13-08-2007
"Es la persona más valiente que he conocido", dijo de ella uno de sus jefes. Christine Granville fue una de las mejores agentes enviadas contra los nazis y una mujer excepcional que sobrevivió a los mayores peligros de la guerra para morir, paradójicamente, en 1952 acuchillada por un hombre que la acosaba
Valiente, vivaz y encantadora, confiaba en sus dotes de persuasión y en las granadas de mano. Christine Granville, nom de guerre de la condesa polaca Krystyna Skarbek (1915-1952), fue para muchos la mejor agente de los servicios secretos británicos durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los personajes más arrebatadoramente románticos de la época. Reclutada por el célebre Special Operations Executive (SOE) -el Ejecutivo Especial de Operaciones, la agencia creada en 1940 por Churchill para organizar acciones de subversión y sabotaje contra los nazis-, Christine saltaba sin temor en paracaídas, atravesó los montes Tatra esquiando para infiltrarse en Polonia, combatió codo a codo con la Resistencia francesa y, como moderna Pimpinela Escarlata, burló varias veces a la terrible Gestapo, arrebatando de las mismísimas fauces de la muerte en una de ellas a dos importantes camaradas (estuvo "soberbia", recalca en su monumental estudio del SOE William Mackenzie (The secret history of SOE. St. Ermin's Press, 2000). Sobrevivió a los nazis y a la guerra, y la condecoraron. Pero un aciago destino la persiguió: acabó en el paro, sin medios de subsistencia, condenada a realizar pequeños trabajos ocasionales -ella, que había sido mimada aristócrata, deseada aventurera y rutilante estrella de las hazañas bélicas-, y fue asesinada brutalmente a cuchilladas en la escalera del hotelito en que vivía en Kensington por un admirador en un episodio paradigmático de violencia sexista.
"Christine, sí, qué maravillosa figura de aquellos tiempos". Quien recuerda con tono melancólico a la agente al otro lado de la línea del teléfono, desde su residencia estival en el Worcestershire, es otro héroe de guerra, ex agente y viejo camarada de la Granville en el SOE: el ya nonagenario escritor sir Patrick Leigh Fermor. "Coincidí con ella varias veces en El Cairo durante la guerra. Era una chica cautivadora, llevaba siempre el rostro limpio, sin maquillaje, y eso le daba una apariencia aún más fresca y delicada, una belleza más auténtica", explica tras agradecer efusivamente la foto de la armadura de los húsares alados polacos que le envió hace unos meses desde Cracovia quien firma estas líneas. "Era una joven de mucho estilo, deliciosa, divertida y muy inteligente".
Leigh Fermor vivía entonces días efervescentes en la capital egipcia, entre una peligrosa misión y otra, como miembro de los Bucaneros de Tara, el festivo grupo de amigos, todos agentes, que incluía al capitán William Stanley Moss -a la sazón recién casado en El Cairo con otra aristócrata polaca, la condesa Sophie Tarnowska, divorciada de un compatriota oficial de los Lanceros Cárpatos, unidad que comandaba el coronel Bobinski, viejo amigo de Christine-, y a Alexander (Xan) Fielding (véase Cairo in the war, de Artemis Cooper. Penguin, 1995). Con Moss, Leigh Fermor secuestró en Creta al comandante de la guarnición alemana en un audacísimo coup de main, mientras que Fielding, conocido no sólo por sus audaces aventuras sino por ser el traductor al inglés de El puente sobre el río Kwai, de Pierre Boulle, fue uno de los rescatados por Christine Granville tras caer en manos de la Gestapo.
Xan Fielding tenía en alta estima a Christine, recuerda Leigh Fermor, lo que es muy lógico si te han salvado de la Gestapo, y le dedicó sus estupendas memorias de guerra, Hide and seek (Secker and Warburg, 1954). Ese rescate es seguramente la acción más famosa de la agente y la que pone en evidencia de manera más clara sus dotes casi mesméricas de persuasión.
El 13 de agosto de 1944, en Digne, en el sur de Francia, Fielding, alias Catedral, y Francis Cammaerts, alias Roger, uno de los grandes jefes operativos del SOE, fueron detenidos en un control cuando viajaban camuflados en un vehículo de la Cruz Roja conducido por Claude Renoir, el sobrino del pintor impresionista. Se les condenó a morir fusilados. Ante la imposibilidad de montar un ataque de la Resistencia para liberarlos, Christine logró una cita con un oficial de la Gestapo, y, haciéndose pasar por sobrina del general Montgomery, nada menos, lo convenció de que la llegada de los Aliados era inminente y de que más le convenía al torturador granjearse su amistad con un gesto de buena voluntad. Fue tan persuasiva la agente que el correoso tipo, que durante toda la cita la estuvo apuntando nervioso con una pistola a la cabeza, accedió y liberó a los camaradas presos. De paso, como pedrea, Christine logró importantes informaciones sobre las V-1 y V-2...
El padre de Christine era un conde dedicado a criar caballos de carreras y pertenecía a una de las más nobles estirpes polacas, terror de los Caballeros Teutónicos. Su madre -que fue asesinada por los nazis- era miembro de una familia de banqueros judíos. Su abuelo fue el padrino de Chopin. Impulsiva en el amor y encantada de ser objeto de la pasión de los hombres, que desataba por doquier con su espíritu libre y su sonrisa traviesa -un colega agente trató de suicidarse por ella lanzándose al Danubio, que por suerte estaba helado-, Christine tuvo una vida sentimental agitadísima. A los 18 años, la chica, que enamora hasta a sus biógrafos -véase el retrato que hace de ella Marcus Binney en su imprescindible libro sobre las agentes del SOE The women who lived for danger (Holder and Stoughton, 2002), más actual en sus datos sobre Granville que el canónico Christine, de Madeleine Masson (Hamish Hamilton, 1975)-, se casó con un empresario y a los 23 volvió a hacerlo con el escritor, aventurero y ex cowboy Jerzy Gizycki, al que consideraba su Svengali y con el que marchó a vivir a África a lo Karen Blixen.
El amor de su vida
Al invadir Polonia los nazis, Christine, ferviente patriota, se puso al servicio del SOE en Gran Bretaña. De misión en Budapest conoció al héroe polaco Andrew Kowerski, al que le faltaba una pierna y que fue el gran amor de su vida -aunque lo alternó con otros romances, como el torrencial con el joven conde Ledochowski-. Con Koweski, alias Kennedy, se dedicó a organizar vías de escape de Polonia y, pasando de un lado a otro de las fronteras como las cigüeñas cuya libertad tanto admiraba, en una ocasión consiguió traerse de su país, caminando, un prototipo de fusil antitanque.
Capturada en 1941 por la Gestapo, la resuelta Christine logró que la dejaran libre tras provocarse una hemorragia mordiéndose la lengua para hacer creer a sus captores que padecía tuberculosis. Después de viajar en un desvencijado Opel hasta El Cairo vía Turquia y Siria -en Alepo la cortejó Hissam, hijo del emperador de Afganistán, enrolado en un regimiento británico-, Christine fue destinada a Francia. Con el maquis luchó en la feroz batalla de Vercors contra regimientos alpinos y de las SS, estableció contactos entre la Resistencia y los partisanos italianos de Marcellini y se le atribuye la rendición de la guarnición alemana de Col de Larche.
Tras la guerra, Gran Bretaña -por no decir Polonia, a la que Christine no pudo volver- fue ingrata con su agente, que, sin empleo, se vio impelida a sobrevivir como camarera ocasional en bares, hoteles e incluso en un barco. Allí conoció a su asesino.
Dennis George Muldowney, camarero y marinero, no aceptó que Christine quisiera alejarse de él, empezó por acosarla y acabó matándola. El miserable individuo logró con su cuchillo lo que no pudo hacer la Gestapo. Y lo ahorcaron por ello.
fuente; http://www.belt.es/noticias/2005/septiembre/01/agente.asp