16-03-2009
En junio de 1944 la marina estadounidense inició una campaña con el objetivo de capturar bases avanzadas en el archipiélago de las Marianas para posteriores ataques a las Filipinas o Formosa. Para proteger los desembarcos en Guam y Saipán, previstos para mediados de mes, los norteamericanos desplegaron la Agrupación 58, al mando del vicealmirante Marc Mitscher, formada por 7 acorazados, 21 cruceros, 69 destructores y 15 portaaviones con 891 aviones. El almirante japonés Soemu Toyoda, que acababa de ser nombrado jefe de la Flota Combinada, vio la oportunidad de derrotar a los estadounidenses en un único combate, recuperando la idea de Midway de forzar al enemigo a entablar la batalla decisiva. Para ello reorganizó la flota, formando una gran fuerza de ataque bautizada como la 1ª Flota Móvil, al mando del almirante Jisaburo Ozawa, que contaba con 6 acorazados, 13 cruceros, 28 destructores y 9 portaaviones con unos 500 aviones embarcados. Contaría también con el apoyo de la 1ª Flota Aérea, con unos 1000 aviones repartidos en aeródromos en torno al Mar de Filipinas. Pero la superioridad numérica japonesa en el aire era engañosa. La mayoría de los pilotos japoneses eran jóvenes inexpertos con menos de seis meses de vuelo en solitario, y sus aviones se habían quedado desfasados, y poco podían hacer contra los nuevos Hellcat guiados por radar y tripulados por pilotos bien adiestrados. El 11 de junio los estadounidenses comenzaron los ataques aéreos preliminares a los desembarcos contra los aeródromos de la 1ª Flota Aérea. En los ocho días siguientes la 1ª Flota Aérea perdió la mitad de sus aparatos, de forma que no pudo prestar la ayuda esperada en la que pretendía ser la batalla decisiva. Esta tuvo lugar el 19 de junio, y pasó a la historia con el nombre de Batalla del Mar de las Filipinas, aunque los aviadores navales estadounidenses la apodaron “el gran tiro al ganso de las Marianas”. Los aviones japoneses fueron barridos del cielo por los cazas estadounidenses, y los pocos que lograron pasar la barrera defensiva fueron abatidos por las defensas antiaéreas de los buques. Los aviadores de los portaaviones japoneses hicieron un total de 328 salidas y perdieron 243 aviones, mientras que la 1ª Flota Aérea perdía otros 50. El día siguiente los aviadores estadounidenses pudieron atacar a la flota japonesa, que había perdido casi por completo su cobertura de cazas. El 21 de junio, cuando la 1ª Flota Móvil se retiró a Japón, había perdido tres portaaviones (los portaaviones de escuadra Taiho y Shokaku y el ligero Hiyo), 395 aparatos y 445 tripulantes. Lo que quedaba de la 1ª Flota Aérea se retiró a las Filipinas.
Batalla del Mar de las Filipinas:
la tripulación de un buque estadounidense observa un combate aéreo.
Para los japoneses lo peor no fue la pérdida de los portaaviones ni de sus aparatos, sino la muerte de las tripulaciones. No habría nuevos pilotos para suplir las pérdidas con una mínima preparación antes de la primavera del año siguiente. A la superioridad numérica y técnica aliada se le unía ahora la ausencia casi total de tripulaciones experimentadas. Las posibilidades de victoria en un enfrentamiento convencional con la aviación norteamericana eran prácticamente nulas. Tras el desastre de las Marianas, en la Marina Imperial empezaron a tomarse en consideración las solicitudes de creación de fuerzas de ataque “especiales”. En la presentación de un informe sobre la batalla del Mar de Filipinas ante el Estado Mayor Imperial, el capitán de navío Eichiro Jo, comandante del portaaviones Chiyoda, propuso la creación y el mando de una unidad especial de “abordaje directo”, formada por pilotos inexpertos, que estrellarían sus aviones cargados de bombas contra los portaaviones enemigos. También el contraalmirante Sueo Obayashi, comandante de la 3ª División de portaaviones, se ofreció para crear y entrenar una unidad similar, pidiendo al almirante Ozawa que trasladase su propuesta al Estado Mayor Imperial. Ni el Estado Mayor ni el almirante Toyoda, comandante de la Flota Combinada, aprobaron esas propuestas, que sin embargo fueron tomadas en consideración por el vicealmirante Takijiro Onishi, por entonces jefe del departamento de aviación del Ministerio de Municionamiento.
Los pilotos eran conscientes de su situación. Participar en un ataque convencional contra la flota estadounidense, enfrentándose a su cobertura de cazas y a sus defensas antiaéreas, casi suponía una muerte segura. Muchos se convencieron de que si iban a morir al menos tenían que conseguir que no fuese una muerte inútil y que su sacrificio tuviese algún resultado. A mediados de octubre, cuando la flota estadounidense se presentó ante las Filipinas, una buena parte de los aviadores japoneses habían asumido que el ataque suicida no sólo era una táctica válida, sino la única con la que se podía hacer daño al enemigo. Como veremos a continuación, entre el 15 y el 25 de octubre, día de la primera misión oficial kamikaze, hubo varios ataques suicidas, iniciativas individuales de aviadores no pertenecientes a las escuadrillas del Cuerpo Especial de Ataque, que decidieron estrellar sus aviones contra los buques enemigos sin necesidad de que nadie se lo ordenase ni se lo sugiriese. Desde el día de su creación las escuadrillas Shimpu nunca tuvieron problemas para encontrar voluntarios.