18-12-2006
Esta nota aparecio en el diario La Voz de la ciudad de Cordoba en la Rep. Argentina y es muy interesante pues en cirta forma es un homenaje al soldado Italiano que combatio en la WWII y que siempre fue tan devaluado por la opinion publica.
Domingo 17 de diciembre de 2006
El infierno que cayó del cielo
Por Juan Marguch
Especial
Partamos de la base de que el soldado italiano tiene mala prensa (alguna película del inolvidable Alberto Sordi también difundió planetariamente esa presunción). En cierta oportunidad, periodistas de todo el mundo que aguardaban ser recibidos en la Casa Blanca por el presidente Lyndon Johnson, combatieron el tedio de la espera imaginando cuáles serían los tres libros más breves del mundo. El primero de ellos, y por amplio margen de votos, fue Generales italianos victoriosos. Tal pareciera que los tiempos bizarros del Imperio Romano, con sus legiones que conformaban los mejores ejércitos de entonces, habían pasado definitivamente. El Renacimiento confirmó en cierto modo esa decadencia militar, porque las ciudades-Estado dirimían sus conflictos contratando a soldados extranjeros (los famosos condottieri, palabra derivada de condotta: contrato). La propia Santa Sede acudió a los temibles guerreros helvéticos para armar su célebre Guardia Suiza, que perdura hasta nuestros días.
Pero la historia militar de los italianos tiene también algunas páginas de heroísmo sobrehumano. La más dramática, y menos conocida, es la tenaz resistencia que, durante la Segunda Guerra Mundial, opusieron en la isla-búnker de Cézembre, en las costas de Normandía, al desembarco de los aliados (junio a setiembre de 1944). Entre 20 mil y 40 mil soldados italianos –las fuentes varían– habían sido desplegados por la Wehrmacht en las playas de Omaha, Utah, Juno y Gold, nombres de código dados por estadounidenses y británicos a los sectores donde se produciría el desembarco más grande de la historia (la primera oleada constaba de 175 mil soldados transportados en cuatro mil barcos custodiados por 600 naves de guerra).
Muchos italianos se habían enganchado en las fuerzas alemanas para escapar de los campos de concentración nazis, donde fueron encerrados tras el colapso del régimen de Benito Mussolini, pero hubo otros millares, enrolados en la fantasmal República Socialista Italiana, que lo hicieron por afinidades ideológicas con el nazismo. Cuando las fuerzas aliadas iniciaron el gigantesco bombardeo naval y aéreo de las posiciones alemanas para preparar el desembarco, miles de italianos aprovecharon la confusión para darse a la fuga y entregarse a los estadounidenses, británicos, australianos, canadienses, neocelandeses, polacos y franceses que integraban los contingentes de avanzada. Los alemanes siempre dudaron de la confiabilidad de esos soldados; por ello, sólo formaron pequeñas compañías y algunos batallones, pero encuadrados por oficiales de la Wehrmacht. Gran parte fue destinada a unidades de artillería antiaérea costera o a la conducción de camiones, previsiones que, en definitiva, sirvieron de poco, porque apenas se iniciaron los combates comenzaron las deserciones.
Pero otros siguieron siendo leales a Mussolini y a Hitler. Formaron la "División Atlántica" con 10 mil soldados al mando de Enzo Grossi, a quien se le permitió enrolar a cuatro mil jóvenes, nacidos casi todos ellos en Francia, hijos de connacionales que habían emigrado en busca de mejores oportunidades laborales o, paradójicamente, para huir del régimen fascista. En la "División Atlántica" revistaba el "Batallón Lombardo", integrado por infantes de marina. A un grupo de ellos le fue confiado la isla-búnker de Cézembre, que cubría la retaguardia del puerto de St. Malo (de donde proviene el nombre de Malvinas, dado a nuestras islas cuando fueron fugaz posesión francesa). El búnker, de tres pisos subterráneos, que tenía una extensión de 500 metros de largo por 250 de ancho, había sido construido por obreros italianos enrolados, voluntariamente o por la fuerza, en la Organización Todt, el organismo alemán que administraba el trabajo esclavo y de los prisioneros políticos y de guerra.
La ahincada resistencia de los soldados italianos hizo ingresar en los anales militares de todos los tiempos a la isla-búnker de Cézembre, porque fue "el pedazo de tierra más bombardeado de la historia": en un mes, los aliados descargaron sobre ella más de 120 mil toneladas de bombas. Los ataques aéreos aliados estremecían día y noche ese reducto, que, pese al infierno de las explosiones y los incendios, siguió accionando su artillería contra los ejércitos que desembarcaban incesantemente en las martirizadas playas. Los bombardeos comenzaron el 1º de agosto y prosiguieron sin cesar durante semanas. El 17, se rindió St. Malo, pero la isla-búnker siguió resistiendo. El 20, tres infantes de marina desertaron, nadaron hasta la costa y se entregaron a los estadounidenses, a quienes informaron que la situación en Cézembre era desesperante: había 275 infantes heridos y escaseaban los medicamentos, el agua potable y los alimentos.
El U.S. Army ofreció a los sobrevivientes condiciones honorables de rendición, pero todo lo que obtuvo fue nuevas descargas de artillería. Las cabezas de puente en ese sector de la costa de Normandía estaban a cargo del temperamental general George Smith Patton, quien decidió poner fin al asedio. Y lo hizo a su manera. El profesor Louis Fieser, de la Universidad de Harvard, había desarrollado un nuevo sistema de exterminio: se basaba en una combinación de ácidos de nafta y palmíticos. El palmítico es un ácido graso saturado que se encuentra en una gran proporción en el aceite de palma, de ahí su nombre, y sirve para adherir el combustible a cualquier superficie. El agente de ignición del explosivo era el fósforo blanco, que penetra en los tejidos de la piel y se reenciende una y otra vez hasta que se consume. De nada sirve que el ser humano alcanzado por ese fuego, que se pega diabólicamente, se sumerja en agua para apagar las llamas, porque vuelven a brotar en contacto con el oxígeno del medio ambiente.
Patton ordenó utilizar, por primera vez en combate, ese nuevo engendro de la guerra química. Nada mejor que hacerlo contra el inclaudicable enemigo atrincherado en esa isla-búnker. Patton no quería enemigos transformados en héroes. El 30 de setiembre dio orden de que la aviación saturara ese sector con los nuevos proyectiles: 265 bombarderos lanzaron bombas perforantes y unos extraños recipientes que caían girando en el aire. Y fue verdaderamente el infierno. Las llamaradas y el humo asfixiante se elevaron a gran altura, estremeciendo a los propios soldados aliados que contemplaban el terrible espectáculo: se levantó un hongo que prefiguró a los hongos atómicos que meses después devastarían las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. El 1º de octubre, la Werhmacht autorizó a la guarnición de Cézembre que se rindiera. Sólo quedaron vivos 69 soldados italianos, a quienes las fuerzas armadas aliadas rindieron honores por su excepcional coraje.
Aquel 30 de setiembre de 1944 se utilizó por primera vez en la historia una de las armas más crueles que haya surgido del extravío humano: el napalm (palabra formada por las primeras letras de nafta y palmítico), cuyo empleo masivo en la guerra de Corea y en Vietnam llenó de horror a la humanidad, que, pese a ello, sigue imperturbable su marcha hacia la autoaniquilación.