01-09-2007
La Prensa Argentina durante la Guerra de Malvinas V
El Ultimo Helicoptero
La mañana del 17 de junio de 1982 pintaba ventosa y muy fría. Algunos nubarrones grises corrían por arriba nuestro, mientras observábamos las interminables maniobras de aterrizaje y despegue de los helicópteros sobre la cubierta del rompehielos Almirante Irízar.
Unos dos kilómetros delante teníamos, detrás de la franja de mar verde y revuelto, las costas de Comodoro Rivadavia. Volvíamos, ¡por fin! al continente, después de haber pasado toda la Guerra de Malvinas en las Islas. Derrotados. Pero contentos de estar de nuevo en casa.
Los helicópteros Bell del Ejército se llevaban de a cuatro, algunas veces de a seis, a los heridos que traíamos a bordo desde Puerto Argentino, que eran más de 300, y los depositaban en las ambulancias que los trasladarían a distintos hospitales de Comodoro.
El Irízar, tras el comienzo de las hostilidades, había sido convertido en buque hospital y cubierto su casco, habitualmente de color naranja antártico, con una capa de pintura blanca. La cuestión era evitar que los británicos lo confundieran con un mercante y lo echaran a pique.
[color=blue]Nos juntamos a proa a divisar con binoculares el gentío que se apiñaba sobre la costa de la ciudad. Son más de 50.000 personas, fantaseábamos con Carlos García Malod, quien como yo había sido cronista en la corresponsalía de Télam en Puerto Argentino.[/color]
Eduardo Farré, nuestro fotógrafo, trabajaba ensimismado con un teleobjetivo grande como un termo y no nos daba bola. El radiooperador, Juan Carlos Torlica González temía que se presentaran en el puerto las dos novias que había dejado al irse a la guerra, con lo que su desembarco amenazaba ser más peligroso que el escenario que habíamos dejado atrás.
Todos sabíamos que entre la multitud que esperaba a los primeros combatientes que volvían de Malvinas, tras la rendición, también había colegas nuestros de todo el mundo, cámaras de televisión y reporteros estrella. Y secretamente ansiábamos nuestros cinco minutos de fama luego de tanta censura, tanta tristeza y un frío que no nos abandonaba. Y de tantas muertes.
[color=blue]No lo decíamos, pero por dentro esperábamos vernos admirados como héroes y conseguir lo que rara vez logra un periodista: ser noticia por sí mismo. Brillar con luz propia y no por la habilidad de relatar los claroscuros de este o aquel personaje. Sí. Aquél sería nuestro momento, y nadie podría quitárnoslo. Pero debíamos tener paciencia. No habían dicho que nos llevarían a tierra después de que trasladaran a todos los heridos. En el último helicóptero.[/color]
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Mentalmente, mientras acodado en la baranda del barco oteaba el ir y venir de helicópteros, recordé como en un flash back cuando [color=red]el gobierno militar, no bien comenzó la guerra, nos advirtió que Télam no difundiría en el servicio a sus abonados ninguna noticia originada en las Islas -esto es, escrita por nosotros- en las que se hablara de bajas propias o de combates donde las tropas argentinas hubieran sido derrotadas.[/color]
O sea, nada, ya que todo el conflicto armado fue una derrota para la Argentina, de principio a fin. Hubo excepciones, sí, alguna que otra incursión de los cazas navales o de la Fuerza Aérea. Pero que nunca fueron suficientes ni ocurrieron cuando verdaderamente los necesitábamos
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Nuestros conocimientos de estrategia eran mínimos, pero no se necesitaba ser un Clausewitz para darse cuenta que Malvinas es un escenario básicamente aeronaval. Bueno, pues no teníamos ni aviones ni barcos. Y sí 10.000 soldados enterrados en trincheras estáticas que rezumaban humedad, sin armamento, sin comida ni ropa de recambio.
Grandes y pequeños detalles que nosotros informamos a Télam central en nuestros diarios despachos, pero que eran minuciosamente grabados y llevados al estado Mayor Conjunto por un grupo de militares de Inteligencia que cumplían turnos de guardia junto al aparato de radio las 24 horas. Detalles, como digo, que no fueron nunca publicados.
Pero que eran fuente de comentarios que los jefes del Estado Mayor Conjunto hacían a los principales editores de los grandes diarios y revistas de alcance nacional, según el grado de cercanía que éstos tuvieran con la causa del Proceso de Reorganización Nacional.
[color=red]Pienso que allí estuvo la clave para comprender cómo fue posible que millones de argentinos creyeran el Gran Engaño del “Estamos ganando” y “Hundimos al Sheffield”. O las tapas de revistas donde Margaret Thatcher salía con colmillos como si fuera la novia de Drácula. [/color]
Volvió a repetirse la alianza entre los generales y los propietarios de los medios de comunicación que tan bien había funcionado durante la represión. Todos ellos supieron todo, siempre. Pero nunca dijeron nada.
Estas y otras cuestiones que en estas pocas líneas sería imposible narrar eran el meollo del speech que pensaba, aquella fría mañana embarcado frente a la costa patagónica, contar a quienes estuvieran dispuestos a escucharme. ¡Y qué quilombo se armaría! Seguramente me llevarían a entrevistarme a Europa y a los Estados Unidos. ¿Qué menos?
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[color=red]Pasado el mediodía nos juntamos para almorzar en el comedor del buque y García Malod se preguntó si debíamos ocultar los cassettes con entrevistas que habíamos hecho durante los 74 días que pasamos en las Islas. “Y también los rollos de fotos, tengo como 60 y sería una cagada que nos los afanaran”, terció el Pollo Farré.[/color]
El miedo no es zonzo Sabíamos que el gobierno militar interceptaba y se incautaba de todo material periodístico que habíamos intentado introducir clandestinamente en el continente. Generalmente eran rollos de fotos, o en el caso de ATC cassettes de video, que enviábamos con las tripulaciones de los poquísimos Hércules C-130 o los Fokker que lograban burlar el bloqueo en su regreso a Comodoro, Río Gallegos o Río Grande.
[color=red]No se supo cómo se enteraron los censores, pero a partir del 15 de mayo a los pilotos y acompañantes, al poner pie en tierra en el continente, los revisaban de pies a cabeza.[/color]
[color=red]Lo curioso fue que fotografías, que muchas de esasnunca se publicaron en nuestro país, las vimos luego en las paginas de los principales semanarios del mundo: Stern, Newsweek, Time, Cambio 16, Paris Match y otros por el estilo. Farré calcula que con ese material, cuya obtención casi le costó la vida en muchos casos, los militares argentinos que lo comercializaron deben haberse forrado en dólares.[/color]
Entre el grupo de civiles que volvía con nosotros a bordo del Irízar no dudamos en elegir al jujeño Facundo Tolaba, un empleado de Vialidad Nacional que había manejado una retroexcavadora para horadar el suelo de turba y construir los pozos de zorro para los soldados.
Su aspecto rústico y su piel cobriza revelaban que era de origen colla, y su ropa de trabajo y zapatones con suela de tractor despistarían -pensamos- el olfato de los fisgones de la inteligencia militar en el hipotético caso de que nos requisaran. Pero…¿quién se atrevería con los primeros héroes que regresaban a casa?
De cualquier forma, escondimos los rollos de fotos en paquetes de dos kilos de café colombiano que habíamos comprado baratísimo en el West Store –el único supermercado de las Islas- ya que regía en todo el archipiélago el régimen de mercaderías libres de impuestos.
Cerca de las 18 nos tocó abordar el último helicóptero. La ansiedad era generalizada, y la preocupación de Farré era que llegáramos con luz para salir bien en las entrevistas televisivas.
[color=red]Pero nunca llegamos a la zona portuaria donde se agolpaban los comodorenses y nuestros colegas . El piloto del último helicóptero sobrevoló la muchedumbre y encaró hacia un descampado en las afueras de la ciudad, donde nos esperaban tres camionetas de color verde oliva.[/color]
[color=red]De allí a unos galpones en desuso donde funcionaba una unidad de Inteligencia a militar, al mando del coronel Esteban Solíz, que nos recibió con una arenga supuestamente patriótica según la cual “el particular momento por el que atraviesa el país torna inconveniente que ustedes cuenten lo que vieron en nuestras Islas irredentas”.
Y, por supuesto, al que primero revisaron fue a Tolaba y a su humilde bagayo, que era una valija de cartón atada con una soga. Cuando comenzaron a caer los rollos de los tajeados paquetes de café, el hombre de Vialidad nos miró en silencio, con cara de póker. No nos vendió.
Pero saltamos y nos hicimos cargo. Y eso dio pie a los uniformados para que nos ordenaran desnudarnos por completo y colocarnos de cara a la pared con los brazos arriba y las piernas separadas. Hacía un frío de locos, pero allí estábamos, en bolas y en silencio.
Los fisgones, encima, nos revisaban a las apuradas y se iban corriendo a otra oficina no lejos de allí. Otros venían a relevarlos con gesto de fastidio. Era como si no quisieran cumplir con esa ignominiosa misión. Después desculamos que era porque estaban viendo por TV un partido de Argentina en el Mundial de España.
Nos sacaron los rollos, los cassettes y varias libretas con apuntes. Todo lo que oliera a memoria periodística de la guerra. “Y ahora se van para la ciudad y cuidadito con lo que andan contando. Bastantes problemas tenemos ya los argentinos para que ustedes vengan a hablar boludeces”, rugió Soliz a modo de despedida.[/color]
Esto ocurrió hace 25 años en la Argentina, cuando el que firma era un joven periodista que confiaba en que las cosas cambiarían para mejor. Pero que ahora, a los 54 años, ya no está tan convencido de esa posibilidad.
Pero seguramente está equivocado. No será la primera vez.
Por Diego Pérez Andrade*
(*) Periodista, integró la dotación de la agencia de noticias Télam en Puerto Argentino, desde el 25 de abril al 15 de junio de 1982. Hijo de periodista y con un hermano, Julio, desaparecido en 1978.