09-07-2006
Carta del 25 de Febrero de 1929,enviada desde La Paz. En ella pide consejo a un médico amigo suyo.Le cuenta las dificultades de encontrar amistades masculinas en Bolivia.
*Nací el 28 de noviembre de 1887, a la una de la madrugada, en Munich. Me imaginaba ser homosexual, aunque sólo lo «descubrí» de verdad en 1924. Hasta entonces tuve algunas experiencias, en sentimientos y actos, que incluso se remontan a mi infancia, y hablo de relaciones con hombres, aunque también tuve trato con muchas mujeres, por lo demás, no especialmente placentero. Agarré tres contagios que más tarde consideré como un castigo de la naturaleza por mi comportamiento antinatural. Hoy todas las mujeres me causan horror, especialmente las que me persiguen con su amor,que por desgracia no son pocas. Esto no es óbice para que todo mi corazón se lo haya entregado a mi madre y a mi hermana. Mi hermana tiene siete años más que yo (nació el 14 de mayo de 1880) y mi hermano, ocho. Ni hacia él ni hacia mi padre abrigaba sentimientos especialmente cordiales. Mi padre murió en marzo de 1926. Creo que con esto ya sabe usted bastante. Pienso que ya está al tanto de mi destino. Usted podrá caracterizarme. ¿Le molestará mucho? Espero que no.
A partir de este momento no hay mucho más que contar. Estoy contento de mi trabajo; con el tiempo espero sacar alguna utilidad. Deseo más colaboradores, pero sólo más tarde, cuando ocupe otro puesto superior. El clima de altura de La Paz (3600 metros) no me resulta especialmente duro. Vivo bien y puedo comer al estilo alemán. Todo sería perfecto si no me faltara el objeto de mis amores. Ahora tengo un acompañante, un pintor muniqués de diecinueve años. Me siento muy atraído por él, y él por mí. Cuando se va en viaje de estudios, como ahora, por ejemplo,lo paso terriblemente. Le necesito por encima de todo. Sin embargo los actos amorosos no le interesan lo más mínimo; no sólo porque él no experimenta en ellos especial placer, ya que confiesa poder encontrar más satisfacción con muchachas, sino también porque yo mismo, extrañamente, no siento una gran necesidad; y eso que es un muchacho realmente hermoso (en caso contrario no me habría fijado en él). Tras averiguaciones cuidadosas, parece que mis gustos son aquí desconocidos. Cuando conozco a alguien no puede imaginarse ni remotamente lo que estoy necesitando. Aquí domina una absoluta incomprensión, de modo que estoy desconcertado y no sé qué debo hacer. Se cree que si esta costumbre llegara a generalizarse en las calles todo sería bochornoso. Los muchachos, en gran parte muy guapos, van según la costumbre tomados del brazo y para saludarse se abrazan, lo que me atormenta sobremanera. He sondeado cuidadosamente a mi profesor de español: me ha dicho que en La Paz no se da esto. En Buenos Aires, sí; pero el viaje de ida y vuelta requiere por lo menos diez días y cuesta más de mil marcos. Me siento como un pobre loco y no sé qué hacer. Tristemente pienso en mi bello Berlín, donde tan feliz se puede ser. Aconsejeme, mi querido doctor, y dígame cómo puedo ayudarme. Todavía quedan por lo menos dos años hasta que pueda disfrutar mis primeras vacaciones. Mientras tanto continuaré mis intentos de difundir alguna cultura, aunque empiezo a dudar que pueda lograrlo. Burdeles no faltan, desde luego, y todo el mundo va a ellos. Pero por desgracia, no me interesan. La colonia alemana asciende a cuatrocientas personas; mas no me pregunte cómo son. Hasta ahora vivo totalmente retirado. Por las noches hago mi recorrido, hasta ahora sin éxito, por todos los barrios de La Paz. Es algo para llorar. Le envío esta llamada angustiosa para que no crea que vivo en el mismísimo paraíso. Acaso no me quede ya otro remedio que hacer venir algún «amigo» de Alemania. Quizá se apiade usted de mí, que me encuentro en una situación tan desesperada.
Supongo que ha recibido los saludos que le he enviado a través de amigos berlineses. Me interesaría saber si han dado origen a unos conocimientos personales. Espero con afán su impresión sobre el cantante de cámara Hanns Beer, que le envié para que lo visitara. M. E. es un hombre algo nervioso con esto que el mundo llama infeliz inclinación. Por mi parte, he de decir que esta inclinación, si bien a veces me ha producido dificultades, no me lleva a sentirme absolutamente infeliz, e incluso hasta me siento orgulloso. Al menos así lo creo. Espero verlo con mayor claridad, si usted me comunica sus impresiones.
Aguardo con ansiedad su respuesta. Con un amistoso apretón de manos.*
UN SALUDO.