10-03-2006
En la tarde del martes 4 de junio de 1940, el primer ministro Winston Churchill anuncio ante una silenciosa Cámara de los Comunes que lo que quedaba del ejercito británico se había retirado de las playas del Dunkerque.
En la noche, mientras caminaba despacio regresando a casa en la creciente oscuridad, el teniente coronel Dudley Clarke, oficial del estado mayor del Ministerio de Guerra en Whitehall se pregunto –como se preguntaba toda gente esa noche- que le esperaba a Gran Bretaña. Clarke era un oficial con unos veinte años en el servicio y un profundo interés por la historia militar. Y mientras paseaba, trataba de analizar que habían hechos otras naciones en el pasado cuando sus ejércitos fueron abatidos en el campo de batalla.
Clarke recordó que en la guerra de la independencia de 1808-1814, los españoles habían respondido a los agresores franceses montando ataques relámpagos detrás de las lineas enemigas con pequeñas bandas de soldados irregulares ligeramente armados, conocidas como guerrillas. Noventa años después, cuando Gran Bretaña invadió el Transvaal en Sudáfrica las bandas de colonos holandeses llamados Boers resistieron con ataques similares. En 1936, en Palestina ocupada por los británicos, el propio Clarke había sido testigo de cómo un puñado de árabes mal armados, atacando por sorpresa y maniobrando magníficamente, había conseguido mas que un cuerpo entero de tropas regulares del ejercito británico.
Seguramente, pensó Clarke, Gran Bretaña podía aprender de las tácticas de los españoles, los Boers y los árabes. Esa noche, antes de irse a dormir, se sento a un escritorio de su estudio frente a una hoja de papel. Con letra pulcra, delineo un plan para un nuevo tipo de fuerza británica inspirada en los movimientos guerrilleros históricos. A falta de un nombre mejor, uso el que habían adoptado los Boers. Llamaban “comandos” a sus tropas, una palabra afrikánder que significa unidades militares.
Al día siguiente, en el ministerio de Guerra, el superior de Clarke –sir John Dill, jefe del estado Mayor imperial- hablo de la urgencia de despertar el espíritu ofensivo del ejercito. Clarke saco su plan de una pagina y Dill adopto la idea tan pronto como la leyo. Rápidamente el plan de Clarke paso a manos del primer ministro. Churchill había estado pensado cosas parecidas; tanto le gusto la idea de Clarke que al día siguiente el gabinete de Guerra recibió un memorando suyo. “Hay que preparar operaciones de tropas especialmente adistradas, de tipo cazador, para crear un reinado de terror en la costa enemiga –escribio Churchill-. Cuento con la Junta de Jefes de Estado Mayor para proponer medidas que permitan una incesante ofensiva contra todo el litoral ocupado por los alemanes, que deje detrás u reguero de cadáveres alemanes”.
Ese día poco antes de almorzar, sir John Dill pidió a Clarke que fuera a su oficina y le dijo: “Su proyecto de comandos esta aprobado, y deseo que lo ponga en practica inmediatamente. Trate de preparar lo antes posible una incursión a través del Canal”.
Así nació una casta de hombres combativos que combinaban las tácticas, la independencia y el ingenio de la guerrilla con el entrenamiento y la disciplina de los soldados profesionales. La mezcla estaba destinada a producir una elite militar: los comandos. Su primera tarea era surgir furtivamente del mar y atacar, rápida y durante, los baluartes de la fortaleza hitleriana de Europa. A lo largo de toda la costa europea ocupada, mataron, capturaron y destruyeron en incursiones de “carnicería y cerrojo”. Poco a poco, al ir adquiriendo habilidades especiales que le permitían realizar algo mas que simples ataques relámpagos sobre puestos costeros avanzados, los comandos ampliaron sus actividades iniciando operaciones importante detrás de las líneas enemigas. En las yermas arenas del desierto norteafricano, las unidades comando adaptaron antiguas técnicas árabes de supervivencia y moraron durante semanas seguidas en el corazón del territorio dominado por los alemanes. En otras partes comandos llevados por barco aprendieron a fondo los trucos de piragüismo en aguas turbulentas para penetrar en las vías fluviales extranjeras y sabotear buques del eje.
Aunque ni Clarke ni nadie mas en Inglaterra lo sabia cuando el concibió la idea de los comandos británicos, los alemanes habían desarrollado de manera independiente un tipo de grupo muy parecido para atacar el fuerte belga de Eben Emael. Cuando ese grupo termino su misión, los alemanes lo disolvieron pero después, en el frente oriental crearían una fuerza mas permanente, llamada los Branderburgueses por la ciudad en la que habían sido entrenados. Hablando un ruso fluido y vestidos con uniformes del Ejercito Rojo, los Branderburgueses operaban exclusivamente detrás de las líneas soviéticas para frustrar y confundir a su enemigo.
En occidente, el ejemplo de los comandos británicos dio origen a una multitud de grupos parecidos con nombres propios, como los Rangers norteamericanos y las Compañías Independientes Australianas. Y a medida que el ímpetu de la guerra cambiaba gradualmente a favor de los aliados, se fue ampliando el papel que estos grupos desempañaban para adaptarse a la estrategia de los Aliados. Se acudió a ellos para organizar y entrenar a los grupos civiles de resistencia que empezaban a prosperar en Europa, y luego para trabajar con tropas convencionales organizando grandes ofensivas: los grupos comandos estaban siempre en la vanguardia del ataque.
Fuera cual fuese su nacionalidad o su lealtad, en todo el mundo se empleaban unidades de tropas de estilo comandos para las operaciones mas peligrosas de la guerra. Sus miembros casi siempre eran voluntarios. Se trataba de hombres románticos, independientes, a menudo fanáticos, a veces excéntricos, ocasionalmente suicidas. Todos sabían de antemano que su captura podía llevar a la muerte ante un pelotón de fusilamiento, Para enfrentar esa ultima posibilidad hacían falta dos características excepcionales: un gran corazón y una insaciable sed de guerra.
Comandos Especiales. Russel Miller. Editorial LIBSA. 1996