Despues de este muy completo y bien ilustrado recorrido de la guerra Italo Britanica en Africa por parte de Bruno, me permito colocar el capítulo V de las memorias de Rommel. Aqui se ofrece una opinion de Rommel sobre las causas de la derrota italiana, y ofrece un pefirl muy cercano sobre el estado de las tropas y la moral de los aliados alemanes al llegar él al teatro de operaciones
CAUSAS Y EFECTOS DE LA DERROTA DE GRAZIANI (La Opinion de de Rommel)
En un discurso pronunciado en febrero de 1941, el Duce manifestó que, entre 1936 y 1940, Italia había mandado a Libia un Ejército de 14.000 oficiales y 327.000 soldados, provisto de enormes cantidades de material. Sus palabras sonaron impresionantes y magníficas, pero la triste realidad era que aquel Ejército se mantuvo siempre muy por debajo del nivel requerido en una guerra moderna. Estaba pla-neado para una contienda de tipo colonial contra tribeños insurgentes, por el estilo de los Senusis o los etíopes, combatidos por Graziani. Sus tanques y vehículos blindados eran demasiado ligeros; sus mo-tores, de escasa potencia, y su radio de acción, muy corto. La mayoría de los cañones con los que estaban equipadas las unidades artilleras databan de la guerra del 1914-18, y eran de muy corto alcance. El Ejér-cito poseía un número muy bajo de antitanques y antiaéreos, e incluso fusiles y ametralladoras eran de modelos-anticuados o inservibles para la guerra moderna.
Pero lo peor de todo era el que la mayor parte del Ejército italiano consistiese en infantería sin motorizar. En el desierto norteafricano dichas tropas carecen prácticamente de valor contra un enemigo me-canizado, ya que éste posee la ventaja de realizar movimientos fluidos, maniobrando hacia el sur, cualquiera que sea su posición. En seme-jantes operaciones la infantería sólo utilizable a la defensiva, y en posiciones preparadas, no resulta problema para el adversario. En una campaña móvil, la superioridad se inclina hacia aquel bando que esté sujeto a menos inconvenientes tácticos a causa de sus tropas no mo-torizadas. En consecuencia, la desventaja de los italianos frente a los ingleses se basó en que gran parte de su ejército estaba sin mecanizar.
El Ejército de Graziani se puso en movimiento en septiembre de 1940, en una época en la que los ingleses nada tenían en Egipto que pudiera detenerlo. Partiendo del sector de Bardia, las divisiones italianas cruzaron la frontera egipcia por Sollum, prosiguiendo a lo largo de la costa hacia Sidi Barrani. Las débiles fuerzas inglesas no entablaron una lucha decisiva, sino que retrocedieron hábilmente hacia el este, ante el empuje de sus adversarios. Tras alcanzar Sidi Barrani, Graziani no prosiguió su avance, sino que empezó a fortificar el territorio conquistado, tendiendo, además, una línea de comuni-cación a lo largo de la costa. Luego acumuló víveres y pertrechos, y organizó el suministro de agua, intentando continuar su ofensiva desde la nueva base.
Si se deja el asunto de los aprovisionamiento a intendentes y personal civil, lo más natural es que aquéllos afluyan con suma len-titud. Los primeros suelen trabajar sobre teorías, y basan sus cálculos en situaciones precedentes, quedando satisfechos si su actuación es comparable a otras similares, ocurridas en tiempos anteriores. Ello puede conducir a espantosos desastres, cuando al otro lado se encuentra un hombre capaz de realizar sus planes de manera decisiva y a mayor velocidad. Planteada así la situación, el jefe ha de mostrarse implacable en sus peticiones, exigiendo un esfuerzo extraordinario. Si alguien, situado en una posición clave, despliega menos energía de la que se esperaba de él, o carece de sentido común para resolver ciertos pro-blemas de organización, se le debe eliminar de su cargo sin pérdida de tiempo. Todo jefe ha de acostumbrar a sus colaboradores a un ritmo acelerado, ya desde el principio, manteniéndolo de manera continua. Si alguna vez se contenta con normas vulgares, o todo cuanto no represente un vigor poco corriente, abandona la compe-tición desde el principio, y más tarde o más temprano, recibirá un duro golpe de un enemigo más veloz, viéndose obligado a abandonar todas sus ideas preconcebidas.
Transcurrieron semanas y meses, pero Graziani siguió en Sidi Barrani. Los ingleses, que, por regla general, poseen inteligencia e iniciativa, se preparaban, entretanto, para resistir cualquier ulterior avance y organizar la defensa de Egipto. Fueron reclutadas fuerzas en todo el Imperio, y lo que es aun más importante, pasaron a Egipto tropas mecanizadas modernas, con numerosos tanques, muy supe-riores en calidad a los italianos.
Aunque el Ejército inglés resultaba menor en número, estaba mejor equipado que su oponente, poseía una más nutrida y moderna fuerza aérea, tanques más veloces, artillería de mayor alcance, y sus columnas de ataque disfrutaban de una completa mecanización. Por otra parte, la flota inglesa dominaba el Mediterráneo occidental, sin que la Escuadra de Combate ni el Grupo de Cruceros italianos se hicieran a la mar para barrer a navíos inferiores en número Finalmente —y esto fue de importancia decisiva en la campaña de África—, los ingleses poseían un ferrocarril costero, hasta Marsa Matruh, co-nectado con el sistema ferroviario egipcio, por el que era posible transportar al frente toda clase de material. Egipto podía quedar convertido en inmenso arsenal de armas y pertrechos de todo género.
A finales de noviembre, el General Wavell lanzó un ataque por sorpresa. (Su fecha exacta es la del 9 de diciembre.) Su fuerza aérea descargó el primer golpe. Cada aparato inglés en condiciones de volar, desde el más viejo al más moderno, lanzó sus bombas sobre las posi-ciones italianas en Sidi Barraní y los aeródromos avanzados. Simultá-neamente, las piezas de los buques de guerra tronaron desde el mar, cubriendo Sidi Barraní y la carretera de la costa con sus proyectiles da mayor calibre.
En una noche de luna llena tuvo lugar un ataque de flanco contra las posiciones italianas de Sidi Barraní, tomando parte en él ingleses, australianos, franceses, polacos e hindúes. Todas las unidades eran motorizadas. Tras una breve lucha se arrollaron las fuertes posiciones italianas a 24 Km. al sur de Sidi Barraní, haciéndose 2.000 prisioneros, que pasaron a los campos de concentración.
La mayor parte de las fuerzas atacantes eran británicas; el grueso de las reservas, hindú. Las de infantería estaban compuestas por la 7.a División Acorazada, la 4.ª División Hindú (en parte inglesa) y dos brigadas de infantería británica, con un total de 31,000 hombres. Las fuerzas italianas en la zona de vanguardia se elevaban a 80.000 sol-dados, pero poseían sólo 120 tanques contra los 275 ingleses, 35 de los cuales pertenecían al tipo pesado «Matilda», del 7.° Batallón del Real Regimiento de Carros.
El ataque inicial se lanzó contra el campamento de Nibeiwa, donde se hicieron 000 prisioneros (no 2.000 corno asegura Rommel). La 9.a División hindú, a cuya cabeza formaba el 7.º del R.R.T., prosiguió hacia el norte, contra las posiciones italianas del sector de Sidi Barraní propiamente dicho.
La columna motorizada inglesa se dividió entonces; una parte continuó hacia el norte contra Sidi Barraní, mientras la otra se movía hacia occidente, penetrando profundamente en la zona de retaguardia.
Al propio tiempo, oleadas de infantería inglesa, acompañadas de tanques de apoyo, avanzaron desde el este contra la posición de Sidi Barrará, en acción combinada con las columnas que ahora atacaban desde retaguardia. Contra el tronar de las baterías navales, mezclán-dose al furor de la batalla, las fuerzas atacantes barrieron a los italianos como en una tormenta, y al final de aquella breve acción, las tres divisiones italianas de infantería que se encontraban en Sidi Barraní habían quedado eliminadas.
Wavell continuó su ofensiva, tropezando muy pronto con una di-visión de Camisas Negras, que se rindió tras una corta lucha, en la que los italianos actuaron con gran valor. El 16 de diciembre, Wavell llegaba a la frontera de Libia, y derrotaba a las tropas de Graziani en Capuzzo.
Los tanques ligeros italianos se partieron literalmente por la mitad, ante el fuego británico. Maletti, el valiente jefe del Cuerpo Acorazado italiano en África, murió en acción y se captu-raron 30.000 prisioneros italianos. El 10." Ejército había dejado virtualmente de existir.
En total, los ingleses habían hecho 38.000 prisioneros, apoderán-dose también de 400 cañones y de 50 tanques, al precio de apenas 500 bajas.
Los éxitos ingleses estaban consiguiendo un efecto paralizador sobre sus adversarios, que se retiraron a sus fortificaciones de Bardia y Tobruk, esperando ver lo que el enemigo haría a continuación.
El 19 de diciembre, las fuerzas de Wavell aparecieron ante Bardia, y empezaron su cerco. Bajo cubierta de las bombas de la aviación y de la artillería naval, la soberbia infantería australiana arrolló la fortaleza, obligando a rendirse a 20.000 italianos. Su Comandante logró escapar hacia Tobruk.
Sólo la 7.ª División Acorazada siguió la ruta de retirada italiana apareciendo ante Bardia, ya que la 4.a División hindú había sido en-viada al Sudán, después de la batalla de Sidi Barraní. El cerco-asalto de Bardia fue retrasado hasta la llegada de una división de infan-tería de refresco, la 6.a Australiana. El ataque se inició, por fin, el día 3 de enero, formando en vanguardia los tanques «Matilda» del 7." Batallón R.R.T. A la tercera jornada la fortaleza había caído en manos de los británicos, que hicieron 45.000 prisioneros y tomaron 462 cañones.
El Ejército inglés continuó su avance hacia el oeste, y el 8 de enero de 1941 envolvía Tobruk. A pesar de sus extraordinarias de-fensas, su guarnición de 25.000 hombres, las poderosas formaciones artilleras y los inmensos almacenes, esta fortaleza de primera clase sólo se sostuvo quince días, tras de los cuales se derrumbó durante un ataque conducido especialmente por tanques de infantería. Las tropas italianas no tenían medios de defenderse contra los carros ingleses, fuertemente blindados.
Tobruk quedó cercada el 6 de enero por la 7.a División Acora-zada, pero la 6.a Australiana no estuvo concentrada por completo y dispuesta para el asalto hasta dos semanas más tarde. El ataque se inició el 21, y a la mañana siguiente toda resistencia había cesado. Cerca de 30.000 prisioneros y 236 cañones cayeron en poder de los británicos.
Tras la conquista de Tobruk, los ingleses penetraron aún más en Cirenaica, librando breves encuentros en Derna y Mechili. A pesar de las desigualdades del terreno, que ofrecían excelentes oportuni-dades para la defensa, la columna inglesa que avanzaba por el norte con los australianos a la cabeza, realizó espléndidos progresos. Ben-gasi cayó en sus manos el día 7 de febrero. Entretanto, una po-derosa fuerza acorazada inglesa había avanzado por Msus, sin que, al parecer, los italianos se dieran cuenta. La columna atacó la carre-tera de la costa, a 50 Km. al sudoeste de Bengasi, obligando a la batalla a los restos del ejército de Graziani, que se retiraba por aquélla. La acción librada a ambos lados de la Vía Balbia terminó con la destrucción de más de 100 vehículos de combate italianos, mientras 10.000 prisioneros pasaban a los campos de concentración ingleses.
En esta batalla, cerca de Beda Fomm, el total de hombres captu-rados fue de 20.000, así como 216 cañones y 120 tanques, la mayoría del nuevo tipo «Crucero». Las fuerzas inglesas estaban compuestas por parte de la 7.a División Acorazada y sumaban tan sólo 3.000 hombres y 32 tanques «.Crucero». Pero los tanques italianos se retiraban por la carretera en pequeños grupos, que fueron destruidos por los carros ingleses, los cuales habían maniobrado hábilmente para situarse en posiciones de flanqueo. La infantería italiana y otras tropas ofre-cieron poca resistencia, una vez sus tanques de protección quedaron destruidos.
El 8 de febrero, unidades de vanguardia del Ejército inglés ocu-paron El Agheila, situándose en la frontera entre Cirenaica y Tripolitania. El ejército de Graziani había dejado virtualmente de existir. Todo cuanto quedaba de él eran unas cuantas columnas de cañones y hordas de soldados desarmados en plena huida hacia el oeste. La convicción de que sus armas eran inútiles contra las inglesas había fomentado el miedo y la inestabilidad en el Ejército italiano. Habían perdido 120.000 hombres, que quedaron prisioneros, sin contar a los muertos y heridos, así como 600 vehículos acorazados, y casi toda su artillería, transportes y depósitos. Las fuerzas aéreas italianas en África habían sufrido una aplastante derrota, frente a la R.A.F., perdiendo la mayoría de sus aparatos y quedando destruida su orga-nización de tierra.
Las cifras globales que Rommel aporta respecto a las capturas inglesas, se acercan más a la realidad que las citadas en las diversas batallas. El total, durante la campaña, ascendió a más de 130.000 prisioneros, 1.300 cañones y 400 tanques, sin citar vehículos blindados y autoametralladoras.
Si Wavell hubiese continuado su avance hacia Tripolitania, no habría tropezado con resistencia digna de este nombre, hasta tal punto triunfó su bien planeada ofensiva.
Con el fin de retrasar el avance de Wavell, los italianos minaron la carretera, entre El Agheila, Arco dei Fileni y Sirte, y destruyeron varios puentes sobre los torrentes. Pichas demoliciones significaban un obstáculo relativo, por ser posible su rodeo. Una débil fuerza de retaguardia italiana, consistente en un regimiento de artillería refor-zado, se encontraba en Sirte. Miles de extraviados recogidos en Homs, y los restos de las fuerzas italianas en Tripolitania, rodearon Trípoli y ocuparon sus líneas de defensas interiores —un semicírculo trazado a 20 Km. al centro de la ciudad— para defender el puerto. Esta línea, construida en terreno arenoso, consistía en un amplio y pro-fundo foso antitanque, de paredes parcialmente reforzadas, a causa de la inestabilidad del terreno, posiciones protegidas por alambradas y torres de observación de cemento ligero, que podían ser vistas desde muchos kilómetros de distancia. Comparadas con las de Tobruk y Bardia, las defensas de Trípoli eran totalmente inadecuadas. Hubieran podido ser defendidas con alguna esperanza de éxito contra senusis o árabes rebeldes, pero nunca contra los ingleses.
Sin embargo, éstos detuvieron su avance, pensando probablemente que Trípoli caería en sus manos, más tarde o más temprano, como una fruta madura. Sin duda deseaban ganar tiempo para orga-nizar depósitos y suministros, antes de proseguir. Sin embargo, al obrar de este modo el Eje disfrutó de una posibilidad para prepararse a reanudar la lucha.
El avance fue detenido por el Gobierno inglés, con él fin de mandar fuerzas expedicionarias a Grecia, bajo la creencia de que podía crearse en los Balcanes una poderosa amenaza de flanco contra Alemania. A principios de enero, Mr. Churchill había presionado cerca de los griegos, ya en guerra con Italia, para que aceptaran la ayuda de un contingente inglés. Pero el General Metaxas, jefe del Gobierno, había declinado la proposición, basándose en que ello pro-vocaría la invasión alemana, sin disponer de fuerzas suficientes para contenerla.
Aquel cortés desaire coincidió con la toma de Tobruk, y en vista de ello, el Gobierno inglés decidió permitir a Wavell continuar su avance por el norte de África y conquistar Bengasi. La nueva fina-lidad pudo ser conseguida, quedando aniquilados los restos del Ejér-cito italiano en Cirenaica. Pero, entretanto, el General Metaxas había muerto el 19 de enero, y Mr. Churchill renovó su oferta al Gobierno griego, el cual fue esta vez persuadido a aceptar. En consecuencia, el Gobierno inglés ordenó a Wavell detener su ofensiva en África, dejando un mínimo de fuerzas para guarnecer la conquistada Cire-naica, y preparar el envío del contingente mayor posible a Grecia.
La aventura balcánica duró poco. Las fuerzas inglesas empezaron a desembarcar en Grecia el 7 de marzo, pero los alemanes la inva-dieron el 6 de abril, y antes de que acabara dicho mes, los británicos se vieron obligados a retirarse. Aquel costoso desastre fue seguido en mayo por una expulsión todavía más rápida de Creta, tras un ataque aéreo germano.
El General O'Connor, jefe ejecutivo del victorioso avance en el norte de África, sentíase deseoso de proseguir desde Bengasi a Trípoli, y estaba convencido de que ello podía conseguirse con una pequeña preparación para efectuar el aprovisionamiento de las fuerzas. Muchos otros oficiales relacionados con el planeamiento de la ope-ración compartieron su punto de vista. Rommel lo confirma.
Cuando un jefe ha ganado una victoria decisiva — y la de Wavell sobre los italianos podía considerarse así —, comete un error si queda satisfecho con un éxito estratégico de tan cortos alcances. Es éste el momento de explotar la ventaja. Durante la persecución, el enemigo se siente desanimado y desorganizado, y pueden capturarse más nú-mero de prisioneros y de botín que antes. Las tropas que huyen a la desbandada, presas de pánico, pueden rehacerse y presentar otra vez batalla, a menos que se vean acosadas continuamente por el adversario.
El motivo para interrumpir una persecución se basa casi siempre en las dificultades de la intendencia, para alargar cada vez más las rutas de suministro con los transportes de que se dispone. Como, por regla general, todo jefe presta gran atención a su intendencia, y per-mite que ésta determine su plan estratégico, los intendentes han adquirido el hábito de quejarse de todas las dificultades, en vez de realizar su tarea sin interrupciones, poniendo en juego cuantos medios estén a su alcance. Generalmente, el jefe poco enérgico acepta la situación y se comporta de acuerdo con la misma.
Cuando, tras una gran victoria que ha conseguido el aniquila-miento del enemigo, se abandona la persecución a causa de los con-sejos de la intendencia, la historia demuestra de manera casi inva-riable que dicha actitud resulta errónea, habiéndose perdido tremendas oportunidades. Existen, desde luego, militares de academia dispuestos a demostrar con estadísticas que dicho parecer es falso. Pero los acontecimientos prueban lo contrario, porque en el pasado ocurrió con frecuencia que un general prestigioso se vio derrotado por un enemigo menos inteligente, pero más voluntarioso.
Lo mejor para un jefe es poseer un panorama claro de la poten-cialidad real de sus aprovisionamientos, basando sus demandas sobre sus propios cálculos. Ello obligará a la intendencia a desarrollar su iniciativa, y aunque a regañadientes, rendirá mucho más que si se la hubiera dejado a su propio albedrío.
Lo peor de la derrota italiana fue su efecto sobre la moral de las tropas. Éstas habían perdido, y con motivo, la confianza en sus armas, adquiriendo un serio complejo de inferioridad, que no les abandonaría durante el curso de la guerra, ya que el Estado fascista no pudo nunca equipar de manera conveniente a sus soldados en el Norte de África. Psicológicamente constituye una desgracia el que la primera batalla de un conflicto armado termine en un desastre, especialmente cuando se ha emprendido con tan halagüeños pronós-ticos, ya que es muy difícil restablecer la resquebrajada confianza de los hombres.