Tras la desintegración de la URSS se hizo pública oficialmente la existencia de una serie de ciudades secretas que, al amparo de la nueva Constitución de la Federación Rusa (1992), se agruparon bajo un nuevo estatus, que les confería independencia política local, si bien sus instalaciones quedaban sometidas al control federal. A este conjunto de localidades se le denominó ZATO, o Unidades Administrativas y Territoriales Cerradas, al que están adscritas diez ciudades nucleares bajo el control del Minatom (Ministerio de Energía Atómica): Sarov (Arzamas-16), Lesnoy (Sverdlovsk-45), Snezhinsk (Chelyabinsk-70), Zarechny (Penza-19) y Trejgorny (Zlatoust-36), que se crearon para diseñar y producir armas nucleares a gran escala, y Ozersk (Chelyabinsk-65), Novouralsk (Sverdlovsk-44), Seversk (Tomsk-7), Zheleznogorsk (Krasnoyarsk-26) y Zelenogorsk (Krasnoyarsk-45), que se construyeron para la producción de uranio altamente enriquecido y la reelaboración del plutonio a partir de los elementos combustibles irradiados en reactores nucleares.
ZATO comprendía también otras 36 ciudades más, que, bajo la tutela del Ministerio de Defensa, albergaban bases navales y de misiles, almacenes de armas nucleares, centros de operaciones espaciales, etcétera. Dentro del conjunto de ciudades dependientes de este ministerio había unas 15 cuyos nombres nunca fueron revelados; algunas se dedicaban a la fabricación de armas biológicas, como el complejo militar próximo a Sverdlovsk que en 1979 saltó a la opinión pública internacional debido a una fuga de esporas de carbunco, cuya inhalación ocasionó la muerte a unas 70 personas. El cosmódromo Baykonur y el polígono de pruebas nucleares Semipalatinsk-21 –aunque situados en territorio kazajo, se encuentran arrendados a Rusia– formaban también parte del complejo de ciudades cerradas.
Ubicadas en zonas de complicado acceso y clima muy severo, en estas ciudades viven aproximadamente 1,3 millones de personas, aunque la cifra varía bastante según las fuentes (hay que tener en cuenta la existencia de centros no identificados oficialmente). Durante el caos que imperó en la década de los 90 en el territorio de la antigua URSS nadie sabía muy bien lo que estaba ocurriendo en estos centros secretos, en los cuales se concentraba el enorme arsenal nuclear soviético, sus armas estratégicas y el combustible de sus cabezas nucleares. No olvidemos que en 1986, cuando ocurrió el accidente de Chernobyl, la URSS tenía aproximadamente 45.000 cabezas nucleares, el máximo alcanzado en la historia de la era nuclear.
Cheliabinsk-70, dedicada al diseño de cabezas nucleares, vivió una de las situaciones más dramáticas, con el suicidio de su director, Vladimir Nechay (1996), y las huelgas de trabajadores (1997 y 1998), motivadas por retrasos de hasta cuatro meses en el pago de los salarios. Los bajos sueldos que no llegaban, el caos, la incertidumbre y la desesperación dieron pie a la comisión de actos delictivos en el interior de este conglomerado secreto, lo cual puso de manifiesto la tensión en que se vivía, especialmente dentro del Ejército, un cuerpo tradicionalmente maltratado por las instituciones soviéticas.
Entre los múltiples delitos publicados –cuya veracidad debe ser tenida en cuenta con reservas, pues ha habido mucha especulación al respecto– llama la atención el registrado en Sarov (Arzamas-16), donde se encuentra el Instituto Panruso de Investigación en Física Experimental (VNIIEF), el más emblemático e importante de la antigua URSS –en él desarrollaron los soviéticos su primera bomba atómica– y el centro científico más relevante hoy en día. Según el Nuclear Trafficking Database, en octubre de 2003 un tribunal municipal condenó a un ingeniero y a un policía local que habían entrado en tratos con un empresario de Nizhny Novgorod que quería comprar plutonio altamente enriquecido "para unos clientes en el extranjero"; ofreció 750.000 dólares. Al final todo quedó en una estafa por parte de los trabajadores de Arzamas-16, que le vendieron mercurio. Los dos empleados, Sergey Denisenko y Valery Blinov, acabaron en la cárcel, con penas de 6 y 7 años, y el empresario, Boris Markin, falleció en un accidente de automóvil unos meses después.
Si bien el acceso a las armas de destrucción masiva en ningún momento estuvo fuera de control, o eso parece, dentro de aquel caos sin precedentes, la situación era lo suficientemente preocupante para que el Departamento de Energía de EEUU comenzara a adoptar una serie de iniciativas que se materializaron en acuerdos de cooperación de alto nivel con Rusia; entre los objetivos se contaba el impedir lo que se temía que sucediese: que llegasen, por robo o venta, a manos de gobiernos y organizaciones terroristas componentes de armas de destrucción masiva
El acuerdo sobre Protección de Material, Control y Contabilidad (1996) se creó para desarrollar tanto sistemas de seguridad física como de protección de los materiales en contenedores y sistemas de contabilidad de inventarios mediante bases de datos computerizadas. El programa Iniciativa de las Ciudades Nucleares (1998), el más importante de todos, se estableció para ayudar a reducir la capacidad del arsenal de los centros de Sarov, Snezhninsk y Zheleznogorosk a partir del desmantelamiento de cabezas nucleares. El programa Iniciativa para la Prevención de la Proliferación (1994) y el Centro Internacional de Ciencia y Tecnología (1992) tienen como objetivo reciclar a los profesionales expertos en diseño y fabricación de armas nucleares y ubicarlos en puestos de trabajo desde donde puedan desarrollar una investigación de carácter civil y comercial.
Pero no todo está resultando fácil, pues parece ser que los recelos y rivalidades históricas entre las dos potencias se siguen imponiendo. Hace apenas un año, uno de los máximos responsables de la Agencia Nacional para la Seguridad Nuclear norteamericana, Linton Brooks, declaraba: "Sigue habiendo una resistencia continua de Rusia a facilitar el acceso a sus instalaciones nucleares, lo cual supone un obstáculo para la mejora de la seguridad".
Septiembre de 2001 marcó un antes y un después en cuestiones de seguridad y control de centros militares, o de almacenamiento de armas de destrucción masiva. Ciertamente, la antigua URSS no requería del uso de sistemas de alta seguridad para controlar sus instalaciones sensibles, pues el aislamiento geográfico de los centros y el control policial, militar y del KGB dificultaban notablemente el acceso. Sin embargo, la desintegración trajo consigo una vulnerabilidad alarmante. No sabemos lo que ocurrió en esos años de caos y descontrol, pero parece ser que, aparte de una serie de delitos de contrabando y tráfico ilegal de residuos radiactivos, no se dieron casos concretos de sustracción efectiva de armas nucleares.
Estos programas de ayuda y cooperación con la antigua URSS han ido paulatinamente dificultando la posibilidad de que se puedan robar componentes de armas nucleares o de combustible, como el plutonio enriquecido al 94% o el uranio enriquecido al 92%, para la fabricación de las mismas. El control que se intenta establecer es prácticamente análogo al que existe en EEUU, con una tendencia firme a que en un futuro próximo sea exactamente del mismo tipo. También he visto personalmente el gran cambio positivo que han supuesto estos programas de colaboración en la vida de los científicos nucleares de la antigua URSS, condenados al ostracismo durante el período anterior bajo el Comité Científico y Técnico del Estado (GNTK): sobre muchos pesaba la prohibición expresa de viajar fuera del país durante un mínimo de 25 años.
Sigue habiendo problemas, pues si bien algunos de estos centros nucleares cerrados están saliendo adelante gracias a la cooperación y a distintos acuerdos comerciales, a otros les amenaza la sombra del desempleo –para aquellos expertos y trabajadores afectados por la reducción– o el desmantelamiento –y la imposibilidad de reubicar a todos sus empleados.
La atención internacional está centrada en las políticas nucleares de Irán y Corea del Norte. Sin embargo, la amenaza más preocupante no viene de ellos directamente, pues un ataque abierto por su parte a países como EEUU o Israel les supondría la devastación aparejada a la réplica de los atacados. La amenaza está en el terrorismo y en las armas de destrucción masiva. Esperemos que dentro de estas ciudades rusas cerradas y olvidadas, donde siguen almacenándose unas 16.000 cabezas nucleares, no surja alguien que provoque una calamidad, aunque el control es cada vez más estricto. No olvidemos que la mejor forma de prevenir el terrorismo nuclear es asegurar que los materiales nucleares estén bajo un riguroso control de seguridad.
Natividad Carpintero Santamaría, profesora de la Universidad Politécnica de Madrid y académica correspondiente de la European Academy of Sciences.