11-02-2006
Jefes de la guerrilla española en Francia
Nombre: Españoles en la Resistencia
Inicio: Año 1939
Fin: Año 1939
Aproximadamente un millón de personas cruzaron en los primeros meses del año 1939 la frontera franco-española huyendo de las fuerzas nacionalistas, que el día 26 de enero habían ocupado Barcelona. Las penosas condiciones en las que este contingente se desenvolvía se hacían especialmente graves en los casos de los heridos, las mujeres, los ancianos y los niños. Aquellos republicanos, a los que el mismo Pons Prades califica de "bastante ilusos", se encontraban absolutamente desasistidos. Les esperaban los campos franceses, oficialmente destinados a refugiados pero de hecho más semejantes a los de concentración que ya estaban comenzando a poblar el espacio europeo situado bajo dominio alemán. Las ciudades y los pueblos franceses próximos a la frontera se veían llenos de personas, que se acomodaban en la forma en que podían y en las condiciones más precarias. Los elementos señalados como comunistas y anarquistas eran tratados de forma especial en verdaderos centros de castigo, que para muchos supuso la muerte. Los combatiente derrotados eran observados con hostilidad por la inmensa mayoría de los franceses. Pocos meses después, aquellos centros de concentración serían utilizados por el ocupante alemán, que en muy pocas semanas habría de derrotar al pretendidamente invencible ejército francés. Martín Bernal, uno de los futuros legionarios de origen español cuenta a propósito de su entrada en esta fuerza: "La declaración de guerra me pilló en la cárcel y enseguida comenzaron a presionarnos para que nos enrolásemos en la Legión. Pero mientras nosotros tratábamos de suscribir un contrato sólo para la duración de la guerra, los franceses se empeñaban en hacernos firmar por cinco años. Al ver que no transigíamos, nos amenazaron con devolvernos a España por las buenas. No creíamos que fuesen capaces de cumplir la amenaza,-hasta que un día nos sacaron de la cárcel -la de Tarbes-, nos montaron en un coche celular y nos echamos a la carretera, en dirección a la frontera de Canfranc. Nosotros seguíamos creyendo que era una maniobra para intimidarnos y romper nuestra resistencia. Pero cuando nos dimos cuenta de que la cosa iba en serio fue al ver asomar, a lo lejos, las puntas de los tricornios de los civiles. Así que no tuvimos más remedio que firmar. Y, a los pocos días nos hacíamos a la mar rumbo a Argelia". Las evidentes condiciones negativas que rodearon al episodio no impedirían que los contingentes de españoles, tan irregularmente enrolados, actuasen sobre los campos de batalla con gran valor y habilidad. El mes de mayo de 1940 supondría para muchos de ellos el comienzo de una nueva etapa, definida por la permanente acción, al lado de los aliados y en contra del Reich, que tan decisivo papel había jugado en el proceso de destrucción de la República española. Al comienzo de la guerra, ingleses y franceses como para desentumecer un poco a sus anquilosados ejércitos, crearon a su vez un pequeño cuerpo expedicionario que desembarcaría y ocuparía varios puntos estratégicos de Noruega. En la zona septentrional -en Narvik- actuarían dos batallones de la más tarde famosa 13ª Semibrigada de la Legión Extranjera Francesa. La mitad de sus efectivos eran españoles: un millar de hombres de los que casi la mitad quedarían para siempre por tierras noruegas. Con ellos combatieron polacos, noruegos, franceses e ingleses. Pero las dos operaciones clave -el desembarco en el puerto de Bjerkvik, preludió a la toma de Narvik, y la ocupación de la cota 220- serían protagonizados por los legionarios españoles bajo la bandera francesa. A los voluntarios españoles les chocaba la baja moral de los Aliados. El gran miedo a la guerra de que habían hecho gala antes -abandonando al fascismo varios países de Europa-, contrastaba tremendamente con el triunfalismo derrochado apenas estalló la guerra. Hubo detalles que llamaron la atención ya desde el principio: la escasez de voluntarios franceses y el haber presenciado la salida de quintos franceses que se iban a la guerra llorando... Después, en las zonas cercanas a la línea de fuego, habíamos podido observar el buen partido que le sacaba a la guerra la oficialidad gala. Todo esto lo sintetizaría muy bien el teniente-coronel Tagüeña: "Llegaron más oficiales franceses que nos miraban con curiosidad y hacían preguntas como de profesional a aficionado. Creo que más tarde recordarían muchas veces, que, entre otras cosas, les dije que nuestro ejército -el republicano español- había sido vencido, pero que a ellos les iba a llegar pronto el turno y sentirían no habernos ayudado. No habla duda que nuestra derrota representaba también la de Francia; pero no querían admitirlo y me hablaron de las virtudes de sus soldados. Esto no me impresionaba, porque si las virtudes fueran suficientes para ganar una guerra nosotros no la hubiéramos perdido".. Cuando se desencadena la ofensiva alemana -con la invasión de Holanda y Bélgica, el 10 de mayo de 1940, y la de Francia, cuatro días después- los republicanos españoles que combaten bajo los pliegues de la bandera francesa ascienden a casi cien mil hombres. Una cuarta parte de ellos trabajan en las industrias de guerra, mientras que unos veinte mil sirven en unidades combatientes (Legión y Batallones de Marcha). Y alrededor de sesenta mil están encuadrados en la Compañías de Trabajo -dedicadas, sobre todo, a tareas de fortificación-, de los cuales las dos terceras partes trabajan, en plena línea de fuego, en la línea Maginot y la frontera franco-belga. Helios Bárcenas salvó la vida por poco en el desastre francés: "Por nuestro sector los combates empezaron hacia el 17 de mayo de 1940. Nos enfrentamos con pequeños destacamentos motorizados que procedían de las Ardenas, donde se había producido la brecha por la que se colocaron las divisiones blindadas alemanas. Fueron, en verdad, simples escaramuzas. Nunca enfrentamientos frontales, porque la relación de fuerzas y el material empleado hacía caer netamente la balanza del lado de los invasores. Nosotros, en realidad, sólo libramos combates de repliegue. Empeñados, tan sólo, en que no se nos cortasen todas las vías de retirada. Desde el primer momento perdimos de vista a la oficialidad francesa -y valía más así- y tomamos el mando los españoles, organizándonos en pequeños grupos. La compañía en que yo estaba -de ametralladoras- no tuvo suerte, pues una noche nos quedamos a dormir en un bosquecillo, pese a que nos enteramos de que el pueblo más cercano estaba acampada una unidad enemiga, suponiendo que al amanecer los alemanes se echarían a la carretera y pasarían de largo, sin preocuparse del bosquecillo. Algunos (docena y media de hombres) no lo creíamos así y durante la noche nos replegamos hacia otro bosque más alejado, en las laderas de una colina. Y cuando amaneció asistimos al terrible espectáculo de ver entrar en acción una sección de lanzallamas alemanes que le pegaron fuego, por los cuatro lados, al bosquecillo. Allí perecieron más de un centenar de hombres. Mariano Constante también puede contarlo, pese a su deportación al campo de exterminio de Mauthausen: "Cuando se inició el gran ataque alemán del 10 de mayo, nuestra unidad había sido desplazada días antes al sector de Longwy en la cruz de la frontera francesa, belga y luxemburguesa. Habíamos estado cavando enormes fosas antitanques, que luego utilizarían como reducto para parapetarse en ellas los paracaidistas alemanes. En seguida salimos hacia la frontera belgo-holandesa, pero no hicimos más que entrar en territorio belga y ya nos topamos con unos destacamentos motorizados alemanes. Volvimos hacia atrás y allí puede decirse que empezó nuestra retirada. Pasamos por Montmédi (Meuse), Verdún-sur-Meuse, Bar-le-Duc, Sainte-Menehoued (Marne), Neufcháteau y Epinal (Vosges). Como podrás ver, siempre íbamos hacia el sur, pero desviándonos hacia el este de vez en cuando, a causa del avance alemán. En un momento dado, nos dirigimos hacia el oeste (Sainte-Menehould) y luego nos orientamos rumbo al noroeste, hacia Rambervilliers, que es donde nos hicieron prisioneros, el 21 de junio de 1940, fuerzas alemanas que habían cruzado el Rhin y penetrado en Alsacia pocos días antes. Habíamos recorrido, en cosa de 40 días, un millar de kilómetros. Al caer prisioneros íbamos unos 400 españoles. La mayoría de las Compañías de Trabajo, pero también venían con nosotros algunos soldados de los Batallones de Marcha y un grupo de legionarios. Ya conoces nuestra odisea: del campo de fútbol de Rambervilliers nos llevaron a Baccarat -donde estuvimos varios días encerrados en las naves de las famosas cristalerías-, luego a un campo de selección de Alsacia y, después de permanecer unos meses en un campo de prisioneros de guerra de Alemania (Stalag XVII A) fuimos a parar (abril de 1941) al campo de exterminio de Mauthausen (Austria)". Los españoles de ocho Compañías de Trabajo (las 111, 112, 113, 114, 115, 116, 117, y 118) vivieron el drama de Dunkerque, donde la mayor parte de ellos murieron defendiendo las posiciones de Bray-les-Dunes, mientras los aliados (ingleses y franceses en particular) se disputaban a tiro limpio los puestos en las embarcaciones de evacuación. Los pocos españoles que lograrían llegar a Inglaterra, por sus propios medios, casi siempre serían encerrados en varias cárceles (testimonio del sevillano Juan López López, de la 118ª C. de T.), junto con prisioneros de guerra alemanes. Y no pocos de ellos fueron devueltos a Francia, desembarcándolos en puertos de Bretaña, cuando las columnas de vanguardia alemanas ya penetraban por la parte oriental de la península bretona. Otras víctimas de aquella vergonzosa retirada fueron aquellos compatriotas nuestros que fueron abatidos -y con ellos algunos checos, polacos, belgas y holandeses por los gendarmes o la guardia cívica -una especie de somatén-, que, presos de pánico, los confundieron con paracaidistas alemanes. Tras la rendición de Francia y la formación del Gobierno de Vichy se inició la resistencia popular contra el invasor. Los refugiados españoles tomaríamos parte en la lucha. La integración de los españoles en las guerrillas antinazis fue completamente natural; unas veces se produjo por cuestiones ideológicas, otras porque no cabía otra forma de supervivencia. Dos protagonistas confluyeron, en peripecias bien diferentes, hacia la misma región: los departamentos de el Aude y el Ariége, donde surgieron las primeras guerrillas españolas en Francia. Ellos nos cuentan sus experiencias: Pedro Olea Salas, uno de los pioneros del maquis español en Francia, cuenta: "Yo estaba, como sabes, en el Onceavo Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera y la invasión alemana nos pilló en el punto neurálgico de la ofensiva: en la cruz de las fronteras de Francia con Luxemburgo y Bélgica. La aviación alemana nos hizo trizas, y como la oficialidad chaqueteó de lo lindo, cada uno se las arregló como pudo. Yo, la verdad, no tenía muchas ganas de andar. Al final acaba uno hartándose de retiradas. Por eso, con tres compañeros más nos quedamos en los bosques del departamento de la Creuse, en el centro del país. No fue difícil colocarnos como leñadores, primero y como carboneros, después, Allí empezó, aunque muy modestamente, nuestra existencia guerrillera, que dos años más tarde proseguiría al pie de los Pirineos. Como estábamos muy cerca de la Línea de Demarcación, por aquella zona pasaban muchos fugitivos de la Francia ocupada por los alemanes. Entre ellos no faltaban españoles, que las gentes del lugar encaminaban hacia nosotros. Aquello, si exceptuamos los sabotajes y los golpes de mano, que al principio se dieron muy espaciados por falta de hombres y de armamento, fue, en efecto, una "base-posada-escuela". Ya que nuestros compatriotas, cuando se refugiaban en ella encontraban natural que se les acogiera fraternalmente; pero, al solicitar su ayuda para nuestras misiones -en particular que hicieran en nuestra ausencia el trabajo que nos incumbía- se mostraban más bien reacios a colaborar, Así que tuvimos que organizar unos cursillos, digamos de politización para transeúntes para explicarles, y en lo posible, convencerles de las razones morales de nuestra lucha y por qué habíamos decidido olvidar, por lo menos de momento, el trato de las democracias occidentales para con la república española". Una peripecia aún más complicada y que termina marchando por los mismo derroteros de la guerrilla es la de Martín Martínez García: "Los restos de mi compañía de trabajo (la 119) fuimos también a parar el infierno de Dunkerque, concretamente a la playa de Brayles-Dunes. Hubo muchas bajas. Unos cuantos pudieron ser evacuados hacia Inglaterra -o se marcharon por su cuenta- y a los demás nos hicieron prisioneros. Puede también que los hubiese con más suerte: yo conocí a uno que pudo atravesar las líneas enemigas y huir hacia el sur de Francia. Era un madrileño que se llamaba Paco Moreno. En medio de aquel gran desbarajuste, los alemanes nos agruparon -a belgas, holandeses, franceses, ingleses, polacos, checos y españoles- y nos llevaron hacia el río Rhin. En cuanto desembarcamos, me junté con un aragonés de mi compañía -Bernardo- y nos evaporamos. La evasión era mucho más peliaguda que en Bélgica, sobre todo a causa de la lengua. Pero nosotros nos dijimos: "Bueno si nos pescan iremos a parar al mismo campo y en paz." Nosotros lo que no sabíamos era que por aquellas tierras había campos de exterminio y que si nos cogen hubiésemos ido a dar con nuestros huesos a uno de ellos. Al de Mauthausen seguramente, que es en el que internaron a las tres cuartas partes de los prisioneros españoles. Estábamos decididos a no tropezarnos con un solo alemán, por lo que siempre andábamos de noche, escondiéndonos de día mejor que los topos. Y así nos volvimos a encontrar en Francia, una semana después, por el lado de Sarreguemines, frente a la famosa línea Maginot, ocupada por las tropas alemanas, que se entretenían en desmantelarla. Por allí estuvimos tres o cuatro días, recogiendo cosas abandonadas por los franceses: ropa, comida (botes de conserva, claro) y dos pistolas..., bueno dos de esas de tambor del 38. La mía la conservé hasta la liberación de Francia, fíjate, y luego se la regalé a un amigo español que hace colección de armas cortas. Nosotros seguimos bajando en dirección a España... Y en Lyon, a causa de un control de identidad en la estación, cuando íbamos a subir al tren de Toulouse -y después de haber salvado tantos y tantos obstáculos-, nos detuvieron los gendarmes. Nosotros, pobres de nosotros, creyendo que se portarían como hermanos de armas que éramos, les confesamos la odisea que acabábamos de vivir sin omitir detalle". Testimonio de Julián Villapadierna García: "En las minas de oro de Salsigne -al norte de Carcassone- trabajábamos muchos españoles, como sabes. Y puedo asegurarte que cuando se constituyeron los maquis franceses de la Montaña Negra, ya hacía tiempo que nosotros habíamos montado la Solidaridad Española. Esto sería a mediados de 1942. Luego, cuando vimos que los "guerrilleros" del país almacenaban el armamento y se daban la gran vida -eran de la "Armée Secrete"-, que se reservaban para los combates de la postliberación: o sea, para evitar que la auténtica guerrilla tomase el poder-, los españoles creamos varios grupos. Y nosotros, los de la mina -salvo las consabidas excepciones-, seríamos sus más fieles colaboradores. Teníamos salvoconductos para circular y podíamos facilitarles dinamita y también información. En lo que me afecta, cuando me ocurrió aquel accidente, que me dejó temporalmente paralizado de las manos, al disponer de tiempo y seguir gozando de facilidad de desplazamiento, me puse ya enteramente al servicio de nuestra guerrilla. Luego, al darme de alta, fui destinado -mejor dicho: los compañeros me recuperaron- al Grupo Disciplinario (G. T. E.) número 422 de Carcassonne, que era algo así como el Estado Mayor departamental (en el Aude) de las fuerzas -armados o no- de la Resistencia Española. En verdad, no creo que hubiese un solo G. T. E. que no estuviera controlado ("copado") por los exiliados españoles". Hubo otras dificultades, según testimonia José María Juan: "Los primeros republicanos españoles que llegaron a la región alpina lo hicieron en septiembre de 1940. Procedían casi todos de la región Centro. Unos llegaban de Bergerac (Dordogne) y otros -todos lo que se quedaron en la Alta Saboya-, de Sainte-Livrade (Lot-et-Garonne), y todos ellos pasaron a formar parte de tres G. T. E.: el 514, estacionado en Savigny; el 515; con sede en Vacheresse, y el 517, con base en Annecy. Al principio había en dichas unidades unos 750 españoles. Y, a fines de 1942, las deserciones habían alcanzado tal volumen que se tuvieron que disolver dos Grupos Disciplinarios; el 514 y el 515, reorganizándose el 517, que mandaban dos militares franceses de declarada filiación fascista: el capitán Valiére y el brigada Palop, enviados por el Gobierno de Vichy para "poner coto a las deserciones y reorganizar a fondo las unidades disciplinarias españolas."Una precisión: a los desertores había que añadir la deportación de muchos españoles a los campos de Alemania y de Argelia". El manchego Miguel Vera sería el primer coordinador departamental de las fuerzas resistentes españolas, compuestas casi enteramente por los desertores de los GET (grupos disciplinarios de trabajadores extranjeros). Un hijo de emigrados económicos españoles, de Almería, Ricardo Andrés, que más tarde sería ejecutado por los alemanes, realizó el enlace con la resistencia francesa. Con todo, hubo algunos grupos de maquis incontrolados. Por eso conviene puntualizar que la hora de la verdad sonó cuando los antiguos cazadores alpinos, unidad disuelta a raíz del armisticio franco-alemán, decidieron organizar el "Batallón del Gliéres", con el capitán Tom Morel a la cabeza. Debo decir que, con anterioridad, los cazadores alpinos ya nos habían entregado armamento suyo, de los arsenales que tenían escondidos antes de que llegasen los alemanes. Al iniciarse la gran ofensiva alemana, apoyada por los milicianos fascistas franceses, cada cual salió de la meseta como mejor le dio a entender su experiencia. Aunque se nos haya olvidado intencionadamente, la guerra en Francia está cubierta de andanzas españolas. Federico Moreno Buenaventura estuvo con las unidades de Leclerc en África y, después, en Normandía.
En el siguiente post continua el relato de Federico Moreno Buenaventura