt dispararon sus ametralladoras hacia donde yo estaba trescientos metros al sur del tanque de agua pintado de rojo" estaban lejos de facilitar el establecimiento de una cabeza de puente alemán en Kent.
Juzgóse a los cuatro espías, con arreglo a la Ley de Traición de 1940, en el mes de noviembre. Uno de los holandeses sobre quienes se había ejercido presión fue absuelto; los otros tres fueron ahorcados en la prisión de Pentonville, el mes siguiente. Los juicios se desarrollaron in camera, pero después de las ejecuciones se publicaron noticias escuetas de ellas.*