15-07-2006
El 5 de diciembre Stalin ordenó a sus ejércitos que pasaran al contraataque en un frente de 1.000 kilómetros para acabar con el “invasor fascista”. Dos días más tarde el conflicto se ampliaba a la magnitud mundial al atacar el Japón la base estadounidense de Pearl Harbour. Cuatro días después Hitler declaraba la guerra a los Estados Unidos.
A Hitler se le intento ocultar la verdadera magnitud de la catástrofe cuanto fue posible, pero él la adivinó. Algunos exigían una orden de retirada general. Pero éste se guardó de facilitar semejante orden. Nunca se ha salvado un Ejército procurándole la autorización de retirada en condiciones tan angustiosas. Muchas veces se ha afirmado que Hitler prohibió el mínimo retroceso por parte de las tropas. No es exacto. Autorizó primeramente los acortamientos del frente y los repliegues indispensables para el salvamento de determinadas unidades en grave peligro y la evacuación de los heridos. Así que el día 21 de diciembre dio la siguiente orden general:
“Los comandantes en jefe, comandantes de unidades y oficiales tienen, por su acción y bajo su responsabilidad personal, que obligar a sus tropas a resistir fanáticamente en sus posiciones, sin tomar en consideración las penetraciones de sus flancos. Tan sólo cuando se consoliden fuertes posiciones en la retaguardia y se mantengan mediante reservas, podrá efectuarse el repliegue a tales posiciones.”
Los expertos deben de reconocer que esta decisión impidió que la retirada degenerara en catástrofe irreparable. Los alemanes se fortificaron con rapidez en Kursk, Jarkov, Mojaisk, Orel, Kaluga, Viazma y Storaia – Roussa, posiciones erizo contra las que se estrelló el grueso de las divisiones siberianas. El objetivo de los rusos era aplastar al Grupo de Ejércitos Centro. Su ambiciosa tentativa fracasó. Sus pérdidas fueron terribles. Las dos tenazas que amenazaban con cerrarse en la retaguardia de Smolensko fueron rotas y los alemanes pudieron permanecer al Norte, en el Volga y en el Sur, en el Donetz. Los soviéticos perdían un millón de hombres mensual en sus intentos por romper las defensas alemanas. El sacrificio de quienes supieron morir en su puesto y que contraatacaron cuando los ataques enemigos eran mas violentos, evitó una inmensa catástrofe irreparable. Los soldados alemanes en retirada hubieran muerto de inanición, congelados o acosados por el enemigo, perdidos en la inmensidad de Rusia. Adolfo supo evitar el error que llevó a Napoleón al fracaso en Rusia.
Hoy día algunos autores consideran acertada la firme orden de Hitler de mantenerse en las posiciones avanzadas a cualquier precio. He aquí la opinión que a posteriori manifestó al respecto el general Kluge: «La orden fanática de Hitler según la cual las tropas habían de mantenerse con firmeza en cualquier posición y en las circunstancias mas imposibles era, sin duda, justa. Hitler se dio cuenta de que cualquier retirada a través de la nieve y el hielo conduciría en pocos días a la disolución del frente y que, si esto ocurría, a la Wehrmacht le esperaba el mismo destino que a la "Grande Armee napoleonica". Al finalizar el año 1941, lo cierto es que las tropas del III Reich se enfrentaban con la realidad de tener dos frentes en los que combatir.»
De no haber resistido fanáticamente los alemanes, las perdidas entre muertos, heridos y prisioneros hubieran sido inmensamente mayores. Tras el aniquilamiento del grupo Centro hubiera sido abierta una enorme brecha que hubiera permitido a los soviéticos poner en una situación muy comprometida a los grupos Sur y Norte, puesto que el enemigo les habría cortado la retirada por la retaguardia. Los soldados alemanes sí entendieron las disposiciones de Hitler y las juzgaron como razonables, hecho que queda demostrado en los abundantes testimonios personales de este periodo. En cambio ahora estas decisiones siguen siendo producto de la delirante mente del dictador
Como es natural, muchos generales de oficio, de la casta de los prusianos de Estado Mayor, criticaron sus órdenes. De haber adoptado la decisión contraria, es seguro que la hubieran encontrado también absurda; para ellos Hitler no era mas que un “cabo bohemio”. La verdad es que nadie les obligó a prestarle juramento de fidelidad, pero ellos lo hicieron. Ellos se veían así mismos como los únicos capaces de hacer la guerra. Muchos ni comprendían lo que era la guerra moderna; no entendían que la guerra se hacía con los tres ejércitos a la vez, Marina, Aviación y Ejercito con sus carros, infantería y artillería, la guerra se hacía combinando estas armas con la máxima rapidez y eficiencia. Pocas veces fue posible combinar las fuerzas de las tres armas sin discusión en el seno del Estado Mayor o sin que algún amor propio se viera herido. Si Hitler hubiera escuchado a su Estado Mayor en 1940, no tenían la menor probabilidad de atravesar el Mosa; en cambio, llegaron hasta los Pirineos. Las campañas de Noruega y Grecia tenían que acabar en catástrofes, por el contrario, exceptuando los percances puntuales de Noruega para la Kriegsmarine, fueron éxitos completos.
Desde 1937 hubo disputas entre los generales de la vieja escuela y los jóvenes tácticos, como Manstein y Guderian, que obtuvieron el apoyo de Hitler sin reservas. El mariscal Keitel le manifestó el día 5 de abril de 1946 ante el Tribunal de Nuremberg: “... Hitler había estudiado hasta los puntos inconcebibles, tanto para un profano como para un oficial de carrera, las obras del Estado Mayor, los tratados militares, los estudios sobre táctica y estrategia. Tenía así de los problemas militares un conocimiento verdaderamente sorprendente... Todos estábamos convencidos de que solamente un genio podía obrar así.” Nunca le fue posible a Hitler convencer a los anticuados generales de la vieja escuela de que llevaban una guerra de retraso por lo menos. En lo que atañe a los blindados, la mayor parte de los generales alemanes explicaron al Führer que carecían de valor si no eran ligeros y rápidos. Los generales Von Hirschberg, Von Fritsch, Beck y Von Stulpnagel los consideraban una peligrosa utopía. Halder calificó de insensata la maniobra de Sedan. Hitler apoyó a Guderian y a Manstein por encima de todos aquellos caballeros de monóculo.
Ciertamente hubo excelentes generales y mariscales a las órdenes de Hitler, sobre todo entre los jóvenes, que pusieron la ciencia de la guerra al servicio del Reich. Otras veces fueron simples coroneles como Wenck, al Oeste de Stalingrado, y Otto Skorzeny mas adelante en el Oder, quienes salvaron el frente gracias a su valor incalculable, a su iniciativa y a su firmeza. Otros estaban persuadidos, en cambio, que un título de Estado Mayor les daba cierto talento e intuición. Lo peor de todo es que también querían tener ideas políticas.
Cuatro mariscales alemanes no soportaron las derrotas. El mariscal Von Leeb, culpable de que no se tomara Leningrado, dimitió por decisión propia. Hitler cometió el error de prescindir de los servicios del mariscal Von Rundstedt, de la vieja escuela prusiana pero sabio conocedor de su oficio. El 30 de noviembre se dio cuenta de que Rostov debía ser evacuado; Hitler dio contraorden y Rundstedt mantuvo su punto de vista por encima de todo, lo que significaba que uno de los dos tenía que marcharse. Ya no se trataba de si se debía evacuar Rostov o no, era Rundstedt o Hitler. El mariscal Von Reichenau asumió el mando del Grupo de Ejércitos Sur y de acuerdo con Hitler, Rostov fue evacuado. El mariscal Von Bock, que sufría fuertes dolores de estomago, le rogó a Hitler que le retirara de su mando en plena contraofensiva soviética, cosa que se hizo. Fue remplazado por el mariscal Kluge el 18 de diciembre. Este último era todo un maestro en eliminar la posible competencia, efectuó por aquel entonces un doble golpe y luchó con todas sus fuerzas para presentar a dos especialistas de los blindados como sospechosos y rebeldes ante Hitler: Guderian y Hoeppner fueron liquidados. En realidad, Hoeppner había retirado la artillería pesada y el tren del IV Ejército de blindados, en el norte de Moscú, de completo acuerdo con el propio Kluge, que se guardó de informar a Hitler. El primer culpable por lo tanto era el mariscal.
Otros generales, Geyr, Foerster, Kubler y Strauss, tuvieron que abandonar su mando por causas diversas. El mariscal Keitel tuvo una depresión nerviosa bastante grave en aquellos días; consiguió superarla. Un hombre que era leal y fiel, en realidad, era el representante del Ejercito en el OKW. No mandaba nada. Quien efectuaba los trabajos tácticos y lo hacia de manera eficaz, era Jodl. Muchas veces contradecía a Hitler con vigor y a veces tenía que darle la razón al Führer. El fue quien obligó a Hitler a rectificar su decisión de renunciar en la URSS a la Convención de Ginebra (a pesar de que sirvió de más bien poco).
Hitler le corroboró su estima concediéndole el 10 de enero de 1943 el emblema de oro del partido. Se mostró particularmente emocionado, pero sus relaciones con Hitler se fueron haciendo cada vez más frías. El fue el primero en comprender que el Ejército Rojo, sostenido por los estadounidenses, podía vencer. Jamás dio una orden ni la ejecuté: tenía una misión puramente teórica. Entre Jodl y Hitler estaba el comandante en jefe de la Werhmacht, el mariscal Von Brauchitsch. Hacia el 19 diciembre se sintió enfermo del corazón y fue remplazado por Hitler al frente de un Ejército al borde de la derrota.
Hermann Göring, mariscal del Reich alemán, se había mostrado bastante activo antes de la guerra, haciendo de la Luftwaffe un arma increíblemente eficaz. A pesar de haber perdido la superioridad en el campo de la caza ante la RAF en septiembre de 1940, Göring vivía aposentado en la victoria. Según su punto de vista, la guerra se había ganado para siempre tras la campaña de Francia. Vivía en el increíble palacio de Karina, donde amontonaba obras de arte, muebles macizos de estilo burgrave y una fabulosa colección de objetos de plata. En el sótano hizo construir una piscina, donde Matsuoka, el ministro de Exteriores japonés estuvo a punto de caerse. En unas estancias especiales, trenes eléctricos circulaban a toda velocidad. El salón de recepción del gran mariscal era gigantesco. Erraba por aquel inmenso palacio, perfumado por el incienso, ataviado con uniformes diversos y con una especie de toga romana. Era como un emperador romano teutónico. Su amor hacia el lujo y generalmente todas las vanidades humanas, le hicieron perder el sentido de la pura y dura realidad de la guerra. Más tarde en Nuremberg se mostró muy digno y murió con toda entereza. Uno de sus grandes errores fue infravalorar el potencial industrial de los estadounidenses. Con otro hombre al frente de la Luftwaffe, esta hubiera podido contar con cazas a reacción desde 1943, el material humano era increíble, los expertos en desarrollo tecnológico también.
El inspector de la aviación de caza y más tarde jefe de la dirección técnica alemana, Ernst Udet, fue duramente criticado tras el fracaso de la aviación sobre las Islas Británicas. El Me 109 ya no podía competir con superioridad sobre los Spitfire, y el Focke Wulf 190 y el Heinkel 111, no se construían con la rapidez suficiente como para reemplazarlo. Udet había cosechado grandes éxitos, había sido el descubridor del picado acrobático con aplicaciones bélicas, a su cargo corrió disponer todo lo necesario para sacar el máximo rendimiento de los Stukas. En 1938, a bordo de un Heinkel 100, batió el record mundial de velocidad cubriendo 100 kilómetros a una media de 634 kilómetros hora. Göring se vio ensombrecido por todos estos éxitos de Udet, que tenía sobre él una ventaja en cuanto a imagen: Volaba siempre. En cambio, Göring no podía volar desde hacía tiempo debido a su envergadura. Udet, decepcionado por su fracaso en las islas británicas, tuvo que guardar cama después de una grave hemoptisis, secuela de una antigua herida en el pulmón. Violentos dolores de cabeza le impedían dormir. Hitler le hizo saber a Göring que había que intentarlo todo para que recobrara la salud, que tenía que descansar, pero que tampoco era posible prescindir de un hombre tan eficaz y emblemático por que estubiera enfermo. Se pretendió a si mismo curado y volvió a ocupar su puesto, pero nuevas desilusiones le asestaron el golpe fatal. Después de besar a su madre una noche, se disparó un tiro en la cabeza. No faltaron los inconscientes que dijeron que había sido asesinado por la Gestapo, órdenes del Führer claro. Semejante interpretación es de una vileza que no merece comentario. El dictador austriaco se vio profundamente consternado por esta noticia, admiraba al general Ernst Udet profundamente.
También el Estado Mayor de la Kriegsmarine tuvo que rectificar e improvisar. Raeder había tomado la decisión incorrecta: se necesitaban submarinos y no cruceros de bolsillo. Pero al menos, la marina de guerra alemana supo combatir con honor, de acuerdo con las tradiciones de los combatientes del mar.