21-11-2010
A mediados del siglo XIX China era el imperio más paradójico del mundo. Abarcaba un territorio inmenso (muy superior al de la China actual) poblado por una población estimada de unos 430 millones de personas, y además tenía como estados tributarios o vasallos a importantes territorios como Corea, Nepal y casi toda Indochina. Pero este formidable imperio era de una debilidad extrema, tanto en el interior como en el exterior.
La mayor parte de la población china estaba formada por un campesinado que vivía en unas condiciones medievales, a merced de los terratenientes (con sus milicias privadas) y de los odiados, corruptos e ineficaces funcionarios imperiales, que no sólo exigían unos tributos abusivos en la mayoría de los casos sino que además habían de ser sobornados para cumplir con sus funciones, funciones que con frecuencia o no cumplían o cumplían mal.
El Tratado de Nankín en agosto de 1842 puso fin a la Primera Guerra del Opio entre China y Gran Bretaña. A él se añadieron los tratados de Huangpu y Wangxia con Francia y los Estados Unidos, que no perdieron oportunidad de aprovechar la evidente debilidad china para arrancarle concesiones humillantes. Estas concesiones dejaban en la práctica al Imperio Chino como un protectorado de las potencias occidentales. Ahora todos (dentro y fuera de China) se habían dado cuenta de la debilidad de la dinastía reinante de los Quing, de su caótica administración y de su primitivo ejército.
En 1814 había nacido en el sur del país en el seno de una familia campesina hakka (una etnia minoritaria del sur de China) un personaje mesiánico. Se llamaba Hong Xiuquan y con el tiempo fue maestro de escuela y frustrado opositor a letrado. Hong conocía la Biblia gracias a su contacto con el excéntrico misionero baptista norteamericano Issachar Roberts, y haciendo una mezcla de cristianismo, tradiciones místicas chinas, comunismo agrario e ideas propias (todo ello tras una serie de “visiones” en estado de trance) elaboró toda una doctrina teológico- socio-política que plasmó en varios textos, principalmente en “Doctrinas sobre la salvación del mundo”. Según Hong, él mismo era “hermano menor de Jesucristo” y Dios en persona le había encomendado la misión de liberar al mundo de la injusticia.
Sus primeros discípulos fueron Hong Rengan (su primo), Feng Yunshan (otro maestro), Yang Xiuquin (carbonero), Xiao Chaogui (leñador), Shi Dakai (soldado) y Wei Changhui (un rico terrateniente). Con ellos fundó en 1843 la “Sociedad del Culto a Dios” y marcharon a las montañas de la sureña Guangxi a hacer proselitismo entre el campesinado.
La doctrina Taiping era tremendamente puritana y rigorista. Era en realidad una ideología totalitaria, que prohibía entre otras cosas el alcohol, el opio y hasta el sexo, que despreciaba a la dinastía reinante, que proclamaba la igualdad entre hombres y mujeres y que exigía la conversión de todos los seres humanos. Su rechazo a la dinastía manchú reinante le atrajo el apoyo de varias sociedades secretas (principalmente las agrupadas en la Tríada) que aspiraban a que los Ming volvieran al trono. Pero la clave de su éxito se debió sin duda a sus ideas sobre el reparto de la tierra y sobre derechos y deberes. Hong predicaba una forma clásica de comunismo agrario (ideas nada nuevas, ni en Oriente ni en Occidente), donde la sociedad se agruparía en comunas y la tierra se repartiría de forma equitativa, eliminando la propiedad privada, a los terratenientes y a los funcionarios imperiales, todo bajo el control de funcionarios designados por Hong.
En enero de 1851 se proclamó en la aldea de Jintian el Reino Celestial de la Gran Paz (“Taiping” significa “Gran Paz”), Hong anunció el comienzo de la guerra santa y proclamó a Hong Daquan (un miembro de la dinastía Ming) como Rey de la Virtud Celestial. En su marcha por Guangxi, sus fuerzas crecieron por la afluencia de campesinos de las minorías hakka, miao y yao, carboneros, desertores del ejército e incluso simples bandoleros. Shi Dakai convirtió a esta turba desorganizada en un ejército estructurado y adiestrado, lleno de fanatismo político y religioso.
En septiembre, el ejército taiping tomó la ciudad amurallada de Yongan. Fue su primera victoria importante. Hong, sintiéndose fuerte, rompió con la Tríada y con los Ming y se autoproclamó Rey Celestial, y organizó administrativamente su todavía pequeño estado nombrando reyes a sus más directos discípulos.
En la primavera de 1852 derrotaron a varias milicias provinciales y avanzaron hacia el norte sin que nadie les detuviera. En enero de 1853 tomaron Wuchang y en marzo entraron triunfantes en Nankín, que convirtieron en su capital. Para entonces, las fuerzas taiping se contaban ya por centenares de miles de hombres en armas.
El comunismo agrario taiping sólo se pudo aplicar parcialmente en las áreas bajo su control, aunque funcionó relativamente bien durante una década. La disminución de la presión fiscal y los abusos de los terratenientes supuso una mejora en la población rural, y gracias al fervor religioso y moralista reinó un cierto orden. Incluso no faltaron los intercambios comerciales con los occidentales establecidos en la costa, que al principio vieron con simpatía a los taiping ya que debilitaban aún más a los Quing.
El Reino Celestial estuvo permanentemente en estado de guerra. No sólo porque tenía que defenderse del ejército imperial y de las milicias particulares, sino porque la lucha de los taiping era una verdadera “yihad”, una guerra contra los infieles. En mayo de 1853 lanzaron una expedición de unos veinte mil hombres cuyo objetivo era Pekín, pero la columna fracasó en el sitio de Kaifeng, y cerca de Tientsin fueron derrotados en octubre por las fuerzas imperiales. Los expedicionarios fueron dispersados por el norte del país en una persecución de casi dos años, siendo al final exterminados.
Después de fracasados los planes de tomar la capital imperial, Shi Dakai concentró sus esfuerzos en asegurar el centro del país. Se conquistaron grandes zonas de Hubei, Hunan, Anhui y Jiangxi entre 1853 y 1856, en parte gracias a una gran flota fluvial de centenares de embarcaciones.
Pero en 1856 el movimiento estalló internamente. En Nankín surgieron dos grupos disputándose los favores de Hong. Uno estaba encabezado por el antiguo terrateniente Wei Changhui, que pretendía eliminar al otro grupo, encabezado por el carbonero Yang Xiuquing. Wei consiguió el apoyo de Hong y consiguió eliminar a su rival, pero después Wei murió en extrañas circunstancias (seguramente asesinado por Hong) y Hong expulsó a Shi Dakai, temiendo el poder militar que había acumulado éste. Shi Dakai se marchó, pero consiguió que le siguieran decenas de miles de sus soldados, que se dedicaron a luchar contra los Quing por su cuenta hasta 1863. Era evidente que la corte de Nankín se estaba corrompiendo: cada vez había más comerciantes y burócratas que rechazaban el igualitarismo y la austeridad taiping. Muchos dirigentes ya no podían ocultar su enriquecimiento por el botín de guerra, y el prestigio del Reino Celestial entre las masas campesinas comenzó a decaer.
Si los taiping aguantaron tanto tiempo se debió en parte a los contínuos “incendios” a los que tuvo que hacer frente el ejército imperial. En octubre de 1856 estalló la Segunda Guerra del Opio, que no acabaría hasta 1860 con otra vergonzosa derrota china y más humillaciones frente a las potencias europeas. Además, los imperiales tuvieron que sofocar varias importantes revueltas desde 1853 hasta 1878: la de los nien (1843-1868), que consiguieron ocupar una gran zona entre Tientsin y la zona controlada por los taiping; la de los miao (1854-1873); o las musulmanas, tanto en Yunnan (al sur del imperio), en Gansu (al noroeste) y en otras regiones occidentales.
En 1857, las fuerzas imperiales estuvieron en condiciones de contraatacar a los taiping. El general Zeng Guofang consiguió en dos años expulsar a los taiping de la mayor parte de Hubei, Hunan y Anhui y puso sitio a Nankín. En 1859, el rey celestial nombró primer ministro a su primo Hong Rengan (que no tardó en caer en desgracia por sus deseos de aproximarse a los europeos) y general de sus ejércitos a Li Xiucheng. Li consiguió romper el cerco de Nankín e hizo retroceder a los imperiales conquistando parte de las provincias de Jiangsu y Zhejiang, pero fue capturado en combate. Para continuar su guerra, los taiping se vieron forzados a aumentar los impuestos y a pactar con terratenientes. Además, en las zonas urbanas el mensaje de comunismo agrario nunca caló lo suficiente, por lo que éstas siempre fueron zonas hostiles.
Con el fin de la Segunda Guerra del Opio se inició el final de los taiping. Las fuerzas imperiales ahora estaban formadas por las mejores tropas que Pekín pudo reunir, además de contar con el apoyo de las potencias europeas, que empezaban a considerar a los taiping una amenaza a sus intereses. Hombres como el norteamericano Ward o el británico Gordon, junto con otros oficiales franceses y británicos pasaron a mandar a las tropas chinas. En 1863, el general Zeng Guofan lanzó una ofensiva general y los taiping retrocedieron en todos los frentes, hasta quedar cercados en su capital. En junio de 1864, Hong Xiuquan murió en Nankín, seguramente suicidándose. La ciudad sólo resistió un mes más. Lo que quedaba del ejército taiping se descompuso en bandas que se dedicaron durante años a la guerrilla y el bandidaje, pero el sueño del Reino Celestial del “hermano pequeño de Jesucristo” había desaparecido para siempre.
Nadie sabe cuanta muerte y destrucción provocó la guerra santa de los taiping ni su posterior aplastamiento. La evaluación es muy difícil, pues se superponen varias rebeliones y la Segunda Guera del Opio, pero conociendo la forma de hacer la guerra en China en esos tiempos y cómo los imperiales sofocaron otras sublevaciones no es raro que algunas fuentes cuenten en decenas de millones de muertos las víctimas de la guerra desatada por los taiping, lo que la convertiría en la segunda guerra con más víctimas de la Historia.