La cuarta oleada de ataque venía ahora por la proa, a babor ¡y eran más de 150 aviones! Los torpedos abrieron nuevas brechas en la banda de babor, mientras que las bombas caían sobre el palo de mesana y el alcázar. Los grandes cañones quedaron reducidos al silencio y sólo unas pocas ametralladoras permanecían intactas. Un grupo de hombres trataba desesperadamente de extinguir un violento incendio en el alcázar.
[size=8pt]Centrado por las bombas[/size]
Súbitamente el teléfono transmitió un alarmante informe: “¡Inundación inminente!” Una detonación que se produjo a popa reverberó a través del buque; terminaron los informes.
Emitiendo columnas de llamas, la popa pareció elevarse considerablemente en el aire durante un momento. Grandes nubes de humo negro emergían de un punto vecino a la chimenea. Hubo un súbito aumento de 35 grados en nuestra inclinación y la velocidad se redujo a sólo siete nudos. El enemigo surgió de las nubes para damos el golpe de gracia.
Tendido sobre la cubierta, me aseguré para resistir los efectos del estallido de las bombas. La aguja del clinómetro seguramente continuaba avanzando, porque oí que el segundo oficial informaba: “Es imposible corregir la escora”.
[size=8pt]El Yamato dañado, escorado a babor. En fin es inminente[/size]
Los hombres se mezclaban desordenadamente en la cubierta inclinada, pero un grupo de oficiales de estado mayor salieron del tumulto y treparon hasta donde se hallaba el comandante en jefe. El jefe de estado mayor los saludó. Luego el comandante cambió significativamente apretones de manos con los oficiales y entró en su camarote. Fue ésta la última vez que vimos al comandante de la segunda flota, el vicealmirante Ito.
Del personal del puente quedábamos menos de diez supervivientes. Vimos al oficial navegante y a su ayudante atarse a la bitácora para evitar la vergüenza de sobrevivir cuando el buque se hundiera. Nosotros comenzamos a hacer lo mismo. Pero el jefe de estado mayor nos ordenó que nos lanzáramos al agua, y acompañó la orden con un buen puñetazo a cada uno para obligamos a obedecer. Yo me escurrí por la portañola del vigía cuando el barco herido alcanzaba una increíble inclinación de 80 grados.
El “Yamato” comenzaba a hundirse ya, y al desaparecer bajo las aguas se oyó un ruido y choque de municiones que estallaban y de compartimientos que reventaban por presión del aire. Boqueando en busca de aire yo era succionado hacia abajo, lanzado hacia arriba, sacudido de aquí para allá, restregado contra todo. Sofocado y tirando puntapiés me abrí paso hacia la única luz que podía ver: un resplandor gris verdoso arriba. Y luego, de modo sorprendente, me hallé en la luz del día.
Cuando el buque zozobrado se sumergió, enormes dedos de llama se alzaron relampagueantes y a modo de cohetes hacia las negras nubes.
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[size=8pt]Impactante secuencia de fotografias que muestran al Yamato sufriendo una terrible explosión interna.[/size]