11-07-2007
El NKVD comenzó a interesarse por el átomo ya en 1940. En ese año, por orden directa de su director Laurenti Beria, se dieron instrucciones a las redes de espionaje en Gran Bretaña y Estados Unidos de infiltrarse en los centros de investigación atómica de estos países. Al mismo tiempo Beria trataba de convencer a Stalin y al Politburó de la importancia del tema, ya que tenía claros indicios de que la carrera atómica había comenzado: científicos relevantes estaban desapareciendo del mapa, al tiempo que las potencias estaban tratando de acaparar las existencias de materiales necesarios en la investigación atómica, como el uranio y el agua pesada. Sin embargo, hasta 1942, cuando pudo presentar cantidades importantes de información que demostraban la magnitud del proyecto atómico angloamericano, no logró convencer a Stalin de que era necesario que la URSS pusiese en marcha su propio programa nuclear militar, el Proyecto Urania (que quedó bajo el control directo del propio Beria).
La primera fuente de importancia que tuvo el NKVD fue el quinto hombre de “los cinco de Cambridge”, una de las más importantes redes de espionaje de la historia. Se trataba de John Cairncross, que entre 1940 y 1942 consiguió el puesto de secretario personal de Lord Hankey, ex jefe de los servicios secretos británicos, ex ministro sin cartera del gobierno Chamberlain, y que había recibido el encargo de Churchill de presidir el comité consultivo británico que estudiaba las posibilidades energéticas y militares de la investigación nuclear. Cairncross (de nombre en clave Carelio) tuvo acceso a los primeros informes técnicos hechos por científicos británicos que confirmaban la posibilidad de conseguir la bomba en un plazo relativamente corto, asistió al nacimiento del programa nuclear británico, escondido tras un organismo al que se le dio el inocente nombre de Dirección de Aleaciones Tubulares (Tube Alloys), y asistió también al comienzo de la cooperación angloamericana de la que nació el Proyecto Manhattan.
Unos años más tarde otro miembro del Círculo de Cambridge tuvo también acceso a gran cantidad de información sobre el Proyecto Manhattan: Donald McLean, infiltrado en los servicios diplomáticos británicos, y que a mediados de 1945 fue encargado de la coordinación entre los proyectos nucleares norteamericano y británico, que todavía mantenían una estrecha colaboración. Por sus manos pasaba toda la correspondencia entre ambos países referente a la investigación atómica.
Un tercer miembro del grupo de Cambridge también intervino en esta historia unos años después: Kim Philby, uno de los más grandes espías de todos los tiempos, entre 1949 y 1951 era el agente de enlace del MI-5 en Estados Unidos, cuando se estrechaba el cerco en torno a las redes de espionaje soviéticas en occidente, y logró que parte de ellas lograran escapar (entre los que se salvaron por la actuación de Philby estaba su amigo McLean). La historia de cómo los norteamericanos consiguieron descubrir a muchos de los espías soviéticos que operaron en occidente en los años 40 comienza en 1942, cuando la central del NKVD en Nueva York cometió el error de utilizar códigos repetidos en sus comunicaciones con Moscú. A ese fallo de seguridad se le añadió posteriormente un libro de códigos soviético parcialmente quemado que los finlandeses habían capturado en 1941, y que en 1944 cedieron a los estadounidenses. A partir de pistas como esas la ASA (Army Security Agency) comenzó a trabajar en el descifrado de los mensajes que los agentes del NKVD habían mandado a la Lubianka en los años de la guerra, y que los servicios occidentales conservaban grabados. Fue un trabajo de años al que se le dio el nombre clave de Proyecto Venona. Hacia 1950 el cuadro de las redes soviéticas en occidente estaba más o menos claro, pero Philby, que tenía acceso a Venona, puso sobre aviso a los soviéticos y logró salvar parte de ellas. Pero esa es otra historia.
John Cairncross: