06-03-2006
Hace unos cuatrocientos años, a orillas del caudaloso Volga, en el cerrado recodo donde el rio gira rumbo al sudeste, para recorrer entre pantanos los últimos más de 480 kilómetros hasta Astrakan, junto al mar Caspio, los cosacos construyeron una pequeña ciudad comercial, Tsaritsin. Por esta ciudad típicamente provinciana, salpicada de casas y embarcaderos de madera, circulaban los ricos productos del Caspio y del Caúcaso. Quizás hubiera seguido languideciendo en este estado de no haber sido por la Revolución rusa de 1917, en la que Tsaritsin se encontró en medio de una cruenta guerra civil entre los bolcheviques y los rusos blancos. Los blancos sitiaron Tsaritsin en el otoño de 1918 y obligaron al Ejército Rojo a retroceder, hasta que sólo quedó en su poder un pequeño territorio en forma de herradura en la margen occidental del Volga, alrededor de la ciudad. La población comenzó a evacuarla. Los líderes bolcheviques locales cablegrafiaron desesperadamente a Moscú para pedir refuerzos y armas de cualquier clase. La única respuesta fue un telegrama que instaba a las fuerzas revolucionarias a mantenerse firmes: “En ninguna circunstancia debe entregarse Tsaritsin”.
La ciudad se salvó, según la leyenda soviética, gracias a la determinación de un solo hombre, el presidente local del comité militar, Josif Dzugasvili, que en 1913 había adoptado el nombre de Stalin o “Acero”. Instando a sus camaradas a combatir hasta la muerte, antes que abandonar la ciudad, desobedeció las órdenes de Moscú y llamó a una división del Ejército Rojo del Caúcaso; la “División de Acero” de Zhloba, tras recorrer a marchas forzadas unos 480 kilómetros, atacó la retaguardia de las fuerzas cosacas y salvó la situación. Al cabo de un mes, Stalin fue ascendido a miembro del Consejo de Defensa Nacional en Moscú. Un año más tarde volvía a estar en el frente meridional dirigiendo una campaña que se extendía desde la ciudad esteparia de Kursk hasta el Caucaso, pasando por Tsaritsin. Una vez más, Stalin contribuyó a salvar la región para la revolución. Para conmemorar su victoria a orillas del Volga, Tsaritsin se convirtió en su ciudad, Stalingrado.
Veinticuatro años después, un capricho de la historia haría que Stalin se encontrará defendiendo la ciudad una vez más, en circunstancias mucho más duras. Cuando los alemanes llegaron en su momento de máxima extensión territorial a la ciudad, sería un importante centro industrial, que se extendía a lo largo del curso del río de manera desordenada, a lo largo de unos sesenta y cuatro kilómetros. Su medio millón de habitantes trabajaba principalmente en las nuevas fábricas que producían un número inmenso de tractores destinados a abastecer la revolución agraria bolchevique y, en tiempos más recientes, tanques. La ciudad se convertiría en época moderna en un cruce de más importancia vital si cabe para el comercio ruso. Del norte llegaban productos industriales y maquinarias, del sur partía un incesante flujo de trigo y petroleo. También Stalin cambiaría con la ciudad. Ahora era la máxima autoridad del Estado soviético y el comandante supremo del Ejército Rojo. Tenía mucho más poder que en 1918 y unos ejércitos infinitamente más numerosos. De él y de nadie más volvería a depender la salvación de la ciudad y del asediado sistema soviético. El 28 de julio de 1942 darían una orden terminante a las tropas que intentaban desesperadamente detener el avance de los alemanes: “¡Ni un paso atrás!”. Durante cuatro meses se aferraron al mismo territorio en forma de herradura, mientras tanto Stalin reviviría las pesadillas de la guerra civil.
Como todos sabemos cambiaron las tornas. En la que se convertiría en la primera derrota importante de los alemanes. Fue una victoria decisiva para Stalin y los suyos, igual que los sería la de 1919.
Algunas fotos del monumento a la victoria en Stalingrado: