07-03-2006
Se ha dicho y recalcado incontable número de veces que atacar en el Este, según el plan Barbarroja, fue el gran error de Hitler. Pues bien, él nunca hubiera atacado a la URSS de haber podido creer en algún momento en la buena fe de Stalin. Hitler sabía lo que se cocía en su despacho del Kremlin, en los campamentos soviéticos, en las escuelas de adiestramiento, en los pueblos rusos... una guerra de exterminio, una guerra contra Europa, pero sobre todo para acabar con la Alemania nacionalsocialista. Stalin dispondría de todo el material en octubre de 1941. Como ya he podido demostrar, todos los planes para invadir Alemania estaban preparados en junio de aquel mismo año.
Desde 1936, la URSS se convertía en un gigantesco almacén de armas. El presupuesto de guerra, que era de 6.000 millones de rublos en 1935, al año siguiente fue de 27.000 millones, a 40.000 en 1939 y a 57.000 en 1940. Tampoco olvidemos que Stalin recibía ayudas militares de Estados Unidos desde febrero de 1941.
Pocos suelen recordar que las exigencias de Stalin aumentaban de día en día. En agosto de 1940, Estonia, Letonia y Lituania, las tres extremadamente anticomunistas, habían sido anexionadas sin más, pura y llanamente a la URSS. ¿Quién condenó esta acción? Alemania no pudo hacer más que apretar los puños, mientras aquellos estados eran inundados por la marea roja, además quiero insistir en que Lituania formaba parte de la esfera de influencia germana y dichas esferas fueron acordadas nada más y nada menos que en el pacto germano - soviético. A finales de octubre de 1940, la URSS se quitó la máscara e impuso su voluntad en la Conferencia Danubiana de Bucarest; esta vez los británicos sí protestaron, pero a Stalin, le entraba por un oído y por el otro le salía. En apenas veinticuatro horas, Stalin le arrancó a Rumania la región de la Besarabia. Se dispuso a atacar Finlandia, pues según le dijo a Hitler amenazaba a Rusia. Es sorprendente oír algo así. Pero además pretendía tener las manos libres, según había hecho saber al Führer, en Rumania, Bulgaria y los Balcanes. Como podrán imaginar, Hitler se negó, pues aceptando esta proposición, Europa y Alemania quedaban a merced de la URSS. Creo recordar, que por motivos menos serios, Francia y Gran Bretaña declararon la guerra a Alemania. ¿Dónde estaba la “Gran” Bretaña para dar garantías a los indefensos estados balcánicos? A partir de aquel momento, Stalin le imponía una carrera hacia la guerra, que ambos pretendían ganar.
En abril de 1941, el Ministro de Asuntos Exteriores del Japón, olvidando el pacto Anti – Komintern, firmó con la URSS un tratado de amistad y neutralidad (todo fue una falta de entendimiento entre Hitler y el Japón), pero no dejó de ser un acto similar al de Ribbentrop dos años antes, simplemente pretendían asegurarse las espaldas para atacar en dirección al sudeste. Y como toque final, tras su pacto con Yugoslavia, Moscú prometió “liberar Belgrado”. Era imposible seguir confiando en Stalin.
Si como se afirma, Stalin no hubiera efectuado preparativo alguno contra el Reich, sus ejércitos, a pesar de las seis semanas de retraso por parte de los alemanes, hubieran sucumbido inevitablemente en cinco meses. Pero Stalin estaba preparado, bastante mejor de lo que nadie creyó. Lo que a continuación voy a exponer, va en contra de todo lo que se ha dicho, pero el mariscal Manstein dijo la verdad en el juicio de Nuremberg, en la jornada doscientos de la vista: “Testigo mariscal Von Manstein – Consideré la guerra contra Rusia como una guerra preventiva por nuestra parte. No había otro medio, a mi entender, de librar a Alemania de la situación en que se encontraba, al no querer arriesgarse a efectuar un desembarco en Inglaterra en el otoño de 1940. En mi opinión, nos encontrábamos en la obligación de considerar a la Unión Soviética en 1940 – 1941 como un riesgo excesivamente amenazador, que hubiera alcanzado toda su agudeza a partir del momento en que hubiéramos empleado todas nuestras fuerzas en una lucha contra Inglaterra. La única oportunidad de escapar a ello hubiera sido intentar un desembarco a partir de otoño de 1940 y es lo que Hitler no se atrevió a hacer.”
A pesar de la opinión de Schulenburg, embajador alemán en Moscú, que aseguraba que Stalin era un “ángel”, Hitler tenía toda la razón al pensar en una triple ofensiva soviética: en el norte sobre el Báltico y Finlandia; en el centro en dirección a los yacimientos de petróleo rumanos, y al sur hacia los Balcanes. También diré, que Schulenburg participó en la conjura del 20 de julio de 1944 contra la vida de Hitler. Su objetivo era llevar a buen término una paz con Stalin en nombre de un gobierno fantasma, y él hubiera sido ministro de Asuntos Exteriores.
Hitler advirtió por última vez a los soviéticos que no aceptaba sus métodos el día 12 de noviembre. La entrevista con el ruso fue bestial. Molotov habló secamente de los intereses soviéticos en el Báltico y Finlandia.
-No quiero guerra alguna con Finlandia – dijo Hitler intentando ser cortés.
El intérprete, tradujo. El ministro ruso pestañeó.
-Ha dado usted a Rumania una garantía que no nos place – prosiguió - . ¿Debemos considerar que tal garantía es contra la URSS?
-Es contra cualquiera que ataque Rumania.
Molotov pareció muy deseoso de conocer “el nuevo orden en Asia”. ¿No entraba la India en la esfera de influencia soviética por razones naturales? ¿Qué cara hubiera puesto Churchill si hubiera escuchado esa conversación? Además, la URSS quería ofrecer una garantía a Bulgaria, similar a la alemana con Rumania.
-Rumania ha solicitado la garantía a Alemania – dijo Hitler - ¿Acaso ha solicitado Bulgaria una garantía a la URSS?
Molotov pestañeó de nuevo y respondió negativamente. Era demasiado, no podía ceder en el Báltico, Finlandia, el Danubio, Bulgaria y los Balcanes, además de reforzar el pacto con los soviéticos. Era un crimen. Ningún hombre de buena fe podía tolerar semejante osadía. Stalin era insaciable posiblemente Hitler también. Quería todo, y en dos años podría tomarlo. Ahí supo Hitler que tendrían guerra, en las peores condiciones. No era posible una solución diplomática en aquel entonces, y el tiempo corría a favor de la Unión Soviética. Así fue como Hitler vio necesaria una ofensiva lo suficientemente aplastante y rápida como para acabar con los soviéticos en el menor espacio de tiempo.
Churchill no lo comprendió así hasta el final de la guerra. Lo reconoció en 23 de noviembre de 1954, ante sus electores de Woodford, tomó la palabra con motivo de ochenta cumpleaños y declaró: “Antes de que terminara la guerra, cuando los alemanes se rendían por centenares de millares, telegrafié a lord Montgomery para que recogiera con cuidado las armas alemanas y las almacenara, con el fin de ser devueltas con facilidad a los soldados alemanes en el caso que tuviéramos que trabajar con ellos si continuaba el avance soviético en Europa. Mi desconfianza hacia Stalin era grande, puesto que todas sus acciones parecían destinadas a asegurar a Rusia y al comunismo la dominación del mundo.” Hitler no hizo nada más que repetir lo mismo durante toda su vida; al final, lo comprendió hasta el viejo y obstinado Buldog.
Es cierto que Hitler cometió un terrible error atacando al Este, puesto que fueron derrotados y Alemania ha sufrido amargamente durante 45 años. Pero de no haberlo hecho, ¿quién nos asegura que Occidente seguiría existiendo? No supo valorar el valor del comunismo de guerra en 1941. Pero ni Stalin hubiera dejado de acrecentar su poder militar, ni se hubiera vuelto pacifista. Nadie sabe todavía lo que la gente sufrió al otro lado del Telón de Acero, ni lo que ocurrió después de la guerra. Hay quien dice, y no son pocos, que Hitler no concordaba los hechos con la realidad, pero él fue el primero en reconocer al Ejército Rojo como un hecho nada desdeñable. Hoy no existe pero todavía existe el US Army.
Stalin, patriota ruso allá donde los hubiera, sacó máximo provecho de la situación que generó el pacto germano - soviético. No tardó Churchill en intentar ganarse a Stalin, ya que sin más tardar en julio de 1940, recién caída Francia, le envió una carta al dictador soviético en la que decía que los triunfos alemanes en el Oeste “eran tan peligrosos para Gran Bretaña como para la URSS.” Stalin hizo llegar una copia de esa carta a Hitler, pero no por amistad, sino como chantaje. Él quería repartirse el mundo con Alemania y luego quería también a ésta. Deseaba y así lo manifestó, un pacto cuatripartito URSS – Japón – Alemania – Italia en diciembre de 1940, a condición de que la URSS se instalase en Bulgaria, que el Japón abandonase sus derechos sobre las concesiones de petróleo y carbón en SajalÍn y que la zona petrolífera situada al sur de Batumi y de Bakú (se refería a Irak, Irán...) fuese reconocida como “zona de aspiración soviética”. También hablaba de Finlandia en secreto. Pero Stalin estaba a la vez muy contento de pensar que en 1940 y principios de 1941 Alemania lanzaría la operación Felix y que ésta se extendería a las Canarias, Azores, Cabo Verde, Fernando Poo (como estaba planeado) o que atravesarían el Bósforo, toda Turquía y Oriente Próximo y tomarían Suez. Por eso enviaba las materias primas convenidas en el tratado sin falta.
Sus sueños más secretos, en los que guardaba todas sus esperanzas eran que Alemania buscara la rendición de Inglaterra con extrañas y complicadas campañas, y que Estados Unidos rompiera con todo. Así era como pasaba el tiempo, tiempo que iba en su favor, esperando que llegara el momento de entrar en la guerra mundial y ganarla (aunque mucho tiempo hacía que estaba en estado beligerante). No se encontraba en condiciones de recurrir a medidas militares más espectaculares, por el simple motivo que éstas hubieran revelado sus inmensas reservas de hombres y las materias primas que disponía lo que hubiera hecho a Hitler lanzarse a un acuerdo con el Oeste de cualquier manera.
Stalin esperaba que la guerra en Francia durara meses, quizás años, y al final establecer un buen gobierno comunista al otro lado del Rin. La victoria de la Werhmacht le dejó pasmado y que hubiera salido indemne aún más; pero que Francia hubiera quedado aniquilada, aquello le provocaba ataques de nervios. Su decepción era gigantesca. En aquel momento se le podría presentar un problema de mucha gravedad si Hitler firmara una paz con el Oeste. Sabía que de aquel entendimiento surgiría el fin del Imperio soviético, el fin del comunismo, su propio fin.
De haber sabido Stalin la rapidez de la victoria de Alemania sobre Francia, jamás hubiera firmado el pacto germano soviético. Pero en lo que respecta a Hitler, a nadie le podía sorprender un ataque a la URSS, dado lo escrito en Mein Kampf: “Nosotros los nacionalsocialistas... queremos partir del punto donde nos paramos seiscientos años antes. Queremos detener la marcha de los germanos hacia el Sur y el Oeste de Europa y volver nuestras miradas hacia el Este... Cuando hablamos hoy de nuevos territorios en Europa, no podemos dejar de pensar ante todo en Rusia y en los países limítrofes que dependen de ella.”
A finales de 1940 y principios de 1941, Hitler aceptaba todos los informes que le llegaban con credulidad, o al menos gran parte de ellos. Uno de ellos, el de su agregado militar en Estados Unidos, aseguraba que esta nación no podían emprender una gran guerra en Europa y en el Pacífico antes de marzo de 1942. Hitler estaba convencido que entonces la URSS estaría vencida. Lo habría sido sin duda alguna de no haberle retrasado las campañas de los Balcanes y la guerra en el desierto. La operación aerotransportada sobre Creta es digna de homenaje, fue un ejemplo para las que después vendrían, ya que fue la primera de la historia, pero la Luftwaffe se dejo sus plumas en esta operación y perdió a la única y valiosísima división aerotransportada que tenía Alemania, que en octubre de 1941 podía haberle dado a Alemania Moscú, o en agosto de 1942 los pozos petrolíferos de Maikop y Grozny intactos. Fue un duro golpe. Pero todos siguen sin entender que aquella operación estaba destinada a impresionar a Churchill y a los Comunes. Todo el mundo reprocha a Hitler no haberle dado a Rommel los medios, ni la orden para tomar Suez, el Golfo Pérsico con sus petróleos y Chipre. La gente cree que Roosevelt y Stalin se habrían quedado de brazos cruzados. Creer que la conquista de Suez hubiera sido un mazazo para el Imperio británico era imaginar que el tiempo y el Ejército Rojo no existían. Expulsar a los ingleses de Oriente Próximo era posible, pero no hubiera solucionado nada. Churchill se hubiera seguido negando a negociar y Stalin hubiera lanzado su golpe de gracia, aunque el inglés, probablemente hubiera sido echado del poder por otro gabinete. La única solución era la toma de Gibraltar, auténtico punto de apoyo donde se sostenía todo el Imperio británico. Una vez tomado, problema resuelto. Pero no fue así. Churchill reconoció el 24 de mayo de 1943, que la neutralidad española le había ayudado en el desembarco de África del Norte. ¿Cuántas veces se arrepentiría Hitler de no haber firmado una paz con Francia? Al fin y al cabo Francia y Alemania son el motor de Europa. El trabajo conjunto francoaleman es el que hace caminar a Europa, aunque los británicos quieran decir lo contrario.