16-07-2006
La Muerte de un Notorio Espía
El 24 de diciembre del año 1970 falleció en Munich, República Federal Alemana, a la edad de 66 años, Alyesa Bazna. Aparentemente este nombre no dice nada, pero si mencionamos el nombre código con que operaba durante la última guerra mundial sucederá otra cosa: “Cicerón”; es decir, ahora reconocemos a uno de los más famosos espías de este siglo. Varios libros y un filme relataron las actividades de este espía, pero esos relatos no siempre se adecuaron a la verdad histórica, difundiendo una leyenda no siempre veraz. Un reportaje hecho por un periodista italiano, en el cual “Cicerón” reveló ciertos detalles que contradicen y aclaran la leyenda creada por la novela y el cine, refleja su extraña personalidad.
En 1943 los aliados tuvieron la certeza de que el enemigo estaba perfectamente al tanto hasta de sus planes más secretos. El embajador inglés en Turquía revelaba con amargura en sus informes a Londres que su colega alemán, el célebre Franz von Papen, conocía las intenciones de Churchill más de lo conveniente. El embajador ignoraba que las informaciones salían de su propio dormitorio. En él se introducía, mientras el diplomático dormía, el más hábil de los agentes de Hitler. Su nombre de batalla era “Cicerón”. Durante tres meses este espía, camuflado como ayuda de cámara del embajador, se introducía en el cuarto del patrón, hurtaba los documentos secretos de un portafolios, los fotografiaba y volvía a colocarlos en su lugar. Esta es la leyenda conocida.
Al terminar la guerra, Cicerón permaneció en las sombras muchos años. Bajo y corpulento, con ojitos de zorro, tenía sólo dos dientes que parecían bailar en su boca vacía. Calvo, con anteojos, usaba generalmente un viejo traje marrón y corbata de moño. A los 65 años de edad fuimos a visitarlo en un modesto departamento situado en los alrededores de Munich. En la puerta figuraba el nombre de quien trastornara las cancillerías de Europa: Alyeza Bazna. En la sala, uno sentía la impresión de estar en la casa de un burgués convencional: muebles de serie, un enorme combinado ocupaba una pared entera. Con paso leve, casi furtivamente, entró una mujer de edad mediana pero todavía bastante bella. “Cicerón” la presentó con orgullo: “Esta es mi mujer”. Luego se inició nuestro diálogo:
E aquí el famoso espía
Pregunta: ¿Por qué cree, “Cicerón”, que usted es un personaje histórico?
Respuesta: Porque la civilización occidental se salvó gracias a mis informaciones.
P: Usted habrá salvado la civilización occidental, pero cayó en la miseria. ¿Cómo es que ha acabado tan pobre? ¿Es cierto que los alemanes le pagaron con plata falsa?
R: Esa es la historia que se cuenta, pero no es así. Le contaré la verdad. En 1944 yo era el agente más genial al servicio del Tercer Reich. Cuando los alemanes se dieron cuenta de que los documentos que yo les pasaba eran de inestimable valor empezaron a darme 10.000 y a veces 15.000 libras turcas por cada rollo fotográfico. Al término de la guerra había acumulado un millón de libras. Era un hombre extraordinariamente rico. Después de la caída del Reich, todo el personal de la embajada alemana en Angora fue privado de su libertad. Estaban prisioneros en la sede misma de su legación. Un día sonó mi teléfono. Eran mis amigos, los diplomáticos alemanes que me habían inducido a espiar: Jenke –cuñado de Ribbentrop- y el vienés Moyzisch. Fuí a verlos. Me pidieron dinero. Les pregunté cuánto querían y me contestaron que necesitaban 600.000 libras turcas. Los miré perplejo y les pregunté qué me darían en cambio. “Libras esterlinas –me respondieron- ; nosotros no podemos cambiarlas pero tú sí”. Fui al Banco Nacional y pregunté si tenían valor. Me dijeron que sí, que era legítima moneda inglesa. Entonces les cambié 600 libras esterlinas que deposité en mi caja fuerte del Banco Nacional de Turquía.
P: ¿En ese momento era usted un hombre feliz?
R: Ciertamente. Tenía un gran capital. Vendía autos usados y había iniciado una importante empresa de construcciones. Mi nombre era una garantía industrial. Bazna era sinónimo de solvencia. Hice un contrato con el gobierno para construir un gran hotel. Los dioses me sonreían.
P: ¿Cuándo dejaron de sonreirle?
R: Todavía maldigo ese momento. Tuve necesidad de cambiar dinero. Pero ya se habían encontrado en lagos de Alemania cajas sumergidas llenas de libras esterlinas falsas. Los bancos estaban atentos. Se sabía que al finalizar la guerra el gobierno nazi, a pesar de algunas oposiciones, fabricaba moneda falsa para provocar la inflación en los países enemigos. Me presenté al Banco Nacional para cambiar mis libras esterlinas, pero me dijeron “Son falsas”. Estaba arruinado. No tenía un centavo. El gobierno canceló el contrato para la construcción del hotel en Bursa. Pero yo no soy de los que se descorazonan. Paciencia, me dije. Los alemanes me han estafado pero tengo capacidad para trabajar. Me inicié como intermediario. Las cosas andaban bien.
P: ¿Entonces le llegó el dinero por el libro y la película?
R: No, todo ese dinero fue a parar a manos del diplomático Moyzisch, al que le vendía las fotos de los documentos. El libro lo escribió él y la película se filmó sobre ese libro (Película protagonizada por el actor James Mason bajo el título de “Cinco dedos”). De esos millones a mí no me tocó un cobre. Estaba furioso, pero un día me escribieron de la revista “Revue”, de Alemania, diciéndome que querían hacer un nuevo libro con mi historia. Me pagaron el viaje a Munich y debía recibir 20.000 marcos, de los cuales me deducirían 5.000 en concepto de impuestos. Contraté como agente literario a un tal Ferenczy: el resultado fue desastroso. Cuando quise cobrar el dinero prometido por “Revue”, resultó que mi agente se había arreglado con la revista. El libro dio un millón de marcos y tampoco vi un centavo. Ahora debería tener una pensión, pero, según la ley alemana, para tener derecho a ella hay que trabajar 15 años y el gobierno no reconoce mis servicios prestados durante la guerra. Adenauer tenía una visión histórica más amplia y me habría comprendido. Pero ha muerto.
P: Me gustaría que me presentara a su familia. Un espía con familia es en cierto modo la negación del mito (Cicerón bate las palmas como un pashá turco. Entran entonces una espléndida muchacha, un joven rostro enjuto y dos niñas).
R: Esta es mi hija Nihal. Tiene 19 años y ha ganado varios concursos de belleza. Este es mi hijo Kemal; tiene 20 años, estudia astronomía y tiene una gran capacidad como dibujante. Y éstas son las pequeñas Zuhal y Jihal, de 11 y 10 años. Están estudiando y son excelentes alumnas.
P: Regresemos al mito. ¿Qué se siente por haber sido el espía más grande del siglo?
R: Me llena de orgullo. Sé que he prestado un gran servicio a Alemania.
P: ¿Cuál?
R: Los alemanes, al principio, eran bastante estúpidos. Creían que yo era un charlatán. Pero cuando leyeron, en los documentos que yo les daba, que en Normandía habría una invasión y luego comprobaron que la tal invasión se produjo, pudieron constatar que yo no hacía bluff. Pero sobre todo comprendieron una cosa: que para ellos la guerra estaba terminada; estaba perdida. Entonces abandonaron un frente: dejaron pasar a ingleses, franceses y americanos. En cambio cerraron la otra parte contra los rusos, concentrando allí todas sus fuerzas. Porque si los rusos hubieran pasado primero e invadido Europa hubiera sido la gran catástrofe. Como los rusos son estúpidos hubieran provocado la barbarie.
P: Pero, usted, que era turco, ¿por qué traicionó a los ingleses? ¿Por avidez de dinero?
R: Jamás. Los traicioné porque nosotros, los turcos, amamos a los alemanes. Yo nací en Pristina, en Yugoslavia, en 1904, cuando esos países formaban parte de Imperio Otomano, y comencé a adorar a los alemanes antes de empezar la Primera Guerra Mundial. Los ingleses han hecho siempre mucho daño. Por eso traicioné al embajador. Y porque lo odiaba; odiaba sus trajes, sus maneras de aristócrata. Durante tres meses entré en su dormitorio mientras dormía. Metía mi mano en su cartera y sacaba los documentos. Corría hacia abajo, hasta mi cuarto, los fotografiaba y volvía luego a reponerlos. Hacía falta un coraje de león para hacerlo. Yo soy un hombre de enorme coraje. Repetí mi excursión cien veces y llegué a hacer unas 400 fotocopias. ¿No es eso heroísmo?
P: A su lado, “Cicerón”, había una mujer. Esa mujer está ahora con nosotros: Esra. Jamás quiso usted admitir que tuvo una cómplice. ¿Quiere admitirlo ahora? ¿Esta estaba con usted?
R: Sí. Me ayudaba a fotografiar los documentos. Tenía 15 años y era de una belleza deslumbrante. Temía tocarla. Esra es prima mía.
P: Ninguna mujer se le ha resistido jamás, Cicerón. Usted ha conquistado las mujeres más extraordinarias de Angora. ¿Cómo y por qué enloquecía a mujeres tan magníficas?
R: Las mujeres me amaban porque era un hombre de coraje. Cuando serví en la casa del coronel americano Class, su mujer, una mujer espléndida, quería que fuera yo quien le preparara el baño dos veces por día. Y exigía que estuviera presente cuando se metía en el agua. En la embajada británica tenía una amante bellísima, una de las mucamas, que me fue de gran utilidad.
P: Todos los grandes hombres tienen un lado misterioso, ¿cuál es el suyo Cicerón?
R: ¡ESTE! Se levanta, toma un aire majestuoso. Pone una mano sobre el corazón. La familia lo cerca, como en un consabido ritual, y “Cicerón”, el espía del siglo canta: “La donna e móbile… qual piuma al vento…” ¡Sí señor! Puedo cantar todo. Una ópera entera, si quiero. Estudié con Facacelli y Denari. “Eres grande”, me decían. Hubiera sido el más grande del mundo. Tenía la voz y cerebro suficientes. Hubiera sido un Caruso, Del Mónaco, Di Stéfano, un Gigli… todos juntos en uno… Pero no hubiera sido “Cicerón”.
P: ¿Quién le puso ese nombre?
R: El
P: ¿Quién es él?
R: Hitler. Me dio ese nombre porque Cicerón fue el hombre más grande de Roma y Hitler sostenía que yo era el más inteligente de los hombres del Tercer Reich.
P: ¿Usted era nazi, Cicerón?
R: Ni por sueño. Yo amaba a Alemania. El nazismo era un gobierno. Los gobiernos pasan… Alemania queda. Yo servía a Alemania, no al nazismo. Y Alemania es hoy espantosamente ingrata con el mejor de sus hijos.
P: Desde von Papen en adelante, todo el mundo lo ha perjudicado.
R: Es cierto. Todos me han engañado. Pero atención: todos mis enemigos mueren, uno a uno. Pesa como una maldición sobre ellos. Yo, en cambio, no muero nunca. Sobrevivo porque tengo el corazón limpio.
P: Usted es un maestro de la supervivencia. De los agentes que tuvo Hitler muy pocos se han salvado. Los ingleses no le tocaron un pelo. Se ha dicho que esto ocurrió porque usted navegaba a dos aguas. A los ingleses les venía muy bien hacerles saber ciertas cosas a los alemanes y se servían de usted, se dice. Le conseguían directamente los documentos: nada de entradas nocturnas en el dormitorio del embajador… Usted en 1944 les hacía el juego a los ingleses y a los alemanes. En otras palabras, era un agente doble. Este es su último enigma. ¿No quiere revelarlo al cabo de un cuarto de siglo?
R: No es exactamente como usted dice. Esa historia la contaré a una persona que comprará mis memorias sin estafarme. Repito: el que me estafa termina mal. Yo soy musulmán y creo en todas las religiones. ¿Ve mi frente? Dios escribió sobre ella que yo debía salvar a Europa salvando a los alemanes. Era mi misión.
P: Bazna. ¿A qué hombre ha admirado usted más en el mundo?
R: A Bazna todo el mundo lo ha estafado. Pero a “Cicerón” nadie. El es inmortal. Está en la historia, y por Alá, que es justo…
Fuente:
Comando en Jefe del Ejército - Jefatura II Inteligencia
ESPIONAJE – Tomo 1
Selección de los casos mundiales más famosos del espionaje mundial.
Ediciones Manual de Informaciones – 1979 – Buenos Aires, Rep. Argentina