21-02-2006
6.000 tanques protagonizaron un brutal enfrentamiento que determinó la derrota de Hitler en la URSS en la que murieron 350.000 soldados.
El aire estaba tan cargado que sudábamos sin cesar», relata a CRONICA el ex comandante de tanques Piotr Kurievin mientras acaricia la adusta carrocería verde de un viejo T-34 reconvertido en arbusto decorativo del Parque de la Victoria de Moscú. En torno a un obelisco de 142 metros, el parque se extiende flanqueado por surtidores de agua roja que evocan los millones de litros de sangre soviética derramada por la esvástica a su paso por la URSS: 25 millones de soviéticos muertos.
Kurievin tenía sólo 20 años cuando se subió al carro de la Segunda Guerra Mundial al frente de una compañía de siete tanques dentro de la 2ª Brigada del V Cuerpo Mecanizado, integrado en el frente occidental de la mítica batalla de Kursk. Entre el cinco de julio y el 23 de agosto de 1943 aquella región (400 kilómetros al suroeste de Moscú) fue escenario de la mayor batalla de carros y vehículos blindados de la Historia. Durante 50 días y 50 noches más de 6.000 tanques se enzarzaron en un dramático torneo de poder a poder que superó a Stalingrado en cadencia de fuego y marcó el naufragio definitivo del III Reich en la URSS. Este mes se cumplen 60 años de aquella derrota que allanó el camino al Ejército Rojo hacia Berlín.
EL PUNTO MAS DÉBIL
La batalla de Kursk grapó a Kurievin un trozo de metralla en el hombro, pero el comandante salió con vida de aquella amalgama de carne y metal horneada a 30 grados sobre cero. Además de ordenar fuego, su misión dentro del tanque era la de coordinar por radio el movimiento de su rebaño en una franja de hasta 500 metros.«Oíamos las balas de las ametralladoras rebotando contra el blindaje, pero sabíamos que la coraza era infranqueable. Lo realmente peligroso era ser alcanzado por fuego de tanque», asegura el espigado octogenario, apoyado sobre el Triceratops de metal. «Éste era su punto más débil: si le alcanzaban aquí se paraba», sentencia con el índice clavado sobre la pequeña rueda delantera de las siete que ciñe la oruga del mítico carro soviético.
6.000 tanques sobre un tablero de 190 x 120 kilómetros cuadrados son muchas piezas para una sola partida. Aquéllas eran las dimensiones del llamado saliente de Kursk, una bolsa de terreno ocupada por el Ejército Rojo que penetraba 120 kilómetros en campo enemigo: una protuberancia demasiado tentadora como para que los nazis no intentasen estrujarla.
Tras el desaguisado de Stalingrado, Hitler necesitaba un clavo ardiendo al que agarrarse. El estratega alemán Heinz Guderain trató de disuadir al tirano trivializando la importancia del enclave. «¿Cree que alguien sabe dónde está Kursk?», le inquirió.«Yo lo sé. Y sólo pensar en ello me revuelve el estómago», respondió sin vacilar un instante el führer.
La densidad de carros blindados y artillería antitanque en torno al saliente de Kursk alcanzó en algunos puntos los 100 tanques por kilómetro cuadrado: un tanque por cada 10 metros. Los nazis pusieron toda la carne en el asador: 2.700 carros y 2.000 aviones.El mariscal Erich von Manstein propuso a Hitler atacar en primavera, pero el dictador prefirió esperar a julio para incorporar las nueva divisiones acorazadas de Tiger y Panzer. Aquel retraso, junto a la decodificación por los ingleses de telegramas alemanes encriptados y los oportunos chivatazos procurados por el espionaje soviético, permitieron a Stalin preparar un dique defensivo múltiple con cañones antitanque y minas. «Nuestros comandantes sabían a qué hora y cuántas tropas alemanas atacarían el 5 de julio.Eso creó condiciones muy favorables para nosotros y sembró la perplejidad entre la comandancia alemana», asegura a este suplemento Viktor Lavski, ex teniente general de aviación de 89 años que planeó sobre la Guerra Civil Española como brigadista internacional antes de sobrevolar Kursk.
En los primeros compases, Lavski realizó 15 salidas a bordo de su bombardero contra la retaguardia alemana. La perspectiva aérea de batalla era sobrecogedora: abigarradas manadas de lentos paquidermos de metal reventándose entre sí con salivazos de fuego. 2,2 millones de hombres envueltos por una enloquecedora sarta de cañonazos, asfixiados por la densa humareda negra que emanaba de las entrañas ardientes de cientos de tanques destripados.
300 EUROS DE PENSION
«El humo negro llegaba hasta nosotros, que volábamos a 3.000 ó 4.000 metros. Nos costaba respirar en la cabina. No sé como los soldados podían soportarlo ahí abajo», asegura el ex piloto Fiodor Arjípenko, que a bordo de su Yak-9 dispersó cientos de bombas antitanque. «Parecía como si fuera siempre de noche. El humo de los tanques quemados nos impedía ver el cielo», asegura Nikolai Andronikov, tanquista del V Cuerpo Mecanizado en la sangrienta batalla de Kursk. Convertidos la mayoría en generales después de la guerra, aquellos jóvenes a los que la batalla de Kursk les blindó el alma cobran hoy pensiones militares de unos 300 euros, cifra nada despreciable en la Rusia poscomunista.
Los alemanes soltaron por primera vez a sus feroces tigres y panteras, que hicieron frente a 3.300 tanques soviéticos. Por momentos, la confusión de vehículos impedía a los bombarderos discernir desde lo alto sus tanques de los del enemigo. La vorágine alcanzó su clímax en el poblado de Prójorovka, donde confluyeron 1.200 tanques. Los Tiger y Panzer permanecieron estáticos con los T-34 girando a su alrededor tratando de impactarlos en los laterales o en la parte trasera. Algunos saurios de metal se enzarzaban entre sí con sus astas de fuego. Un total de 21 choques o embistes (tarán en ruso) fueron registrados entre tanques rusos y alemanes en la batalla de Kursk. Kurievin aún recuerda cómo el sargento Nikolaev empotró su versátil T-34 contra un Panzer cerca de Oriol. «Él sabía que no saldría vivo», sentencia.
«En el transcurso de la batalla hay también situaciones en que hay que ocupar la defensa. Ante una formación de tanques nazis tratábamos de ocultarnos entre arbustos o en el fondo de un cráter formado por un proyectil para poder avistarles sin ser vistos», afirma Kurievin. Pero cada vez que su compañía aniquilaba un tanque nazi el sentimiento era de satisfacción contenida: «Me sentía aliviado por seguir con vida y preguntaba a la tripulación si estaba bien», confiesa el veterano ex combatiente.
LAS CLAVES
CIFRAS. Los alemanes concentraron en Kursk a 900.000 hombres más 2.700 carros de combate y blindados apoyados por 2.000 aviones.Por su parte, la URSS respondió con 1.350.000 hombres, 3.300 tanques, 20.000 cañones y 2.560 aviones.
PARTE. Al final de la batalla cada bando había perdido 1.500 tanques.100.000 alemanes murieron o resultaron heridos. En cuanto a las bajas por muerte en el bando soviético, ascendieron a 250.000, la mitad que en el combate de Stalingrado.
ERRORES NAZIS. El 12 de julio de 1943, Hitler paró la ofensiva debido al desembarco angloamericano en Sicilia, adonde envió divisiones de Kursk. Al día siguiente, el Ejército Rojo pasó al contraataque por el norte. La liberación de Jarkov el 23 de agosto fue el final de la batalla.
fuente: Un suplemento de EL MUNDO