17-11-2014
**Quisiera compartir con ustedes algunos extractos del prologo que Francesc Vilanova i Vila-Abadal (profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y director del Arxiu Històric de la Fundació Carles Pi i Sunyer) escribió para el libro "Las últimas cartas de Stalingrado" de Antony Beevor,en donde se reproducen dichas cartas.
En 1954,se publicó en Alemania Letze Briefe auf Stalingrad (Las últimas cartas de Stalingrado),un libro que recogía los fragmentos de 39 cartas escritas y remitidas por militares alemanes en los últimos días de la batalla por Stalingrado.Según el editor del libro,por orden directa del Cuartel General del Führer, confiscaron los últimas siete sacas que pudieron ser transportados desde el cerco; los contenidos fueron estudiados y censurados, y las cartas nunca llegaron a sus destinatarios.
Años después, los documentos reaparecieron en los archivos militares de Potsdam, de donde fueron recuperados para su publicación.Era un material histórico y literario impactante, vinculado a una de las batallas más sangrientas y trascendentales de la guerra en el teatro europeo.Tenía todos los ingredientes para conmover a los lectores
alemanes: un cerco infernal, un aislamiento absoluto en medio del frío, del hambre, de la guerra; la suerte ineludible ante el avance del enemigo; las horas contadas a la espera de una muerte segura.La historia que rodeaba a los documentos era casi increíble; las imágenes evocadas producían escalofríos; el recuerdo de Stalingrado, aunque silenciado en muchos lugares y ocasiones,continuaba lacerando a la sociedad alemana de posguerra. ¿Quién no tenía un amigo, un familiar, un conocido, que quedó allí, en la estepa rusa, ante la ciudad en ruinas? Sin embargo, no eran las últimas cartas de Stalingrado; era algo diferente: eran las cartas que quizá habrían podido escribir los soldados encerrados en la bolsa de Stalingrado, pero que no lo hicieron. No era exactamente una falsificación, pero tampoco eran documentos auténticos.Al parecer, los fragmentos de cartas habían sido escritos por un corresponsal de guerra alemán, Heinz Schroeter (o Schröter), destacado en la zona, que conocía bien las actitudes, pensamientos y sentimientos de las tropas de su país.Partiendo de la observación y de las notas tomadas sobre el terreno—y, quizá, conociendo materiales documentales originales, es decir, cartas auténticas de los soldados—,habría confeccionado el libro, que circuló durante un tiempo con el sello de autenticidad y certeza. Fue traducido a diferentes idiomas y gozó de una recepción notable.Durante los años 70 y 80, "Las últimas cartas de Stalingrado" se leyeron en un programa de radio estadounidense durante tres semanas antes de la Navidad, con música de fondo del villancico "El tamborilero". Su impacto emocional en la audiencia fue profundo.Incluso se hizo una versión teatral, a cargo de Matthew Mills, y una cantata compuesta por Elias Tanenbaum.
Por su parte, Antony Beevor, identificaba a Heinz Schröter como «un oficial joven antes adscrito a la compañía de propaganda del VI ejército para escribir un relato épico de la batalla»,que habría copiado fragmentos de la correspondencia que el capitán conde Von Zedwitz retenía para censurarla.En otros términos, el documento en sí era un engaño, pero no el contenido. Éste reflejaría con fidelidad lo que pensaban y escribían los soldados alemanes en sus cartas auténticas, muchas de las cuales se pudieron recuperar de archivos públicos y privados.De hecho, estamos ante algo no auténtico pero creíble. Las explicaciones acerca del destino de las cartas, el uso que hizo el Estado Mayor de sus contenidos para conocer el estado de ánimo y opinión de las tropas encerradas en Stalingrado, etc., le dan una verosimilitud que permite leer los textos desde una nueva perspectiva: quizá no son auténticos, pero reflejan con gran exactitud lo que ocurrió. Quedan impugnados como fuente documental para el historiador; sin embargo, tienen un valor de «recreación» de testimonios ciertos. Y si los contextualizamos correctamente, podemos llegar a leer Las últimas cartas de Stalingrado como si de un texto auténtico se tratase.
Fuente: biblioteca.mygeocom.com/?wpfb_dl=29171