Hans vuelve a casa

leytekursk

11-12-2011

                            Entrevista publicada en la revista Life en su edición del  20 de diciembre de 1948. Realizada por el periodista Emmet Hughes, Jefe de la oficina de Time Life en Berlín.

    Me ha parecido un muy interesante testimonio por lo que he decidido traducirlo y difundirlo en nuestro foro, considerando además que algunos de nuestros compañeros no se llevan muy bien con la lengua inglesa

            He incluido las ilustraciones originales de la entrevista para hacer más amena la lectura.

[size=10pt]Hans vuelve a casa[/size]

Un soldado alemán vuelve a casa después de sufrir 5 años de prisión, adoctrinamiento, corrupción y miseria.

                        “Despreocupadamente, el se tocó su cicatriz. Una perfecta equis sobre su ojo izquierdo, como si con ese gesto estimulara su memoria para la historia que me iba a contar. Afuera, las calles de Berlín estaban oscuras, y aquí, como en la mayoría de las habitaciones de la oscura ciudad, sólo una única vela nos iluminaba. La débil luz parpadeaba sobre la desvencijada mesa, iluminando su cara y la pequeña equis parecía enrojecer cada vez que acercaba su rostro a la llama.

                          La fría luz, débil e íntima revelaba cada detalle de su cara. Las mejillas hundidas, los labios apretados y el ánimo fuerte, nariz aguileña, piel gris y estirada, y más arriba unos ojos de un azul solemne.

          Este era Hans Heinrich, recién llegado desde la Unión Soviética. Hans no es su verdadero nombre. Debemos cuidarnos de una venganza soviética.

            En su vida no hay nada extraordinario que destacar. Nacido en Berlín 34 años atrás. Educado en una escuela católica, Trabajó como conductor de un camión, enrolado en 1937, se casó en 1939, hecho prisionero por los soviéticos en 1943, regresando a las ruinas de Berlín en 1948.  Nada de esto le hace único, pero precisamente por eso, porque hay muchos como él, sus experiencias tienen un especial significado. El fue uno de los once millones de soldados del ejército alemán que estuvieron a punto de colgar la cruz gamada en el Kremlin, y fue uno de los tres millones que cayeron prisioneros de los soviéticos, y uno de los miles enrolados por sus captores soviéticos en un extraño nuevo ejército, el cual Rusia envió al oeste a luchar por una nueva causa.

                    Hans comienza su historia la glacial mañana del 17 de septiembre de 1943 en el frente de Rusia central. “cuando ellos pidieron voluntarios”, recuerda, “yo sabía que era una Himmelfahrstkommando, (misión suicida), pero el éxito significaba no sólo un ascenso sino también ocho semanas en casa y la posibilidad de postular a una asignación permanente en Berlín, lejos de Rusia. Valía la pena el riesgo”.

                                    Así, el sargento Hans Hinrichs  y otros tres voluntarios permanecieron tras la retirada de la 282 División y volaron el depósito de municiones en las narices de los rusos que avanzaban. Esperaron audazmente hasta que los rusos estuvieron casi sobre él. Pero también se volaron a sí mismos. Heridos y aturdidos, fueron capturados por los rusos. Luego de una marcha de dos semanas a pie fueron internados en un campo de prisioneros en las afueras de Karkhov.

  Ahora Hans reflexiona: *“Es curioso que la última década de mi vida esté exactamente dividida en dos por una importante acción voluntaria. Cinco años en el ejército alemán y luego cinco años en una prisión soviética divididos por sólo un día en que hice una libre elección”

      Sus primeros seis meses como prisionero, los pasó el sargento Hans Heinrich, entre el campo de prisioneros de Karkhov y el hospital. La prisión era una antigua academia de guerra rusa parcialmente destruida por las bombas y la artillería. No había ventanas ni puertas ni calefacción, ni camas, ni colchones. Sólo una millonaria población de piojos. La población de prisioneros germanos fluctuaba entre1.000 y 4.000. La cifra variaba rápidamente por cuanto el promedio de muertes diaria iba entre 100 y 300. Los prisioneros formaron grupos de trabajo para mejorar las condiciones de vida en la prisión, pero las epidemias raleaban las filas. Disentería, tifus y neumonía venían una tras otra en oleadas mortales. El sargento Hans Heinrich se contagió de las tres.

      “Los médicos y enfermeras eran buenas personas y trabajaban duro. Una Doctora donaba su propia sangre si se necesitaban transfusiones, pero no contaban con los medios necesarios para luchar contra las enfermedades. No había medicinas, ni ropa limpia ni antisépticos… la comida era al menos tolerable… comida americana enlatada, sopa de frijoles o de carne… siempre recordaré la etiqueta  “Oscar Mayer, Chicago”.

                    *Finalmente, en abril del año siguiente, mi salud se recuperó lo suficiente como para ser reclasificado como apto para el trabajo y se dispuso mi traslado a una nueva prisión.

                        El campo 362.9 era un antiguo silo de grano en la vapuleada ciudad de Stalingrado. Constaba de seis pisos para los cuales había sólo dos grifos de agua. 1.400 prisioneros fuimos instalados en los tres pisos superiores. Los pisos inferiores fueron ocupados por una Compañía Estatal de Reconstrucción, la UWSR-307, la cual estaba encargada de administrar los prisioneros.

                            Los 1.400 prisioneros éramos una rara combinación de alemanes, austriacos, polacos, rumanos y húngaros. Estos desdichados sobrevivientes dividían sus funciones de la siguiente forma: Los austriacos estaban a cargo de la cocina, Los rumanos, de los baños y la desinfección en general. Los húngaros se encargaban del lavado de la ropa, mientras que los alemanes y polacos trabajaban en el exterior en trabajos de reconstrucción bajo el mando del UWSR-307.*

                            El hambre, los padecimientos y las humillaciones, transformaron a estos antiguos aliados en histéricos enemigos (para alegría de los rusos). El más mínimo incidente daba origen a furiosas riñas.

  Hans Heinrich recuerda *“Los más furiosos eran los austríacos, porque los rusos los trataban oficialmente como alemanes, lo que ellos negaban terminantemente. Finalmente conseguirían que los rusos les reconocieran como no germanos. Los más anti-germanos eran los húngaros. Habían acuñado un grito de batalla: “Escupiremos sobre cada rostro alemán que veamos” Curiosamente, en su gran mayoría eran germano-parlantes o de origen germánico. La lucha más feroz con ellos se produjo cuando un día al volver del trabajo descubrimos que habían robado nuestras camas. Las habíamos construido nosotros mismos de cualquier material recolectado de la destruida ciudad y naturalmente eran más cómodas que las rudas tablas en que dormían ellos.

                Denunciamos inmediatamente el hecho ante el comandante del campo, el Mayor Nesterenko, el cual haciendo gala de sabiduría rusa nos dijo: “Dejen que los húngaros se queden con sus camas. Ellos son demasiado estúpidos y demasiado flojos como para construirlas por ellos mismos. Al contrario, ustedes, los alemanes en poco tiempo, serán capaces de conseguir los materiales suficientes para hacerse de nuevas camas”*

                    Sólo los rumanos solidarizaban con los alemanes. Ellos eran, como los recuerda el sargento Heinrich “Una simpática tribu de gitanos, que se robaban todo lo que estuviese al alcance de sus manos, con un increíble talento para culpar a otros de sus latrocinios, por lo que al final de cuentas resultaba imposible enojarse con ellos”

Continuará…

                                                  Saludos...

                         

ULRICH

11-12-2011

Me parece muy curioso el trato entre presos de diferente nacionalidad asi como sorprendente, la donoción de sangre voluntaria de la doctora. Su ligar de presidio es el famosísimo silo de grano, que aguantó días el embite alemán en Stalingrado.

gilfi

12-12-2011

Muy interesante y ameno el relato, que nos pone de manifiesto un aspecto poco narrado de la guerra, el cual es la cotidianidad de los campos de prisioneros...... espero la proxima entrega....

saluten

mister xixon

12-12-2011

tambien me parece muy sorprendente lo de la doctora, que no solo una vez sino que da a entender que lo hacia habitualmente,, la compasion de la gente y en este caso su juramento medico...., pero viendo lo que los rusos habian hecho durante un par de añitos, ponerse a repartir sangre como gominolas

creamos en el buen corazon de la gente. saludos

leytekursk

13-12-2011

Continúo:

                              En esta salvaje arena de lucha, hicieron su aparición, desde Moscú  con la solemnidad de las trompetas soviéticas, los encargados del Comité Nacional por una Alemania Libre. Uno de los mayores proyectos para el mundo de postguerra. Convertir alemanes en un baluarte comunista contra el oeste.

                    Entre los prisioneros, las herramientas de esta educación roja eran simples pero, en estas circunstancias, eficaces. Fue abierta una biblioteca de 250 libros políticos. Se distribuyeron en gran cantidad copias de Freies Deutschland. Se les hizo leer la Constitución Rusa y temas sobre el Capitalismo y el Imperialismo.

            Pero lo más atractivo para los prisioneros fue el hecho de que quienes se unieran al Comité podrían comer las sobras de las cocinas comunales. Así las cosas, el 80% se unieron, incluyendo al sargento Hans Hinrichs.

              Para modelar esta gran masa, en todos los campos de prisioneros los rusos recurrieron a los líderes comunistas alemanes que se encontraban en Rusia. Ellos eran Wilhelm Pieck y Walter Ulbricht, los cuales aparecían regularmente en sus limusinas Zis para informar de los avances en los centros de entrenamiento “antifascistas”. Y para su prestigio militar, los rusos usaban generales alemanes como Seydlitz, von Lensky, Lattmann, y Müller.

              Pero, al parecer, el campo 362-9 de Stalingrado, no era muy prometedor para este tipo de visitas. El más destacado visitante fue Theo Lotz, un lider comunista de segunda categoría natural de Hamburgo, pequeño, gordo, con gafas y despreciado por todos los prisioneros por su brutalidad. Un vago, aventurero de toda la vida, veterano de la Legión extranjera francesa, Lotz basaba su proselitismo en el maltrato más que en la persuasión. Si alguien murmuraba una disensión durante sus lecturas de las bellezas del comunismo, el “pequeño Goebbels” como le llamaban los prisioneros, ordenaba que se le castigara inmediatamente, y el castigo consistía en un par de días en un pequeño agujero excavado en la dura tierra en que en el que el prisionero debía permanecer de pie con una tapa de madera sobre su cabeza.

El pozo de castigo

      El evangelio soviético, con todos sus encantos y castigos, logró realmente muy pocas conversiones. De aquellos que firmaron, dice Hinrichs, categóricamente “No lo hicieron por conciencia política si no por conciencia de su vientre” Hinrichs recuerda su rol en el trabajo de conversión:

                *“Se me ordenó trabajar de noche. Ni los enfermos escapaban de los sermones, por lo que se me ordenó ir por las distintas salas del hospital cada tarde, sentarme en las camas y leer a los convalecientes, panfletos comunistas. La mayoría de ellos consumidos por la fiebre, no prestaban la más mínima atención a mis palabras, pero yo continuaba mis lecturas frente a sus inexpresivos rostros. Otros se dormían inmediatamente de iniciadas mis lecturas.

                  Noche tras noche continuó esta rutina. Y aún hoy cuando pienso en el comunismo, lo primero que se me viene a la mente son sus rostros vacíos y el desagradable olor a hospital.”

                            Pero también había, para todos los prisioneros, un mucho más serio, trabajo nocturno. Un muy especial tipo de mercado negro. Este incluía una increíble variedad de objetos: cemento, ladrillos, cal, motores, calderos, etc. En la oscuridad de sus habitaciones los prisioneros podían negociar calladamente. Hinrichs consulta a su vecino de cama: ¿Viste algo interesante hoy en tu trabajo? La respuesta puede ser, uno de los preciosos materiales de construcción. Al próximo día, en su trabajo de construcción, Hinrichs, llamará a un lado a su capataz de obras ruso y le explicará: que en determinada obra en la cual están trabajando otros compañeros prisioneros, el capataz les permitiría quedarse con algunos ladrillos por unos pocos rublos… y así, con los prisioneros como intermediarios, los cuales se ganaban una pequeña comisión, se concretaba el negocio. Los prisioneros alemanes mantenían el espíritu de la libre empresa en las barbas de los amos comunistas.

                  Los prisioneros pronto aprendieron que la venalidad no era la principal característica de sus guardianes, sino que la credulidad, la ingenuidad.

Esta era la “preciosa joya” creada para comerciar con ellos.

                      De cada batallón de trabajo compuesto por 60 hombres, unos pocos se hicieron especialmente hábiles con sus manos confeccionando anillos. Lo primero que se necesitaba era un pequeño trozo de bronce o de latón recogidos de entre las ruinas. Este trozo de metal se pulía y para darle la apariencia de un anillo que, aunque usado, lucía en buen estado. La piedra del anillo tenia que ser un rubí y para conseguir los rubíes había una sola fuente: la cubierta de las luces rojas traseras de los camiones Studebaker llegados desde América y que se encontraban por todos lados en Stalingrado. Luego de terminada la “joya” ya solo faltaba un último detalle: los numerales 585 o bien 333, las medidas alemanas para el peso del oro, estampadas en el interior del anillo.

              Durante tres años, el anillo de “oro con rubí” fue la más fina moda entre los oficiales soviéticos en Stalingrado.

Mercado negro

                          La mayoría de estos extraños negocios, tarde o temprano llegaban a oídos de los guardianes rusos, pero estos no se preocupaban mucho por suprimirlo, si no por compartir las ganancias. El sargento Heinrichs recuerda:*Los pobres diablo no estaban mucho mejor que nosotros. Tenían un sueldo de 30 rublos mensuales del cual se les descontaba al menos la tercera parte de él para alguna “actividad política o cultural” A menudo, aceptaban agradecidos alguna pieza de pan que nosotros gentilmente les “prestábamos”. En ocasiones también nos usaban en su beneficio. En días en que no trabajábamos, ellos nos arrendaban a civiles rusos que necesitaban ayuda en sus almacenes. El pago consistía en algunos paquetes de cigarrillos.”

                  Así como los prisioneros fueron conociendo cada vez más el tosco modo de vida soviético, fueron desarrollando un acido y arrogante sentido del humor hacia ellos. Por ese tiempo, Stalin y Roosevelt se reunieron en Yalta. Los prisioneros bromeaban sobre una imaginaria conversación entre estos dos grandes líderes en relación a la vida en sus respectivos países. La cosa era más o menos así:

Stalin: Cuanto gana un trabajador en América

Roosevelt: Unos 350 dólares al mes

Stalin: y cuanto necesita para pagar la renta, los alimentos y la ropa

Roosevelt: Unos 200 dólares

Stalin: y que hace con los 150 dólares restantes

Roosevelt: Eso no es asunto mío… el puede hacer lo que quiera.

   

La conversación cambia y ahora Roosevelt pregunta:

Roosevelt: Y cuanto gana un trabajador ruso

Stalin: Unos 800 rublos al mes

Roosevelt: y cuanto necesita para sus necesidades básicas

Stalin: Unos mil rublos

Roosevelt: Pero entonces, él necesita 200 rublos más al mes… que hace él entonces

Stalin: Eso no es asunto mío… el puede hacer lo que quiera.

                                            Los prisioneros vieron muchas muestras de este amargo humor. Heinrichs recuerda con particular claridad una mujer rusa que conoció en el almacén de ladrillos en que trabajaba:

                                *“Había 800 de nosotros trabajando junto a civiles rusos. Esta mujer trabajaba duramente golpeando los bloques de ladrillos  con su martillo de 25 libras con gran voluntad e increíble fuerza. Estaba enferma. Arrastraba un pie en el que tenía unas horribles llagas. Sus manos eran como cuero curtido. Su marido había muerto en la guerra y no contaba con ningun tipo de pension que le ayudara a mantener a sus dos hijos. Trabajaba 48 horas a la semana y recibía como paga 250 rublos al mes. Un día en que le ayudé a llevar alguna leña a su hogar, pude ver su “casa”. Era un hoyo en el suelo de unos 6 pies de profundidad y unos 12 pies cuadrados. El piso eran simplemente piedras presionadas contra el fondo del agujero. Las murallas, de piedra y arcilla se alzaban solo 3 pies sobre el terreno. Las ventanas eran agujeros rellenados con trozos de vidrios unidos con arcilla… Ella estaba muy amargada y cuando ya logramos algún grado de confianza, me confidenció: “Vea, me dijo, si yo gasto todo lo que gano al mes sólo en comida, solo tendría algo más de dos kilos de pan al día para mí y mis hijos.”

                      Al igual que otros miles de trabajadores de Stalingrado, ella era de Ucrania y habia sido reclutada forzosamente para trabajar aquí. Todos estos trabajadores forzados eran rigurosamente controlados. Ellos nunca obtenían pases, no podían salir de la ciudad y no podían volver a sus hogares en las estepas. Ellos eran tan prisioneros como nosotros.

    Muy particulares entre estos trabajadores eran las chicas  estucadoras, que eran administradas por la misma empresa de construcción que utilizaba a los alemanes. Ellas fueron instaladas en una gran sala en el sexto piso del silo de granos. Pronto este sector se transformaría en el burdel de la prisión. Por la noche, los guardias, oficiales y civiles, repletaban la capacidad de esta sala para orgías, que pasaron a ser tan comunes y habituales que los prisioneros se aburrieron de mirar desde las ventanas opuestas.

                          Heinrich reflexiona: “Que se podía esperar… sólo eran trabajadores conscriptos, desde Ucrania y otras partes de Rusia. Eran jóvenes, 20 años en promedio. Odiaban las ruinas de Stalingrado, la comida podrida y los salarios miserables. Naturalmente, luego de estas noches de juerga no estaban en muy buenas condiciones para el trabajo, pero nadie les molestaba si sólo asistían para holgazanear. Solo dos de ellas fueron castigados por negarse a ir a trabajar.

Orgías

                También estaba entre los trabajadores forzados, caídos en desgracia,  el “recordista” nombre que daban los soviéticos a quienes rompían records en su trabajo. Este, al cual Hinrichs conoció bien, era un operador de torno. Un fervoroso y duro trabajador cercano a los 50 años que había estado rompiendo records de producción por seis años en la misma factoría.  Al conversar con él, Hinrichs pudo constatar con gran sorpresa, que este hombre odiaba su trabajo y al sistema que lo regía.

                Cuenta Hinrichs: “Le pregunté por qué trabajaba tan duro y el me contó que como un trabajador normal sólo recibía 350 rublos de paga lo cual no le alcanzaba para mantener a su familia. Al romper records de producción, su sueldo subía a 1.000 rublos. Pero también me contó que lo peor de todo era la atmósfera que les asfixiaba a todos en la factoría. Todos odiaban y temían al trabajador que sobrepasase la cuota asignada porque significada que esa cuota podría ser eventualmente, alcanzada por todos los demás trabajadores. Así la mayoría de los trabajadores trataba de retrasar a los más rápidos. Cada uno en su maquina vivía en permanente temor de la máquina del lado. Como puede ver, este es un caso de “El hombre es el lobo del hombre”.

Continuará…

leytekursk

16-12-2011

                        El lugar de reunión común en Stalingrado era el Bazar. Un mercado diario al aire libre. Aquí Hinrichs y otros prisioneros de guerra iban “por negocios” , a mirar las chicas estucadoras trabajando horas extras, a conversar con los amigos del mercado negro y a escuchar las amargas quejas del “recordista”. Aquí se agolpaban los campesinos de las estepas con sus escobas de mijo (20 rublos cada una) y con sus bolsos de esterilla. Aquí abundaban los pordioseros (en su mayoría gente mayor) implorando una moneda o un cigarrillo. Por todas partes se oían los lastimeros pero insistentes “davai davai” (dame, dame), (palabra que pronto se haría familiar para millones de personas en Berlín cuando los rusos solicitaran desde un reloj a una mujer).

                  En el bazar se podía vender y comprar casi de todo. Cajas de alfileres, trozos de cuerda, clavos mohosos, sillas, teléfonos rotos. Este era el lugar en que los prisioneros de guerra hacían  sus transacciones generalmente como intermediarios. El peligroso enemigo invasor de Rusia, era ahora usado astutamente por sus captores, para hacer del paraíso de los trabajadores algo más soportable. Los guardianes rusos que robaban bienes para venderlos, se cuidaban de no aparecer por el mercado. Preferían compartir sus ganancias con los prisioneros… ¿Cuatro bombillas eléctricas?  El guardia quería 5 rublos por cada una. Heinrich las vendió en 10 rublos cada una. La riqueza se repartía en partes iguales.

                    El 9 de mayo de 1945, los prisioneros fueron despertados a las 06:00 A.M., una hora antes de lo habitual. Diez minutos más tarde, estaban alineados afuera para una ceremonia muy especial. La memoria de Heinrich sobre el gran día de la llegada de la paz, es extrañamente nubosa. “*El comandante del campo, el Mayor Nesterenko (un oficial realmente honrado y decente) apareció con su mejor uniforme para darnos un discurso. El nos dijo que los ejércitos fascistas, habían tenido el fin que merecían. Nos entregó un largo y solemne discurso, que muy pocos de nosotros escuchábamos realmente. Después de las primeras sentencias, ya sabíamos que la guerra había terminado. Todo lo demás no tenía importancia.

Comenzamos a contar los días . Nos habían dicho que tres meses después de finalizada la guerra, volveríamos a casa.

                          Pensábamos en cómo lucirían nuestras ciudades de origen, cómo las encontraríamos cuando volviéramos… luego fueron tres meses a contar de la conferencia de Postdam, luego tres meses a partir de la firma de los tratados de paz…Pocos de nosotros nos imaginábamos que serían tres largos años más.”*

                              En el extraño mundo en el cual vivían y morían,  las mentes de los hombres comienzan a formar extraños enlaces con la realidad concreta. A Hinrichs por ejemplo, el hecho de pensar en el comunismo le lleva a los olores de un hospital, así también, la llegada de la paz quedó para siempre asociada en su memoria con el sonido de los acordeones.

                Luego de que la lucha finalizara, los prisioneros comenzaron a recibir una pequeña cantidad de rublos cada mes. A sugerencia de Hinrichs, se creó un fondo común destinado a comprar instrumentos musicales para formar una banda de música en el campo. La compra de estos instrumentos se hizo como se compraba todo en Stalingrado: en el bazar.

                        Hinrichs nos cuenta una transacción: “Dos de nosotros fuimos al bazar, acompañados por el mismísimo oficial político del campamento. No comprendíamos por qué el oficial se molestaba en acompañarnos en nuestra adquisición. Habíamos elegido un acordeón de 10.000 rublos (de origen alemán) El oficial hizo la transacción por nosotros. Consiguió que se lo rebajaran a 8.000 rublos. Entonces comprendimos por qué había insistido en acompañarnos. Nos dijo: “Aquí tienen 500 rublos para ustedes. Yo me quedaré con el resto y ustedes mantendrán la boca cerrada”.

                    Así nació nuestra banda. Bajo el gentil patrocinio, por supuesto, del Comité Nacional por Alemania Libre. Cada miércoles y sábado por la noche, el viejo almacén de granos se llenaba con los suaves ecos de agradables valses, y el sexto piso temblaba bajo los pies de cientos de prisioneros bailarines. En todas estas festivas ocasiones, naturalmente, el Himno del Partido Comunista debía ser cantado en alemán y en ruso, pero no “La Internacional” que en aquellos días estaba discretamente prohibida.

                      La música suavizaba los días y la espera pero sólo levemente y el tiempo se alargaba penosamente y sin ninguna esperanza clara de volver a casa. Sólo los prisioneros gravemente enfermos eran afortunados, ellos eran enviados a casa. Viendo y envidiando lo anterior, algunos trataron de disminuir sus fuerzas. Vendían o regalaban su comida y comían grandes cantidades de sal para ser diagnosticados con Avitaminosis y lograr ser clasificados como no aptos para el trabajo.

                  Mientras tanto, la educación comunista de los prisioneros continuaba sin respiro. Las aburridas lecturas, los voluminosos y pesados panfletos sobre el Leninismo. También se iniciaron los interrogatorios para chequear los progresos logrados en los “estudios”  El Teniente Markin conducía estos interrogatorios en una gran sala desocupada a propósito para ello en el almacén de grano. Todo el mobiliario consistía en una pequeña mesa y tres sillas: Una para Markin, otra para el prisionero y la tercera para el intérprete.

              Hinrichs recuerda:

  Pregunta: “Quíenes fueron los más grandes capitalistas alemanes?”

  Respuesta: Goering, Krupp, Stinnes

  Pregunta: ¿Qué sentimientos tiene con respecto a la historia rusa?

  Respuesta: Es muy emocionante e interesante porque por sobre todo se muestra el auge    de los trabajadores por la senda del Marxismo-Leninismo 

                      El oficial político Markin, le parecía a Hinrichs, todo un personaje. Corpulento y de rudo aspecto al cual los prisioneros apodaban “el zorro”, por su oficio claro está, no por su aspecto. Markin dedicaba gran parte de su tiempo a buscar fondos para financiar su insaciable sed de Vodka. Según la rutina del campo, cada vez que un prisionero era castigado, debía, primero, entregar todo su dinero al sediento teniente. Hinrichs vio muchas veces a Markin, tarde en la noche, recorriendo en piso superior del depósito, muy ebrio, y buscando algún prisionero del cual obtener algunos rublos en calidad de préstamo. Curiosamente, una vez sobrio, era escrupulosamente responsable en pagar esta deuda. 

                      En una ocasión, el teniente Markin ordenó a Hinrichs le llevara a su casa unos atados de leña. Era una buena ocasión para ver cómo vivía el oficial con su mujer y dos hijos.  En un edificio de dos pisos destinado a oficiales, su apartamento consistía en una habitación de unos 9 por 12 pies y una cocina de la mitad de ese tamaño. “Había mugre por todas partes” recuerda Hinrichs, “coles, carbón, y pescado seco, todo junto metido bajo el hornillo, unos colchones de paja, un baúl de madera barata. El único lujo consistía en un aparato de radio, armado por los prisioneros y que Markin había confiscado. Sólo había una toma de agua afuera del edificio para todos los apartamentos. Afuera también estaba la única letrina, sobre un hoyo en el suelo, la cual se cambiaba de lugar cuando el hoyo se llenaba. Sobre el cielo de la habitación de Markin, brillaba una única bombilla eléctrica permanentemente encendida. El suministro eléctrico era gratis en Stalingrado por lo que nadie se molestaba en apagar la luz. Ahora entendía porqué Markin prefería muchas noches dormir en el suelo de su oficina en el campo de prisioneros. Me di cuenta también y casi simpatizando con Markin, que tu tenías que ser mucho más importante que un teniente para tener derecho a ocupar un apartamento en los edificios que estábamos reconstruyendo los prisioneros.”

                    Así pasaron los años de paz, 1945. 1946,1947. *“Construyendo muros y robando ladrillos. Construimos buenos edificios para el UWSR-307 y sostuvimos un muy rentable mercado negro para nuestros guardianes rusos. Ocasionalmente teníamos encuentros con las chicas estucadoras ucranianas, a pesar del horrible hedor que emitían y el riesgo de castigo si éramos sorprendidos con ellas. Cuando regresábamos agotados al campo, cantábamos ingenuas canciones de amor en recuerdo de nuestra lejana patria, y envidiábamos a los enfermos que para ella partían. (Aunque no fueron más de unos 300 los repatriados por enfermedad).

                              La actitud de los rusos cambió hacia nosotros a partir de fines de 1946. Aparentemente decidieron que la “reconstrucción moral” había fracasado y que habían sido demasiado amables. Introdujeron entonces lo que ellos llamaban el “régimen Natshalnik” que se materializó en más guardias, disciplina más dura, no más bailes en el sexto piso,  y el sistema de que “todo hombre espía a todo hombre”.*

  Nuevos rostros viejas historias.

                          Ocasionalmente nuevos rostros reemplazaban a los más viejos o enfermos,  entre las filas de los prisioneros. Algunos recientemente capturados y otros trasladados desde distintos campos a través de la Unión Soviética. “Todas sus historias eran similares a las nuestras, solo cambiaba el escenario. Menos devastado que Stalingrado generalmente, pero la vida en Rusia parecía ser la misma en todos lados.”

                          El camino de regreso para Hinrichs se inició con un giro tan repentino, que al principio, ni siquiera lo notó. Fue en la primera semana de agosto, en que el teniente Markin le citó perentoriamente a su oficina. La entrevista fue extraña y nebulosa hasta que Markin, en voz baja, le consultó:

  “¿Es usted originario del sector soviético de Berlín?

Sí, Treptow (una verdad a medias. El era de Treptow, una esquina del sector americano)

            “Su nombre,  fecha de nacimiento, estado civil… las mismas preguntas de siempre llegaron en monótona sucesión, hasta que repentinamente Markin disparó:

    “¡Usted sabe que su unidad cometió grandes atrocidades durante la guerra contra los soviéticos!

                  “No, jamás mientras yo estuve en ella”.

  “Lo sabemos perfectamente por otro prisionero de su división. Admítalo y terminemos con esto”

      Hinrichs se mantuvo firme… sospechaba que se trataban de un nuevo test. “No es verdad, y ustedes lo saben. Llevo aquí cinco años… no hubieran esperado hasta hoy”.

  Markin lo miró con satisfacción y cambió de tema súbitamente:

“¿Cuál era su oficio?”

“Conductor de un camión.”

“¿Desea volver a conducir cuando vuelva?”

  “Por supuesto”

“Y si tuvieras que trabajar en otra cosa?”

    “Haría cualquier cosa para la mantención de mi familia”

    Y nada más ocurrió hasta la tarde del 12 de agosto. Eran las 5 de la tarde, cuando caminada cansado y sudoroso hacia la caseta de vigilancia del acceso al campo *“Y entonces lo vi…a nuestro lider de batallón. Un pequeño y gordo dentista que hablaba perfectamente el ruso. “ven acá de una vez” me gritó. Corrí hacia él sin saber de qué se trataba. “Tu vivías en Berlín ¿verdad?... me preguntó, yo asentí vagamente… “bien” me respondió… “Entonces volvemos juntos a casa”… “nos vamos esta noche”.

                No pude responder nada ni pedir explicaciones. Me arrojé en mi camastro y mirando el cielo dejé que mis lágrimas rodaran libremente por mis mejillas.”

Prisioneros alemanes trabajando en Stalingrado en 1947

Continuará

leytekursk

17-12-2011

Hans se convierte en policía

                  Esa tarde Hans Hinrich dejó de ser un prisionero de guerra y se transformó en un soldado del Comunismo Internacional. Con sus últimos rublos, compró diez paquetes de cigarrillos. Llenó sus bolsillos con papel escrito con las partituras de sus canciones rusas favoritas e intercambió algunas últimas e histéricas bromas obscenas, con sus compañeros prisioneros.

                Un camión del Ejército Rojo le recogió, abarrotado con prisioneros de otros siete campos en el área. Suavemente rodó por las oscuras calles de Stalingrado hasta llegar a una débilmente iluminada choza atrás de la estación ferroviaria. Eran las 22:30. En el interior de la choza, cuatro oficiales de la policía política dieron a Hinrichs y sus camaradas un breve examen de unos quince minutos. La pregunta Standard era: “Cómo puede construirse una Alemania democrática?” Y la respuesta Standard (confiado y sin dudas): “Para construir una nueva Alemania democrática, debemos socializar todos los medios de producción, como en la Unión Soviética, llevar a cabo reformas en el trabajo de la tierra y actuar siempre pensando en la unidad de Alemania contra sus enemigos del Oeste”

“Serr Gutt… Serr Gutt… Firmen esta solicitud de  contrato para trabajar por la Policía del Pueblo de la Nueva Alemania Democrática. Hinrichs, se inclinó sobre el papel y firmó su petición al Teniente Coronel Petikoff, comandante político del área de Stalingrado.

                    *  “Rogué humildemente al Teniente Coronel Petikoff que aprobara mi solicitud para entrar en las filas de la Policía del Pueblo Alemana. Hice esta solicitud porque había llegado a la conclusión que si Alemania se mantenía en orden, y vivía en paz, necesitaría una nueva policía democrática. Estaba listo a dar todo mi esfuerzo  en la nueva Policía del Pueblo, para ayudar a crear una Alemania unida y en paz.”

                                300 hombres tenían los mismos motivos que Hans esa noche. Por las cuatro semanas siguientes tuvieron barracas limpias, buena comida, entrenamiento físico y cuatro horas diarias de adoctrinamiento político. Pero no se iniciaba viaje alguno. El retraso no era parte de un plan. La maquinaria oficial soviética había atascado sus engranajes y los oficiales políticos de Stalingrado maldecían a sus superiores en Moscú. Los antecedentes de los prisioneros debían ser visados en Moscú. Los vagones de ferrocarril que debían transportarlos tampoco llegaban y cuando por fin llegaron, los papeles de los prisioneros se extraviaron en Moscú.

                          Luego de unos días, todo se solucionó. Quedaba una última cuestión. Los tatuajes. La policía política soviética, no sólo adoctrinaba y despiojaba a los prisioneros. También revisaba meticulosamente sus cuerpos. Tres hombres fueron finalmente excluidos del grupo. Dos tenían cicatrices de algún tipo de secreción glandular y el tercero era un herrero que se había quemado un brazo con un hierro caliente. La Policía Política rechazaba a cualquiera que tuviese cicatrices sospechosas de ser tatuajes de las S.S. que se hubieran intentado borrar con quemaduras. Los rusos no aceptarían ni remotamente a alguien sospechoso de ser de las S.S. para labores de policía.

Examen final

                          El esperado viaje comenzó por fin el 19 de septiembre. Por nueve días los vagones de carga tronaron por las estepas rusas, deteniéndose cada cuatro o cinco horas para permitir a los aburridos pasajeros, “fertilizar la tierra”, como graciosamente, nos ordenaba uno de los guardias. En cada estación importante, los oradores comunistas cambiaban de vagón. Cada uno de ellos tenía un tema especializado, por lo que durante todo el viaje fuimos acompañados por sus vigorosas voces. Durante el viaje se fueron sumando vagones al convoy. En Orel, 300 prisioneros más. En  Saratov 400 y en Minsk,

Otros 300. Al Llegar a Brest Litovsk  nuevos vagones con 800 prisioneros más provenientes de Moscú se sumaron.

Lecturas durante el viaje

La muerte de un dulce sueño

                  A principios de octubre llegaron a Frankfurt del Oder. El lugar de reunión de los prisioneros llegados desde Rusia. Aunque el tren llegó en medio de la noche, ellos fueron rápidamente y militarmente despertados. Primero vino la etapa de quitarles los piojos, luego, ropa interior nueva y comida caliente, y luego un nuevo examen de los oficiales políticos más intenso que los previos y luego la asignación de tareas:

                    “Tu mujer está en el sector oeste de Berlín pero tu no puedes ir allí. En primer lugar, la Policía Militar americana arresta inmediatamente a todo Policía del Pueblo que encuentra. En segundo lugar, existe una gran hambruna allí y ustedes lo saben. Estarás dos semanas en Berlín y luego irás a Turingia, donde hay comida para todos.”  Y luego un político civil “No creo que haya que preocuparse respecto de su educación política, ustedes han visto por sus propios ojos lo que una república de trabajadores significa. Llenen este documento y frmen al final de la hoja.”

                Hinrichs firmó, y un primer estremecimiento sacudió su conciencia. Esta era Alemania, hasta no hace mucho, el dulce y distante sueño del hogar. Alemania era ahora,  la fuerza de Policía Soviética, la república de los trabajadores, la firma en una cartilla como miembro del Partido Comunista, las frías órdenes de un teniente destinándolo a Turingia…

                  La mañana siguiente, Hinrichs y sus camaradas fueron agrupados en un tren con destino a Fürstenwalde, el gran campo de reunión en la zona soviética. El viaje fue largo y lento, mejorando hacia el anochecer, y lo primero extraño que notaron fue no ver vías férreas aparte de la principal. ¿Qué pasó a los ferrocarriles en este paraíso alemán de los trabajadores?

  Recuerda Hinrichs:“Eso fue lo que más impactó, aún a los más convencidos comunistas. Muchos se encogieron de hombros cuando uno de nosotros apuntó haber visto montones de locomotoras y vagones de origen germano en nuestro camino desde Rusia, abandonadas y oxidándose como hierro viejo, porque nadie sabía que hacer con ellas.”

                  La primera noche en el campo de Fürstenwalde quedó grabada a fuego en la memoria de Hinrichs. Alrededor de las 22 horas, los hombres bajaron del tren. Grandes focos iluminaban el terreno, dando un efecto escalofriante a los bosques circundantes. Banderas rojas colgaban por todos lados. Una banda rompió con los sones de “Bruder zur Sonne”, sus ultimas notas se perdían a través de los oscuros árboles. Hubo un formal discurso de bienvenida de alguien que representaba al Ministerio del Interior. Entonces, la primera mujer alemana que los hombres habían visto: una fornida y rubia mujer policía  que leyó un desconocido y sentimental poema cuyo asunto era que aunque las mujeres e hijos estuvieran esperando, aun quedaba mucho trabajo por hacer para reconstruir una verdadera democracia popular. Los altoparlantes difundían vigorosamente las rimas por sobre los árboles.

                          Al final, vino un discurso por parte de un joven y acicalado policía militar. “Los trabajadores de Alemania, el gritaba, estamos orgullosos de poner nuestra seguridad en vuestras manos. Ustedes han sido entrenados en la Unión Soviética y serán un poderoso brazo para proteger nuestros tornos y nuestros motores, solo con ustedes, estaremos protegidos los trabajadores de nuestros mortales enemigos… ¿Están ustedes listos para asumir la lucha por una Alemania libre?... ¿Están ustedes dispuestos a entregar su completo ser por la causa de los trabajadores y por la unidad de los Partidos Socialistas?... ¿Están dispuestos a luchar, si fuera necesario, con las armas en sus manos?

                            Gritos de “Jawohl” llenaron la noche, pero muchos permanecieron aturdidos y silentes. Heinrich recuerda: “Podría haber cerrado los ojos y haber sentido que estaba en una noche de Berlín de hace 10 años atrás. Llevaba en Alemania sólo tres días y ya estaba listo para una nueva guerra.”

Hans elige la libertad

                        El sábado 8 de octubre, Heinrichs salió para Berlín para comenzar sus dos semanas previas a Turingia. El tren saló muy temprano por lo que aún estaba oscuro cuando llegó a los arrabales de la ciudad. Había cambiado su uniforme de policía por un traje civil durante el viaje. Ya estaba caminando por las ruinosas calles de Berlín. Hinrichs caminó lentamente hacia Treptow que estaba en el sector americano, pero su viejo apartamento estaba a sólo cinco puertas de la línea que delimitaba el sector ruso.

“Cuando vi lo que quedaba del viejo edificio, por un momento creí estar de nuevo en Stalingrado.”

              Escaló volando las escaleras y golpeó tres veces a la puerta. En el interior, Ursel, su mujer, una pálida y frágil mujercita, estaba levantando a Joachim de la cama. Ursel abrió la puerta y Joachim vino lloriqueando. Entonces Hinrichs vio por primera vez a su hijo de 7 años.  Pasaron el día y parte de la noche alrededor de la débil mesa en el centro de la habitación. No había manera de cocinar una comida. El gas en Berlín estaba cortado. Joaquim y su padre trabajaron duro dibujando un “Ami-Flitzers” (Jeep americano). Hans dibujó trenes, largos trenes con gran cantidad de vagones que se extendían por hojas y hojas de papel. Joachim no cabía en sí de alegría. Ursel fruncía el ceño sobriamente y Hans les contaba de su cicatriz en el ojo. Pero era difícil dibujar con la vacilante luz de la vela y en un extraño recuerdo, Heinrich pensó: No es como Stalingrado, aquí no hay una bombilla siempre encendida como en la habitación de teniente Markin.

En casa

                  Pasé varias noches escuchando la historia completa de Hinrichs. Esta última noche, y largo rato después de que las luces de Berlín se habían apagado, estábamos nuevamente sentados a la mesa bajo la luz vacilante de la vela. Hinrichs había tomado una importante decisión. La decisión de no presentarse a su puesto en la policía soviética en Turingia. No se estaba escondiendo, aún vivía muy cerca del sector soviético y ni siquiera tenía un trabajo.

    “¡Por qué decidí no volver atrás?... Hay muchas razones por supuesto. Pero quizá la más importante fue que nadie aquí, ni siquiera Ursel, me presionaron para quedarme, ni siquiera estaba sorprendida cuando le conté que había firmado para pertenecer a la policía soviética, no se sorprendió cuando le dije que no estaba orgulloso haberlo hecho. Ella simplemente dijo “Eso es algo que debes decidir por ti mismo”. Los primeros diez días que estuve aquí hablé con docenas de personas; viejos amigos, el sastre, el carnicero, el cura de la parroquia. Ninguno de ellos trató de animarme.  A lo más decían “es algo muy difícil de decidir” y por supuesto lo era.”

                        La habitación estaba fría. Un trozo de yeso cayó desde la esquina de una vieja pared. En la habitación contigua, Joachim se dio vueltas en la cama en medio de un sueño inquieto. Me quedaba sólo una última pregunta que hacerle a Hinrichs. Pero trataba de pensar en qué realmente pensaba yo acerca de Hinrichs.

                    Evidentemente no era un héroe, ni una gran figura trágica, ni siquiera un hombre extraordinariamente sensitivo. Era un hombre común y corriente, de un talento modesto, una educación y una inteligencia limitadas. Pero era un hombre objetiva y literalmente honesto y franco. Hablaba del pueblo ruso sin rencores. Pero nunca un indicio en sus palabras y mucho menos preocupación, por lo que él y sus camaradas habían hecho allí en tiempos de victoria. No había arrepentimiento en él. Allí había sólo fatiga, vagas excusas y algún tipo de lánguida melancolía, pero ¿esto era todo?

              Le pregunté finalmente: “Berlín, le recuerda a Stalingrado”

          Luego de una larga pausa, respondió: “Sí, pero quizá no de la manera que usted piensa, por supuesto, las ruinas son iguales en todos lados. Esa es la razón por la que me he sorprendido durante mis primeros paseos con Ursel por la ciudad. Las ruinas son ruinas. Pero hay algo distinto. Los rusos nos enseñaron durante nuestro cautiverio, que las ruinas de Stalingrado significaban el fin del fascismo. Yo no sé si eso es así o no, yo no entiendo en detalle,  por qué el fascismo es malvado. Yo sólo sé lo que todo el mundo dice. Que era malo.

          *Bueno, es la misma cosa hoy. Yo no podría decirles por qué el comunismo es malvado. Yo sólo sé que lo es. He visto la maldad por mis propios ojos, y Berlín es hoy el campo de batalla ¿no es así?...quizá esto pueda ser otro Stalingrado por causa de algo diabólico. No es lo que yo pienso, se lo escuché a alguien que no recuerdo, pero creo que es así.”

El artículo original:

http://books.google.cl/books?id=iUoEAAAAMBAJ&pg=PA76&dq=hans+comes+home&hl=es&sa=X&ei=vw_tTtL3Ko3AtgfegOHSCg&ved=0CC4Q6AEwAA#v=onepage&q=hans%20comes%20home&f=false

Sobre el autor:

http://findingaids.princeton.edu/getEad?eadid=MC073&kw=

                                                      Saludos…

Topp

21-12-2011

Impresionante

¿Cuantas pequeñas historias de personajes anónimos quedarán desconocidas para el resto del mundo? Hans Hinrich tuvo suerte, mucha suerte.

Saludos.

Doctor Oskar

21-12-2011

Muy buen relato....!

Ese constante adoctrinamiento comunista,el mercado negro....me recordaron mis años en Cuba.

josmar

21-12-2011

Un relato que te deja sumido en un mar de confusiones y el corazón encogido....

leytekursk

25-12-2011

A Hans Hinrichs le cae muy bien aquello de "Para ser un héroe basta un instante, pero ser un hombre toma toda la vida"

                                                Saludos...

                                         

mister xixon

25-12-2011

Es que Leyte, marcarte unos objetivos y un saber estar como hombre y persona en el largo de los años, yo creo que es harto dificil, con lo que conlleva una disciplina que nos debemos marcar para al final de nuestros dias estar satisfechos con la vida que hemos llevado

saludos

TITUS20050

26-12-2011

Interesante y conmovedor relato de un ser que paso por todas las penurias inimaginables y finalmemte llego a casa y luego de ver lo que le esperaba en Berlin dio el paso mas peligroso y trascendental pasar al sector americano para vivir libre, muy bueno y muy humano.

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