27-06-2006
P.— Cuando Usted bajo del Cáucaso en noviembre de 1942 era casi, día a día, el momento en que el general Paulus se dejaba cercar por los ejércitos de los soviets en la región de Stalingrado. ¿Supuso ese cerco, tal como se ha dicho, el comienzo del fracaso alemán en la URSS?
R.— Paulus mandaba en 1942 unas tropas que eran muy importantes —300.000 hombres— y que hasta entonces no habían sido vencidas en ninguna parte. Habían atravesado victoriosas toda Europa. Tenían el convencimiento de ser invencibles. Este instrumental humano no tenia parangón. Paulus fue incapaz de servirse de el en Stalingrado, y ni siquiera de conservarlo.
Era el tipo de oficial funcionario que hace inteligentemente planes de estado mayor, pero que permanece inerte a la hora de dirigir soldados. Nunca había mandado una unidad más importante que un batallón. Y además, eso ocurrió diez años antes?
P.— Entonces, ¿por que se le ofreció un puesto de mando tan importante?
R.— Durante la batalla de Moscú, en diciembre de 1941 y enero de 1942, los generales de Hitler, presos de pánico, pretendieron retirarse a trescientos kilómetros mas al oeste. Era aberrante. todo el material pesado se hubiese perdido, retenido en el hielo. Al cabo de una retirada espantosa, entre nevadas silbantes y a 40º bajo cero, hubieran ido a parar— si llegaban— a unas sierras desnudas en las que no había absolutamente nada dispuesto. Habrían sido aniquilados. Hubiese sido peor, diez veces peor, que el final de la Grande Armee de Napoleon.
Hitler, que era la energía misma, tomo en sus manos esa batalla de Moscú casi perdida. Se encargo personalmente de la conducción de las operaciones. En circunstancias tan extremas solo había una solución: aferrarse al suelo helado y a cualquier isba, y no ceder ni los carros ni los cañones empotrados en el hielo. De todos modos, porque retrocedieran no iba a estar menos helado el terreno.
Hitler ceso a una treintena de generales derrotistas y los reemplazo con lo mas combativo que tenia. Pero ya no disponía de mas. Entonces, unos días mas tarde, el jefe del VI Ejercito, general Von Reichenau, un notable conductor de hombres que mandaba las fuerzas del Reich en Charkov, cayo en la nieve, víctima de una congestión, a 30 grados bajo cero.
Este nuevo contratiempo pillo a Hitler desprevenido. ¿Con quien iba a reemplazar a Reichenau? Paulus había sido, durante la ofensiva de Francia en 1940, el jefe de estado mayor de ese VI Ejercito. En aquel puesto burocrático superior había estado a la altura de sus funciones. Hitler le vio durante mucho tiempo ante el, como buen teórico, sentado en los despachos de su Gran Cuartel General.
De todos modos, según los planes de Hitler se fijo para 1942, el Vi ejercito no tendría que jugar un papel capital en la futura ofensiva. Su misión solo consistiría en proteger el flanco norte de los ejércitos que se lanzarían el verano hacia el Cáucaso. Paulus quería obtener un puesto de mando a todo trance. A falta de algo mejor, Hitler se lo dio. Fue el error mas importante de su vida.
Este Paulus, por añadidura—y en la guerra es lo mas grave de todo— era un gafe.
P.— Comparte usted la opinión de Napoleón sobre los generales que arrastran consigo la mala suerte?
R.— Los gafes son seres inutilizables. La mala suerte crea mas mala suerte. Se puede tener lastima de los que tienen la negra, pero hay que descartarles inexorablemente; de lo contrario, le pegan a uno también su mala suerte.
La mala suerte se cebo en Paulus nada mas instalarse en su puesto de mando. En mayo de 1941, durante la batalla de Charkov, que tenia por objetivo cercar al mariscal Timochenko—y lo consiguió—, Paulus se revelo incapaz de llevar a termina la fase norte del envolvimiento de cientos de miles de soviéticos, que se habían lanzado imprudentemente hacia Dniepropetrovski. Indeciso, sin iniciativas, Paulus apenas logro avanzar quince kilómetros. La operación solo tuvo éxito porque la garra sur de la ofensiva— en la que precisamente participábamos los valones—r ealizo casi por si sola la operación. Y para colmo, Paulus estuvo incluso a punto de perder Charkov, en lugar de avanzar.
Nueva contrariedad, mucho mas peligrosa aun, diez días antes de comenzar la ofensiva del Cáucaso. A uno de los oficiales del estado mayor de Paulus, un simple teniente, se le ocurrio una tarde la absurda idea de irse a dar un paseo por el frente en avioneta. Hitler había prohibido rigurosamente a los jefes de los ejercitos que iban a participar en la inmensa expedición del sur de Rusia, que sacaran copias de los planes de operaciones relativos a su propio sector. Cada cual debía conservar su ejemplar único en el mayor secreto.Paulus, contraviniendo esas ordenes expresas, habia ordenado que se hicieran siete copias. El joven oficial del avión llevaba una consigo, para enseñársela a un compañero, en un puesto avanzado, y dárselas de hombre importante. Cometió la imprudencia, o la estupidez, de hacer una corta incursión por el cielo soviético, ante las posiciones de su camarada. De repente una bala rusa, una sola, reventó el deposito de gasolina. El avión cayo al instante en el sector enemigo.
Hubo que montar, por orden de Hitler, un ataque de gran envergadura para recuperar los restos del aparato. Estaba destruido. No había trazas del teniente. Se descubrió al fin un terreno que había sido removido. Se cavo. Apareció un cadáver totalmente desnudo, el del teniente de Paulus portador de la famosa copia. Evidentemente, los rusos se habían apoderado del documento. De este modo, una semana antes de la ofensiva, Paulus acababa de entregar a los soviéticos el plan de ataque de Hitler en el sector de su VI Ejercito.
Lo pagaría caro, pues los rusos, ya prevenidos, se mantuvieron firmes en Voronech, punto envolvente casi indispensable, del que Paulus debía apoderarse en los primeros días, y que, a cause de este estúpido incidente, nunca llegaría a conquistar del todo.
P— Cual fue el papel de Paulus en la ofensiva alemana del Cáucaso?
R.— Durante la ofensiva principal que se dirigía hacia el Cáucaso, la misión de Paulus era indirecta. Debía servir simplemente de guardaflanco, protegiendo la ofensiva del sur frente a una contraofensiva rusa que bajase del norte. Tras neutralizar a Stalingrado, Paulus se alinearía entre el Dnieper y el Volga, formando una línea defensiva.
Paulus no tenia que franquear verdaderos obstáculos naturales en las llanuras con suaves montículos del Don. Solo unos cientos de kilómetros, mientras que nosotros, antes de alcanzar los montes caucasianos, en el caso mas favorable, teníamos que recorrer mil cien kilómetros. No se preveía ninguna resistencia ante Paulus. Los rusos huían. La región que el VI Ejercito debía atravesar abundaba en alimentos. Los soldados se batían mas contra las gallinas y las ocas que contra los soviéticos. Sin embargo, Paulus se demoro interminablemente antes de alcanzar el gran río, el Don, alejado en ciento diez kilómetros del primer objetivo que se le había asignado: el Volga.
Poseo el texto de las cartas de Paulus a su mujer durante esas semanas de avance demasiado lento. Este jefe funcionario no hace en ellas mas que lamentarse a propósito de sus diarreas. Era lo que mas le preocupaba en el curso de esas semanas históricas.
Un general sin cólicos y algo mas dinámico hubiera franqueado el Don, lo mas tarde, a final de julio de 1942, y hubiera ocupado Stalingrado, sobre el Volga, ocho o diez días después.
P.— Prosiga, se lo ruego, pues ese aspecto de la batalla de Stalingrado es poco conocido.
R.— A finales de agosto de 1942, cuando nosotros ya estábamos desde hacia quince días en plenas montañas del Cáucaso, Paulus llego, finalmente, cerca de los suburbios de la parte norte de Stalingrado.
Y ni siquiera eso se debía a el, sino al general Hube, el famoso general de carros, un manco barrigudo cubierto de gloria. El 21 de agosto, desembarazándose de la interminable espera de su jefe, hizo avanzar en línea recta su división acorazada, retenida hasta entonces por Paulus al oeste del Don. Ciento diez kilómetros de cabalgada de sus carros en una sola mañana! A las cuatro de la tarde Hube acampaba en la orilla izquierda del Volga y dominaba el río, allí donde Paulus, de haber sido un hombre de carácter, debería estar ya instalado desde hacia mucho tiempo.
Al ver que Paulus se demoraba tanto e iba a dar a los rusos la posibilidad de reagrupar sus fuerzas en ambas villas del Volga, Hitler, lleno de una creciente inquietud y muy contrariado, se decidió a desviar una parte de sus carros del Cáucaso para enviarlos apresuradamente en apoyo del rezagado.
Uno de los mas notables jefes de los medios acorazados alemanes, el general Hoth, bajo del Kuban y empujando a los rusos apareció, el 30 de agosto de 1942, al sur de Stalingrado. A Paulus solo le faltaba franquear en su dirección unos veinticinco kilómetros para cerrar la bolsa y cortar toda retirada a los dos ejércitos soviéticos, que retrocedían penosamente entre el Don y el Volga y se encontraban casi cercados. En aquel momento, y gracias a la intrepidez del general Hube, los blindados del Vl Ejercito se alineaban al norte de los suburbios de Stalingrado. Dos horas mas de marcha de esos carros de Paulus hacia los de Hoth llevarían al limite de la capitulación a los cientos de miles de soldados soviéticos que refluían del Don.
Fue entonces cuando Paulus declaro que necesitaba dos días para preparar esa unión. Poseo el texto de los telegramas cruzados entre el general Hube y el jefe de la división acorazada Hoth, reventado tras haber hecho tan larga carrera, pero situado a solo unas decenas de kilómetros de los medios acorazados del VI Ejercito. Es indiscutible que en media jornada hubiera podido lograrse la unión. Una vez hechos prisioneros los dos ejércitos rusos del Don, la metrópolis del Volga hubiera sucumbido en unas horas y el adversario hubiese sido eliminado de la región. nunca habría habido batalla de Stalingrado.
Otra consecuencia catastrófica de la debilidad de carácter de Paulus: mientras que hubiera podido y debido arreglárselas totalmente solo, la operación de auxilio de los carros del sur— de la que ni siquiera saco provecho— resulto fatal para toda la ofensiva, privando al ejercito del Cáucaso de la fuerza acorazada que hubiese asegurado el cerco de la zona petrolífera de Baku y hubiera alcanzado sin duda Tiflis y la frontera del Irán, lo que habría significado la liquidación definitiva de la guerra en todo el sur del imperio soviético. Con ello también se habrían podido reenviar las tropas mas selectas alemanas hacia el norte de Rusia, ultimo bastión que había que derribar.
P.— Que objetivo concreto fijo Hitler a Paulus?
R.— En Stalingrado mismo, una vez salvados los dos ejércitos soviéticos por culpa de su abulia, y solidamente reinstalados ya en la orilla oeste del Volga, Paulus mostró de nuevo una lentitud fatal. Sus tropas eran admirables. Firmemente mandadas, hubiesen alcanzado su objetivo a finales de agosto de 1942. Stalin mismo estaba devorado por la angustia, al pensar que iba a perder Stalingrado, tal como lo reflejan sus ansiosos telegramas y sus consternadas confidencias a Churchill.
Los ejércitos alemanes del Cáucaso franquearon a primeros de agosto el río Kuban y conquistaron el importante centro petrolífero de Maikop. Inmediatamente lo rebasaron. Cazadores de montaña colocaron la bandera de la cruz gamada en todo lo alto de los cinco mil metros del monte Elbruz. Pues bien, mientras tanto, Paulus segura sin avanzar en el Don, acuciado por sus endiablados cólicos. Precisamente su misión era la de actuar de prisa y eliminar sin retraso el obstáculo secundario de Stalingrado, tan secundario que en los primitivos planes de la ofensiva del sur de 1942, ¡ ni siquiera figuraba su nombre!
Una vez que el Volga se cerrase en Stalingrado con el cerrojo puesto, todo el VI Ejercito tema que ponerse en movimiento hacia el norte pare relevar, con sus trescientos mil combatientes y sus cientos de carros de combate, a las tropas rumanas, húngaras e italianas, tropas valientes, pero de segunda mano y mal armadas, que solo habían sido colocadas allí provisionalmente como barrera a lo largo del Don superior, en espera de las divisiones de Paulus.