[WWI] París 1919. Los seís meses que cambiaron el mundo

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24-03-2006

Entre enero y julio de 1919, tras la primera guerra mundial –ese devastador conflicto cuyas consecuencias se extendieron hasta Oriente Próximo y zonas de Asia y África–, dirigentes de todo el mundo llegaron a París para tratar de organizar una paz duradera. En esa Conferencia de Paz, los «tres grandes» –el presidente estadounidense Woodrow Wilson, más los primeros ministros de Inglaterra y Francia, David Lloyd George y Georges Clemenceau– se enfrentaban a una tarea gigantesca: volver a poner en pie una Europa en ruinas, detener el avance de la reciente Revolución rusa y gestionar el inestable equilibrio de poderes tras la desaparición de viejos imperios y la aparición de nuevas entidades políticas, como Iraq, Yugoslavia o Palestina.

El apasionante y pormenorizado relato de unas negociaciones en que se ventilaba sin compasión el destino de los más variados pueblos y naciones hace de París, 1919 un libro fundamental para entender los conflictos del último siglo y descubrir la cara oculta y poco amable de la diplomacia internacional; aunque no menos fascinante es la galería de retratos de personajes como Lawrence de Arabia, Winston Churchill o Ho Chi Minh, que años después acabarían adquiriendo un papel preponderante.

Me encantó la parte en la que hablan de Turquía y Atatürk, un gran hombre este último. Lo recomiendo encarecidamente.

ISBN: 84-8310-438-5

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17-09-2006

¿Nadie ha leído hasta ahora este libro?

Para mi os diré que es imprescindible a la hora de iniciarse en el laberinto del Tratado de Paz del 19 y da a conocer muchas cosas nuevas al experto... aun recuerdo esos sabrosos toques que daba el autor del temor de los dirigentes occidentales al comunismo, de la incertidumbre que existía frente a algo que estaba pasando en Rusia y que no se conocía a ciencia cierta... no sabían que hacer para mantener a Armenia y a Ucrania independientes... la intervención directa la temían...

Leerlo fue apasionante... gocé durante días de un emocionante ensayo como este.

Es de la editorial Tusquets, para que lo sepaís.

Aquí os doy una opinión experta, aun más que la mía si cabe :D :D ;)

Como los buenos libros de historia, éste de la profesora MacMillan aclara tantos aspectos del pasado, como revela preocupaciones de nuestro presente. En la primera mitad del año 1919 los mandatarios de las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial se reunieron en París con el objetivo de diseñar un nuevo mundo, pues pensaban, con razón, que el viejo acababa de hundirse.

Lloyd George, primer ministro británico y Clemenceau su homólogo francés se reunieron en París bajo la tutoría del presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, que acudía a Europa pertrechado con sus famosos catorce puntos, auténtica “hoja de ruta” que con unos cuantos simples principios perseguía una reordenación cartesiana del mundo que iniciaría con ello una larga era de paz, prosperidad y libre comercio.

La profesora MacMillan pasa revista a la personalidad de estos personajes y a sus motivaciones, Lloyd George dispuesto a cualquier cambio que mantenga la supremacía naval de Gran Bretaña, el enérgico anciano Clemenceau convencido de que la seguridad de Francia dependía del debilitamiento de Alemania por el medio que fuese, el bienintencionado (e ingenuo) Wilson que llega a París como un nuevo Moisés convencido de que sus catorce puntos son la fórmula magistral que curará todos los males, y poco dispuesto a admitir que la realidad le estropease su magnífico programa.

El plan de Wilson incluía un rediseño de las fronteras europeas y de buena parte del mundo usando como criterio la coincidencia entre fronteras estatales y nacionales, criterio cuando menos discutible, pero que además no siempre se llevó a cabo, como en el caso de Alemania, para perjudicarla y que no se convirtiese en un estado aún más poderoso; o como en el caso de Polonia, para fortalecerla y que actuase como contrapeso oriental de Alemania y tapón contra los bolcheviques; o como en los multiétnicos y confusos Balcanes, simplemente porque era imposible.

Fuera de Europa, el nacimiento de un Irak donde se mezclaron sunitas, chiítas y kurdos; o de una Palestina donde se autoriza el nacimiento de un “hogar” judío en medio de un mar de musulmanes, ilustran el sentido de las decisiones tomadas en París.

Otra de las propuestas de Wilson fue la creación de un organismo internacional, la Sociedad de Naciones, que velaría por la paz mundial, y de la cual no formarán parte Alemania, la Rusia Bolchevique y, sorprendentemente, los Estados Unidos de América, lo que da una idea de la efectividad de esta organización en los convulsos años de entreguerras.

A pesar de esto la profesora MacMillan no echa la culpa (al menos no toda) de la Segunda Guerra Mundial a los diseñadores de la paz en 1919 como han hecho muchos historiadores; sino que incluso relativiza el papel que la “humillación” de Alemania en el Tratado de Versalles pudo tener en el ascenso al poder de Hitler.

Los negociadores de París quizás tomaron algunas decisiones erróneas como rodear Alemania de estados débiles que serán luego fáciles presas del expansionismo nazi, o despreciar el papel de Japón en el mundo, pero hay que reconocer que se enfrentaban a una tarea descomunal, crear un nuevo orden planetario partiendo de los escombros y cenizas de un mundo, el Mundo de Ayer, de Stefan Zweig, en el que con las palabras del propio escritor austriaco estaban emergiendo unas ideologías temibles: “el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea.”

Jesús Tapia Corral

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17-09-2006

"Historiografía de la buena"

Margaret Macmillan, Paris 1919, Random House, Nueva York, 2002, 570 págs.

"El libro de Margaret Macmillan prueba que un antiguo y muy estudiado problema histórico puede analizarse de nuevo, aportando conocimientos y perspectivas en una visión de conjunto mejor y más coherente.

La obra es historiografía de la buena.

Se inicia el trabajo con una mise en scène que describe el ambiente y los personajes. Los retratos de Woodrood Wilson, Clemenceau y sus respectivos colaboradores están muy logrados. Algo menos el de Lloyd George, quizá porque era una figura de menos aristas.

Sobre los italianos y otros líderes se preocupa poco en el comienzo, pero después también hace buenos retratos como en el caso de Ataturk (en cambio, creo que a Venizelos lo sobredimensiona). Con todo, una cosa importante se echa de menos; quizá se debió comenzar el libro con un panorama de la situación europea y mundial hacia el comienzo de la Primera Guerra Mundial, incluyendo aspectos geográficos militares y económicos, porque la autora da por supuesto mucho conocimiento del lector sobre estos temas, lo que no siempre es el caso. Algo o más de algo se dice después cuando se describe el hirsuto panorama que debieron enfrentar los actores de la Paz de París en 1919. Pero buena parte de lo que se afirma al comienzo hubiera quedado más claro con un panorama esquemático pero informativo de lo ocurrido los años precedentes, de pugna nacionalista, guerra y tragedia.

Los avatares, incluso en aspectos de la vida privada de los actores principales de la conferencia de paz se describen bien y de manera entretenida.

Pero aún mejor los problemas de fondo, en una secuencia temático-cronológica más o menos estricta y de gran erudición. Es cierto que en este aspecto el libro no innova mucho en lo que ya se sabía, pero agrega información interesante, en particular en los casos de países o problemas que no fueron los centrales, como los de Grecia y Turquía.

Pero hagamos una somera descripción de lo que fue la Conferencia de París de 1919.

Desde luego no fue solamente una reunión para hacer la paz entre vencedores y vencidos de la Primera Guerra Mundial. Fue un intento de reordenar todo un mundo que había muerto con la Primera Guerra Mundial y crear uno nuevo. El teatro era, en lo central, Europa, pero no sólo ésta. Había que preocuparse del que fuera Imperio Turco de Asia Menor y de las ex colonias alemanas en África y Oceanía.

Más importante aun, había de crearse un mecanismo –que resultó ser la Liga de la Naciones, obsesión del ético y profesoril, pero ingenuo, Wilson– que impidiera que una debacle como guerra a que terminaba se produjera de nuevo. En fin, había que satisfacer, en la medida de lo posible, las ambiciones de todos los nuevos estados surgidos del desmembramiento de Austro- Hungría y Rusia imperiales.

Pero frente a esta utopía, en cambio, lo central –en particular para la Francia de Clemenceau y en menor media la para la Gran Bretaña de Lloyd George– era muy concretamente qué hacer con Alemania; cómo impedir que intentara una tercera aventura bélica. Así, un acuerdo básico armónico e integral era difícil de lograr.

Todas estas cuestiones se fueron imbricando y confundiendo, de modo que todos los hombres inteligentes y – algunos– bien intencionados, que se juntaron en el lánguido París de 1919, terminaron por crear un orden (desorden en verdad) que ha sido uno de los fracasos más grandes de la historia contemporánea. La Liga de las Naciones –sin EE.UU., la URSS y Alemania, dependiendo en qué momento– sirvió de poco. La creación de pseudodemocracias en las ex naciones que habían pertenecido a los imperios ruso y austrohúngaro fue un fiasco. La humillada, pero no verdaderamente derrotada Alemania, quedó en las condiciones de engendrar el chauvinismo nazi e intentar otra aventura bélica sólo veinte años después. La victoriosa, pero herida Italia se sintió traicionada en sus ambiciones y de allí nació el fascismo. En menor medida, ése fue también el caso del belicismo nacionalista del Japón. Y la repartición del imperio turco creó todos los problemas del Medio Oriente que tienen al mundo en ascuas hasta hoy y los de Turquía con Grecia.

La autora piensa que el hecho de que no hubiera vencedores absolutos, como en la Segunda Guerra Mundial, que impusieran su voluntad, puede ser una de las causas principales de la debacle. Pero que sea la única es bien dudoso. Hubo naciones enormes, sometidas en colonialismo (India) o en la anarquía (China), de las cuales se ignoró su voluntad. Pero quizá el hecho fundamental – que se dice, pero no suficientemente recalcado– es que todavía en el París de 1919 había mucho del estilo diplomático perverso que condujo a la Primera Guerra Mundial. Ése fue el hito que cambió el mundo; lo sucedido en París en 1919 fue sólo un apéndice.

En todo caso, el libro es una obra sólida, académicamente impecable por lo que se refiere a investigación y redacción, que se preocupa de todos –o casi todos– los aspectos de ese complicado escenario y que además tiene el mérito de ser entretenida. No es poco."

*Cristián Gazmuri

Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política*

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17-09-2006

El reparto del mundo

Piense en cuáles han sido las decisiones realmente importantes que ha tomado en su vida: elecciones relacionadas con su educación, su vocación, su cónyuge o sus amigos; sus creencias y compromisos espirituales. ¿Está satisfecho con los resultados? ¿Ha hecho elecciones erróneas en la vida que aún lo afectan?

Las elecciones tienen consecuencias, y cómo tomamos decisiones puede ser crítico. En este artículo, echaremos una mirada más de ochenta años atrás, a una reunión fascinante de líderes mundiales que tomaron decisiones significativas que afectan nuestras vidas hoy.

En 1919, líderes de todo el mundo se reunieron en París para decidir cómo dividir la tierra luego del final de la Primera Guerra Mundial. Presidentes y primeros ministros debatieron, discutieron, cenaron y asistieron al teatro juntos, mientras creaban nuevas naciones y trozaban naciones antiguas. Margaret MacMillan, una doctora de Oxford y profesora de historia de la Universidad de Toronto, cuenta la apasionante historia de estos personajes en su críticamente aclamado éxito de librería: Paris 1919: Six Months that Changed the World (París 1919: Seis meses que cambiaron el mundo) {1} El periódico The Sunday Times de Londres dice: "La mayoría de los problemas tratados en este libro todavía están con nosotros hoy; por cierto, algunas de las cosas más horrendas que han estado ocurriendo en Europa y en Oriente Medio en la última década surgen directamente de decisiones tomadas en París en 1919".{2}

Esta obra contó con un elenco variado. Los Tres Grandes eran los líderes de las principales naciones aliadas: el presidente de EE.UU., Woodrow Wilson, y los primeros ministros de Francia e Inglaterra, Georges Clemenceau y David Lloyd George, respectivamente. A ellos se les unieron una gran cantidad de "estadistas, diplomáticos, banqueros, soldados, profesores, economistas y abogados . . . de todos los rincones del mundo". Aparecieron también periodistas de los medios, empresarios y voceros de una multitud de causas.{3}

Estuvo ahí Lawrence de Arabia, el misterioso erudito y soldado inglés que promovía la causa árabe, envuelto en vestiduras árabes. {4} Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill, que aún no eran líderes de sus gobiernos, jugaron papeles secundarios. Un joven asiático que trabajaba en la cocina del Ritz de París pidió a los constructores de la paz que otorgaran independencia, desde Francia, a su diminuta nación. Ho Chi Minh -y Vietnam- no obtuvo ninguna respuesta.{5}

Este artículo resalta tres de las muchas decisiones de la Conferencia de Paz de París de 1919 que aún influyen en los titulares de los periódicos hoy. Tienen que ver con Irak, Israel y China. Ajústese el cinturón para hacer un viaje al pasado y luego "volver al futuro". Primero, considere el nacimiento de Irak.

La creación de Irak

Durante los primeros seis meses de 1919, el presidente de EE.UU., Woodrow Wilson, junto con los primeros ministros de Francia y Gran Bretaña, Clemenceau y Lloyd George, consideraron agotadores reclamos de tierra y poder de personas de todo el mundo. Hubo veces en que se encontraron gateando sobre un gran mapa extendido sobre el piso mientras estudiaban y determinaban fronteras.{6} Los desafíos fueron inmensos. Clemenceau dijo a un colega: "Es mucho más fácil hacer la guerra que la paz".{7}

El eminente historiador británico Anrnold Toynbee, que asesoró a la delegación británica en París, contó que un día entregó unos papeles a su primer ministro. Para regocijo de Toynbee, Lloyd George se olvidó de que Toynbee estaba presente, y comenzó a pensar en voz alta: "Mesopotamia...", caviló Lloyd George, ". . . sí . . . petróleo . . . irrigación . . . debemos tener la Mesopotamia". {8}

"Mesopotamia" se refería a tres provincias de Oriente Medio que habían formado parte del Imperio Otomano: Mosul, en el norte; Basora, en el sur; y Bagdad, en el medio. (¿Le empieza a sonar conocido?) El petróleo era una preocupación importante. Durante un tiempo, allá atrás, nadie estaba seguro de que la Mesopotamia tuviera mucho petróleo. Las pistas surgieron cuando la tierra alrededor de Bagdad empezó a destilar charcos de cieno negro.{9}

El gobernador británico de Mesopotamia argumentó que los británicos, mayormente por razones estratégicas de seguridad, debían controlar Mosul, Basora y Bagdad como una única unidad administrativa. Pero las tres provincias tenían poco en común. MacMillan señala: "En 1919 no había un pueblo iraquí; la historia, la religión y la geografía separaban a los pueblos, en vez de unirlos".{10} Los kurdos y los persas estaban exasperados con los árabes. Los musulmanes chiítas estaban resentidos con los musulmanes sunitas.{11} (¿Le comienza a sonar conocido ahora?)

Finalmente, las realidades geopolíticas impulsaron un acuerdo. En 1920, los británicos reclamaron un mandato para Mesopotamia y los franceses otro para Siria. Estalló una rebelión en Mesopotamia. Los rebeldes cortaron ferrocarriles, atacaron pueblos y asesinaron a oficiales británicos. En 1921, Inglaterra accedió a que hubiera un rey en Mesopotamia. Nació Irak. En 1932, se hizo independiente.{12} Hoy . . . bueno, lea su diario de la mañana. Las decisiones tienen consecuencias.

La creación de una patria judía

Otra importante decisión tomada en la Conferencia de Paz de París afectó al mundo judío y, con el tiempo, a todo el Oriente Medio.

En febrero de 1919, un químico británico apareció ante los constructores de la paz para argumentar que los judíos del mundo necesitaban un lugar seguro donde vivir. Los judíos estaban intentando salir de Rusia y Austria de a millones. ¿Dónde podrían ir? Chaim Weizmann y sus colegas sionistas pensaban que tenían la respuesta perfecta: Palestina.{13}

El sionismo contaba con un poderoso aliado en el secretario de relaciones exteriores británico, Arthur Balfour. Balfour era un acaudalado político con el extraño hábito de quedarse en cama toda la mañana. "Si uno quería que algo no se hiciera", reflexionó Winston Churchill, Balfour "era indudablemente el mejor hombre para la tarea".{14} Hijo de una mujer profundamente religiosa, estaba fascinado por los judíos y la visión de Weizmann.{15}

El primer ministro Lloyd George era otro entusiasta. Fue criado con la Biblia y decía conocer más de la historia judía que de la historia inglesa. Durante la guerra, Weizmann, el químico judío, ofreció gratuitamente su procedimiento para hacer acetona, que los británicos necesitaban desesperadamente para hacer explosivos. A cambio, Lloyd George ofreció a Weizmann apoyo para el sionismo. Lloyd George luego atribuyó a esa oferta el origen de la declaración de apoyo de una patria judía. Los franceses plantearon una teoría alternativa: la amante de Lloyd George estaba casada con un conocido comerciante judío.{16}

En octubre de 1917, los británicos emitieron la famosa Declaración Balfour, que prometía ayudar a establecer una patria judía en Palestina. En 1919, Weizmann y otros líderes sionistas hicieron su propuesta ante los arquitectos de la paz de París. Pero había un problema. Los británicos habían hecho promesas contradictorias. Durante la guerra, habían apoyado una patria judía en Palestina. También habían alentado a los árabes a rebelarse contra el gobierno otomano, prometiéndoles independencia sobre tierra que incluía Palestina.{17}

El presidente Wilson, hijo de un ministro presbiteriano, tenía simpatizaba con el sionismo. "Pensar", dijo a un destacado rabino estadounidense, "que yo, hijo de una casa parroquial, pueda ayudar a restituir la Tierra Santa a su pueblo".{18} Pero los pacificadores pospusieron una decisión. En 1920, en una conferencia aparte, los británicos obtuvieron el mandato palestino (una especie de fideicomiso) para implementar la Declaración Balfour. Los árabes palestinos ya estaban amotinándose contra los judíos.{19} ¿Y hoy? Bueno, verifique las noticias en su radio.

Las decisiones tienen consecuencias. A continuación, cómo París 1919 influyó en el gran dragón asiático.

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China traicionada**

El presidente de EE.UU., Woodrow Wilson, una vez describió una técnica de negociación que usaba con un socio. "Cuando lo tienes enganchado", explicó Wilson, "primero tiras un poco, luego sueltas el sedal, luego tiras hacia adentro, finalmente lo desgastas, lo quiebras, y lo pescas".{20}

Un conflicto chino-japonés desafiaría las habilidades de negociación de Wilson.{21} Los chinos se habían unido a los aliados y esperaban tener un trato justo en París. Muchos chinos admiraban la democracia occidental y la visión idealista de Wilson.

Shantung era una península estratégica debajo de Beijing. Confucio, el gran filósofo, había nacido allí. Sus ideas perneaban la sociedad china. Shantung tenía treinta millones de personas, mano de obra barata, abundantes minerales y un puerto natural. La seda de Shantung sigue estando de moda hoy. A fines de la década de 1980, Alemania se apoderó de Shantung. En 1914, Japón se lo quitó a los alemanes.{22}

En París, Japón quería quedarse con Shantung. Japón ostentaba una colección de acuerdos secretos que traen a la mente la serie de televisión Survivor (Sobreviviente). China había cifrado sus esperanzas en los famosos Catorce Puntos de Wilson, que rechazaban los tratados secretos e incluía la autodeterminación.{23}

El embajador chino en Washington se refería a Shantung como "una Tierra Santa para los chinos", y dijo que, bajo control extranjero, sería una "daga apuntando al corazón de China".{24} Wilson parecía comprensivo al principio, pero la decisión sobre Shantung debería esperar hasta fines de abril mientras los Aliados finalizaban el tratado alemán. Para entonces, una avalancha de decisiones estaba abrumando a los pacificadores. Cuando los japoneses forzaron su mano, Wilson, Clemenceau y Lloyd George entregaron Shantung a Japón a cambio de la concesión de Japón en otra cuestión significativa del tratado.{25}

Los chinos acusaron a Wilson de haberlos traicionado. El 4 de mayo, miles de manifestantes se reunieron en la Plaza Tienanmen. El decano de Humanidades de la Universidad de Beijing distribuía panfletos. El 4 de mayo señaló el rechazo de Occidente de parte de muchos intelectuales chinos. El nuevo comunismo ruso pareció atractivo para algunos. En 1921, los radicales fundaron el Partido Comunista Chino. Ese decano de Humanidades que había distribuido panfletos se convirtió en su primer presidente: Mao Tse-tung. Su partido logró el poder en 1949 {26} y hoy . . . ¿ha oído las noticias últimamente?

Irak, Israel, Palestina, China . . . París 1919 influyó en cada uno de ellos. ¿Qué significa todo esto para nosotros?

Decisiones, consecuencias, y usted

Cuando partían de París en 1919, luego de firmar el Tratado de Versalles, Woodrow Wilson dijo a su esposa: "Está terminado. Y, como nadie está satisfecho, me hace tener esperanzas de que hemos hecho una paz justa, pero está todo en el regazo de los dioses".{27}

Al dejar París los periodistas y las delegaciones, los hoteles que se habían convertido en cuarteles generales para las conversaciones volvieron a atender su negocio habitual. Las prostitutas se quejaban de que el negocio había mermado.{28}

Los tres grandes pacificadores no duraron mucho tiempo en el poder. Lloyd George se vio obligado a renunciar como primer ministro en 1922. Clemenceau se presentó como candidato a presidente en 1919, pero se retiró airado cuando supo que tendría oposición. Wilson enfrentó gran resistencia en el senado de EE.UU., que nunca ratificó el Tratado de Versalles. En octubre de 1919, un infarto generalizado lo dejó postrado y debilitado. En diciembre se enteró de que había ganado el Premio Nobel de la Paz.{29}

Irak, una nación armada de a pedazos en París y sus secuelas, aún hierve por el disenso religioso, étnico y cultural. Los israelíes y los palestinos siguen enfrentándose. China todavía desconfía de Occidente. Ciertamente muchas decisiones en los años posteriores han afectado estos puntos candentes, pero las semillas de los conflictos fueron sembradas en París.

¿Cuál es una perspectiva bíblica de París 1919? No pretendo saber cuáles constructores de la paz pueden haber seguido o no a Dios en sus elecciones específicas, pero considere tres lecciones que son a la vez simples y profundas:

Primero: La soberanía de Dios finalmente triunfa por sobre la actividad humana. Dios "multiplica las naciones, y él las destruye".{30} Él también "dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman".{31} Todavía no ha ocurrido el final de la historia. Cuando llegue, veremos su mano divina más claramente.

Segundo: Las decisiones tienen consecuencias. "Cada uno cosecha lo que siembra", exclamó Pablo.{32} Esto se aplica a las naciones y a las personas. Todos enfrentamos decisiones acerca de qué comer, que carrera seguir y que compañero o compañera de vida elegir, o ser amigos de Dios y seguirlo. Nuestras elecciones influyen en esta vida y en la próxima. Nuestras decisiones pueden afectar a otros y producir consecuencias imprevistas. Así que . . .

Tercero: Debemos tratar de tomar decisiones sabias. Salomón, un rey muy sabio, escribió: "Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas".{33}

Las decisiones tienen consecuencias. ¿Está usted enfrentando alguna decisión que necesita poner en las manos de Dios?

Notas

Margaret MacMillan, Paris 1919: Six Months that Changed the World (New York: Random House, 2001). La mayor parte del material histórico de este artículo está tomado de la investigación de MacMillan.

Ibid., contraportada.

Ibid., xxvii.

Ibid., 388-395 ff.

Ibid., 59.

Ibid., 255, 275.

A. Ribot, Journal d'Alexandre Ribot et correspondances inédites, 1914-1922 (Paris, 1936), 255; in Ibid., xxx.

A. Toynbee, Acquaintances (London, 1967), 211-12; in MacMillan, op. cit., 381.

MacMillan, op. cit., 395-96.

Ibid., 397.

Ibid., 400.

Ibid., 400-409.

Ibid., 410.

Ibid., 413.

Ibid., 413-415.

Ibid., 415-16.

Ibid., 416-21.

Ibid., 422.

Ibid., 4; 98; 103; 420; 423-427.

Ibid., 194.

Ibid., 322-344.

Ibid., 325-27.

Ibid., 328-29; 336; 338; 322; 495-96.

Ibid., 334.

Ibid., 330-38.

Ibid., 338-341.

T. Schachtman, Edith and Woodrow (New York, 1981), 189; en MacMillan, op. cit., 487.

MacMillan, op. cit., 485.

Ibid., 487-92.

Job 12:23.

Romanos 8:28.

Gálatas 6:7.

Proverbios 3:5, 6.

Rusty Wright

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