Tres aviadores japoneses de Pearl Harbor

Molders

02-04-2006

Cayeron en picado sobre la bahía de Pearl Harbor. Pensaban en su país y en su emperador cuando soltaron las bombas de las panzas de sus aviones y cosieron a balazos las instalaciones navales más valiosas de Estados Unidos en el Pacífico.

Takeshi Maeda, Zenji Abe y kaname harada actuaron en el ataque sobre Pearl Harbor en el que murieron 2.330 estadounidenses y 185 japoneses.

Al acabar la guerra, su país los despreció y relegó al olvido. Fue una forma más de intentar ocultar la derrota y el horror de una contienda que se cebó con japón.

Kaname Harada

Era un piloto nato. De los 1.500 hombres que se enrolaron junto a él para convertirse en aviadores navales, sólo 26 completaron el proceso de selección y el entrenamiento de cuatro años. Harada recibió de manos de su emperador un reloj por ser el número uno de su promoción. Fuerte, apuesto e inteligente, se le consideró un candidato idóneo para el mundo castrense. Hoy tiene 85 años, trabaja en un jardín de infancia y su opinión sobre la vida ha cambiado mucho desde entonces. Cuando en septiembre de 1941 fue asignado al portaaviones Soryu, su formación como piloto imperial se hizo más intensa.

Su acción contra el enclave americano se convirtió en aquel tiempo en motivo de honda decepción personal. Como piloto de elite de los cazas japoneses, el escuadrón de zeros pasó la noche previa al ataque brindando con sus camaradas por la derrota de los Estados Unidos. Por ello, al ser informado de que estaba asignado a la patrulla aérea de combate que protegería a los bombarderos y la flota, rogó a sus superiores que le permitieran tomar parte en el ataque principal. La petición fue denegada y voló sin incidentes mientras sus compañeros, tres de los cuales nunca regresarían, tomaban parte en la destrucción del aeródromo de la isla. Los aviadores volvían jubilosos: el ataque había sido un éxito. Sin embargo, él recuerda que sintió lo contrario cuando supo que los portaaviones estadounidenses de la Flota del Pacífico no estaban fondeados en el puerto hawaiano.

Zenji abe

Cuando el avión de este teniente comenzó su frenético ataque en picado contra el acorazado de guerra USS Arizona, el buque ya se encontraba envuelto en llamas. Los pañoles de munición de proa habían saltado por los aires como consecuencia de una bomba lanzada durante la primera oleada. Su único torpedo, de 250 kilos, fue lanzado a 400 metros de altura y contribuyó a la destrucción bajo cubierta. Murieron casi 1.200 marinos a bordo. El breve ataque sería la culminación de uno de los entrenamientos para pilotos de combate más riguroso del mundo.

Abe, que en la actualidad se acerca a los 85 años, recuerda cuán brutal fue su entrenamiento en la Marina Imperial: "Desde el momento en que tocaban diana disponíamos de dos minutos para vestirnos, hacer la cama y llegar al comedor situado a 150 metros de distancia. Todo aquel que llegara incorrectamente vestido o un segundo tarde era sacado de filas y apaleado". Cada minuto del tiempo que pasó en la Academia Naval era cuidadosamente programado y controlado. "No teníamos ni un momento para relajarnos o decidir qué hacer", explica. La férrea disciplina y el énfasis ciego en acatar órdenes sin cuestionarlas forjó al teniente y sus camaradas como soldados letales del régimen.

Durante la preparación previa al ataque contra Pearl Harbor, el alto mando llevó al límite tanto a sus hombres como a sus máquinas. Los bombarderos estaban diseñados para descargar a 800 metros de altitud, una distancia que permitía a las aeronaves salir de su propio picado sin riesgo. Para aumentar su efectividad, se ordenó que la distancia se redujera a la mitad. Soltar las bombas a 400 metros significaba que el avión salía del picado a 15 metros del suelo. Este ex combatiente lo recuerda. "Si tus ojos perdían la visión durante algunos segundos, por el cambio de la fuerza de gravedad que provoca el salir de un picado, sabías que no lo ibas a lograr". Durante el entrenamiento fallecieron no menos de ocho pilotos. El efecto sobre la puntería fue espectacular, pasaron de una efectividad de un 20% a un 86%".

Takeshi maeda

Tomó parte de la primera oleada de 183 aeronaves que despegó de los portaaviones japoneses. La radio de su carlinga captó el Sunrise Serenade de Glenn Miller que emitía la cadena de las fuerzas estadounidenses en Hawai. Sintió confianza al saber que los americanos no habían detectado el inminente ataque. En contra de la creencia popular, "Tora, tora, tora" no fue una orden verbal emitida para iniciar el bombardeo sorpresa, sino la señal en código morse enviada al almirante Yamamoto para informarle de que no se había avistado ningún portaaviones bajo la bandera de barras y estrellas, lo que permitió a los nipones continuar adelante con su estrategia. Bajo un estricto silencio de radio, la orden de ataque nunca fue pronunciada, sino que fue señalizada mediante una bengala lanzada por el comandante al mando del ataque, Mitsuo Fuchida.

Al ver la señal, Maeda recuerda que los 40 torpederos de su oleada se colocaron en formación de a uno para la aproximación final. Cada avión tenía asignado un objetivo específico. En su caso era el USS West Virginia. A pesar de ser la segunda aeronave entrando al ataque, le sorprendió la rápida reacción del enemigo mientras su torpedero era violentamente sacudido por la metralla del fuego antiaéreo. Los aviones que entraban a su cola no fueron tan afortunados. Los cinco últimos fueron derribados. Tras el impacto directo del proyectil de Maeda sobre el USS West Virginia, ocho bombas más de sus compañeros hicieron blanco contra el navío, enviándolo a pique en el interior de la bahía. En media hora se había completado la primera oleada. Este militar sólo participó durante un escaso minuto. Recuerda que su principal preocupación era encontrar el camino de regreso al portaaviones Kaga, a más de 4.800 kilómetros.

Su torpedero llevaba un solo artefacto de 830 kilos que había sido modificado para ser lanzado en aguas poco profundas. Unas aletas especiales impedirían que el artefacto se hundiera a una profundidad excesiva y quedara clavado en el barro del fondo de la bahía. "Pasamos seis meses de intenso entrenamiento preparándonos para la operación, aunque por aquel entonces todavía desconocíamos que Pearl Harbor era nuestro objetivo. Para poder lanzar el proyectil en un brazo de agua tan estrecho, tuvimos que reducir nuestra trayectoria de aproximación de un mínimo de 1.000 metros a 700. Debíamos sobrevolar las instalaciones del puerto enemigo antes de descender a diez metros sobre la superficie del agua, por lo que era crucial que realizáramos una aproximación perfecta. Una distancia tan corta significaba que los aviones corrían el riesgo de estrellarse contra los mástiles de los barcos a los cuales atacaban".

http://www.elmundo.es/magazine/m92/textos/japon1.html

ULRICH

02-04-2006

"Desde el momento en que tocaban diana disponíamos de dos minutos para vestirnos, hacer la cama y llegar al comedor situado a 150 metros de distancia. Todo aquel que llegara incorrectamente vestido o un segundo tarde era sacado de filas y apaleado".

Eso si que era un entrenamiento duro y no el de los marines americanos. :o

UN SALUDO.

Topp

02-04-2006

En los marines y en cualquier otro ejército occidental, el castigo físico era algo que se practicaba a hurtadillas por algunos mandos sádicos.

El el ejército japonés, el castigo físico era algo intrísnseco al entrenamiento. Lo consideraban (los que lo recibían) una mortificación adecuada por no haber podido llegar a los objetivos propuestos.

No es la primera vez que leo en más de un oficial japonés, dejar sangrar una herida como castigo a no haberla podido evitar.

Saludos.

Nonsei

03-05-2006

En el libro Recordad Pearl Harbor, de Manuel Leguineche, se cuenta un ejemplo del entrenamiento brutal al que eran sometidos los soldados japoneses, y de su disciplina fanática: En el verano de 1937, durante unas maniobras, el comandante de un regimiento prohibió a sus hombres que bebiesen agua. Al cabo de varios días se dieron una veintena de casos de deshidratación, y cinco soldados murieron de sed, con las cantimploras llenas.

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