Historia de los bombardeos: de Corea a Vietnam

Nonsei

09-04-2008

1950-1953

*Una de las condiciones previas a la guerra de Corea fue el ataque que la Unión Soviética llevó a cabo contra Japón al concluir la Segunda Guerra Mundial. No era algo que, desde el principio, resultara inevitable. Si la Unión Soviética no hubiera entrado en la guerra del Pacífico, los Estados Unidos habrían podido ocupar toda Corea y gobernar el país a sus anchas. Sin embargo, en la primavera de 1945, las tropas japonesas en China y Corea todavía parecían un adversario formidable. El Pentágono quería que los soviéticos compartieran su carga de riesgo y pérdidas y no consideraba que tuviera una importancia estratégica para los Estados Unidos.

Si los Estados Unidos no hubieran insistido en que la Unión Soviética entrara en la guerra con Japón, cuando Japón ya estaba vencido, no habrían existido dos Coreas a las que reunificar. No habría habido una guerra de Corea.

La alternativa contraria hubiera sido igualmente posible: la Unión Soviética hubiera podido ocupar toda Corea. Tal como fueron las cosas, el ejército ruso pudo atravesar toda la península, de norte a sur, sin encontrar apenas resistencia.  Cuando el primer soldado norteamericano desembarcó en Corea, los rusos ya hacía tiempo que se encontraban en el país.

Sin embargo, Stalin tampoco concedía importancia a dicho país. Cuando los Estados Unidos exigieron una parte del botín, él estuvo de acuerdo en detenerse en el paralelo 38. De haber seguido adelante, no se habría podido hacer gran cosa por detenerlo. Jamás se hubiera dividido Corea en dos. Y no hubiera habido ninguna guerra de Corea.

Incluso en una fecha tan avanzada como diciembre de 1945, los acontecimientos en Corea habrían podido tomar otros derroteros.

En pocos meses, las fuerzas de ocupación norteamericanas habían conseguido despertar una fuerte aversión entre la población de Corea del Sur. Los norteamericanos no sabían nada del país, no había nadie que hablase su idioma. Trataban a los coreanos como enemigos y a sus enemigos vencidos; a los japoneses, como sus compañeros de armas. Nombraron un consejo coreano compuesto por once miembros, con un solo asiento reservado al movimiento político mayoritario del país y los diez restantes se adjudicaron a terratenientes conservadores y funcionarios de derechas que habían colaborado con el gobierno colonial japonés y que, por tanto, eran considerados traidores por sus compatriotas.

El 16 de diciembre de 1945.el comandante norteamericano, el general Hodge, escribió a MacArthur, en Tokio, sugiriéndole que los Estados Unidos abandonaran sus intentos de controlar el desarrollo político en Corea del Sur. Los Estados Unidos no eran bienvenidos, escribió; lo único que los coreanos deseaban era la reunificación y la independencia. Ésta era, en definitiva, la ambición primordial de todos los grupos políticos:

Incluso me atrevería a recomendar que considerásemos seriamente un acuerdo con Rusia para que tanto los Estados Unidos como Rusia retiren sus tropas de Corea simultáneamente y permitan que el país busque sus propias soluciones, enfrentándose a un inevitable trastorno interno para su posterior purificación.

El general Hodge era un hombre conservador y bastante estrecho de miras. Temía que la autodeterminación condujera a la revolución y a la guerra civil. Pero también entraba dentro de lo factible que los coreanos, abandonados a su propia suerte, solucionaran sus problemas de forma pacífica. En todo caso, no habría habido una guerra de Corea.

Nadie escuchó al general Hodge, a pesar de su insistencia en ser relevado de su puesto. En su lugar, se creó una Corea dividida. Se reprimió la resistencia con la ayuda de destacados torturadores y secuaces del anterior gobierno colonial japonés a los que ahora, bajo la ocupación norteamericana, se les concedieron poderes extraordinarios para perseguir a nacionalistas y comunistas. De haberse convocado elecciones libres, sin duda, la izquierda habría ganado. Tal como estaban las cosas, ganó la derecha, a costa de 589 muertos y 10,000 detenidos.

En 1949, las últimas tropas norteamericanas abandonaron el país. El dictador de Corea del Norte, Kim Il Sung, estaba convencido de que el régimen meridional carecía del apoyo del pueblo y que pronto, al más mínimo soplido, caería como un castillo de naipes.

Stalin tenía la última palabra. Si Stalin hubiera dicho que no, nunca habría habido una guerra de Corea. Si Stalin hubiera sabido que los Estados Unidos intervendrían, habría dicho que no. Entonces, simplemente no estaba interesado y supuso que los norteamericanos tampoco lo estaban. Permitió que Kim intentara poner en marcha su proyecto de reunificación. Ambos creían que sería una guerra corta y local que terminaría antes de dar tiempo a nadie a reaccionar.

Cuando finalmente se produjo el ataque, en la mañana del 25 de junio de 1950, se demostró que el ejército meridional no estaba preparado para defender el país, tal como había supuesto Corea del Norte.

Lo que Corea del Norte no se esperaba era que, ese mismo día, el Consejo de Seguridad de la ONU condenara la invasión, calificándola de agresión sin provocación previa. Varios días más tarde, la ONU autorizó a sus estados miembros (en la práctica, sobre todo a Estados Unidos) a apoyar a Corea del Sur con todos los medios necesarios.

En circunstancias normales, el representante soviético en el Consejo de Seguridad se habría asegurado de anular toda posible reacción. La Unión Soviética habría utilizado su veto contra la condena de guerra ofensiva de Corea del Norte y contra cualquier otra contramedida de la ONU. Si los Estados Unidos, a pesar de todo, hubieran querido intervenir, tendrían que haberlo hecho por cuenta propia, mediante una decisión del Congreso y una declaración explícita de guerra. Las formalidades exigidas por la Constitución les habrían dado tiempo, tal como habían pretendido aquellos que la concibieron, para deliberar, para encontrar argumentos y contraargumentos que tal vez hubieran resultado en una decisión contraria a la que finalmente se aceptó.

Es cierto que el presidente Truman estaba sometido a grandes presiones internas para que los Estados Unidos intervinieran. McCarthy se encontraba en el cenit de su cruzada anticomunista. La administración de Truman era acusada diariamente de mostrar debilidad ante el comunismo. Para el presidente, Corea fue como un regalo del cielo, la oportunidad definitiva para mostrar su determinación en la guerra contra el comunismo.

No es seguro que el Congreso de los Estados Unidos, tras largas deliberaciones, hubiera optado por enviar a los hijos de sus electores a defender una dictadura coreana frente a otra, sobre todo, teniendo en cuenta que lo único que deseaban los dos bandos era la reunificación.

Pero los acontecimientos se precipitaron. Moscú no envió ningún representante a la reunión decisiva del Consejo de Seguridad. Boicoteaba así el Consejo de Seguridad en protesta por el hecho de que Taiwán representara a China. En su ausencia, el Consejo pudo tomar una decisión inesperada. La guerra de Corea había dejado de ser una guerra local para convertirse en un conflicto internacional a gran escala.

Al día siguiente, el 28 de junio, el Comando Aéreo Estratégico puso en marcha dicho apoyo. Los Estados Unidos dominaban por completo el espacio aéreo sobre Corea y, al principio, los bombarderos pesados no encontraron resistencia alguna. Iban y venían ininterrumpidamente entre base y objetivo y los impedimentos fueron tan escasos que las incursiones aéreas parecían más bien plácidas travesías que se prolongaron durante seis meses. Seis meses en los que dejaron caer muerte y destrucción sobre los coreanos, sin haber conocido personalmente a uno solo de ellos.

También para la Marina de los Estados Unidos fue una guerra irreal. Los grandes portaaviones daban vueltas y más vueltas, según una rutina establecida que entrañaba trabajo duro e intenso aburrimiento, pero ningún riesgo de ataques enemigos.

Se tardó tres meses en destruir las ciudades de Corea del Norte. A falta de mejores objetivos, se bombardearon posiciones menores. Un mes más tarde, ya no quedaba nada digno de ser bombardeado en la zona.*

Nonsei

09-04-2008

*Los norcoreanos, mientras tanto, obtuvieron alguna que otra victoria. Conquistaron la práctica totalidad de la península, dando lugar al bombardeo estadounidense de Corea del Sur. De pronto, todo podía ser destruido. El presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, William O. Douglas, ofreció el siguiente resumen de sus impresiones tras una visita realizada a Corea en el verano de 1952:

He visto ciudades europeas devastadas por la guerra, pero jamás había sido testigo de una devastación como la que encontré en Corea. Ciudades como Seúl están severamente dañadas, pero otras muchas como Chorwon, en la base del Triángulo de Hierro, han sido arrasadas por completo. Puentes, vías férreas, diques... han sido reducidos a escombros. La miseria, las enfermedades, el dolor, el sufrimiento, el hambre... todo se mezcla más allá de lo comprensible.

Esta destrucción se llevó a cabo en nombre de las Naciones Unidas. ¿Cómo es posible que las Naciones Unidas no exigieran que se observaran las leyes de la guerra con respecto a la protección de civiles?

En primer lugar, las leyes eran poco claras. Las convenciones de Ginebra de 1949 no protegían a los civiles de ataques aéreos – las potencias occidentales se habían encargado de ello deliberadamente–. Y aquellas leyes de la guerra que habían prohibido el bombardeo de objetivos civiles antes de la Segunda Guerra Mundial ¿acaso seguían vigentes cuando todos los países en guerra, sobre todos los vencedores, las habían contravenido sistemáticamente durante y después del conflicto?

En segundo lugar, las Naciones Unidas estaban integradas por Estados miembros de la ONU. Si cualquiera de ellos hubiera denunciado las violaciones del derecho internacional cometidas por los Estados Unidos en nombre de las Naciones Unidas, la respuesta habría sido, sin duda, “Adelante, desplegad vuestras propias tropas, así podréis decidir vosotros mismos cómo darles apoyo desde el aire. Mostradnos cómo detener la invasión norcoreana sin cometer crímenes contra la humanidad”.

Del más de un millón de ataques aéreos realizados durante la Guerra de Corea, la gran mayoría fueron misiones tácticas de apoyo a las tropas terrestres norteamericanas. En cuanto los norteamericanos eran atacados, solicitaban apoyo aéreo para arrasar la zona de donde provenían los disparos. El periodista británico Reginald Thompson decribió para los lectores del Daily Telegraph el modus operandi :

Lo he descrito con cierto detalle porque era típico... Cada disparo enemigo desataba un diluvio de destrucción. Cada pueblo, cada ciudad que obstaculizaba la guerra era borrada de la faz de la Tierra. Los civiles morían entre los escombros y las cenizas de sus propios hogares.  Generalmente, los soldados escapaban de la muerte. Los raros estallidos de fuego. El alto. El ataque aéreo. La artillería. Adelante con los tanques... Namchonjon había quedado reducida a escombros. Ante mí, un escenario de desolación casi absoluta. No quedaba nada en pie. Había sido una ciudad de Corea de tamaño considerable, de al menos 10,000 almas, tal vez más. Ya no era nada.

Después de que los norteamericanos reconquistaron Seúl, se contabilizaron alrededor de 50,000 cadáveres, el mismo número que tras la tormenta de fuego de Hamburgo, siete años atrás. Thompson escribió:

Es incuestionable que el terrible destino de la capital surcoreana y muchas otras poblaciones es el resultado de una nueva técnica de guerra automática. La más insignificante resistencia ocasiona un alud de destrucción que borra la zona de la faz de la Tierra, Los bombardeos en picado, los tanques y la artillería vuelan objetivos, grandes y pequeños, en ciudades y aldeas, mientras las tropas aguardan al borde la carretera como espectadores, a que les despejaran el camino. Pocos son los pueblos que han sufrido una liberación tan dolorosa.

El pueblo coreano fue “liberado” una y otra vez, mientras el frente se movía como una aplanadora adelante y atrás pro toda la península.

A principios de septiembre de 1950, los norcoreanos se habían apoderado prácticamente de toda Corea del Sur y los norteamericanos resistían a duras penas en el extremo meridional de la península. Dos meses más tarde, los norteamericanos conquistaron la práctica totalidad de Corea del Norte hasta llegar a la frontera china. Otros dos meses más tarde, “voluntarios” chinos hicieron retroceder a los norteamericanos hasta Corea del Sur y reconquistaron Seúl. Todo ello causó terribles pérdidas de vidas humanas. ¿Fue necesario?

En octubre de 1950 los norteamericanos habían reconquistado Corea del Sur y alcanzaron la frontera de Corea del Norte.

Llegados a este punto, tanto el Consejo de Seguridad de la ONU como el Gobierno de los Estados Unidos habían alcanzado el objetivo que se habían propuesto al principio de la guerra. Habían repetido hasta la saciedad que su única intención era obligar a los norcoreanos a retroceder hasta la frontera y restablecer la situación previa a la invasión.

Sin embargo, ahora que ya se había alcanzado este objetivo, resultaba insuficiente. “No deberíamos permitir a las fuerzas del agresor que se refugien tras una línea imaginaria”, dijeron los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad, “pues de este modo reavivamos la amenaza contra la paz”.

Unos meses más tarde, el avance de los norcoreanos había sido definido, justificadamente, como una amenaza contra la paz. La misma frontera que entonces traspasaron se había convertido, como por arte de magia, en una “línea imaginaria” y la paz se vería amenazada si los Estados Unidos no la traspasaban. Los norteamericanos creyeron que habían ganado y este convencimiento modificó sus objetivos. Su nuevo objetivo, aprobado por el Consejo de Seguridad, era la reunificación de Corea por la fuerza y la sustitución del dictador de Corea del Norte por el de Corea del Sur. Así pues, la guerra continuó.

Los nuevos objetivos de la ONU no eran aceptables para Pekín. El Gobierno chino intentó comunicar su postura, incluso antes de que se tomara la decisión. Sin embargo, la ONU no reconocía a Pekín, porque los Estados Unidos, que por entonces dominaban la ONU, no reconocían a Pekín.

Durante varias décadas, los Estados Unidos consideraron al Gobierno chino como un régimen criminal provisional al borde del colapso. Pekín temía que las tropas norteamericanas apostadas en la frontera de China con Corea intentaran desestabilizar el nordeste de China (algo que los japoneses habían conseguido con éxito apenas unas décadas atrás) e hicieran todo lo que estaba en sus manos para precipitar la caída del Gobierno de Pekín, una caída que los Estados Unidos consideraban inminente y enormemente deseable.

Por tanto, China envió a sus “voluntarios” a Corea.

Las fuerzas aéreas norteamericanas, a pesar de que dominaban el aire, tuvieron problemas a la hora de detener a los chinos, en parte, porque éstos luchaban con bajos costes. Durante la Segunda Guerra Mundial las divisiones alemanas lucharon con una cuarta parte del presupuesto empleado por las divisiones norteamericanas en munición y suministros. Una división china tan sólo necesitaba una doceava parte de lo que gastaba una norteamericana. Bastaba con un pequeño transporte que se abriera camino entre los bombardeos masivos de los norteamericanos.

A principios de 1951, los norteamericanos fueron expulsados de Corea del Norte. De pronto eran los chinos los que se encontraban en el paralelo 38. De pronto les tocaba a los chinos quitarse la máscara y mostrarse tal como eran: ¿Pretendían reinstaurar las condiciones anteriores a la guerra o querían reunificar Corea a la fuerza?

Los chinos creyeron que habían ganado. Siguieron adelante y cruzaron la frontera, con el fin de sustituir al dictador de Corea del Sur por el dictador de Corea del Norte. Por tanto, la guerra continuó.

Finalmente, en el aniversario del estallido de la guerra, quedó claro para ambos bandos que no podrían derrotar al contrario. Se iniciaron las negociaciones para un alto al fuego. Se utilizaron bombarderos pesados como medio de persuasión, como en el segundo aniversario del principio de la guerra, cuando las centrales eléctricas y los diques del río Yalu fueron destruidos, o el 29 de agosto de 1952, cuando Pyonyang fue alcanzada por el bombardeo más cruento de la guerra.

Tres años después del inicio de la guerra, se firmó un alto al fuego. Todo volvía a estar como al principio, prácticamente con las mismas fronteras de antes de la guerra y el mismo sueño incumplido de reunificación. Nadie había ganado. Todos habían pedido. Se calcula que la guerra había costado la vida a cinco millones de personas, civiles en su mayoría.*

Nonsei

09-04-2008

1947-1967

*El 24 de octubre de 1945 se firmó la Carta de las Naciones Unidas, el primer documento jurídico que –dicho sea de paso– reivindica “el principio de igualdad de derechos y de autodeterminación de los pueblos”. Incluso las potencias europeas firmaron la Carta. La consideraban algo simbólico, no un tratado legalmente vinculante. En la práctica, continuaron empleando sus bombarderos para garantizar su derecho de conquista sobre sus colonias.

En 1947, los británicos ya habían renunciado a la India, Pakistán, Birmania y Sri Lanka y se concentraban en la defensa de su supremacía en tres tipos de colonias: (1) las de importancia militar (como Adén, Suez, Chipre o Gibraltar), (2) las de importancia económica (Malasia) y (3) las que tenían población británica (Kenia).

Adén era una importante base naval británica, situada en la ruta marítima que conducía al petróleo del Golfo Pérsico. La población que vivía alrededor de la base había sido vigilada desde el aire desde el período de entreguerras. En 1947 se reanudaron los ataques aéreos a gran escala. Nada de negociaciones, simplemente se abrió fuego. Parecía rentable. En 1934, el ejército empleó sesenta y un días para someter al pueblo de Quitebi y, en 1940, ciento veintisiete días. En 1948, las fuerzas aéreas tardaron menos de tres días.

La operación fue motivo de orgullo para la RAF. Sin embargo, la victoria resultó ilusoria. Al año siguiente, un nuevo pueblo se sublevó y hubo que destruir otras aldeas. La rebelión continuó, provocando cada vez más brutalidad, a la vez que se construyeron puentes y escuelas a fin de ganar el favor de los habitantes de la región. A la larga, el plan ni siquiera resultó barato.

El último intento de los británicos de dominar la situación fue la Operación Cascanueces, iniciada en enero de 1964. Como de costumbre, el éxito militar fue efímero y pronto el país entero se levantó en armas. Entonces, Gran Bretaña declaró su intención de abandonar Adén, que alcanzó la independencia en 1967.*

1948-1963

*En febrero de 1948, el Partido Comunista de Malasia inició una serie de huelgas y manifestaciones a favor de las reformas agrarias, la independencia nacional y los derechos civiles para los inmigrantes chinos, que consistían casi el 50% de la población malasia. Los británicos sofocaron estas manifestaciones, desatando así una guerra que se prolongaría durante doce años.

Al principio, había esperanzas de que las fuerzas británicas serían capaces de localizar y destruir los campos de guerrilleros desde el aire. Sin embargo, el Ejército de Liberación de las Razas Malasias estaba compuesto mayoritariamente por veteranos bien armados y con experiencia de las guerras libradas en la jungla contra el ejército de ocupación japonés, ocurridas unos cuantos años atrás. Apenas tardaron unos días en dividirse en pequeños grupos y camuflar sus campos para que fueran invisibles desde el aire.

En 1949 los británicos recurrieron a una nueva táctica. Durante cuatro años sus aviones bombardearon amplias zonas del territorio enemigo a fin de empujar a los terroristas (como se solía llamar a los guerrilleros) hacia los puntos donde las tropas británicas los esperaban emboscadas.

Una tercera táctica consistió en utilizar los aviones para rociar con defoliante los campos supuestamente ocupados por la guerrilla. El problema era que dichos campos eran iguales a los de cultivo y así, las cosechas de mucha gente inocente fueron destruidas y grandes extensiones de tierra quedaron baldías.

La RAF llegó a lanzar un total de 35,000 toneladas de defoliante y bombas a lo largo de más de 4,000 ataques aéreos. Sin embargo, el resultado esperado nunca llegó a materializarse. La RAF se vio forzada a concluir que “los ataques aéreos sobre Malasia fracasaron en su práctica totalidad; probablemente causaron más daños que beneficios”.

En cambio, los británicos tuvieron mucho más éxito a la hora de enfrentar a los dos grupos étnicos dominantes y de controlar las bases de reclutamiento de la guerrilla en los barrios deprimidos chinos de los alrededores de las ciudades y pueblos de Malasia. Medio millón de chinos fueron internados en campos bajo la vigilancia de la policía malasia.

Los británicos obtuvieron la victoria militar, pero se vieron obligados a aceptar las demandas planteadas por la guerrilla, que incluían una reforma agraria, derechos civiles para los chinos e independencia nacional. Malasia declaró su independencia en 1963.*

1948-1954

*En Madagascar, una pequeña camarilla de franceses, menos del 1% de la población, llevaba cincuenta años gobernando a cuatro millones de malgaches resistentes y rebeldes.

El 29 de marzo de 1948 estalló una nueva revuelta dirigida por soldados veteranos. Los rebeldes disponían, como mucho, de unas ciento cincuenta armas de fuego; la mayoría iba armada con lanzas. Los franceses utilizaron bombarderos, artillería naval y todos lo métodos tradicionales para sofocar la revuelta: quema de poblaciones, detenciones masivas, torturas, violaciones y ejecuciones arbitrarias.

La lucha se prolongó durante dos años, aunque despertó poco interés en Europa. Según un informe secreto francés, 89,000 malgaches fueron asesinados. Otro gobernador redondeó la cifra en 100,000. Ningún francés fue llevado ante los tribunales. Los cabecillas de la rebelión que sobrevivieron a la guerra fueron sentenciados a muerte y, finalmente, en 1954, indultados.

Seis años más tarde ocuparon sus puestos en el Gobierno independiente de Madagascar.*

Nonsei

09-04-2008

1952-1960

*En Kenia, 40,000 blancos, menos del 1% de la población, gobernaban a cinco millones de negros. La autoridad suprema estaba en manos de la Oficina Colonial, en Londres.

La primera oleada de inmigración británica a finales del siglo XIX coincidió felizmente con una epidemia de viruela que diezmó – e, incluso en algunas regiones, prácticamente eliminó– la población keniata de color. El país parecía “deshabitado”. Aquellos que ofrecieron resistencia fueron asesinados y sus aldeas, incendiadas. Al igual que tantos otros colonizadores de aquella época, el gobernador británico, sir Charles Eliot, estaba convencido de que los nativos se estaban extinguiendo. “No cabe duda de que los masai y muchas otras tribus deben perecer. Es una perspectiva que contemplo con ecuanimidad y la conciencia limpia”.

Terminada la Primera Guerra Mundial acaeció una nueva oleada migratoria que trajo miles de oficiales británicos licenciados de Europa y, con ellos – una afortunada casualidad –, una  epidemia de gripe que mató a más de 100,000 kikuyus. Cinco millones de hectáreas de tierra africana pudieron así ser confiscadas y puestas a disposición de los pobladores británicos. Los nativos se convirtieron en jornaleros despojados de la tierra que había pertenecido a sus padres.

Cien mil africanos procedentes de Kenia tomaron parte en la Segunda Guerra Mundial como voluntarios. Volvieron a casa llenos de una esperanza infundida por las promesas de libertad que estipulaba la Carta del Atlántico y que se vio por completo defraudada. Al mismo tiempo, llegó una nueva oleada de oficiales británicos desmovilizados y de antiguos funcionarios coloniales de la India británica, firmemente decididos a defender la ley de los blancos en Kenia.

La respuesta keniata desembocó en la insurrección armada de los mau mau, entre 1952 y 1960. A lo largo de la década de 1950, los británicos lograron convencer a la opinión pública de que no estaban combatiendo a rebeldes despojados de sus tierras y sus derechos civiles, sino “asesinos feroces”, nativos primitivos quienes, enloquecidos por las drogas, los rituales y las orgías sexuales, degollaban a mujeres y niños blancos.

En realidad, tan sólo fueron asesinados noventa y cinco blancos en la guerra, treinta y dos de ellos civiles. Sólo en Nairobi, durante este período murieron más blancos en accidentes de tráfico.

De acuerdo con sus propias estimaciones, las fuerzas de seguridad británicas mataron a 11,500 mau mau. Por cada hombre herido y capturado hubo siete muertos. Nunca se hizo público el número de muertes civiles. Unos 80,000 africanos fueron internados en campos de concentración en los que muchos murieron. Los prisioneros condenados a trabajos forzados construyeron una franja de 77 kilómetros de longitud protegida con alambradas y minas, a fin de cortar la comunicación entre las guerrillas y la reserva kikuyu. Otros prisioneros construyeron ochocientas aldeas fortificadas a las que se traslado a la fuerza al pueblo kikuyu, tal como ya se había hecho en Malasia. Este pueblo no estaba acostumbrado a vivir hacinado. Se propagaron las enfermedades y la tasa de mortalidad en las “aldeas piloto” creció de forma alarmante.

En 1954 la RAF empezó a atacar a los mau mau desde el aire. En el mes de julio, en sólo una semana se realizaron una media de cincuenta y seis ataques aéreos, se lanzaron doscientas treinta y dos bombas de fragmentación y las ametralladoras de los aviones dispararon 19,000 veces. No se pudo verificar ningún resultado.

Los bombarderos pesados que, al año siguiente, fueron enviados a la zona tuvieron mayor impacto psicológico. Uno de los supervivientes relata lo siguiente:

El ruido de los aviones se hacía cada vez más audible. Volví la cabeza y vi cuatro bombas planeando como enormes águilas bajo el avión y detrás de este. Apreté la mejilla contra el suelo, me tapé los ojos y los oídos y recé para que Dios perdonara mis pecados: “Dios, deja que Tus poderosas armas sean mi armadura. Tú eres nuestro General; líbranos del mal y de la esclavitud de nuestros enemigos. (¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!) Dios, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo...”

Una vez más, se me encogió el corazón y ya no fui capaz de rezar... El avión abandonó la zona tras lanzar veinticuatro bombas de media tonelada de peso cada una. Cuando Jericó convocó a los guerreros, descubrimos que unos cuantos tenían moretones, pero no eran lesiones graves. Algunos itungati todavía temblaban cuando empecé a cantar: “Escucha la historia de la colina Nyandarua; para que comprendas que Dios está con nosotros y nunca abandonará nuestra causa...”

Cuando acabamos de cantar, muchos de nosotros habíamos recobrado el valor y la confianza, pero nos dimos cuenta de que dos guerreros que seguían temblando sufrían una conmoción y eran incapaces de utilizar sus voces. Intentamos confortarlos, pero nuestros intentos resultaron vanos. Alrededor de medianoche, cuando llegó la hora de comer algo, se recuperaron.

Las bombas obligaron a las guerrillas de dividirse en grupos más pequeños y las oleadas de bombardeos los empujaron, al igual que en Malasia, hacia las tropas terrestres que las aguardaban. La operación más importante recibió el nombre de “Hammer” (martillo). Durante más de un mes, toda una división se dedicó a acorralar a 2,000 guerrilleros y, con la ayuda de los bombarderos, consiguió matar o capturar a 160 de ellos.

Grandes zonas alrededor del Monte Kenia fueron declaradas “áreas de seguridad”, es decir, de acceso prohibido. Allí, los aviones pudieron bombardear a sus anchas a cualquier ser viviente que se les puso a tiro. Algunos propietarios de plantaciones blancos que disponían de un avión propio salieron a cazar negros desde el aire. Los bombardeos alcanzaron su apogeo en septiembre de 1954, cuando la RAF lanzó quinientas toneladas de bombas.

Pero por entonces, la opinión pública de Gran Bretaña empezaba a despertar. Algunos ciudadanos protestaron contra los bombardeos por considerarlos una especie de castigo clasista a poblaciones enteras, incluso a un pueblo entero. Otros pensaron que resultaba demasiado caro. Matar a un rebelde costaba, de media, unas 28,000 libras esterlinas. Todos estos datos no hacían sino desacreditar a Gran Bretaña. En mayo de 1955 la RAF retiró los bombarderos pesados de Kenia, después de que hubieran lanzado 50,000 toneladas de bombas.

Las acusaciones de supuestas torturas y asesinatos por parte de la policía keniata levantaron protestas aún más vigorosas. Mujeres y hombres de color declararon que les habían introducido botellas en la vagina y en el ano, que los habían azotado, quemado, acuchillado, arrastrado por coches y que les habían estrujado los testículos con tenazas. Algunos de los policías acusados recibieron pequeñas multas, pero casi todos salieron impunes.

Es evidente que los británicos cometieron graves violaciones de la Convención de Ginebra de 1949. Pero conocían los términos en que ésta había sido redactada, y se aseguraron que sus acciones no pudieran ser técnicamente consideradas crímenes de guerra.

En 1960 se declaró la victoria sobre los “terroristas”. Sin embargo, la violencia que los había llevado a la victoria había minado la estabilidad del Gobierno colonial. Kenia declaró su independencia en 1963.*

Nonsei

09-04-2008

1954

*Durante la Segunda Guerra Mundial, Francia, incluso después de su derrota, siguió administrando Indochina junto con las fuerzas de ocupación japonesas. Los únicos que combatieron a los japoneses fueron las guerrillas vietnamitas de Ho Chi Minh, armadas y equipadas por los Estados Unidos. Cuando los japoneses capitularon, Vietnam declaró su independencia.

Sin embargo, los franceses no querían perder su dominio en la región. Volvieron en otoño de 1945 y empezaron a negociar con Ho Chi Minh el reparto de poder. Un año más tarde, las negociaciones se rompieron y el 14 de diciembre de 1946 estalló la primera guerra de Indochina.

En febrero de 1947, los franceses entraron victoriosos en Hanoi. Ocuparon las ciudades y pudieron utilizar las carreteras principales libremente gracias a la protección de la aviación. Sin embargo, las zonas rurales estaban en manos vietnamitas.

Las tropas francesas ocuparon una serie de puntos fortificados y pusieron en marcha una ofensiva aérea. Una de sus tácticas más eficaces eran las trampas. Primero, las fuerzas aéreas lanzaban sacos de arroz y luego bombardeaban a los vietnamitas que salían a recogerlos.

Dien Bien Phu fue una gigantesca ratonera de este tipo, en la que la guarnición francesa hizo las veces de anzuelo. El plan dependía de una sobreestimación de las fuerzas aéreas, que supuestamente debían abastecer la base francesa y además destruir con bombas y napalm a los vietnamitas que los asediaban.

El plan fracasó. Doscientos aviones sobrevolaron la zona noche y día para abastecer Dien Bien Phu con ciento setenta toneladas de munición y treinta y dos toneladas de comida al día. Más de la mitad cayó en manos de los vietnamitas. Unos cincuenta aviones fueron derribados; treinta fueron destruidos  en tierra (por tropas guerrilleras que se introdujeron en la base a través del alcantarillado); catorce tuvieron que realizar aterrizajes de emergencia, y ciento sesenta y siete resultaron dañados. El bombardeo a posiciones vietnamitas alrededor de Dien Bien Phu, muy bien camufladas, resultó infructuoso.

Las fuerzas de ocupación francesas cayeron en la trampa que habían preparado a los vietnamitas. Dien Bien Phu se rindió el 26 de mayo de 1954.

Las negociaciones de paz en Ginebra concedieron a Ho Chi Minh el control de Vietnam del Norte, mientras que los franceses retuvieron la región meridional del país, en espera de los resultados de unas elecciones generales bajo supervisión internacional.

Cuando el día de las elecciones estuvo próximo, los franceses colocaron en el poder a un Gobierno títere vietnamita que no había suscrito el tratado y que no tenía intención de cumplir las promesas hechas por los franceses. Los franceses explicaron, con el semblante más inocente del mundo, que ellos, por supuesto, serían fieles a los términos del tratado, pero que no podían forzar a un Gobierno vietnamita independiente a hacer lo mismo.*

1954-1962

*En Argelia, un millón de franceses gobernaban a nueve millones de argelinos. En el Día de Todos los Santos de 1954, medio año después de la derrota de los franceses en Indochina, los argelinos se rebelaron en setenta lugares diferentes del país. Por entonces había 3,500 soldados franceses en Argelia. El día de Año Nuevo, la cifra había aumentado a 20,000; a mediados de 1955, a 180,000. Entonces los franceses renunciaron a las colonias vecinas de Túnez y Marruecos, que alcanzaron la independencia en 1956, y concentraron sus tropas –400,000 hombres – en Argelia. En 1960 Francia se vio forzada a abandonar el resto de su imperio africano –Benín, Senegal, el Chad y el Alto Volta –a fin de concentrar todas sus fuerzas en la guerra de Argelia, donde más de 800,000 franceses luchaban por sofocar las fuerzas guerrilleras, que nunca habían dispuesto de más de 40,000 partidarios activos (aunque eran millones los que simpatizaban secretamente con ellos).

En un primer momento, los franceses siguieron los ejemplos de Kenia y Malasia. Las tribus sospechosas fueron reasentadas a la fuerza  en “aldeas piloto”. El país fue aislado de Túnez y Marruecos con 2,300 kilómetros de minas y alambradas. Todos los civiles fueron retirados de las regiones fronterizas, donde todo lo que se movía era presa fácil de las bombas y las ametralladoras.

Los franceses ganaron la batalla por la capital en 1957 con los mismos métodos que los ingleses habían aplicado en Nairobi: las detenciones en masa, los asesinatos y las torturas acabaron con el movimiento de resistencia. Estos actos eran contemplados como graves violaciones de la Convención de Ginebra de 1949, pero los franceses también habían participado en la elaboración de la convención y se habían asegurado que no hubiera posibilidad de castigar los crímenes de guerra.

El helicóptero demostró ser un arma decisiva en el campo. Ningún portador de armas, desde la introducción del avión en los combates en la década de los veinte del siglo XX, había modificado las condiciones de una guerra de guerrillas de forma tan dramática.

El general Challe, quien, en enero de 1959, se hizo cargo del mando militar en Argelia, organizó un transporte con helicópteros de una tropa de elite formada por 20,000 paracaidistas y legionarios. Atacaron al amanecer con bombas antipersona de fragmentación; transportaron a quinientos hombres apoyados por helicópteros de combate, ahuyentaron con humo a las guerrillas atrincheradas, persiguieron a los soldados en retirada desde el aire y regresaron al campamento antes de la puesta del sol. En mayo de 1960, las guerrillas habían sido reducidas a 12,000 soldados repartidos en pequeños grupos de doce hombres o menos.

“Hemos vencido”, declaró el ejército. Sin embargo, la guerra seguía costando mil millones de dólares al año. Seguía exigiendo la intervención de medio millón de hombres y mil aviones y helicópteros para contener al pueblo argelino. La misma violencia que había ganado la guerra imposibilitaba ahora la continuidad del imperio francés.

Argelia alcanzó la independencia en julio de 1962.*

Nonsei

09-04-2008

1964-1975

*Algo raro ocurría en el Golfo de Tonkín.

Se decía que la flota norvietnamita, una de las más débiles del mundo, estaba lanzando ataques repetidos e injustificados contra la más poderosa del mundo, la marina de guerra norteamericana. Lyndon Johnson respondió con ataques aéreos a bases marítimas vietnamitas. El Congreso aprobó la decisión del Presidente a posteriori y le dio carta blanca para aplicar “todas las medidas necesarias”.

Hoy sabemos que, por entonces, los estrategas militares de los Estados Unidos empezaban a dudar del concepto de “represalia masiva”. Se había vuelto tan masiva que había dejado de parecer realista. Si el problema concreto residía en que Vietnam del Norte estaba introduciendo armas de contrabando a través de la frontera con Vietnam del Sur para apoyar a una fuerza rebelde llamada FNL, parecía algo exagerado amenazar con la destrucción de toda vida sobre la tierra para detener el tráfico.

Los estrategas buscaban una estrategia nueva y más flexible. Concretamente, podía tomar la forma del CINCPAC OPLANS 37-64, un plan en tres fases diseñado para detener el contrabando de armas destinadas al FNL mediante el uso de bombarderos. En la primera fase, treinta B-57 serían enviados a Vietnam del Sur para bombardear a los contrabandistas al sur de la frontera con Vietnam del Norte. En la segunda fase, el bombardeo tendría lugar al norte de la frontera; cada ataque se justificaría como una represalia por alguna acción específica del FNL en Vietnam del Sur.

En cuanto el mundo se hubiera acostumbrado a ello, se pasaría a la tercera fase, la de las represalias generalizadas; los bombardeos se sucederían sin interrupción. Los vietnamitas, tanto en el norte como en el sur, pronto se darían cuenta de que los bombardeos dependían de ellos: si se aumentaba el contrabando, también lo harían los bombardeos, si descendía, también lo harían los bombardeos y si se detenía por completo, también se detendrían los bombardeos.

Así de flexible era el nuevo plan de represalias; mucho más razonable que las represalias masivas y, por tanto – se esperaba – , mas amenazador.

El plan estuvo listo en la primavera de 1964. El problema residía en conseguir que lo aprobara el Congreso. El bombardeo de Vietnam del Sur ya entrañaba cierta dificultad, puesto que haría en nombre del Gobierno sudvietnamita que, en la práctica, había sido nombrado por la CIA y no por el pueblo de Vietnam. El bombardeo de Vietnam del Norte sería un acto de guerra que requeriría definitivamente la aprobación del Congreso. El Congreso se preguntaría: ¿Será una nueva guerra de Corea?

Por tanto, los ataques continuados norvietnamitas al navío norteamericano “Maddox” llegaron en un momento muy oportuno. Si bien es cierto que éste no sufrió daño alguno, atacarlo fue un acto innegablemente descarado. Era un insulto que el Congreso no podía pasar por alto. El Congreso se apresuró a conceder al Presidente unos poderes tan sólo unos meses antes, durante la elaboración del CINCPAC OPLANS 37-64, parecía imposible que fuera a conseguir.

De acuerdo con el plan, en el otoño de 1964 se trasladaron treinta aviones del tipo B-57 a Bien Hoa, en Vietnam del Sur, que inmediatamente empezaron a bombardear al sur de la frontera.

El 1 de noviembre la guerrilla del FNL atacó la base de Bien Hoa y destruyó veintisiete de los treinta B-57 en tierra. Los norteamericanos difícilmente podían haber pedido una excusa mejor para llevar a cabo represalias contra Vietnam del Norte.

Sin embargo, no pasó nada, porque se avecinaban los comicios presidenciales y Lyndon Johnson buscaba la reelección, presentándose como una paloma de la paz enfrentada al halcón republicano, Barry Goldwater. El pueblo norteamericano, que no quería tomar parte en la guerra de Vietnam, dio a Johnson la victoria más aplastante de la historia electoral norteamericana.

En cuanto Jonson hubo jurado su cargo, empezó a tomar “todas las medidas necesarias”. Siguiendo el plan trazado, los norteamericanos bombardearon Vietnam del Norte en febrero de 1965, en un primer momento como una represalia concreta por los ataques concretos contra bases norteamericanas en Vietnam del Sur.

En el mes de marzo el mundo ya se había acostumbrado a la nueva situación y los bombardeos se hicieron habituales. Se inició la Operación Trueno, con la que se pretendía destruir sistemáticamente Vietnam del Norte, empezando por las regiones meridionales. Al mismo tiempo, se enviaron marines norteamericanos para defender Da Nang y otras bases aéreas. Pronto quedó claro que los soldados norteamericanos no se quedarían de brazos cruzados en sus campamentos en espera de ser atacados. A fin de actuar ofensivamente, necesitaban refuerzos – y los tuvieron –. Cuando aumentó el número de tropas norteamericanas, Vietnam del Norte empezó a enviar tropas regulares. En diciembre de 1965 los Estados Unidos tenían 184,000 soldados destacados en Vietnam para dar apoyo a 570,000 survietnamitas en su lucha contra 100,000 soldados del FNL y 50,000 soldados norvietnamitas.

Cada una de estas fases fue descrita como una de las “medidas necesarias” que el Congreso ya le había autorizado al Presidente. Así, a pesar del resultado de las elecciones, sin una declaración formal de guerra y sin ulteriores decisiones del Congreso por medio, los Estados Unidos avanzaban lentamente hacia una guerra que resultaría ser la más catastrófica de toda su historia.

Los dos bandos en Vietnam hacían guerras completamente distintas.

Los Estados Unidos luchaban contra la tiranía totalitaria que había conducido a la aniquilación masiva de muchos millones de seres humanos bajo Hitler y Stalin y que, posteriormente, se había extendido hacia el este, invadiendo China, Corea del Norte y Vietnam del Norte y que ahora iba camino de conquistar también Vietnam del Sur y, tal vez, todo el sureste asiático. En la década de 1930 las democracias europeas habían sucumbido a Hitler, pero los Estados Unidos habían mantenido a raya al mal en Corea. Los norteamericanos no podían decepcionar a sus aliados survietnamitas –aunque fueran corruptos y no tuvieran el apoyo del pueblo–, pues eran el último reducto de la libertad en Asia.

El FNL y Vietnam del Norte luchaban contra la dominación extranjera bajo la cual habían vivido los vietnamitas desde que Francia conquistara su país a mediados del siglo XIX. El régimen survietnamita no era más que otro estado satélite más de los muchos creados por los franceses, los japoneses y ahora los norteamericanos, siempre con la excusa de que era lo mejor para el pueblo vietnamita. El levantamiento del FNL no era más que otro de una larga serie que se inició con la rebelión de 1885 y continuó con el levantamiento de Yenbai, en 1930, las luchas contra los japoneses y, más tarde, de nuevo los combates contra los franceses. En todos esos levantamientos los vietnamitas habían sido derrotados sangrientamente o engañados en la mesa de negociaciones. Esta vez resistirían hasta recuperar la libertad.

Unos pocos días antes de que empezara la ofensiva aérea contra Vietnam del Norte, se publicó Proyecto de supervivencia (1965), un libro escrito por un general de las fuerzas aéreas retirado, Thomas Power. Éste habla en nombre de todos los dirigentes militares norteamericanos al describir cuan fácilmente los Estados Unidos hubieran podido alcanzar la victoria en Vietnam mediante las bombas: “Deberíamos haber seguido con esa estrategia hasta que los comunistas se hubieran dado cuenta de que su apoyo a los rebeldes en Vietnam del Sur resultaba demasiado costoso y se hubieran avenido a poner fin a la contienda. De este modo, en pocos días y con un mínimo esfuerzo, el conflicto en Vietnam del Sur habría concluido a nuestro favor”.

Sin embargo, no era tan sencillo. En diciembre de 1965, los norteamericanos se vieron forzados a admitir que la Operación Trueno había sido un fracaso. Las carreteras y los puentes habían sido reparados rápidamente por sus enemigos y, el contrabando de armas a pequeña escala, lejos de desaparecer, ha sido sustituido por transportes militares regulares.*

Nonsei

09-04-2008

*Los bombarderos habían fracasado en Corea y ahora hacían lo propio en Vietnam. El profeta de las fuerzas aéreas norteamericanas, Alexander de Seversky, ya lo predijo en 1942: “La guerra total desde el aire contra un país subdesarrollado es prácticamente inútil; una de las características curiosas del arma más moderna es que resulta más efectiva cuando más civilizado y moderno es su objetivo”.

Pero una vez se dispone de bombarderos, no es difícil encontrar una razón para utilizarlos. La guerra aérea contra Vietnam del Norte empezaba a considerarse una especie de guerra psicológica. Se confiaba en que las bombas demostrarían la determinación de los Estados Unidos, animarían al Gobiernos survietnamita y, con ello, ejercerían un efecto estabilizador sobre la situación política en Vietnam del Sur.

Las bombas también constituían una forma de comunicación con Hanoi. Los cadáveres y los escombros tal vez no redujeran la capacidad física de los norvietnamitas de apoyar al FNL, pero sí medían su “grado de malestar”.

Según una metáfora a menudo utilizada entonces, las bombas eran fichas sobre un tablero de juego. También se consideraban una moneda fuerte sobre la mesa de negociaciones. “Si renunciamos a los bombardeos a favor de las negociaciones, carecemos de una medida de presión efectiva para comprar las concesiones sin las cuales no será posible una solución final satisfactoria”.

La política mundial se consideraba como un mercado global en el que el bombardeo de Vietnam hacía bajar la cotización de las guerrillas. Los que, en el futuro, planearan embarcarse en tales aventuras bélicas deberían considerar ante los costes que implicaban las bombas estadounidenses. A pesar de que la guerra de bombardeos en Vietnam había sido un negocio deficitario desde el punto de vista local, globalmente aportaría beneficios a los Estados Unidos.

Lo que no se había tenido en cuenta en este cálculo eran los costes que supondría la opinión pública. El 2 de noviembre de 1965 un joven cuáquero de nombre Norman Morrison se prendió fuego hasta morir frente a la Secretaría de Defensa, en el Pentágono.

En sus memorias (1995), Robert McNamara relata que, al principio, no comprendió realmente los intensos sentimientos que despertó esta guerra, a la que el pueblo norteamericano fue arrastrada con engaños. Él mismo optó por ocultar sus emociones y no hablar con nadie. El silencio lo fue alejando progresivamente de su esposa y de sus hijos. La gente le escupía por la calle y, en una ocasión, tuvo que huir de unos estudiantes enfurecidos.

En el verano de 1967 comprendió que la intensificación de los bombardeos no detendría el apoyo norvietnamita al FNL, a menos que se eliminara a toda la población, “algo que nadie que ocupara una posición de responsabilidad llegó a sugerir nunca”. Tal vez nadie lo sugiriera abiertamente, pero las exigencias promovidas por los militares habrían podido empujar a los Estados Unidos a traspasar las fronteras de la guerra nuclear. Para sus generales, el superhalcón McNamara no era más que una paloma sentimental.

La guerra en la que combatía se le había hecho odiosa. “Debe de haber un límite que muchos norteamericanos y gran parte del mundo no van a permitir que los Estados Unidos traspasen. La imagen de la mayor superpotencia del mundo, matando o hiriendo de gravedad a mil civiles por semana, mientras intenta obligar a una pequeña nación subdesarrollada a la sumisión mediante el uso de las bombas en una cuestión más que discutible, no resulta demasiado alentadora”.

“Fue como si una enorme guadaña se hubiera abierto camino a tracés de la jungla, talando los enormes árboles como si fueran hierbajos”. Así describe un soldado del FNL el bombardeo zonal de los B-52:

Volvías  a tu guarida, tu búnker, tu hogar, y no quedaba nada, tan sólo un paisaje irreconocible, sembrando de inmensos cráteres.

El miedo que estos ataques provocaban era terrible. La gente se orinaba y se cagaba en los pantalones. Los veías salir de sus búnkeres temblando como enloquecidos.

Aun así, las bombas explosivas no eran las más temidas. Había un nuevo tipo que no destruía edificios ni instalaciones militares, sino únicamente objetivos vivientes. Su solo propósito era matar a la gente

Las posibilidades empezaron a hacerse evidentes durante la guerra de Corea. Los Estados Unidos se enfrentaban a un enemigo asiático con recursos humanos aparentemente ilimitados. Había que retar a las “hordas asiáticas” con un arma de efectos masivos proporcional a su magnitud. Lo que entonces se llamó “fragmentación controlada” se convirtió en una alternativa a las armas nucleares. Una envoltura metálica llena de explosivos estallaba y se rompía en fragmentos de tamaño, número, velocidad y distribución pensados para matar al mayor número posible de personas.

En un primer momento se aplicó este principio a la construcción de una nueva granada de mano, la M26, que estallaba en más de mil pedazos de idéntico tamaño que salían despedidos a una velocidad superior a un kilómetro por segundo.

Este desarrollo alcanzó su punto álgido en Vietnam mediante la tan temida bomba de racimo o de dispersión, la CBU-24. Dicha bomba se compone de una envoltura que  se abre en el aire y dispersa un gran número de bombas menores por una amplia superficie. Cuando éstas a su vez explotan, sueltan un total de 200,000 bolas de acero que se diseminan en todas las direcciones.

Los B-52 se acostumbraban primero a lanzar algunas bombas explosivas a fin de “preparar los objetivos”, luego napalm, para quemar su contenido y, finalmente, dejaban las CBU-24, destinadas a matar a los que se acercaban a socorrer a las víctimas.  En ocasiones también lanzaban bombas de dispersión de efecto retardado para matar a aquellos que no aparecían hasta que hubiera pasado el peligro.

Después de la guerra, el Pentágono informó que se había lanzado aproximadamente medio millón de este tipo de bombas entre 1966 y 1971, exclusivamente dirigidas contra seres vivos y transportadas por aviones B-52. Ello equivalía a 285 millones de pequeñas bombas o a siete bombas por cada hombre, mujer, niño y niña en toda Indochina.

Otro tipo de bomba muy temida durante la guerra de Vietnam fue la FAE (Fuel Air Explosive, explosivo por combustión de aire). Una típica FAE consistía en una envoltura que contenía tres submuniciones de cincuenta y cinco kilos cada una, las llamadas BLU-73, llenas de un gas muy volátil e inflamable.

La FAE se lanza desde un helicóptero o un avión lento y libera las bombas de su interior. Cada bomba provoca una nube de quince metros de ancho que, al tocar tierra, estalla con una fuerza cinco veces superior a la de la misma cantidad trinitrotolueno. También se puede retardar la explosión para dar tiempo al gas de penetrar en cuevas, túneles y refugios profundos. Básicamente, el efecto es el mismo que si uno abre la llave del gas, deja que éste se propague por la habitación y, acto seguido, enciende un cigarrillo.

Si se desea, la bomba FAE puede alcanzar la envergadura suficiente para salvar el abismo que separa las armas convencionales de las nucleares.

La ofensiva que el FNL realizó en enero de 1968, la llamada Ofensiva Tet, permitió a los Estados Unidos el uso a gran escala de su nuevas bombas. Por fin se libraba una batalla con el enemigo –siempre esquivo– en sesenta y cuatro capitales de distrito, treinta y seis capitales de provincia y en la capital del país. Por fin la superioridad del poder ofensivo norteamericano decidiría el conflicto.

Sin embargo, las victorias militares no siempre comportan beneficios políticos. Los británicos habían obtenido victorias militares en Malasia, Adén y Kenia; los franceses habían conseguido lo mismo en Argelia. Pero eran los perdedores quienes acababan ganando la contienda.

La Ofensiva Tet fue una catástrofe política para la administración de Jonson porque ésta llevaba demasiado tiempo mintiendo acerca de la guerra, negando su existencia. De pronto, todo el mundo pudo comprobar con sus propios ojos que eso no era cierto. Había dicho, una y otra vez, que la guerra estaba prácticamente ganada. Cuando finalmente hubo una victoria que comunicar, nadie lo creyó. La gente tan sólo creía en lo que había visto con sus propios ojos, es decir, que medio millón de soldados norteamericanos no eran capaces de impedir que el FNL atacara la embajada de Estados Unidos en Saigón. Raras veces una misión suicida ha tenido tanto éxito.

1968 fue el año de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam. No era el comunismo lo que defendían los manifestantes, sino el derecho a la autodeterminación. No condenaba la democracia, sino las bombas. Finalmente, Lyndon Johnson se comprometió a detener el bombardeo de Vietnam del Norte.

Tras las manifestaciones de 1968 contra la guerra de Vietnam, Lyndon Johnson tenía pocas esperanzas de ser reelegido. Después de 1968, y a pesar de las victorias militares de los Estados Unidos, ya no se trataba de ganar la guerra: los que entonces murieron, lo hicieron para salvar el pellejo a Richard Nixon.*

Nonsei

09-04-2008

*El alto en los bombardeos en Vietnam no resultó ser más que una concesión estratégica a la opinión pública. En la práctica, lo que se hizo fue trasladar las represalias flexibles a Laos, donde se lanzaron 230,000 toneladas de bombas entre 1968 y 1969. La intención era detener los convoyes militares al FNL. El resultado fue devastador para los 50,000 campesinos de la llanura de las Tinajas y para otros 100,000 campesinos del norte de Laos. El observador de la ONU, George Chapelier, informó: “No quedó nada en pie. Los aldeanos vivían en trincheras, agujeros y cuevas. Sólo salían de noche para trabajar. Los pueblos de todos los entrevistados fueron destruidos sin excepción”.

El reglamento estipulaba, por supuesto, que no había que bombardear a civiles. Sin embargo, para los militares, las reglas no eran normas a seguir, sino problemas a solucionar. En agosto de 1969 la compañía aérea de la CIA, Air America, envió grandes aviones de transporte a la llanura de las Tinajas y evacuó a entre 10,000 y 15,000 supervivientes por la fuerza. “Se los condujo [a los aviones] por la fuerza, como si fueran ganado, hasta que estuvieron tan apretados que apenas podíamos cerrar las puertas”.

La organización USAID se ocupó de los refugiados, cuyo número creció hasta alcanzar el cuarto de millón en 1970. Un estudio reveló que el presupuesto destinado por  USAID a los refugiados equivalía al coste de dos días de bombardeos con 300 salidas al día.

¿Quién ganó? En 1971, las guerrillas laosianas controlaban todo el territorio de Laos, exceptuando las grandes ciudades. Estos protegidos de la CIA se encargaban del tráfico de opio y de las fábricas de heroína que tenían a sus mejores clientes entre las tropas de Estados Unidos desplazadas al sureste asiático.

Alrededor de un 30% de las tropas de los Estados Unidos destinadas en Vietnam era drogodependiente. La mayoría de estos soldados se desmoralizó al ver el abismo que separaba los objetivos de la guerra de la práctica bélica. Muchos no entraban en combate, sino que localizaban los objetivos para la aviación.

“La infantería determinaba las posiciones enemigas”, escribió Le May, “y luego emplazaba a la aviación para que ésta llevara a cabo el grueso de los combates”.

Jonathan Schell siguió a algunos Forward Air Controllers (FAC) que estuvieron en primera línea de fuego durante varias semanas. En este caso, nos habla un oficial al servicio de los FAC que intenta describir el objetivo con relación a los edificios que ve desde tierra.

“Está a 500 metros al este de aquella pagoda, en el camino. ¿Ves la pagoda?”

“Veo una iglesia, pero ninguna pagoda”.

“Esta justo debajo de ti”.

“No la veo”.

El oficial en tierra se rinde y señala otro objetivo.

“De acuerdo, también hay una cabaña hacia el sur; unos francotiradores han abierto fuego contra nosotros desde detrás de aquella hilera de árboles”.

El avión de los FAC sobrevuela la zona señalada y encuentra una aldea de unas sesenta o setenta casas.

“Allá abajo veo una aldea”.

“No, no es más que una cabaña”, dice el hombre desde tierra. “Los árboles tapan la aldea”.

El avión dispara unos cohetes señalizadores.

“Sí, allí está, más o menos”, dice el oficial, y desiste de intentar que el controlador vea lo que él ve.

“¿Es más o menos esta zona la que quieres que bombardeemos?”.

“Así es. Bombardea toda la zona. Hemos detectado actividad en toda la zona”.

“De acuerdo. Lanzaré una carga de napalm y veremos lo que pasa”.

“No es nada que deba hacerte sudar”, dice el oficial en tierra. “Todos los civiles de esta zona son comunistas o simpatizantes”,

“¿Eliminamos la cabaña que querías destruir?”.

“Bueno, toda la zona está bastante destrozada”.

Informe de resultados: seis “estructuras” y una “posición” con francotiradores enemigos destruidos. No se indica el número de muertes civiles, tampoco lo que le ocurrió a los supervivientes. ¿Entonces ya eran simpatizantes del FNL? ¿O se hicieron simpatizantes a posteriori?

El napalm utilizado en Vietnam no era el mismo que durante la guerra de Corea había pelado como naranjas a seres humanos. La investigación continuada había creado nuevos tipos que se adherían mejor a la piel, quemaban en profundidad y causaban mayores daños.

Las cantidades utilizadas también habían aumentado. Durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos habían lanzado 14,000 toneladas de napalm, primordialmente contra objetivos en Japón.

Durante  la guerra de Corea, los aviones de los Estados Unidos soltaron más  de 32,000 toneladas de napalm. A estas cantidades hay que añadir las que lanzaron las fuerzas aéreas de otros países y la Marina de Guerra norteamericana.

En la guerra de Vietnam, entre 1963 y 1971, los Estados Unidos lanzaron alrededor de 370,000 toneladas de napalm del tipo nuevo y más eficaz.

Las cantidades provienen del informe sobre el napalm del secretario general de la ONU presentado en octubre de 1972. El napalm era muy popular entre los militares porque, según dicho informe, “combinaba una aplicación zonal óptima con un alto poder incapacitador”.

La “aplicación zonal” hace referencia, al igual que el “bombardeo zonal”, al hecho de que el arma destruye sus objetivos devastando toda la zona en que se encuentran. Una buena “aplicacional zonal” quiere decir que el piloto puede volar más alto y rápido y que, por tanto, corre menor riesgo de ser abatido, a la vez que destruye su objetivo.

Naturalmente, también se destruye todo lo demás y se infligen “inevitable e incluso deliberadamente” mayores daños a la población civil que al sector militar de la sociedad. Se traslada el riesgo a los seres humanos en tierra. El piloto y su tripulación salvan el pellejo.

“Alto poder incapacitador” significa que los efectos del arma eliminan por completo a una persona, incluso cuando tan sólo es alcanzara una parte periférica de su cuerpo. El napalm satisface este requisito. Además de los que mueren inmediatamente a causa de la bola de fuego, entre el 20 y 30% de los que tan sólo han sido salpicados por las gotas ardientes morirá en menos de media hora. Y hasta el 50% sufrirá una muerte lenta y dolorosa en un plazo de seis semanas.

El informe describe el largo sufrimiento de los supervivientes soportan, los extraordinarios recursos que se requieren para mantenerlos con vida y las mutilaciones crónicas y los consiguientes traumas emocionales que éstas producen.

El informe concluye que, mientras la ciencia crea armas incendiarias cada vez más efectivas –entre las que figuran el napalm– los militares parecen ignorar cada vez más el derecho a la inmunidad de los no beligerantes, tanto tiempo defendido.

“Hay que trazar una línea divisoria entre lo que es permisible en caso de guerra y lo que no”, concluye el informe. Sin embargo, esta línea no podía trazarse mientras la primera potencia del mundo siguiera usando napalm diariamente.

Durante la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos lanzaron un total de dos millones de toneladas de bombas. En Indochina se lanzaron al menos ocho millones. La potencia explosiva de estas bombas corresponden aproximadamente a seiscientos cuarenta hiroshimas.

Durante la Segunda Guerra Mundial el 60% de las bombas norteamericanas estuvo dirigido contra objetivos específicos y tan sólo el 30% contra amplias zonas del territorio enemigo. En Alemania y Japón se lanzaron veintiséis kilos de bombas por hectárea de tierra enemiga. En Indochina la cifra ascendió a ciento noventa kilos.

Vietnam del Sur tuvo que soportar la mayor parte. Cuando acabó la guerra, diez millones de cráteres de bomba cubrían una zona de 100,000 hectáreas.

Y, sin embargo, las bombas prolongaron la guerra, pero no pudieron cambiar el desenlace. El 30 de abril de 1975 cayó el régimen de Saigón. Cuando los últimos norteamericanos abandonaban la ciudad en helicópteros que despegaron desde el tejado de la embajada, su última visión fue un mar de banderas del FNL.*

Sven Lindqvist: Historia de los bombardeos.

Fug

24-04-2008

Gracias Nonsei, por continuar con el tema.

Esta bien este libro, por que aparte de la informacion militar, mezcla sociedad y politica, que es en realidad quien controla los ejercitos.

Es muy interesante, como las civilizadas naciones democraticas occidentales, aplicaban las leyes en el mundo.

Lo de Vietnam no coment.

Saludos.

Haz login o regístrate para participar