04-09-2008
No, antepuso su ideología a su patria.
Nonsei contesto por mil
04-09-2008
No, antepuso su ideología a su patria.
Nonsei contesto por mil
04-09-2008
Me desconciertas Hiwi. Yo pensarçia que esttuvieras de acuerdo con la lucha de Vlasov. Por otro lado Ya tienes el libro "Mercenarios de Hitler" de Libsa?
05-09-2008
Pues no esperaba desconcertarte amigo. La lucha de Vlasov era clara y poco existe que discutir sobre ese asunto, diferente era el pueblo cosaco, ya que estos luchaban contra el comunismo para preservar sus tradiciones y su identidad como pueblo, incluso para sobrevivir.
Al darse cuenta de la buena propaganda que generaría la noticia de un general soviético cambiando de bando, los alemanes persuadieron a Vlasov de liderar el llamado Ejército de Liberación Ruso o ROA (Russkaya Osvoboditel'naya Armiya) y le ofrecieron un puesto en un posible gobierno provisional ruso. Otros oficiales rusos se unieron al ROA, cuyo objetivo principal, según Vlasov, era derrocar a Stalin y establecer un sistema de gobierno democrático. Varios prisioneros de guerra se unieron al ROA, además, miles de panfletos escritos por Vlasov fueron arrojados sobre el frente, motivando a que un número considerable de soldados soviéticos cambiara de bando.
Extraido de la Wikipedia.
Por supuesto, las autoridades hitlerianas nunca pensaron en armar a los rusos y permitirles organizarse, el ROA existía sólo en la propaganda y los soldados rusos voluntarios fueron integrados a otros grupos de la Wehrmacht, aunque llevaban un parche que indicaba su afiliación al ROA. Fueron muy pocos los soldados que estuvieron bajo el mando de Vlasov. Directivas secretas apuntaban a que una vez ganada la contienda, estos soldados iban a ser ejecutados por las SS, pues de acuerdo a las políticas raciales eran considerados eslavos y por tanto, untermenschen («subhumanos»), al igual que los judíos o los gitanos.
05-09-2008
La lucha de Vlasov era clara y poco existe que discutir sobre ese asunto, diferente era el pueblo cosaco, ya que estos luchaban contra el comunismo para preservar sus tradiciones y su identidad como pueblo, incluso para sobrevivir. ...se unieron al ROA, cuyo objetivo principal, según Vlasov, era derrocar a Stalin y establecer un sistema de gobierno democrático.
Así fue.
07-09-2008
Buenas fotografias leyte!!
08-09-2008
Lo que más me gusta de estas fotos es el precioso aparato de radio que aparece en segundo plano en la tercera foto... ¡Que belleza...!
Saludos...
14-09-2008
Buenas fotos.
11-01-2009
En el libro “El año 45” del Mariscal Iván Konev , Comandante del Primer Frente Ucraniano específicamente en el capítulo V, “La operación de Praga” me he encontrado con el relato de la captura de Vlasov. Me ha parecido interesante de agregar en este hilo por lo que lo transcribo a continuación
“Por cierto, durante la citada semana fue apresado por nosotros el vendepatrias Vlasov. Ocurrió esto a 40 kilómetros al sudeste de Plzen. Las tropas del 25 cuerpo de tanques del general Fominij, habían hecho prisionera a la División vlasista del general Buinichenko. Cuando los tanquistas comenzaron a desarmarla supieron que en un coche, envuelto bajo unas mantas, estaba oculto el propio Vlasov. Ayudó a descubrirlo su propio chofer. Acompañados por éste, los tanquistas sacaron de las mantas al oculto Vlasov, le metieron en un tanque y lo enviaron directamente al Estado Mayor del 13 Ejército. ¡No pudo ser más lógico el miserable fin que dio remate a toda la carrera de este renegado!
Del Estado Mayor del 13 Ejército, trajeron a Vlasov a mi puesto de mando en Dresde, mejor dicho, directamente al aeródromo, de donde ordené enviarlo sin perder un minuto a Moscú. Las acciones resueltas ejecutadas para apresar con rapidez y sin derramamiento de sangre a la División vlasista, las dirigió en persona el coronel I. Mischenko, jefe de la 162 brigada de carros. Al propio Vlasov lo atrapó el capitán M. Yakushev, que comandaba el batallón de infantería motorizada de esta Brigada de carros.”
Saludos…
11-01-2009
No parece que le tuviera mucha simpatia.......
11-01-2009
La traición de Vlasov dolió mucho en el alto mando soviético. Recuerdo haber leído en el libro "Viaje entre guerreros" de la periodista polaco-americana Eve Curie (hija de Pierre y Marie Curie), una entrevista a Vlasov realizada en el frente en 1941.
Eve Curie solicitó a las autoridades soviéticas entrevistar a un General soviético, y se le autorizó una entrevista con Vlasov, al cual consideraban uno de sus más leales y exitosos generales. Al leer esa entrevista, parece mentira que Vlasov se haya pasado posteriormente al enemigo.
Mis recuerdos son vagos por cuanto es un libro que leí hace muchos años, pero lo buscaré de entre las profundidades de mi biblioteca y si lo encuentro, transcribiré lo que cuenta Curie sobre Vlasov.
Saludos...
11-01-2009
Será interesante poder contrastar lo dicho...
12-01-2009
Pues he encontrado el libro y aquí va lo prometido:
La entrevista Curie-Vlasov
La escritora y periodista Eve Curie, en su calidad de corresponsal de guerra de los diarios Herald Tribune de Nueva York y Allied Newspaper Ltd. de Londres, recorrió durante los últimos meses de 1941 y principios de 1942, los principales frentes de batalla de la guerra en curso. Fruto de estos viajes fue su libro: “Viaje entre guerreros” publicado en español por Editorial Sudamericana, Buenos Aires, en 1943.
Durante su estancia en la Unión Soviética, tuvo la oportunidad de entrevistarse con el general Vlasov. Entrevista que reproduzco a continuación para los amigos de este foro.
“Caía la noche. Pasamos algún tiempo después de regresar a Volokolamsk, buscando el punto donde tenía su cuartel general, el mayor general A. Vlasov, comandante a cargo de este sector del frente. Vlasov era uno de los jóvenes jefes militares cuya fama crecía rápidamente entre el pueblo de la URSS. Era el hombre que había hecho retroceder a los alemanes de las ciudades y aldeas por donde acabábamos de pasar.
El mayor general tenía su sede en una de las pocas casas que habían escapado a los efectos del fuego y del cañoneo. Cuando llegamos estaba durmiendo, por primera vez en cinco días. Sus oficiales le despertaron, por lo que supuse que nos guardaría rencor. Pero no fue así. Las noticias que podía darnos eran tan buenas, que parecía complacido de encontrar alguien con quien comentarlas. Vlasov era un hombre fuerte, alto, de cuarenta años, con facciones pronunciadas y un rostro curtido por el sol y la nieve. Vestía un sencillo uniforme verde oliva, altas botas de cuero y una chaqueta al estilo ruso, con la forma de túnica de campesino. No tenía insignias de ninguna especie, ni galones, ni estrellas ni medallas.
Lo primero que nos dijo fue que, en un grupo de cincuenta prisioneros capturados aquella misma mañana, había un sargento llamado Hans Hitler, hijo del dueño de un restaurante, y que decía ser sobrino de Hitler. Esto había causado mucha excitación. Luego el general nos preguntó si habíamos comido. Dijimos que no., y resolvió, jovial, que nos quedáramos a comer con él. Tendríamos “mucho tiempo para volver a Moscú por la noche”.
Té caliente, pan y mantequilla, varios zakuski (fiambres), salchichas, pepinos saltados, vodka y tortas aparecieron milagrosamente en la mesa: una comida rica y abundante que, con ningún dinero podría haber comprado un civil en el “Hotel Moskva” o en cualquier otro sitio de la capital. Éramos cinco alrededor de la mesa: El general, el coronel Boltin, la teniente Mieston, la doctora militar a cargo de aquella sección del frente, y yo. El general Vlasov no perdió mucho tiempo en la comida. No hacía más que salir de la estancia para entrar en su despacho contiguo y volver luego con diversas cosas que deseaba mostrarme. Primero trajo una gran bolsa negra de tela impermeable. Rió satisfecho con la carcajada de un soldado victorioso, al volcar ruidosamente el contenido sobre la mesa: trofeos alemanes. Había emblemas de regimientos de tanques, muchas insignias negras de las SS, divisas de la caballería germana y de unidades mecanizadas. Varias cruces de hierro, fechadas en 1939, habían sido probablemente ganadas en los campos de batalla polacos durante las primeras semanas de la guerra.
El general mostró también diversos obsequios que le habían hecho los rusos y de los que parecía estar tan orgulloso como un niño. Había cajas de caramelos, libros y botellas de vodka. El más bello obsequio era un reloj pulsera que Vlasov acababa de recibir de los obreros de una fábrica situada a centenares de kilómetros en el centro de rusia. Tenía una inscripción que decía: “Al mayor general Vlasov, de la Colectividad de la Fábrica Frunze”.
Mientras terminábamos de comer, el general despejó un extremo de la mesa, desplegó un gran mapa, tomó un lápiz y comenzó a explicarme lo que había ocurrido en esta región y por qué no había podido él dormir durante mucho tiempo:
“Después de su repentina retirada de la zona de Moscú, los alemanes trataron de establecerse por estor alrededores hasta la primavera. Excavaron muchas trincheras, admirablemente protegidas y hasta caldeadas con estufas. Forzaron a los campesinos rusos, incluso mujeres y niños, a trabajar en esas trincheras.”
“Decidimos desbaratar sus planes y llevar adelante nuestro ataque. Utilizamos la misma técnica que dio al enemigo sus primeros triunfos: una atrevida ofensiva en forma de flecha recta apuntada al objetivo. Las operaciones comenzaron el 10 de enero. Nuestra artillería martilleó las posiciones del enemigo en un angosto frente de apenas tres millas de ancho, luego lanzamos adelante nuestras unidades, usando principalmente tanques que transportaban infantería. Hemos avanzado ya dieciocho millas dentro de las líneas alemanas. El enemigo ha contraatacado cuatro veces, para tratar de rodearnos por los flancos. Pero en realidad, somos nosotros quienes hemos conseguido rodear las fuerzas contraatacantes alemanas, lanzando contra ellas nuestros tanques, nuestra caballería y nuestra infantería. Durante la semana pasada, hemos hecho retroceder vencidas a tres divisiones alemanas: las 23ª y 106ª de infantería, y la 6ª división de tanques, al mando del general Guderian. La 23ª división dejó algo así como milo quinientos cadáveres en el campo de batalla y sufrió además miles de heridos y prisioneros. Por cierto que el de hoy es un gran día…”
Sentíase gran animación hablando con este general enérgico, completamente absorto en su ruda tarea. El mayor general Vlasov, perteneciente al ejército desde hacía 23 años, lo juzgaba todo desde un punto de vista puramente militar. Esto daba gran sabor a su conversación. Hablaba de Napoleón con gran respeto profesional, y se encogió impacientemente de hombros cuando dijo:
En una ocasión en que trataba un punto de estrategia, citó las hazañas de Pedro el Grande. Veía en su aliado francés, el general Charles de Gaulle, el francés que mejor comprendía la guerra moderna y me hizo varias preguntas sobre él. Evidentemente también le interesaba de profunda manera su adversario directo, el general Guderian, autor del profético libro “Achtung Panzer”. Mientras hablábamos de él, el general Guderian estaba probablemente comiendo también, a unas pocas leguas de Volokolamsk, al otro lado de las líneas, y tal vez, admitía tristemente el hecho de que estos jóvenes generales del Ejército Rojo no lo hacían del todo mal.
Cada vez que Vlasov mencionaba a Stalin, lo hacía también como soldado. Era claro que consideraba a Stalin no solamente como jefe político de Rusia, sino también como generalísimo de las tropas. Una y otra vez repetía: “Las órdenes de Stalin son…” o “El plan de Stalin es…” como si el hombre del Kremlin fuera su comandante en jefe, su superior directo.
El general Vlasov aseguraba que la moral alemana se había alterado considerablemente desde diciembre de 1941. La retirada y el frío horrible habían constituído una desagradable sorpresa para los nazis, a quienes se había dicho, y lo creyeron, que llegarían a Moscú en el otoño. Pregunté si la propaganda soviética surtía efecto sobre los soldados alemanes y si algunos de ellos se rendían en realidad después de leer las diversas proclamas que los aviones rusos arrojaban a sus filas. (Se me habían mostrado piezas de esta propaganda: estaban llenas de noticias de la guerra deprimentes para los alemanes y de promesas definidas: “soldados alemanes: A todos los que se rindan al Ejército Rojo, garantizamos la vida, buenos tratos y el retorno al hogar cuando termine la guerra”. Contenían el famoso passierschein (pase militar) impreso en alemán y ruso: “yo, soldado alemán me niego a luchar contra los obreros y campesinos rusos y me rindo voluntariamente al Ejército Rojo”). El general Vlasov dijo que pocos alemanes se rendían voluntariamente pero que muchos de los que caían prisioneros guardaban los passierschein en los bolsillos…por si acaso.
Continúo luego...
12-01-2009
Buena info Leytekursk.
Sea como fuere, era uno de los mejores generales que tenía el Ejército Rojo en 1941.
Te saludo.
12-01-2009
Sin duda Steiner...
Continúo:
“Pese a toda esta optimista conversación, que era bien natural al fin de un venturoso día de batalla, el joven general no menospreciaba en ningún momento las condiciones de lucha de los alemanes, su valentía, su disciplina, y sus reservas de armas, pertrechos y potencial humano. La preocupación por lo que “ocurriría en primavera” era palpable en todas sus palabras. Sentía evidentemente la obsesión de una sola idea: tantos alemanes y tantas armas enemigas como fuese posible debían destruirse ahora, para que la ofensiva alemana de primavera resultara menos difícil de resistir. Dijo así:
“Nuestra actual acción militar no consiste primariamente en reconquistar territorio perdido. No interesa tanto el número de millas recuperadas sino la cantidad de bajas producidas al enemigo. Nuestro fin es desangrar a Hitler. Por esto, las órdenes de Stalin no dicen simplemente que hay que hacer retroceder al enemigo, sino que es menester rodear sus unidades y aniquilarlas. El enemigo es ahora un animal herido…aunque muy fuerte todavía.”
Naturalmente, planteé la cuestión de la ayuda aliada, de los abastecimientos aliados. En aquel entonces, a mediados de enero de 1942, no era fácil escribir sobre este tema desde Rusia. Yo había tratado de ver aviones y tanques americanos o ingleses, pero nada se me había mostrado (posiblemente porque había aún muy poco que ver), salvo el solitario tanque británico que había descubierto por pura casualidad en mi viaje a Istra.
Ahora, al entrevistar al mayor general Vlasov, quise saber de boca de un comandante ruso, de un jefe que vivía en medio de la batalla y tenía a su cargo un frente de unas 30 millas de ancho, qué esperaba de sus aliados occidentales.
La teniente mieston tradujo mi pregunta al “camarada mayor general”: esta era la forma normal que tenía para dirigirse a él. Vlasov no respondió enseguida, meditando s9in duda la respuesta. Luego dijo, lentamente, en una declaración que me pareció muy franca:
“Soy soldado, no diplomático. Sólo sé pelear. En un ejército hay fuerzas combatientes y reservas a retaguardia. He estado en posiciones avanzadas desde el primer día, al principio en torno a Lwow, y luego alrededor de Kiev, después al este de Moscú. Desde allí he visto la guerra. Usted ha podido comprobar hoy con sus propios ojos que hasta ahora hemos venido sosteniendo la guerra y rechazando a los alemanes con equipamiento totalmente ruso. En mi sector no hemos utilizado un tanque, un automóvil, un rifle, un avión, una bala que no fuera de fabricación rusa y todavía no hemos sufrido escasez grave a pesar de nuestra retirada inicial y nuestras grandes pérdidas. Cierto es que nuestras reservas necesitan el equipo aliado, pero de eso no puedo hablarle yo, porque no es función mía hacerle declaraciones sobre las necesidades del Ejército Rojo.”
“Lo único que sé es la forma en que los británicos y los americanos podrían ayudarme a mí, a Vlasov y a mis oficiales y a mis soldados, aquí en Volokolamsk. Solamente de una manera pueden prestarme verdadera ayuda: abriendo un segundo frente. El grave deber del Ejército Rojo es contener al grueso de las fuerzas terrestres de Hitler. Solamente un segundo frente puede hacer que esa tarea resulte un poco menos abrumadora para nosotros. Para ser efectivo, ese segundo frente debe hallarse en Europa continental. Libia no es un segundo frente. África está muy lejos. Lo que todos esperamos es un ataque aliado en Europa, en cualquier lugar de Europa, sea en Noruega o en los Balcanes, en Italia o en la costa de Francia sobre el canal. No tiene que ser necesariamente una invasión en plena escala, aunque el teatro de operaciones sea limitado al principio. Un ataque así, nos ayudaría enormemente.”
Más tarde, traté de informar sobre la opinión del general Vlasov, exactamente y sin comentarios personales, en el cablegrama que envié a Nueva Cork sobre mi visita a Volokolamsk. Con gran sorpresa mía, los dos únicos párrafos que el censor ruso suprimió de mi despacho, fueron los relativos a los abastecimientos aliados y a una eventual ofensiva aliada. Por aquel entonces, la sugestión de un segundo frente continental no estaba todavía “en la línea” del Partido.
Mi conversación con el general Vlasov fue larga y lenta, aunque ya para entonces, podía yo captar el significado general de muchas frases rusas, necesitaba todavía la ayuda de Liuba Mieston como intérprete para una entrevista en serio. Cada frase debía ser repetida dos veces una en francés y otra en ruso. Finalmente, todos nos cansamos del juego. Yo dejé de tomar notas y el general dobló su mapa. Nuestra conversación se hizo más natural y menos precavida, pero siguió refiriéndose a la guerra. El comandante ruso creía aún, o quería creer, que los alemanes podían ser derrotados antes de un año, en 1942. Solamente podría conseguirse tal cosa dijo, por una coalición de las Naciones Unidas que actuara rápidamente, ahora, de consuno, en una ofensiva conjunta. No hacía más que murmurar vehementemente: “Debemos aniquilar al enemigo”, “Todos, todos debemos luchar contra los fascistas”. Era un hombre que hacía la guerra con algo más que decisión, algo más que coraje: apasionadamente.
Al separarnos, ya próximo a anochecer, le dije cuan inútiles nos sentíamos los civiles como yo, cuando conversábamos con oficiales y soldados en servicio activo, que luchaban contra nuestro enemigo común en el frente. Y me respondió entonces algo pomposamente, pero con una sinceridad cálida y directa que, por un instante puso emoción en su rostro:
¡Mi sangre pertenece a mi Patria!
Salí del cuartel general. El violento frío me golpeó la cara. Nos arrebujamos en los abrigos, trepamos al pequeño coche, y comenzamos a viajar lentamente a través de la noche, por el camino traicionero y resbaladizo. Detrás de nosotros, la artillería rusa seguía golpeando ruidosamente al enemigo. Los chispazos de los disparos encendían espasmódicamente toda una parte del cielo oscuro.”
La autora
El libro
Saludos…
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