29-06-2006
Erich Sommer vivió en primera persona algunos de los más conocidos episodios de la II Guerra Mundial. Fue testigo de excepción de la anexión alemana de los Sudetes, perteneció al elitista Servicio de Orden de las Juventudes Hitlerianas, se enroló en las Waffen SS con 18 años incorporándose a la División Frundsberg, formó parte de las tripulaciones de los tanques Tiger en Ucrania, luchó contra los aliados en Normandía, combatió a los paracaidistas británicos en Arnhem y terminó la guerra tratando de contener a los rusos que avanzaban sobre el corazón de Alemania.
P-. En la región de los Sudetes, que pasó a pertenecer a Checoslovaquia tras el Tratado de Versalles aunque su población era mayoritariamente de origen alemán, nació usted.
R-. En efecto. Nací en Tepliz – Schonau (actual Teplice) hace 78 años. Yo personalmente no recuerdo que hubiera grandes problemas con la minoría checa. En mi ciudad prácticamente todos éramos de sangre alemana, el idioma que utilizábamos era siempre el alemán, incluso en las escuelas, y los checos que vivían en la región se concentraban en pequeñas aldeas. El sentimiento progermano se acentuó cuando Hitler llegó al poder y, aunque estaba prohibido, muchísima gente comenzó a llevar la esvástica en la solapa, pero escondida en su parte interior, mostrándola con orgullo cuando cuando lo creían oportuno. No obstante, muchos de los que se sentían alemanes y abogaban por nuestra incorporación al Reich no eran nacionalsocialistas, ni les gustaba Hitler. Mi abuelo, por ejemplo, era socialdemócrata.
P-. ¿Y cómo recuerda usted la llegada de las tropas alemanas en octubre del 38?
R-. La recuerdo como un día de fiesta. No hubo violencia alguna. Las tropas del ejército alemán llegaron por la carretera que conducía a la frontera a través de las montañas. Toda la ciudad se echó a la calle a recibirlas y les arrojaban flores. Había banderas alemanas por todos los lados y, como se puede imaginar, a los niños toda aquella algarabía nos encantó.
P-. A partir de ese momento era usted ya ciudadano alemán.
R-. Sí, tenía entonces 13 años y los cambios en mi vida diaria fueron apreciables. Todos los chicos de mi edad tenían que alistarse, obligatoriamente, en las Juventudes Hitlerianas. A todos nos gustaba aquello: campamentos al aire libre, marchas por el campo, deportes, ejercicios de tiro con fusiles de pequeño calibre, uniformes, banderas..., en fin, todo aquello que a los críos les gusta con esas edades. Yo primero me inscribí en la rama motorizada de las Juventudes, pero aquello me resultó aburrido y acabe por apuntarme en el Servicio de Orden. Me movió a buscar ese destino el hecho de que uno de mis mejores amigos estaba allí y contaba maravillas de los privilegios de que gozaban: vestían botas y pantalón de montar; podían entrar al cine sin pagar, incluso a las películas de adultos, con la excusa de ir a inspeccionar que no hubiera menores en la sala; entraban gratis a las competiciones deportivas, y eran respetados y temidos por los demás chicos. Como dato curioso diré que este amigo mío era monaguillo en la parroquia.
P-. ¿No había problema para compatibilizar su catolicismo con el servicio?
R-. Ninguno. Nunca oí nada sobre eso. Cada uno podía profesar la religión que quisiese siempre que cumpliera con sus obligaciones hacia la organización. Lo mismo ocurrió después, durante mi estancia en las Waffen SS. Al menos en mi división nunca nos presionaron para que abandonáramos nuestra fe católica.
P-. Y entonces vino la guerra...
R-. Sí, un año después de nuestro retorno al Reich comenzó la guerra. Todo eran victorias y los más jóvenes deseábamos fervientemente que llegara el momento en que pudiésemos alistarnos para buscar aventuras. Por eso, en cuanto cumplí los 18 me alisté en las Waffen SS. En principio lo que más me movió a ingresar en este cuerpo fue el hecho de que permitía el alistamiento con menos edad y sin precisar autorización paterna, y yo quería irme al frente cuanto antes. Todavía recuerdo el disgusto que se llevó mi madre al enterarse, pero yo estaba muy feliz.
P-. Aquello fue a principios del 43.
R-. Eso es. Lo recuerdo porque los meses que siguieron fueron sin duda los peores de mi vida. Incluso peores que los que viví durante la guerra. Porque la vida de un recluta de las Waffen SS era verdaderamente aterradora. Tanto es así que hubo momentos en los que llegué a pensar en el suicidio.
A mí me enviaron a un campo de instrucción cercano a Nuremberg. Los ejercicios físicos eran continuos. No te habías recuperado de una marcha cuando ya comenzabas la siguiente. Y lo peor de todo es que no podías descansar bien por las noches, pues a menudo tenías un servicio nocturno o había que salir a hacer la instrucción con la pesada mochila a la espalda, o incluso teníamos que hacer simulacros de alarma aérea y saliamos al patio mostrando un aspecto divertido, en pijama con casco de acero, el cinturón y la máscara antigás. Y como fui destinado a comunicaciones, por las tardes, cuando mis camaradas estaban más relajados, a mi me obligaban a practicar hora tras hora con el morse. Lo peor de todo era la llamada “semana de servicio”, que teníamos que cumplir al menos una vez durante los tres meses que duraba nuestra estancia en el campamento de instrucción. Durante toda una semana estabas de servicio ininterrumpido, y no podías descansar prácticamente nada. El cansancio acumulado durante aquella semana era insoportable, hasta el punto de que te quedabas dormido en cualquier parte sin poderlo evitar. Todavía lo recuerdo, en mi “semana de servicio” me mandaron a vigilar una sección de prisioneros de guerra que limpiaban los escombros de un ala del cuartel que había sido dañada por los bombardeos aéreos. Gasté mi paquete de cigarrillos dándoles a los trabajadores y me senté unos minutos a fumar también, pero estaba tan cansado que me quedé dormido con el mauser en la mano. Nunca supe cuanto tiempo estuve así, hasta creo que uno de los prisioneros vino a despertarme muy preocupado por que llegaba un mando. Aquel detalle nunca lo olvidaré.
P-. ¿Y acabada la instrucción le mandaron al frente?
R-. No exactamente. Fui destinado a la 10 SS Panzerdivisionen, que más tarde recibiría el nombre de “Frundsberg”. Esta unidad acababa de crearse y estaba integrada por reclutas tan jóvenes como yo, por lo que pensaron que era mejor darle mayor cohesión e instrucción enviándola a zonas tranquilas, como fuerza de ocupación. Así estuvimos en varias localidades del sur de Francia, viviendo placenteramente y recuperándome de los duros meses de instrucción en Nuremberg. Pero pronto nos cansamos también de aquella inactividad y de los ejercicios rutinarios y empezamos a desear entrar en combate.
P-. Y sus deseos se vieron realizados.
R-. Por fin, en marzo de 1944, embarcamos en trenes que nos llevaron hacia el frente del Este. Estabamos radiantes por que ibamos a entrar en acción. El viaje fue bastante tranquilo, aunque tuvimos una alarma aérea que me costó el único arresto de mi carrera. Resulta que nuestro comandante, el Haupsturmführer Benger, había dado órdenes de que en caso de ataque aéreo nos bajásemos del tren y corriéramos a refugiarnos donde pudiéramos. Pero yo, junto con algunos compañeros más, preferí subir a las plataformas donde había instaladas algunas ametralladoras e hice fuego sobre el único avión que divisé. Aquella actuación fue considerada indisciplina y me arrestaron durante tres días, aunque la verdad, no me enteré de que estaba cumpliendo el arresto, pues seguí haciendo vida normal. Yo pertenecía a la 3ª Compañía del 10 SS Panzer Batallón de Comunicaciones de la división, por lo cual se me destinó, al llegar al frente, a un carro de mando de una compañía de Tiger I para ocuparme del telégrafo. La mayoría de los carros de la “Frunsberg” eran Panzer IV y Panther, y también teniamos muchos cañones de asalto Stug III, por lo que para mi fue una gran suerte ir con los Tiger.
P-. ¿Qué recuerda de aquellos días?
R-. Bueno, recuerdo que llegamos a Ucrania el 1 de abril y pronto se nos comunicó que teníamos que romper el cerco que al que estaban sometidos nuestros camaradas en la ciudad de Tarnopol, tras el río Seret. Entramos en acción casi de inmediato y en sólo un par de días abrimos un corredor que sirvió para enlazar con los supervivientes del 1º Armee, entre los que se encontraban buena parte de las SS Leibstandarte, que para los jóvenes alemanes era como un mito. Allí tuve la suerte de ver en persona al jefe de esta gran unidad, Sepp Dietrich. Pero la superioridad numérica de las fuerzas soviéticas era abrumadora y al final hubo que evacuar aquella zona. Recuerdo perfectamente el sonido aterrador de los proyectiles impactando contra la coraza de nuestro carro, aunque gracias a Dios ninguno llegó a atravesarla. La sección en la que yo iba estaba compuesta por tres carros. Quedamos aislados y pedimos que se nos enviara combustible por vía aérea. Aunque no esperábamos que nuestra petición fuese atendida lo cierto es que la Luftwaffe lanzó una carga en la zona que le marcamos, pero el viento desvió los paracaídas y los bidones cayeron en manos de los rusos. Destruimos uno de nuestros tanques, le extrajimos el poco combustible que le quedaba y se lo echamos a los otros dos carros. Unos kilómetros después hicimos la misma operación y nos quedamos con un solo tanque. Seguimos avanzando un poco más hacia nuestras líneas y encontramos a una sección de granaderos extraviada, que se unió a nosotros. Tras destruir nuestro último tanque continuamos la marcha a pie hasta que apareció una columna acorazada soviética. Aprovechamos que el terreno era muy boscoso y que no llevaban protección de infantería y los atacamos con minas magnéticas. Yo había recibido instrucción al respecto y pudimos destruir tres de los blindados soviéticos. Cuando después de cinco o seís días conseguimos llegar a nuestras líneas, fui ascendido y recibí por aquella acción varias condecoraciones, entre ellas la Cruz de Hierro de Segunda Clase.
P-. Y creo que también combatió usted en Normandía, ¿no es cierto?
R-. Así es. La “Frundsberg” fue una de las divisiones de élite enviadas por el Alto Mando alemán para contener a las tropas aliadas que habían desembarcado en Normandía. Yo fui destinado al 10 SS Pioneer Abteilung, el batallón de zapadores de nuestra división, y fui agregado como experto en telecomunicaciones al mando de una de las compañías de ingenieros. En Normandía las condiciones de lucha eran terribles, ya que los aliados controlaban por completo el cielo. De día prácticamente no podíamos movernos, pues al momento aparecía la aviación enemiga para atacarnos. Luchamos a la desesperada en la zona de Caen y Villers Bocage contra el 8º Ejército Británico, en compañía de nuestros camaradas del Leibstandarte y de la división Hohenstaufen. También luchamos contra los norteamericanos más al sur, y a punto estuve de ser capturado en la bolsa de Falaise, donde también luchó a nuestro lado la división SS de las Hitlerjugend. Allí conseguí ganar la Cruz de Hierro de primera Clase antes de que, a finales de agosto, enviasen a los restos de nuestra unidad a Holanda para reponer pérdidas y equiparnos.
P-. Y precisamente fueron a reorganizarse al sector elegido por los aliados para llevar a cabo un desembarco aéreo.
R-. Exacto. Llevábamos menos de un mes en la zona de Arnhem- Nimega junto a nuestros camaradas de la 9 SS Panzerdivisionen “Hohenstaufen” cuando llegaron los paracaidistas ingleses y estadounidenses. Fue a mediados de septiembre, cuando aún no estabamos recuperados del todo, por lo que tuvimos que hacer un gran esfuerzo para tomar el control de la situación. Pero ellos no esperaban que hubiese tantas fuerzas en la zona, y además no disponían de muchas armas pesadas. Nuestras tropas sufrieron pérdidas importantes para reconquistar las poblaciones ocupadas por los aliados, sobre todo al tratar de tomar los puentes estratégicos, pero al final capturamos casi todos los paracaidistas y desbaratamos sus planes. Después nos mandaron al norte de Alemania y continuamos nuestra reorganización.
P-. Pero el final de la guerra se aproximaba.
R-. A nosotros nos faltaba mucho aun para terminar la guerra. A principios de 1945 participamos en algunos combates defendiendo las orillas del Rhin contra los estadounidenses y luego nos madaron a plantar cara a los rusos. Allí la situación era deseperada, y la avalancha de refugiados civiles que trataba de huir del Este complicaba nuestros movimientos. Estuvimos en Stettin, una linda ciudad portuaria alemana que hoy pertenece a Polonia, y allí nos llegaron nuevos refuerzos. Se preparó entonces un gran ejército con varias divisiones ( se refiere al 11SS Panzerarmee, al mando de Felix Steiner) que tenía la misión de evitar que los rusos capturasen Berlín. Pero aunque mantuvimos nuestras líneas por un tiempo, la presión era insoportable y la división se replegó hacia Sajonia, al sureste de Alemania. A aquellas alturas, a finales de marzo del 45, nosotros solíamos aprovechar nuestros desplazamientos para ayudar a los refugiados. Yo, como muchos otros camaradas, no dudé en montar en mi vehículo a una chica que conocí en Stettin, con la que había entablado una buena relación. Fue mi primer amor. Tuve que abandonarla en un pueblo llamado Bad Schandau, cerca de Cottbus, cuando nos aproximamos al nuevo frente al que nos habían destinado, y ya nunca volví a verla. Nunca olvidaré su cara.
P-. Poco a poco se iba aproximando usted nuevamente a los Sudetes.
R-. Esa fue una de las grandes ironías del destino. Después de los últimos combates que disputamos contra los soviéticos en Spremberg, junto al río Elba, los restos de la división se unieron a otros supervivientes y se organizó un KampfGruppe, una unidad de circunstancias que fue descendiendo hacia el sur empujada por el rodillo soviético, aproximándonos a Dresde, y desde allí nos ordenaron marchar hacia los Sudetes. No sé como pudo darse semejante casualidad, pero el día 8 de mayo, la columna en la que yo viajaba entro en Teplitz. De muchas ventanas colgaban sábanas blancas, y algunos de mis propios compañeros dispararon sobre ellas llamando cobardes a los ocupantes. Al detenernos en la plaza de la ciudad solicité unos minutos para visitar a mi madre. Yo sólo había vuelto de permiso dos veces después de alistarme. Al llegar a casa mi madre me comunicó que la radio había anunciado la capitulación. Tardé como una hora en volver a la plaza donde había dejado a mis camaradas y para entonces ya se habían marchado. Decidí volver a casa y allí me quedé. Horas después llegaron los rusos. Durante la noche yo quemé mi uniforme, mis documentos militares, mis fotografías más comprometedoras y enterré mis condecoraciones. Estuve en Teplitz varias semanas en constante peligro, pues los checos y los rusos buscaban cada día gente que hubiera colaborado destacadamente con los alemanes. Por supuesto las SS éramos sus presas favoritas. Yo dormía cada noche con mi pistola bajo la almohada.
Continuaré con el resto de la entrevista mañana... allí podremos ver como vivió la posguerra y algunas conclusiones. ;)
Fuente : Revista Española de Historia Militar, nº 37 .