Memorias de un kazajo explorador en el ejercito rojo

leytekursk

21-08-2010

                      He leído recientemente el libro “the Silent Steppe” del autor Mukhamet Shayakhmetov,

El autor, nos narra en forma de memorias,  el fin del modo de vida nómada de los pueblos kazajos durante la época de Stalin.

                Los kazajos, fueron colectivizados y obligados a dejar sus peregrinajes por la estepa con sus rebaños para ser encerrados en granjas colectivas y obligados a cultivar grano. Lo anterior trajo como consecuencia la muerte de más de un millón de ellos, principalmente de hambre.  Es decir, la muerte de una cultura.

                    El autor, uno de los últimos nómadas, vivió todo este proceso y lo relata con maestría en este interesantísimo libro.

                      Pero además, el autor fue llamado a las armas al ser invadida la Unión Soviética y fue asignado a una unidad de exploradores,  en el regimiento 656 de la 116 división de rifles. El autor describe con especial detalle su paso por el ejercito rojo y gracias a eso podemos tener un testimonio de primera mano acerca de como operaban estas unidades de exploradores soviéticos.

Considero muy interesantes estos testimonios por lo que he traducido algunos de ellos.

             

“A pesar de que nuestra división se encontraba descansando, el pelotón de reconocimiento recibió la siguiente orden: “Cruzar las líneas de defensa enemigas esta noche y arrojar granadas de mano en los refugios en las cuales los soldados enemigos duermen”

                  Esta era mi primera misión de combate y a juzgar por las opiniones de mis camaradas más experimentados, era una de las más difíciles y peligrosas. Hubo largas discusiones y argumentaciones mientras diseñábamos el plan de ataque. Lo más complicado no era arrojar las granadas al enemigo, sino volver a salvo a nuestras líneas.

                  El plan de acción fue el siguiente: A un grupo de doce hombres se le dio la tarea de destruir los refugios en que dormía el enemigo con granadas. Este grupo llevaría una cobertura de cinco soldados. Otros cinco hombres aseguraría un pasaje seguro a través de las líneas enemigas para el primer grupo y un tercer grupo de cinco hombres se encargarían de asegurar la retirada.

                        Cubiertos por la oscuridad, los primeros en tomar ubicación fueron los encargados de cubrir nuestra retirada. Ellos también deberían atraer el fuego enemigo sobre sí mismos en caso de problemas para el grupo principal.

                              Cuando nos acercamos a las trincheras enemigas,  entraron en acción los cinco hombres encargados de limpiar el camino al grupo principal. Pronto, la señal fue dada “ruta despejada”. Nuestros camaradas habían eliminado a los centinelas en las líneas avanzadas de las trincheras. Entonces avanzamos nosotros y, arrastrándonos en la oscuridad, alcanzamos las trincheras sin ser detectados. Todo parecía ir demasiado bien y sentí que mi servicio en una unidad de reconocimiento era algo bastante sencillo.

Mentiría si digo que no estaba asustado, más bien nervioso, pero ante la tranquilidad con que se tomaban las cosas mis camaradas más veteranos, procuraba ocultar mi ansiedad.

              Fue sólo cuando alcanzamos los refugios enemigos y junto a Ivanov nos disponíamos a lanzar las granadas, que entré en pánico. Después de todo, había personas allí, fascistas, pero personas y yo iba a matarlos.

                  A una señal preestablecida, cada hombre se ubicó frente a los refugios asignados y luego, a otra señal, todos lanzamos nuestras granadas al mismo tiempo. Ivanov y yo lanzamos las granadas por la puerta del refugio e inmediatamente iniciamos la fuga. Tan pronto como las granadas comenzaron a explotar adentro,  se desató el infierno. Tiros, gritos de agonía, órdenes, ráfagas por todos lados.

                        Nos salvó la oscuridad de la noche y el hecho de que los germanos, tomados desprevenidos, disparaban al azar. No sabían quien les disparaba ni desde dónde, ni siquiera podían distinguirnos de sus propios compañeros. Además, el grupo responsable de cubrir nuestra retirada comenzó a atraer el fuego hacia ellos.

              El camino de regreso no presentó grandes riesgos. El pelotón había cumplido con su misión aunque nadie podría asegurar cuantas bajas habíamos causado. Todos en la división y en el comando del regimiento estaban muy sorprendidos de que los doce integrantes del grupo principal hubiésemos vuelto vivos e ilesos. Nuestros camaradas decían medio en serio medio en broma que habíamos tenido protección divina.

        Así fue mi bautismo de fuego como explorador…

Durante los periodos de intenso combate, los exploradores éramos quienes menos descansábamos, puesto que era de primordial importancia para el cuartel general saber qué estaba preparando el enemigo. Una de las más importantes fuentes de información que teníamos eran los soldados germanos que capturábamos para interrogarlos.

            Secuestrar un hombre armado vivo desde un campo de batalla es una empresa compleja. El posible prisionero ha de ser observado y seguido por largo tiempo.  Los exploradores actuamos como los lobos.

              Cuando los lobos van de cacería, eligen una víctima débil, para que sea fácil o bien alguna que distraídamente se haya separado de su grupo. De la misma forma actúan los exploradores eligiendo aquellos centinelas que descuidan su puesto o soldados que se han separado de sus camaradas.

                        Tan pronto como nuestra división alcanzó el frente de Stalingrado, recibimos una orden del cuartel general: Tomar prisioneros para ser interrogados.

                En nuestra primera salida, fallamos en encontrar un blanco adecuado, Lo mismo nos ocurrió en nuestro segundo y tercer intento. La exploración y el reconocimiento es algo muy complejo durante una intensa batalla. Ambos bandos intensifican la vigilancia la cual es muy fuerte. Durante las operaciones nocturnas podíamos caer bajo el fuego de las ametralladoras en cualquiera dirección que tomáramos debido a la gran cantidad de emplazamientos dispuestos en la línea del frente.

                Como nuestro pelotón había fallado en sus intentos, debía seguir saliendo nuevamente todas las noches. Después de cada fallo nuestro comandante debía reportarse al cuartel general en donde era severamente reprendido, regresando a nosotros de pésimo humor. La reputación de nuestro pelotón caía inexorablemente cada vez que volvíamos con las manos vacías.

                    Finalmente, en el séptimo intento, nos cambió la suerte. Nuestro modus operandi fue dividirnos en tres grupos de cinco, de los cuales uno era el responsable de tomar el prisionero y los otros dos, apoyar al primero.  Luego de tomar el prisionero, el primer grupo se retiraría rápidamente y los otros dos grupos, cubrirían su retaguardia.

  Y ocurrió así:  Bajo las sombras de la noche nos arrastramos hacia las posiciones enemigas y logramos infiltrarnos. Allí aguardamos nuestra oportunidad. Alrededor de veinte metros tras las líneas enemigas, detectamos una trinchera aislada. En ella, se encontraba un soldado alemán el cual, esporádicamente disparaba bengalas iluminando el área circundante. En forma regular y en direcciones azarosas, ráfagas de ametralladoras barrían el frente y los centinelas aguardaban atentos junto a los refugios en que descansaban sus camaradas.

                  Nuestro comandante de pelotón lideraba el primer grupo: “Nuestro mejor blanco es el hombre de las bengalas, nos susurró. Cada vez que lanza una bengala,  vuelve la vista y pierde la visión por unos segundos. Usaremos eso en nuestro beneficio”

              El problema era que las bengalas disparadas por nuestro blanco iluminaban completamente la estepa en frente de él, por lo que sólo podíamos movernos en el breve intervalo de oscuridad producido entre cada bengala disparada. Luego de una tensa espera y de aproximaciones sucesivas, lo habíamos logrado. Estábamos a un paso de la trinchera sin que el soldado enemigo ni los centinelas cercanos nos notaran. En el siguiente intervalo de oscuridad, nuestro comandante y dos hombres más saltaron al interior de la trinchera. Luego, silencio absoluto por unos instantes. El tiempo pareció detenerse. Al poco rato, los tres captores con su prisionero, se arrastraban hacia nuestras posiciones. Todo pasó tan rápido, que los alemanes no notaron el intervalo mayor entre las bengalas disparadas. El prisionero había sido capturado sin un ruido y sin disparar un solo tiro…

            En los periodos de alta actividad, los alemanes acostumbraban a regar con balas periódicamente los sectores al frente de sus trincheras. El menor ruido provocaba inmediatamente una lluvia de fuego. La única posibilidad de sobrevivir a eso era permanecer tendidos sobre la tierra absolutamente inmóviles por largas horas para no delatar nuestra posición. Algunos eran vencidos por el cansancio y se quedaban dormidos comenzando a roncar. La fatiga se transformaba entonces en una real amenaza para nuestras vidas.

                      En otra ocasión, nos arrastrábamos por la tierra de nadie, cuando avistamos la silueta de un soldado alemán caminando hacia nosotros desde las líneas enemigas. Podía ser un espía, un desertor, o bien alguien que extravió su camino. Nuestro comandante ordenó capturarlo.

              Rápidamente, formamos un semi-círculo alrededor de él mientras el comandante le ordenaba alzar las manos. El hombre se detuvo. Estaba tan sorprendido que no atinaba a hacer movimiento alguno. Resultó ser un joven oficial el cual se había desorientado en la oscuridad.

                        Hablaba bien el ruso. Nos contó que era un verdadero ario, miembro activo del partido nazi y ferviente seguidor de Hitler.

                        Mientras caminábamos hacia el Cuartel General, le preguntamos por las razones por las que los alemanes habían atacado nuestro país y cuáles eran sus intenciones.

                      El respondió todas nuestras preguntas:

“Ustedes me matarán, pero sus días están contados. Muy pronto el ejército alemán capturará Stalingrado, y luego caerá Moscú. El ejército alemán vencerá, como siempre ha ocurrido”.

            Por supuesto, yo sabía que era mi enemigo, y le odiaba por ello, pero no podía dejar de admirarle por su lealtad a sus ideales. Al parecer, la información que nuestro Cuartel General obtuvo de él fue muy valiosa ya que nuestro comandante fue muy felicitado por su captura.”

  Nota:  El autor fue gravemente herido en una misión posterior. Luego de recuperado siguió sirviendo en el ejército rojo, en un puesto fronterizo alejado de la guerra.

Fuente: Shayakhmetov Mukhamet: The silent Steppe: The story of a Kazhak nomad under Stalin, Stacey International, London, 2006.

Uploaded with ImageShack.us

                                                      Saludos

Moisin-Nagant

21-08-2010

Curioso relato Leyte, muchas gracias por compartirlo.

Viéndolo así pienso en cuantas historias personales y pintorescas se han perdido con el tiempo. 

Esta es especialmente interesante obviamente por el tema del modus operandi de los exploradores que difiere bastante de lo que puede ser el relato de un soldado de infantería común.

Muchas gracias Leyte! 

josmar

21-08-2010

Buen aporte, Leytekursk....Una forma distinta de ver una guerra en la que se vió inmerso.....

ULRICH

22-08-2010

Esta muy bien , además suelen ser muchos menos los libros de testimonios soviéticos que alemanes,

leytekursk

25-08-2010

Esta muy bien , además suelen ser muchos menos los libros de testimonios soviéticos que alemanes,

Quizá,  No estoy tan seguro de eso, Ulrich, Hay muchísimos libros de memorias de combatientes soviéticos, sólo que no tenemos acceso a ellos por haber sido publicados sólo en la ex-Unión Soviética, y en idioma ruso. Afortunadamente en esta página http://militera.lib.ru/memo/index.html  se estan digitalizando muchos de ellos y con un conocimiento básico del idioma ruso más los traductores, se puede acceder a ellos.

                    Saludos...

Eversti

25-08-2010

Un relato muy interesante

Haz login o regístrate para participar